Read Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España Online
Authors: Bernal Díaz del Castillo
Llegados que fuemos al riachuelo que ya he dicho e memorado, questará obra de una legua de Cempoal, y había allí unos buenos prados, y después de haber enviado nuestros corredores del campo, personas de confianza, nuestro capitán Cortés a caballo, nos envió a llamar, ansí capitanes como a todos los soldados, y desque nos vio juntos nos dijo que nos pedía por merced que callásemos, y luego comenzó un parlamento por tan lindo estilo y plática tan bien dichas; cierto otra más sabrosa y llena de ofertas que yo aquí sabré escrebir, en que nos trujo luego a la memoria desde que salimos de la isla de Cuba, con todo lo acaescido por nosotros hasta aquella sazón, y nos dijo: «Bien saben vuestras mercedes que Diego Velázquez, gobernador de Cuba, me eligió por capitán general, no porque entre vuestras mercedes no había muchos caballeros que eran merecedores dello; ya saben e tuvieron creído que veníamos a poblar, y ansí se publicaba y pregonó, y, según han visto, enviaba a rescatar. Ya saben lo que pasamos sobre que me quería volver a la isla de Cuba a dar cuenta al Diego Velázquez del cargo que me dio, conforme a sus instrucciones, pues vuestras mercedes me mandaron y requirieron que poblásemos esta tierra en nombre de Su Majestad, como, gracias a Nuestro Señor, la tenemos poblada, y fue cosa muy acertada, y demás desto, me hicistes vuestro capitán general y justicia mayor della hasta que Su Majestad otra cosa sea servido mandar, e, como ya he dicho, entre algunos de vuestras mercedes hobo algunas pláticas de volver a Cuba, que no lo quiero aquí más declarar, pues, a manera de decir, ayer pasó, y fue muy santa y buena nuestra quedada, y hemos hecho a Dios y a Su Majestad gran servicio, questo Claro está, y ya saben lo que prometimos en nuestras cartas a Su Majestad después de le haber dado cuenta y relación de todos nuestros hechos, que punto no quedó, e que aquesta tierra es de la manera que hemos visto y conocido della, ques cuatro veces mayor que Castilla, y de grandes pueblos, y muy rica de oro y minas, y tiene cerca otras provincias; y cómo enviamos a suplicar a Su Majestad que no la diese en gobernación ni de otra cualquier manera a persona ninguna, y porque creíamos y teníamos por cierto quel obispo de Burgos, don Joan Rodríguez de Fonseca, que era en aquella sazón presidente de Indias y tenía mucho mando, que la demandaría a Su Majestad para el Diego Velázquez o algún pariente o amigo del mesmo obispo, porquesta tierra es tal o tan buena que convenía darse a un infante o gran señor, y que teníamos determinado de no dalla a persona alguna hasta que Su Majestad oyese a nuestros procuradores y nosotros viésemos su real firma; e vista, que con lo que fuere servido mandar, los pechos por tierra. Y con las cartas ya saben que enviamos y servimos a Su Majestad todo el oro y plata y joyas e todo cuanto teníamos y habíamos habido. Y más dijo: «Bien se les acordará, señores, cuántas veces hemos llegado a punto de muerte en las guerras y batallas que hemos habido, pues traellas a la memoria; qué acostumbrados estamos de trabajos y aguas y vientos y algunas veces hambres, y siempre traer las armas a cuestas y dormir por los suelos, ansí nevando como lloviendo; que si miramos en ello, los cueros tenemos ya curtidos de los trabajos. No quiero decir de más de cincuenta de nuestros compañeros que nos han muerto en las guerras, ni de todas vuestras mercedes cómo estáis entrapajados y mancos de heridas que aun agora están por sanar; pues que les quiera traer a la memoria los trabajos que trujimos por la mar, y las batallas de Tabasco, y los que se hallaron en lo de Almería y lo de Cingapacinga, y cuántas veces por las sierras y caminos nos procuraban de quitar as vidas; pues en las batallas de Tascala en qué punto nos pusieron y cuáles nos traían; pues la de Cholula, ya tenían puestas las ollas para comer nuestros cuerpos; pues a la subida de los puertos no se les habrá olvidado los poderes que tenía Montezuma para no dejar ninguno de nosotros, y bien vieron los caminos todos llenos de árboles cortados; pues los peligros de la entrada y estada en la gran ciudad de Méjico, cuántas veces teníamos la muerte al ojo, quién los podrá componderar. Pues vean los que han venido de vuestras mercedes dos veces primero que no yo, la una con Francisco Hernández de Córdoba y la otra con Juan de Grijalba, los trabajos, hambres e sed y heridas y muertes de muchos soldados que en descubrir aquestas tierras pasastes, y todo lo que en aquellos dos viajes habíais gastado de vuestras haciendas». Y dijo que no quería contar otras cosas muchas que tenía por decir por menudo y no habría tiempo para acaballo de platicar, porque era tarde y venía la noche, y más dijo: «Digamos agora, señores, cómo viene Pánfilo de Narváez contra nosotros con mucha rabia y deseo de nos tener a las manos, y no habían desembarcado y nos llamaban de traidores y malos, y envió a decir al gran Montezuma, no palabras de sabio capitán, sino de alborotador, y demás desto tuvo atrevimiento de prender a un oidor de Su Majestad, que por sólo este gran delito es dino de ser muy bien castigado. Ya habrán oído cómo han pregonado en su real guerra contra nosotros a ropa franca, como si fuéramos moros». Y luego después de haber dicho esto, Cortés comenzó a sublimar nuestras personas y esfuerzos en las guerras y batallas pasadas, y que entonces peleábamos por salvar nuestras vidas, y que agora hemos de pelear con todo vigor por salvar vida y honra, pues nos vienen a prender y echar de nuestras casas y robar nuestras haciendas, y que, demás desto, que no sabemos si trae provisiones de nuestro rey y señor, salvo favores del obispo de Burgos, nuestro contrario. Y que si por ventura caemos debajo de sus manos del Narváez, lo cual Dios no permita, que todos nuestros servicios que hemos hecho a Dios primeramente y a Su Majestad, tornarán en deservicios y harán procesos contra nosotros, y dirán que hemos muerto y robado y destruido la tierra; donde ellos son los robadores y alborotadores y deservidores de nuestro rey y señor, dirán que le han servido, y pues que vemos por los ojos todo lo que ha dicho, y como buenos caballeros, somos obligados a volver por la honra de Su Majestad y por las nuestras y por nuestras casas y haciendas. Y con esta intención salió de Méjico, teniendo confianza en Dios y de nosotros: que todo lo ponía en las manos de Dios primeramente y después en las nuestras; que veamos lo que nos paresce. Entonces todos a una le respondimos, y también juntamente con nosotros Juan Veláquez de León y Francisco de Lugo y otros capitanes, que tuviese por cierto que, mediante Dios, habíamos de vencer o morir sobre ello, y que mirase no le convenciesen con partidos, porque si alguna cosa hacía fea, que le daríamos destocadas. Entonces, como vio nuestras voluntades, se holgó mucho e dijo que con aquella confianza venia. Y allí hizo muchas ofertas y prometimientos que seríamos todos muy ricos y valerosos. Y hecho esto tornó a decir que nos pedía por merced que, callásemos, y que en las guerras y batallas han menester más prudencia y saber, para bien vencer los contrarios, que con osadía, y que porque tenía conoscido de nuestros grandes esfuerzos, que por ganar honra cada uno de nosotros se quería adelantar de los primeros a encontrar con los enemigos; que fuésemos puestos en ordenanza y capitanías, y para que la primera cosa que hiciésemos fuese tomalles el artillería, que eran diez y ocho tiros que tenían asestados delante sus aposentos del Narváez, mandó que fuese por capitán un pariente suyo de Cortés que se decía Pizarro, que ya he dicho otras veces en aquella sazón no había fama de Perú ni de Pizarros. que no era descubierto, e era el Pizarro suelto mancebo, y le señaló sesenta soldados mancebos, y entrellos me nombraron a mí; y mandó que después de tomada el artillería acudiésemos todos al aposento de Narváez, questaba en muy alto cu, y para prender al Narváez señaló por capitán a Gonzalo de Sandoval con otros sesenta compañeros, y como era alguacil mayor, le dio un mandamiento que decía ansí: «Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor desta Nueva España por Su Majestad, yos mando que prendáis el cuerpo a Pánfilo de Narváez, e si os adefendiese, matalle, que ansí conviene al servicio de Dios y del rey nuestro señor, por cuanto ha hecho muchas cosas en deservicio de Dios y de Su Majestad y le prendió a un oidor. Dado en este real, y la firma: Hernando Cortés, y refrendado de su secretario, Pero Hernández». Y después de dado el mandamiento, prometió que al primer soldado que le echase mano le darla tres mill pesos, y al segundo, dos mill, y al tercero, mill, y dijo que aquello que prometía que era para guantes, que ya bien víamos la riqueza que había entre nuestras manos. Y luego nombró a Joan Velázquez de León para que prendiese al mancebo Diego Velázquez, con quien había tenido la brega, y le dio otros sesenta soldados; y ansimismo nombró a Diego de Ordaz para que prendiese al Salvatierra, y le dio otros sesenta soldados, y el mismo Cortés por sobresaliente, con otros veinte soldados para acudir adonde más nescesidad hobiese, y donde él tenía el pensamiento de asistir era para prender al Narváez y al Salvatierra. Pues ya dadas las copias a los capitanes, como dicho tengo, dijo: «Bien sé que los de Narváez son por todos cuatro veces más que nosotros; mas ellos no son acostumbrados a las armas, y como están la mayor parte dellos mal con su capitán y muchos dolientes, y les tomaremos de sobresalto, tengo pensamiento que Dios nos dará vitoria, que no porfiarán mucho en su defensa, porque más bienes les haremos nosotros que no su Narváez. Ansí que, señores. pues nuestra vida y honra está, después de Dios, en vuestros esfuerzos y vigorosos brazos, no tengo más que os pedir por merced ni traer a la memoria sino que en esto está el toque de nuestras honras y famas para siempre jamás y más vale morir por buenos que vivir afrentados». Y porque en aquella sazón llovía e era tarde, no dijo más. Una cosa me he pasado después acá a pensar, que jamás nos dijo: tengo tal concierto en el real hecho, ni Fulano ni Zutano es en nuestro favor, ni cosa ninguna déstas, sino que peleásemos como varones, y esto de no decirnos que tenía amigos en el real de Narváez fue de muy cuerdo capitán, que por aquel efeto no dejásemos de batallar como muy esforzados y no tuviésemos esperanza en ellos, sino, después de Dios, en nuestros grandes ánimos. Dejemos desto y digamos cómo cada uno de nuestros capitanes por mí nombrados estaban con los soldados señalados, cómo y de qué manera habíamos de pelear, y poniéndose esfuerzo los unos a los otros. Pues mi capitán Pizarro, con quien habíamos de tomar el artillería, que era la cosa de más peligro, y habíamos de ser los primeros que habíamos de romper hasta los tiros, también decía con mucho esfuerzo cómo habíamos de entrar y calar nuestras picas hasta tener la artillería en nuestro poder, y desque se la hubiésemos tomado, que con ella misma a nuestros artilleros, que se decían Mesa y el Siciliano e Usagre e Arvega, que con las pelotas questuviesen por descargar diesen guerra a los del aposento del Salvatierra. También quiero decir la gran nescesidad que teníamos de armas, que por un peto o capacete o casco o babera de hierro diéramos aquella noche cuanto nos pidieran por ello y todo cuanto habíamos ganado. Y luego secretamente nos nombraron el apellido que habíamos de tener estando batallando, que era «¡Espíritu Santo, Espíritu Santo!», questo se suele hacer secreto en las guerras, por que se conozcan e apelliden por el nombre que no lo sepan unos contrarios de otros. Y los de Narváez tenían su apellido y voz «¡Santa María, Santa María!». Ya hecho todo esto, como yo era gran amigo y servidor del capitán Sandoval, me dijo aquella noche que me pedía por merced que desque hobiésemos tomado el artillería, que, si quedaba con la vida, que siempre me hallase con él y le siguiese, e yo se lo prometí y ansí lo hice, como adelante verán. Digamos agora en qué se entendió un rato de la noche, sino en aderezar y pensar en lo que teníamos por delante, pues para cenar no teníamos cosa ninguna, y luego fueron nuestros corredores del campo y se puso espías y velas. A mí e a otro soldado nos pusieron por velas, y no tardó mucho cuando viene un corredor del campo a me preguntar que si he sentido algo, e yo dije que no. Y luego vino un cuadrillero y dijo quel Galleguillo que había venido del real de Narváez no parescía y que era espía echada del Narváez, e que mandaba Cortés que luego marchásemos camino de Cempoal; e oímos tocar nuestro pifañón y atambor, y los capitanes apercibiendo sus soldados, y comenzamos a marchar, y el Galleguillo hallaron debajo de unas mantas durmiendo, que como llovió y el pobre no era acostumbrado a estar al agua fría, metióse allí a dormir. Pues yendo a nuestro paso tendido, y los capitanes apercibiendo sus soldados, y comenzamos a marchar como está dicho, sin tocar pífano ni atambor y nuestros corredores del campo descubriendo la tierra, llegamos al río donde estaban las espías del Narváez, que ya he dicho que se decían Gonzalo Carrasco e Hurtado, y estaban tan descuidados, que tuvimos tiempo de prender al Carrasco, y el otro fue dando voces al real de Narváez diciendo: «¡Al arma, al arma, que viene Cortés!» E acuérdome que cuando pasábamos aquel río, como llovía, venía un poco hondo y las piedras resbalaban algo, e con las picas y armas nos hacía mucho estorbo. Y también me acuerdo, cuando se prendió al Carrasco, decía a Cortés a grandes voces: «Mira, señor Cortés, no vayáis allí, que juro a tal questá Narváez esperándoos en el campo con todo su ejército». Y Cortés le dio en guarda a su secretario Pero Hernández. Y como vimos que Hurtado fue a dar mandado, no nos detuvimos cosa, sino quel Hurtado iba dando voces y mandando dar «¡Al arma, al arma!». Y el Narváez llamando a sus capitanes y nosotros calando nuestras picas y cerrando con el artillería, todo fue uno, que no tuvieron tiempo sus artilleros de poner fuego sino a cuatro tiros, y las pelotas algunas dellas pasaron por alto, e una dellas mató a tres de nuestros compañeros. Pues en aquel instante llegaron todos nuestros capitanes tocando al arma nuestros pífano y atambor, e como había muchos de los de Narváez a caballo, detuviéronse un poco con ellos, porque luego derrocaron a seis o siete de ellos; pues nosotros, los que tomamos el artillería, no osábamos desmamparalla, porquel Narváez desde su aposento nos tiraba muchas saetas y escopetas, e hirió siete de los nuestros. Y en aquel instante llegó el capitán Sandoval y sube de presto las gradas arriba, y por mucha resistencia
que le ponía el Narváez y le tiraban saetas y escopetas, e con partesanas e lanzas, todavía las subió él y sus soldados. Y luego desque vimos los soldados que ganamos el artillería que no había quien nos la defendiese, se la dimos a nuestros artilleros por mi nombrados, y fuimos muchos de nosotros y el capitán Pizarro a ayudar al Sandoval, que les hacían los de Narváez venir dos gradas abajo retrayéndose, y con nuestra llegada tornó a las subir. Y estuvimos buen rato peleando con nuestras picas, que eran grandes, y cuando no me acato oímos voces del Narváez que decía: «¡Santa María, váleme, que muerto me han e quebrado un ojo!» Y desque aquello oímos luego dimos voces: «¡Vitoria vitoria por los del nombre del Espíritu Santo, que muerto es Narváez! ¡Vitoria, vitoria por Cortés, que muerto es Narváez!» Y con todo esto no les pudimos entrar en el cu donde estaban hasta que un Martín López, el de los bergantines, como era alto de cuerpo, puso fuego a las pajas del alto cu, e vienen todos los de Narváez rodando las gradas abajo. Entonces prendimos al Narváez, y el primero que le echó mano fue un Pero Sánchez Farfán, buen soldado, e yo se lo di al Sandoval e a otros capitanes que con él estaban, y todavía dando voces y apellido: «¡Viva el rey, viva el rey, y en su real nombre Cortés, Cortés! ¡Vitoria, vitoria, que muerto es Narváez!» Dejemos este combate; vamos a Cortés y a los demás capitanes que todavía estaban batallando cada uno con los capitanes de Narváez que aún no se hablan dado porquestaban en muy altos cues, y con los tiros que les tiraban nuestros artilleros, y con nuestras voces e muerte de Narváez, y como Cortés era muy avisado, mandó de presto pregonar que todos los de Narváez se vengan luego a someter debajo de la bandera de Su Majestad y de Cortés en su real nombre, so pena de muerte. Y aun con todo esto, no se daban los de Diego Velázquez el Mozo, ni los de Salvatierra, porquestaban en muy altos cues y no los podían entrar, hasta que Gonzalo de Sandoval fue con la mitad de nosotros los que con él estábamos, y con los tiros y con los pregones les entraron, y se prendieron ansí el Salvatierra como los que con él estaban, y al Diego Velázquez el Mozo. Y luego el Sandoval vino con todos nosotros los que fuimos en prender al Narváez a ponelle más en cobro. Y desque Cortés y el Joan Velázquez y el Ordaz tuvieron presos al Salvatierra y al Diego Velázquez el Mozo, o a Gamarra e a Juan Yuste, e a Juan Bono, vizcaíno, e a otras personas principales, se vino Cortés desconoscido, acompañado de nuestros capitanes, adonde teníamos a Narváez, e con el calor que hacía grande, y como estaba cargado con las armas e andaba de una parte a otra apellidando nuestros soldados y haciendo dar pregones, venía muy sudando e cansado, y tal que no le alcanzaba un huelgo a otro; e dijo a Sandoval dos veces, que no lo acertaba a decir del trabajo que traía, y dijo: «¿Qués de Narváez? ¿Qués de Narváez?» Dijo Sandoval: «Aquí está, aquí está, e a muy buen recaudo». Y tornó Cortés a decir muy sin huelgo: «Mira, hijo Sandoval, que nos quitéis dél vos y nuestros compañeros, no se os suelte, mientras yo voy a entender en otras cosas, e mira esos capitanes que con él tenéis presos que en todo haya recaudo». Y luego se fue, y manda dar otros pregones que, so pena de muerte, que todos los de Narváez luego en aquel punto se vengan a someter debajo de la bandera de Su Majestad, y en su real nombre Hernando Cortés, su capitán general y justicia mayor, e que ninguno trajese ningunas armas, sino que todos las diesen y entregasen a nuestros alguaciles. Y todo esto era de noche, que no amanescía, y aun llovía de rato en rato, y entonces salía la luna, que cuando allí llegamos hacía muy escuro y llovía, y también la escuridad ayudó, que como hacia tan escuro había muchos cucuyos, que ansí los llamaban en Cuba, que relumbran de noche, e los de Narváez creyeron que eran mechas descopetas. Dejemos desto y pasemos adelante que como el Narváez estaba muy mal herido y quebrado el ojo, demandó licencia a Sandoval para que un su cirujano que traía en su armada, que se decía maestre Juan, le curase el ojo a él y otros capitanes questaban heridos, y se la dio. Y estándoles curando llegó allí cerca Cortés, disimulando que no le conosciesen, a le ver. Dijéronle al oído al Narváez questaba allí Cortés; e como se lo dijeron dijo el Narváez: «Señor capitán Cortés: tened en mucho esta vitoria que de mí habéis habido, y en tener presa mi persona». Y Cortés le respondió que daba muchas gracias a Dios que se la dio, y por los esforzados caballeros y compañeros que tiene, que fueron parte para ello, e que una de las menores cosas que en la Nueva España ha hecho es prendelle y desbaratalle; que si le ha parescido bien tener atrevimiento de prender a un oidor de Su Majestad. Y desque hobo dicho esto se fue de allí, que no le habló más, y mando a Sandoval que le pusiese buenas guardas y quél no se quitase dél con personas de recaudo. Ya le teníamos echado dos pares de grillos, y le llevamos a un aposento, y puestos soldados que le habíamos de guardar, e a mi me señaló Sandoval por uno de ellos, y secretamente me mandó que no dejase hablar con él a ninguno de los de Narváez hasta que amanesciese, que Cortés le pusiese más en cobro. Dejemos desto y digamos cómo Narváez había enviado cuarenta de a caballo para que nos estuviesen aguardando en el paso cuando viniésemos a su real, como dicho tengo en el capítulo que dello habla, y supimos que andaban todavía en el campo, tuvimos temor no nos viniesen acometer para nos quitar sus capitanes e al mismo Narváez que teníamos presos, y estábamos muy apercebidos. Y acordó Cortés de les enviar a pedir por merced que se viniesen al real, con grandes ofrescimientos que a todos prometió, e para los traer envió a Cristóbal de Olí, que era nuestro maestre de campo, e a Diego de Ordaz, y fueron en unos caballos que tomaron de los de Narváez, que todos los nuestros de caballo no trujeron ningunos, que atados quedaron en un montecillo junto a Cempoal, que no trujimos caballos sino picas y espadas y rodelas y puñales; y fueron al campo con uno, soldado de los de Narváez, que les mostró el rastro por donde habían ido, y se toparon con ellos, y en fin tantas palabras de ofertas y prometimientos les dijeron por parte de Cortés, que los trujeron. Y ciertos caballeros dellos le tenían mala voluntad, y antes que llegasen a nuestro real, que era de día claro, y sin decir cosa ninguna Cortés ni ninguno de nosotros a los atabaleros quel Narváez traía, comenzaron a tocar los atabales e a tañer sus pífanos y tamborinos, y decían: «Viva, viva la gala de los romanos, que, siendo tan pocos, han vencido a Narváez y a sus soldados!» E un negro que se decía Guidela, que fue muy gracioso truhán, que traía el Narváez, daba voces y decía: «Mira que los romanos no han hecho tal hazaña». Y por más que les decíamos que callasen y no tocasen sus atabales, no querían, hasta que Cortés mandó que prendiesen al atabalero, que era medio loco y se decía Tapia. Y en este instante vino Cristóbal de Olí y Diego de Ordaz, y trujeron a los de caballo que dicho tengo, y entre ellos venía Andrés de Duero e Agustín Bermúdez y muchos amigos de nuestro capitán; y ansí como venían iban a besar las manos a Cortés, questaba sentado en una silla de caderas con una ropa larga de color como naranjada, con sus armas debajo, acompañado de nosotros. Pues ver la gracia con que les hablaba y abrazaba, y las palabras de tantos cumplimientos que les decía, era cosa de ver, e qué alegre estaba, y tenía mucha razón, de verse en aquel punto tan señor y pujante. Y ansí como le besaban las manos se fueron cada uno a su posada. Digamos agora de los muertos y heridos que hobo aquella noche. Murió el alférez de Narváez, que se decía Fulano de Fuentes. que era un hidalgo de Sevilla; murió otro capitán de Narváez que se decía Rojas, natural de Castilla la Vieja; murieron otros dos del Narváez; murió uno de los tres soldados que se le habían pasado que habían sido de los nuestros, que llamábamos Alonso García el Carretero; y heridos de los de Narváez hobo muchos. Y también murieron de los nuestros otros cuatro, e hobo más heridos, y el cacique gordo también salió herido, porque como supo que veníamos cerca de Cempoal, se acogió al aposento de Narváez, y allí le hirieron. Y luego Cortés le mandó curar muy bien y le puso en su casa, y que no se le hiciese enojo. Pues Cervantes el Loco, y Escalonilla, que son los que se pasaron al Narváez que habían sido de los nuestros, tampoco libraron bien, quel Escalona salió bien herido, y el Cervantes bien apaleado, e ya he dicho quel Carretero fue muerto. Vamos a los del aposento del Salvatierra, el muy fiero, que dijeron sus soldados que en toda su vida vieron hombre para menos ni tan cortado de muerte. Cuando nos oyó tocar al arma y cuando decíamos «¡Vitoria, vitoria, que muerto es Narváez!», dizque luego dijo questaba muy malo del estómago, e que no fue para cosa ninguna. Esto lo he dicho por sus fieros y bravear. Y de los de su capitanía también hobo heridos. Digamos del aposento del Diego Velázquez y otros capitanes questaban con él que también hobo heridos. Y nuestro capitán Joan Velázquez de León prendió al Diego Velázquez, aquel con quien tuvo las bregas estando comiendo con el Narváez, y le llevó a su aposento y le mandó curar y hacer mucha honra. Pues ya he dado cuenta de todo lo acaescido en nuestra batalla, digamos agora lo que más se hizo.