Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (49 page)

no los romanos. También dice el mesmo Gomara que Cortés mandó matar secretamente a Xicotenga el Mozo en Tascala por las traiciones que andaba concertando para nos matar, como atrás he dicho. No pasó ansí como dice; que donde le mandó ahorcar fue en un pueblo junto a Tezcuco, como adelante diré, y también dice este coronista que iban tantos mill millares de indios con nosotros a las entradas, que no tiene cuenta ni razón en tantos como pone, y también dice de las ciudades y pueblos y poblazones que eran tantos millares de casas no siendo la quinta parte, que si se suma todo lo que pone en su historia, son más millones de hombres que en todo el Universo están poblados, y eso se le da poner ocho mill que ochenta mill, y en esto se jactancia, creyendo que va muy apacible su historia a los oyentes, no diciendo lo que pasa. Miren los curiosos letores cuánto va de la verdad a la mentira
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, a esta mi relación en decir letra por letra lo acaescido, y no miren la retórica y ornato, que ya cosa vista es ques más apacible que no ésta tan grosera, mas resiste la verdad a mi mala plática y pulidez de retórica con que ha escrito. Dejemos ya de contar y traer a la memoria los borrones declarados y cómo yo soy más obligado a decir la verdad de todo lo que pasa que no a lisonjas, y demás de los cuentos porque ha escrito, ha dado ocasión que el doctor Illescas e Pablo Jovio sigan sus palabras. Volvamos a nuestra historia y digamos cómo acordamos ir sobre Tepeaca. y lo que pasé en la entrada diré adelante.

Capítulo CXXX: Cómo fuimos a la provincia de Tepeaca y lo que en ella hicimos, y otras cosas que pasaron

Como Cortés había demandado a los caciques de Tascala, ya por mí otras veces nombrados, cinco mill hombres de guerra para ir a correr y castigar los pueblos a donde habían muerto españoles, que era a Tepeaca y Cachula y Tecamachalco, que estaría de Tascala seis o siete leguas, de muy entera voluntad tenían aparejados hasta cuatro mill indios, porque si mucha voluntad teníamos nosotros de ir aquellos pueblos, mucha más gana tenía el Mascescatzi e Xicotenga el Viejo de los dar, porque les habían venido a robar unas estancias tenían voluntad de enviar gente sobrellos y la causa es ésta: Porque como los mejicanos nos echaron de Méjico, según y de la manera que dicho tengo en los capítulos pasados que sobrello hablan, y supieron que en Tascala nos habíamos recogido; e tuvieron por cierto que estando sanos que habíamos de venir con el poder de Tascala a correlle las tierras de los pueblos que más cercanos confinan con Tascala, y a este efeto enviaron a todas las provincias a donde sentían que habíamos de ir muchos escuadrones mejicanos que estuviesen en guarda y guarniciones, y en Tepeaca estaba la mayor guarnición dellos, lo cual supo el Mascescatzi y el Xicontenga, y aun se ternían dellos. Pues ya que todos estábamos a punto, comenzamos a caminar, e en aquella jornada no llevamos artillería, ni escopetas, porque todo quedó en las puentes, e ya que algunas escaparon, no terníamos pólvora; y fuimos con diez y siete caballos y seis ballestas e cuatrocientos y veinte soldados, los más de espada y rodela, y con obra de dos mill
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amigos de Tascala, y el bastimento para un día, porque las tierras adonde íbamos eran muy pobladas y bien bastecidas de maíz e gallinas y perrillos de la tierra; y, como lo teníamos de costumbre, nuestros corredores del campo adelante, y con muy bien concierto fuimos a dormir obra de tres leguas de Tepeaca, e ya tenían alzado todo el fardaje de las estancias y poblazón por donde pasábamos, porque muy bien tuvieron noticia cómo íbamos a su pueblo, e porque ninguna cosa hiciesemos sino por buena orden y justificadamente, Cortés les envió a decir con seis indios de su pueblo de Tepeaca, que habíamos tornado en aquellas estancias, que para aquel efeto los prendimos, e con cuatro sus mujeres, cómo íbamos a su pueblo a saber e inquirir quién y cuántos se hallaron en la muerte de más de diez y seis españoles, que mataron sin causa ninguna, viniendo de camino para Méjico, y también veníamos a saber a qué causa venían agora nuevamente muchos escuadrones mejicanos que con ellos habían ido a robar y saltear unas estancias de Tascala, nuestros amigos; que les ruegan que luego vengan de paz a donde estábamos para ser nuestros amigos, y que despidan de su pueblo a los mejicanos; si no, que iremos contra ellos como rebeldes y matadores y salteadores de caminos, les castigaría a fuego a sangre, y los daría por esclavos. Y como fueron aquellos seis indios y cuatro mujeres del mismo pueblo, si muy fieras palabras les enviarnos a decir, mucho más bravosa nos dieron la respuesta con los mismos seis indios y dos mejicanos que venían con ellos, porque bien conocido tenían de nosotros que a ningunos mensajeros que nos enviaban hacíamos demasía, sino antes dalles algunas cuentas por atraerles; y con estos que enviaron los de Tepeaca fueron las palabras bravosas dichas por los capitanes mejicanos, como estaban vitoriosos de lo de las puentes de Méjico, y Cortés les mandó dar a cada mensajero una manta, y con ellos les torné a requerir que viniesen a le ver y hablar; que no hobiesen miedo, e que pues ya los españoles que habían muerto no los podían dar vivos, que vengan ellos de paz e se les perdonará los muertos que mataron; y sobrello se les escribió una carta, y aunque sabíamos que no la habían de entender, sino como vían papel de Castilla, tenían por cierto que era cosa de mandamiento; e rogó a los dos mejicanos que venían con los de Tepeaca con los mensajes, que volviesen a traer la respuesta, y volvieron, y lo que dijeron era que no pasásemos adelante e que nos volviésemos por donde veníamos; si no, que otro día pensaban tener buenas hartazgas con nuestros cuerpos, mayores que las de Méjico y sus puentes e la de Otumba. Y desque aquello vio Cortés, comunicólo con nuestros capitanes y soldados, y fue acordado que se hiciese un auto por escribano que diese fe de todo lo pasado e que se diesen por esclavos a todos los aliados de Méjico que hobiesen muerto españoles, porque habiendo dado la obidiencia a Su Majestad se levantaron y mataron sobre de ochocientos y sesenta de los nuestros, e sesenta caballos, e a los demás pueblos por salteadores de caminos e matadores de hombres. Hecho este auto, envióseles a hacer saber, amonestándoles e requiriendo con la paz, y ellos tomaron a decir que si luego no nos volvíamos, que saldrían a nos matar, y se apercibieron para ello, y nosotros lo mismo. Al otro día tuvimos en un llano una buena batalla con los mejicanos y tepeaqueños, e como el campo era labranzas de maíz e magueyales, puesto que peleaban bravosamente los mejicanos, presto fueron desbaratados por los de caballo, y los que no los teníamos no estábamos despacio; pues ver a nuestros amigos los de Tascala tan animosos cómo peleaban con ellos y les siguieron el alcance. Allí hobo muertos de los mejicanos y de Tepeaca muchos, y de nuestros amigos los de Tascala, tres, e hirieron dos caballos, el uno se murió, y también hirieron dos de nuestros soldados, mas no de arte que peligre ninguno. Pues seguidamente la vitoria allegáronse muchas indias e muchachos que se tomaron por los campos y casas, que hombres no curábamos e ellos, que los tascaltecas los llevaban por esclavos. Pues como los de Tepeaca vieron que el bravear que hacían los mexicanos que tenían en su pueblo y guarnición eran desbaratados, y ellos juntamente con ellos, acordaron que, sin decilles cosa ninguna, venir adonde estábamos, y los recibimos de paz, y dieron la obidiencia a Su Majestad, y echaron los mejicanos de sus casas, y nos fuimos al pueblo de Tepeaca, adonde se fundó una villa que se nombré la villa de Segura de la Frontera, porque estaba en el camino de la Villa Rica y en una buena comarca e buenos pueblos sujetos a Méjico, y había mucho maíz, y teníamos a guardar la raya a nuestros amigos los de Tascala. Y allí se nombraron alcaldes y regidores y se dio orden cómo se corriese los rededores sujetos a Méjico, en especial los pueblos adonde habían muerto a españoles, y allí se hizo el hierro con que se hablan de herrar los que se tomaban por esclavos, que era una J, que quiere decir guerra, y desde la villa de Segura de la Frontera corríamos los rededores, que fue Cachula y Tecamachalco, e el pueblo de las Guayavas y otros pueblos que no se me acuerda el nombre; y en los de Cachula fue adonde habían muerto en los aposentos quince españoles, y en este de Cachula hobimos muchos esclavos. De manera que en obra de cuarenta días tuvimos aquellos pueblos muy pacíficos y castigados. Y en aquella sazón habían alzado en Méjico otro señor, porque el señor que nos echó de Méjico era fallescido de viruelas, y al señor que hicieron era un sobrino o pariente muy cercano de Montezuma, que se decía Guatemuz, mancebo de hasta veinte y cinco años, bien gentilhombre para ser indio, y muy esforzado, y se hizo temer de tal manera, que todos los suyos temblaban dél; y era casado con una hija del Montezuma bien hermosa mujer para ser india. Y como este Guatemuz, señor de Méjico, supo cómo habíamos desbaratado los escuadrones mejicanos que estaban en Tepeaca, y que habían dado la obidiencia a Su Majestad y nos servían y daban de comer, y estábamos allí poblados, y temió que les correríamos lo de Guaxaca y otras provincias y a todos los atraeríamos a nuestra amistad, envió sus mensajeros por todos los pueblos para que estuviesen muy alerta con todas sus armas, y a los caciques les daba joyas de oro, y a otros perdonaba los tributos, y sobre todo mandaba ir muy grandes capitanías y guarniciones de gente de guerra para que mirasen no nos entrásemos en sus tierras, y les enviaba a decir que peleasen muy reciamente con nosotros, no les acaesciese como con lo de Tepeaca e Cachula e Tecamachalco, que todos les habíamos hecho esclavos. Y adonde más gente de guerra envió fue a Guacachula e a Ozucar, que está de Tepeaca, adonde estaba nuestra villa, doce leguas. Para que bien se entiendan los nombres de estos pueblos, un nombre es Cachula, otro nombre es Guacachula. Y dejaré de contar lo que en Guacachula se hizo hasta su tiempo y lugar, y diré cómo en aquel instante vinieron de la Villa Rica mensajeros, cómo había venido un navío de Cuba y ciertos soldados en él.

Capítulo CXXXI: Como vino un navío de Cuba que enviaba Diego Velázquez, e venía en él por capitán Pedro Barba, y la manera quel almirante que puso nuestro Cortés por guarda de la mar tenía para los prender, y es desta manera

Pues como andábamos en aquella provincia de Tepeaca castigando a los que fueron en la muerte de nuestros compañeros, que fueron los que mataron en aquellos pueblos, e atrayéndolos de paz, y todos daban la obidiencia a Su Majestad, vinieron cartas de la Villa Rica cómo había venido un navío al puerto; e vino en él por capitán un hidalgo que se decía Pedro Barba, muy amigo de Cortés, y este Pedro Barba había estado por teniente del Diego Velázquez en la Habana y traía trece soldados y un caballo y una yegua, porque el navío que traía era muy chico, y traía cartas para Pánfilo de Narváez, el capitán que Diego Velázquez había enviado contra nosotros, creyendo queestaba por él la Nueva España, en que le enviaba a decir el Velázquez que si no había muerto a Cortés, que luego se le enviase a Cuba preso, para envialle a Castilla, que ansí lo mandaba don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos e arzobispo de Rosano, presidente de Indias, que luego fuese preso con otros nuestros capitanes, porquel Diego Velázquez tenía por cierto que éramos desbaratados, o al de menos que Narváez señoreaba la Nueva España. Pues como el Pedro Barba llegó al puerto con su navío y echó anclas, luego le fue a visitar y dar el bien venido al almirante de la mar que puso Cortés, el cual se decía Pedro Caballero o Juan Caballero, por mi memorado, que estaba por Cortés, con un batel bien esquifado de marineros y armas encubiertas; e fue al navío del Pedro Barba, y después de hablar palabras d e buen comedimento «¿Qué tal viene vuestra merced?» e quitar las gorras y abrazarse unos a otros como se suele hacer, preguntan al Pedro Escudero por el señor Diego Velázquez, gobernador de Cuba, qué tal quedaba, y responde el Pedro Barba que bueno; y el Pedro Barba y los demás que consigo traían preguntan por el señor capitán Pánfilo de Narváez y cómo le va con Cortés, y responden que muy bien, e que Cortés anda huyendo e alzado con veinte de sus compañeros, e que Narváez está muy próspero e rico, y que la tierra es muy buena, y e plática en plática le dicen al Pedro Barba que allí junto está un pueblo, que desembarque e que se vayan a dormir y estar en él, e que les traerán comida, e lo que hobiere menester, que para sólo aquel efeto está señalado aquel pueblo; e tantas palabras les dicen, que en el batel e en otros que luego allí venían de los otros navíos questaban surtos, les sacaron en tierra. Y desque los vieron fuera del navío, ya tenía copia de marineros juntos con el almirante, Pedro Caballero, y dijeron al Pedro Barba: «Sed preso por el señor capitán Hernando Cortés, mi señor». Y ansí los prendían, y quedaban espantados; y luego les sacaban del navío las velas y timón y agujas y las enviaban adonde estábamos con Cortés en Tepeaca, con los cuales habíamos gran placer con el socorro que venía en el mejor tiempo que podía ser; porque en aquellas entradas que he dicho que hacíamos, no eran tan en salvo que muchos de nuestros soldados no quedábamos heridos, y otros adolecían del trabajo, porque de sangre y polvo questaba cuajado en las entrañas no echábamos otra cosa del cuerpo por la boca, como traíamos siempre las armas a cuestas, y no parar noches ni días; por manera que ya se habían muerto cinco de nuestros soldados de dolor de costado en obra de quince días. También quiero decir que con este Pedro Barba vino un Franciscano López, vecino y regidor que fue de Guatimala. Y Cortés hacia mucha honra a Pedro Barba, y le hizo capitán de ballesteros, el cual dio nuevas questaba otro navío chico en Cuba que le quería enviar el Diego Velázquez con cazabi y bastimentos, el cual vino dende a ocho días, y venía en él por capitán un hidalgo natural de Medina del Campo, que se decía Rodrigo Morejón de Lobera, y traía consigo ocho soldados y seis ballestas y mucho hilo para cuerdas, e una yegua. E ni más ni menos que habían prendido al Pedro Barba ansí hicieron a este Rodrigo Morejón; y luego fueron a Segura de la Frontera, y con todos ellos nos alegramos. Y Cortés les hacía mucha honra y les daba cargos, y gracias a Dios ya nos íbamos fortalesciendo con soldados y ballestas, y dos o tres caballos más. Y dejallo he aquí, y volveré a decir lo que en Guacachula hacían los ejércitos mejicanos, questaban en frontera, y cómo los caciques de aquel pueblo vinieron secretamente a demandar favor a Cortés para echallos de allí.

Capítulo CXXXII: Cómo los indios de Guacachula vinieron a demandar favor a Cortés sobre que los ejércitos mejicanos los trataban mal y los robaban, y lo que sobrello se hizo

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