Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (45 page)

Capítulo CXXIII: Cómo después de desbaratado Narváez según y de la manera que he dicho, vinieron los indios de Chinanta que cortés había enviado a llamar, y de otras cosas que pasaron

Ya he dicho, en el capítulo que dello habla, que Cortés envió a decir a los pueblos de Chinanta, donde trujeron las lanzas e picas, que viniesen dos mill indios dellos con sus lanzas, que son muy más largas que no las nuestras, para nos ayudar, e vinieron aquel mismo día, ya algo tarde, después de preso Narváez, y venían por capitanes los caciques de los mismos pueblos, e uno de nuestros soldados que se decía Barrientos, que había quedado en Chinanta para aquel efeto; y entraron en Cempoal con gran ordenanza, de dos en dos, y como traían las lanzas muy grandes, de buen grosor, y tienen en ellas una braza de cuchilla de pedernales, que cortan tanto como navajas, según ya otras veces he dicho, y traía cada indio una rodela como pavesina, y con sus banderas tendidas y con muchos plumajes y atambores y trompetillas, y entre cada lancero e lancero un flechero, y dando gritos y silbos decían: «¡Viva el rey! ¡Viva el rey nuestro señor, y Hernando Cortés en su real nombre!» Y entraron muy bravosos, que era cosa de notar, y serían mill y quinientos, que parescía, de la manera y concierto que venían, que eran tres mill. Y cuando los de Narváez los vieron se admiraron e diz que dijeron unos a otros que si aquella gente les tomara en medio o entraran con nosotros, qué tal que les parara. Y Cortés habló a los indios capitanes muy amorosamente, agradesciéndoles su venida, y les dio cuentas de Castilla, y les mandó que luego se volviesen a sus pueblos y que por el camino no hiciesen daño a otros pueblos, y tornó a enviar con ellos el mismo Barrientos. Y quedarse ha aquí, e diré lo que más Cortés hizo.

Capítulo CXXIV: Cómo Cortés envió al puerto al capitán Francisco de Lugo, y en su compañía dos soldados que habían sido maestres de navíos, para que luego trujesen allí a Cempoal todos los maestres y pilotos de los navíos y flota de Narváez y que les sacasen las velas y timones e agujas por que no fuesen a dar mandado a la isla de Cuba a Diego Velázquez de lo acaescido, y cómo puso almirante de la mar, y otras cosas que pasaron

Pues acabado de desbaratar al Pánfilo de Narváez e presos él y sus capitanes e a todos los demás tomadas las armas, mandó Cortés al capitán Francisco de Lugo que fuese al puerto adonde estaba la flota de Narváez, que eran diez y ocho navíos, y que mandase venir allí a Cempoal a todos los pilotos y maestres de los navíos, y que les sacasen velas y timones e agujas por que no fuesen a dar mandado a Cuba a Diego Velázquez, e que si no le quisiesen obedescer, que les echase presos. Y llevó consigo el Francisco de Lugo dos de nuestros soldados que habían sido hombres de la mar para que le ayudasen. Y también mandó Cortés que luego le enviasen a un Sancho de Barahona que le tenía preso el Narváez con otros dos soldados. Este Barahona fue vecino de Guatimala, hombre rico, y acuérdome que cuando llegó ante Cortés que venía muy doliente e flaco, y le mandó hacer honra. Volvamos a los maestres y pilotos, que luego vinieron a besar las manos al capitán Cortés, a los cuales tomó juramento que no saldrían de su mandado e que le obedescerían en todo lo que les mandase, y luego les puso por almirante y capitán de la mar a un Pedro Caballero, que había sido maestro de un navío de los de Narváez, persona de quien nuestro Cortés se fió mucho, al cual dicen que le dio primero buenos tejuelos de oro. Y a éste mandó que no dejase ir de aquel puerto ningún navío a parte ninguna, y mandó a todos los demás maestres e pilotos y marineros que todos le obedesciesen, y que si de Cuba enviase Diego Velázquez más navíos, porque tuvo aviso questaban dos navíos para venir, que tuviese manera y aviso que al capitán que en él viniese le echase preso y le sacase el timón e velas y agujas, hasta que otra cosa en ello Cortés mandase; lo cual ansí hizo el Pedro Caballero, como adelante diré. Y dejemos ya los navíos y el puerto seguro y digamos lo que se concertó en nuestro real e los de Narváez; que luego se dio orden que fuese a conquistar y poblar Joan Velázquez de León a lo de Pánuco, y para ello Cortés le señaló ciento y veinte soldados; los ciento habían de ser de los de Narváez y los veinte de los nuestros entremetidos, porque tenían más experiencia en la guerra, y también había de llevar dos navíos, para que desde el río de Pánuco fuesen a descubrir la costa adelante, y también a Diego de Ordaz dio otra capitanía de otros ciento y veinte soldados, para ir a poblar a lo de Guazaqualco y los ciento habían de ser de los Narváez y los veinte de los nuestros, según y de la manera que a Joan Velázquez de León, y había de llevar otros dos navíos para desde el río de Guazaqualco enviar a la isla de Jamaica por ganados de yeguas y becerros y puercos y ovejas y gallinas de Castilla y cabras para multiplicar la tierra, porque la provincia de Guazaqualco era buena para ello. Pues para ir aquellos capitanes con sus soldados y llevar todas sus armas, Cortés les mandó dar y soltar todos los prisioneros, capitanes de Narváez, eceto al Narváez y el Salvatierra, que decía questaba malo del estómago. Pues para dalles todas las armas (algunos de nuestros soldados les teníamos ya tomado caballos y espadas y otras cosas) manda Cortés que luego se las volviésemos, y sobre no dárselas hobo ciertas pláticas enojosas; y fueron que dijimos los soldados que las teníamos, muy claramente, que no se las queríamos dar, pues que en el real de Narváez pregonaron guerra contra nosotros e a ropa franca, e con aquella intención nos venían a prender y tomar lo que teníamos; e que siendo nosotros tan grandes servidores de Su Majestad, nos llamaban traidores, e que no se las queríamos dar. Y Cortés todavía profiaba a que se las diésemos, e como era capitán general, hóbose de hacer lo que mandó, que yo les di un caballo que tenía ya escondido ensillado y enfrenad, y dos espadas, y tres puñales, e una daga, y otros muchos de nuestros soldados dieron también otros caballos e armas. Y como Alonso de Ávila era capitán y persona que osaba decir a Cortés cosas que convenía, e juntamente con él el padre de la Merced, hablaron aparte a Cortés y le dijeron que parescía que quería remedar a Alejandro Macedonio, que después que con sus soldados había hecho alguna gran hazaña, que más procuraba de honrar y hacer mercedes a los que vencía, que no a sus capitanes y soldados, que eran los que le vencían; y esto que lo decían porque lo que vían en aquellos días que allí estábamos después de preso Narváez, que todas las joyas de oro que le presentaban los indios a Cortés, y bastimentos, daba a los capitanes de Narváez, e que como si no nos conosciera ansí nos olvidaba, y que no era bien hecho, sino muy gran ingratitud, habiéndolo puesto en el estado en questaba. A esto respondió Cortés que todo cuanto tenía, ansí persona como bienes, era para nosotros, e que al presente no podía más sino con dádivas y palabras y ofrescimientos dar a los de Narváez, por que, como son muchos e nosotros pocos, no se levanten contra él y contra nosotros y le matasen. A esto respondió el Alonso de Ávila y le dijo ciertas palabras algo soberbias; de tal manera que Cortés le dijo que quien no le quisiese seguir, que las mujeres han parido o paren en Castilla soldados. Y el Alonso de Ávila dijo, con palabras muy soberbias e sin acato, que ansí era verdad, que soldados y capitanes e gobernadores, e que aquello merescíamos que dijese. E como en aquella sazón estaba la cosa de arte que Cortés no podía hacer otra cosa sino callar, y con dádivas y ofertas le atrajo a sí, y como conosció dél ser muy atrevido y tuvo siempre Cortés temor que por ventura un día o otro no hiciese alguna cosa en su daño, disimuló, e dende allí adelante siempre le enviaba a negocios de importancia, como fue a la isla de Santo Domingo, y después a España, cuando enviamos la recámara y tesoro del gran Montezuma que robó Joan Florín, gran cosario francés, lo cual diré en su tiempo y lugar. Y volvamos agora al Narváez e a un negro que traía lleno de viruela, que harto negro fue para la Nueva España, que fue causa que se pegase y hinchiese toda la tierra dellas, de lo cual hobo gran mortandad, que, según decían los indios, jamás tal enfermedad tuvieron, y como no lo conoscían, lavábanse muchas veces, y a esta causa se murieron gran cantidad dellos. Por manera que negra la ventura del Narváez, y más prieta la muerte de tanta gente sin ser cristianos. Dejemos agora todo esto, y digamos cómo los vecinos de la Villa Rica que habían quedado poblados, que no fueron a Méjico, demandaron a Cortés las partes del oro que les cabía, e dijeron a Cortés que puesto que allí les mandó quedar en aquel puerto e villa, que tan bien servían allí a Dios y al rey como los que fuimos a Méjico, pues entendían en guardar la tierra y hacer la fortaleza, y algunos dellos se hallaron en la de Almería, que aun no tenían sanas las heridas, y que todos los más se hallaron en la prisión de Narváez, y que les diesen sus partes. E viendo Cortés que era muy justo, lo que decían, dijo que fuesen dos hombres principales, vecinos de aquella villa, con poder de todos, y que lo tenía apartado e se lo darían. Y parésceme que les dijo que en Tascala estaba guardado, questo no me acuerdo bien; e ansí luego despacharon de aquella villa dos vecinos por el oro e partes, el principal se decía Joan de Alcántara el Viejo. Y dejemos de platicar en ello, y después diremos lo que subcedió al Alcántara e al oro, y digamos cómo la adversa fortuna vuelve de presto su rueda, que a grandes bonanzas y placeres da tristeza, y es que en este instante vienen nuevas que Méjico está alzado, y que Pedro de Alvarado está cercado en su fortaleza y aposento, y que le ponía fuego por dos partes en la misma fortaleza, y que le han muerto siete soldados, y questaban otros muchos heridos, y enviaba a demandar socorro con mucha instancia y priesa. Y esta nueva trajeron dos tascaltecas sin carta ninguna, y luego vino una carta con otros tascaltecas que envió el Pedro de Alvarado, en que decía lo mismo. Y desque aquella tan mala nueva oímos, sabe Dios cuánto nos pesó, y a grandes jornadas comenzamos a marchar para Méjico; y quedó preso en la Villa Rica el Narváez e el Salvatierra, y por teniente y capitán parésceme que quedó Rodrigo Rangel, que tuviese cargo de guardar al Narváez y de recoger muchos de los de Narváez questaban dolientes. Y también en este instante ya que queríamos partir, vinieron cuatro grandes principales, que envió el gran Montezuma ante Cortés, a quejarse del Pedro de Alvarado, y lo que dijeron llorando muchas lágrimas de sus ojos, que Pedro de Alvarado salió de su aposento con todos los soldados que le dejó Cortés, y sin causa ninguna dio en sus principales y caciques questaban bailando y haciendo fiesta a sus ídolos Huichilobos y Tezcatepuca, con licencia que para ello les dio el Pedro de Alvarado, e que mató e hirió muchos dellos, y que por se defender le mataron seis de sus soldados; por manera que daban muchas quejas del Pedro de Alvarado. Y Cortés les respondió a los mensajeros algo desabrido e quél iría a Méjico y pornía remedio en todo y ansí fueron con aquella respuesta a su gran Montezuma; y diz que lo sintió por muy mala, y hobo enojo della. Y ansimismo luego despachó Cortés cartas para Pedro de Alvarado, en que le envió a decir que mirase quel Montezuma no se soltase, e que íbamos a grandes jornadas, y le hizo saber de la vitoria que habíamos habido contra Narváez, lo cual ya sabía el gran Montezuma. Y dejallo he aquí, y diré lo que más adelante pasó.

Capítulo CXXV: Cómo fuimos a grandes jornadas ansí Cortés como todos sus capitanes y todos los de Narváez, eceto Pánfilo de Narváez y el Salvatierra, que quedaban presos

Como llegó la nueva por mí memorada cómo Pedro de Alvarado estaba cercado y Méjico rebelde, cesaron las capitanías que habían de ir a poblar a Pánuco e a Guazaqualco, que habían dado a Joan Velázquez de León y a Diego de Ordaz, que no fue ninguno dellos, que todos fueron con nosotros. Y Cortés habló a los de Narváez, que sintió que no irían con nosotros de buena voluntad a hacer aquel socorro, y les rogó que dejasen atrás enemistades pasadas por lo de Narváez, ofresciéndoseles de hacerlos ricos y dalles cargos, y pues venían a buscar la vida y estaban en tierras donde podrían hacer servicio a Dios y a Su Majestad y enriquecer, y pues que agora venía lance. Y tantas palabras les dijo, que todos a una se le ofrescieron que irían con nosotros; y si supieran las fuerzas de Méjico, cierto está que no fuera ninguno. Y luego caminamos a muy grandes jornadas hasta llegar a Tascala, donde supimos que hasta que Montezuma y sus capitanes habían sabido cómo habíamos desbaratado a Narváez, no dejaron de dar guerra, y le habían ya muerto siete soldados, y le quemaron los aposentos, y que desque supieron nuestra vitoria cesaron de dalle guerra; mas dijeron questaban muy fatigados por falta de agua y bastimento; el cual bastimento nunca se lo había mandado dar el Montezuma. Y esta nueva trujeron indios de Tascala en aquella misma hora que hobimos llegado. Y luego Cortés mandó hacer alarde de la gente que llevaba, y halló sobre mill y trecientos soldados, ansí de los nuestros como de los de Narváez. y sobre noventa y seis caballos, y ochenta ballesteros, y otros tantos escopeteros, con los cuales le paresció a Cortés que llevaba gente para poder entrar muy a nuestro salvo en Méjico; y demás desto, en Tascala nos dieron los caciques dos mill indios de guerra. Y luego fuimos a grandes jornadas hasta Tezcuco, ques una gran ciudad; y no se nos hizo honra ninguna en ella, ni paresció ningún señor, sino todo muy remontado y de mal arte. Y llegamos a Méjico día de señor San Joan de junio de mill e quinientos y veinte años, y no parescían por las calles caciques ni capitanes, ni indios conoscidos, sino todas las casas despobladas. Y como llegamos a los aposentos en que solíamos posar, el gran Montezuma salió al patio para hablar y abrazar a Cortés y dalle el buen venido, y de la vitoria con Narváez. Y Cortés, como venía vitorioso, no le quiso oír, y el Montezuma se entró en su aposento muy triste y pensativo. Pues ya aposentados cada uno de nosotros donde solíamos estar antes que saliésemos de Méjico para ir a lo de Narváez, y los de Narváez en otros aposentos, e ya habíamos visto e hablado con el Pedro de Alvarado y los soldados que con él quedaron, y ellos nos daban cuenta de las guerras que los mejicanos les daban y trabajo en que les tenían puesto, y nosotros les dábamos relación de la vitoria contra Narváez. Y dejaré esto, y diré cómo Cortés procuró saber qué fue la causa de se levantar Méjico porque bien entendido teníamos que Montezuma le pesó dello, que si le plugiera o fuera por su consejo, dijeron muchos soldados de los que se quedaron con Pedro de Alvarado en aquellos trances, que si el Montezuma fuera en ello, que a todos les mataran, y que Montezuma los aplacaba que cesasen la guerra. Y lo que contaba el Pedro de Alvarado a Cortés, sobre el caso era que por libertar los mejicanos al Montezuma, e porque su Huichilobos se lo mandó, porque pusimos en su casa la imagen de Nuestra Señora la Virgen Santa María y la cruz; y más dijo que habían llegado muchos indios a quitar la santa imagen del altar donde la pusimos, y que no pudieron, e que los indios lo tuvieron a gran milagro y que se lo dijeron al Montezuma, e que les mandó que la dejasen en el mismo lugar y altar y que no curasen de hacer otra cosa, y ansí la dejaron. Y más dijo el Pedro de Alvarado que por lo quel Narváez les había enviado a decir al Montezuma que le venía a soltar de las prisiones e a prendernos, y no salió verdad, e como Cortés había dicho al Montezuma que en teniendo navíos nos habíamos de ir a embarcar y salir de toda la tierra, e que no nos íbamos, e que todo eran palabras, e que agora había visto venir muchos más teules, antes que todos los de Narváez e los nuestros tornásemos a entrar en Méjico, que seria bien matar al Pedro de Alvarado y a sus soldados y soltar al gran Montezuma, y después no quedar la vida a ninguno de los nuestros e de los de Narváez, cuando más que tuvieron por cierto que nos vencería el Narváez y sus soldados. Estas pláticas y descargo dio Pedro de Alvarado a Cortés. Y le tornó a decir Cortés que a qué causa les fue a dar guerra estando bailando y haciendo sus fiestas. Y respondió que sabía muy ciertamente que en acabando las fiestas y bailes y sacrificios que hacían a su Huichilobos y a Tezcatepuca, que luego le habían de venir a dar guerra, según el concierto tenían entre ellos hecho; y todo lo demás, que lo supo de un papa y de dos principales y de otros mejicanos. E Cortés le dijo: «Pues hanme dicho que le demandaron licencia para hacer el areito y bailes». Dijo que ansí era verdad, que fue por tomarles descuidados; e que por que temiesen y no viniesen a dalle guerra, que por esto se adelantó a dar en ellos. Y desque aquello Cortés le oyó, le dijo muy enojado que era muy mal hecho e gran desatino
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, e que plugiera a Dios quel Montezuma se hobiera soltado e que tal cosa no la oyera a sus ídolos. E ansí le dijo que no le habló más en ello. También
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dijo el mismo Pedro de Alvarado que cuando andaba con ellos en aquella guerra que mandó poner a un tiro que estaba cebado, fuego, el cual tenía una pelota e muchos perdigones, e que como venían muchos escuadrones de indios a le quemar los aposentos, que salió a pelear con ellos e que mandó poner fuego al tiro, e que no salió, y desque hizo una arremetida contra los escuadrones que le daban guerra, y cargaban muchos indios sobrél, que venía retrayéndose a la fuerza e aposento, e que entonces sin poner fuego al tiro salió la pelota y los perdigones, y mató muchos indios, y que si aquello no acaesciera, que los enemigos les mataran a todos, como en aquella vez les llevaron dos de sus soldados vivos. Otra cosa dijo el Pedro de Alvarado, y esta sola cosa la dijeron otros soldados, que las demás pláticas sólo el Pedro de Alvarado lo contaba; y es que no tenían agua para beber, y cavaron en el patio, e hicieron un pozo y sacaron agua dulce, siendo todo salado también; todo fue muchos bienes que Nuestro Señor Dios nos hacía. E a esto del agua digo yo que en Méjico estaba una fuente que muchas veces e todas las más manaba agua
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. Estas cosas, y otras, sé decir que lo oí a personas de fe y creer, que se hallaron con el Pedro de Alvarado cuando aquello pasó. Y dejallo he aquí, y diré la gran guerra que luego nos dieron, y es desta manera.

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