Read Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España Online
Authors: Bernal Díaz del Castillo
Como llegaron a Tascala los mensajeros que enviamos a tratar de las paces, les hallaron questaban en consulta los dos más principales caciques, que se decían Maseescasi y Xicotenga el Viejo, padre del capitán general, que también se decía Xicotenga, otras muchas veces por mí memorado. Y desque les oyeron su embajada estuvieron suspensos un rato, que no hablaron, y quiso Dios quespiró en los pensamientos que hiciesen paces con nosotros. Y luego enviaron a llamar a todos los más caciques y capitanes que había en sus poblazones ya los de una provincia questá junto con ellos, que se dice Huexocingo, queran sus amigos y confederados; y todos juntos en aquel pueblo que estaban, que era cabecera, les hizo Maseescasi y el viejo Xicotenga, que eran bien entendidos, un razonamiento, casi que fue desta manera, según después se entendió, aunque no las palabras formales: «Hermanos y amigos nuestros: Ya habéis visto cuántas veces esos teules que están en el campo esperando guerras nos han enviado mensajeros a demandar paz, y dicen que nos vienen a ayudar y tener el lugar de hermanos, y ansimismo habéis visto cuántas veces han llevado presos muchos de nuestros vasallos, que nos les hacen mal, y luego los sueltan. Bien veis cómo les hemos dado guerra tres veces con todos nuestros poderes, ansí de día como de noche, y no han sido vencidos, y ellos nos han muerto en los combates que les hemos dado muchas de nuestras gentes e hijos y parientes y capitanes. Agora de nuevo vuelven a demandar paz, y los de Cempoal que traen en su compañía dicen que son contrarios de Montezuma y sus mejicanos, y que les han mandado que no le den tributo los pueblos de la sierra totonaques, ni los de Cempoal; pues bien se os acordará que los mejicanos nos dan guerra cada año, de más de cient años a esta parte, y bien veis questamos en estas nuestras tierras como acorralados, que no osamos salir a buscar sal, ni aun la comemos, ni aun algodón, que pocas mantas dello traemos, pues si salen o han salido algunos de los nuestros a la buscar, pocos vuelven con las vidas, questos traidores mejicanos y sus confederados nos los matan y hacen esclavos. Ya nuestros tacalnaguas y adivinos y papas nos han dicho lo que sienten de las personas destos teules, y que son esforzados; lo que me paresce es que procuremos de tener amistad con ellos, y si no fueren hombres, sino teules, de una manera o de otra les hagamos buena compañía; y luego vayan cuatro de nuestros principales y les lleven muy bien de comer; y mostrémosles amor y paz, por que nos ayuden y defiendan de nuestros enemigos, y traigámosles aquí luego con nosotros, y démosles mujeres para que de su generación tengamos parientes, pues, según dicen los embajadores que nos envían a tratar las paces, que traen mujeres entrellos». Y desque oyeron este razonamiento todos los caciques y principales, les paresció bien y dijeron que era cosa acertada, y que luego vayan a entender en las paces, y que se le envíe a hacer saber a su capitán Xicotenga y a los demás capitanes que consigo tiene para que luego se vengan sin dar más guerras, y les digan que ya tenemos hechas paces; y enviaron luego mensajeros sobrello. Y el capitán Xicotenga el Mozo no lo quiso escuchar a los cuatro principales, y mostró tener enojo y los trató mal de palabras, y que no estaba por las paces; y dijo que ya había muerto muchos teules, y la yegua, y que él quería dar otra noche sobre nosotros y acabarnos de vencer y matar. La cual respuesta desque la oyó su padre Xicotenga el Viejo, y Maseescasi y los demás caciques se enojaron de manera que luego enviaron a mandar a los capitanes y a todo su ejército que no fuesen con el Xicotenga a nos dar guerra, ni en tal caso le obedeciesen en cosa que les mandase, si no fuese para hacer paces; y tampoco lo quiso obedescer. Y desque vieron la desobidiencia de su capitán, luego enviaron los cuatro principales que otra vez les habían mandado, que viniesen a nuestro real y trujesen bastimento y para tratar las paces en nombre de toda Tascala y Guaxocingo, y los cuatro viejos, por temor de Xicotenga el Mozo, no vinieron en aquella sazón. Y porque en un estante acaescen dos y tres cosas, ansí en nuestro real como en este tratar de paces, y por fuerza tengo de tomar entre manos lo que más viene al propósito, dejaré de hablar en los cuatro indios principales que envían a tratar las paces, que aún no han venido por temor de Xicotenga. En este tiempo fuimos con Cortés a un pueblo junto a nuestro real, y lo que pasó diré adelante.
Como había dos días questábamos sin hacer cosas que de contar sea, fue acordado, y aun aconsejamos a Cortés, que un pueblo questaba obra de una legua de nuestro real, que le habíamos enviado a llamar de paz y no venía, que fuésemos una noche y diésemos sobrél, no para hacelles mal, digo matalles, ni herilles, ni traellos presos, mas de traer comida y atemorizalles o hablalles de paz, según viésemos lo que ellos hacían; y dícese este pueblo Cumpancingo, y era cabecera de muchos pueblos chicos, y era sujeto el pueblo donde estábamos, allí adonde teníamos nuestro real, Tecoadcumpancingo, que todo alrededor estaba muy poblado. Por manera que una noche al cuarto de la modorra, madrugamos para ir aquel pueblo con seis de caballo, de los mejores, y con los más sanos soldados y con diez ballesteros y ocho escopeteros, y Cortés por nuestro capitán, puesto que tenía calenturas o tercianas, y dejamos el mejor recaudo que podíamos en el real. Antes que amanesciese con dos horas comenzamos a caminar, y hacía un viento tan frío aquella mañana, que venía de la sierra nevada, que nos hacía temblar o tiritar, y bien lo sintieron los caballos que llevábamos, porque dos dellos se atortonaron e estaban temblando, de lo cual nos pesó, creyendo no se muriesen. Y Cortés los mandó que se volviesen al real los caballeros dueños cúyos eran a curar dellos; y como estaba cerca el pueblo, llegamos antes que fuese de día. Y desque nos sintieron los naturales dél fuéronse huyendo de sus casas, dando voces unos a otros que se guardasen de los teules, que les íbamos a matar, que no se aguardaban padres a hijos. Y desque aquello vimos hicimos alto en un patio hasta que fue de día, que no se les hizo ningún daño. Y desque unos papas questaban en unos cues y otros viejos principales vieron questábamos allí sin les hacer enojo ninguno, vienen a Cortés y le dicen que les perdone porque no han ido a nuestro real de paz ni llevar de comer cuando los enviamos a llamar, y la causa ha sido que el capitán Xicotenga, questá de allí muy cerca, se lo ha enviado a decir que no lo den, y porque de aquel pueblo y otros muchos le bastecen su real, e que tiene consigo los hombres de guerra hijos de aquel pueblo y de toda la tierra de Tascala. Y Cortés les dijo con nuestras lenguas, doña Marina y Aguilar, que siempre iban con nosotros a cualquiera entrada que íbamos, y aunque fuese de noche, que no hobiesen miedo, que luego fuesen a decir a sus caciques a la cabecera que vengan de paz, porque la guerra es mala para ellos. Y envió aquestos papas porque de los otros mensajeros que habíamos enviado aún no teníamos respuesta ninguna de los por mí memorado sobre que enviaban a tratar las paces a los caciques de Tascala con los cuatro principales, que no habían venido en aquella sazón. Y aquellos papas de aquel pueblo buscaron de presto sobre cuarenta gallinas y gallos y dos indias para moler tortillas, y las trujeron. Y Cortes se lo agradesció y mandó que luego lo llevasen veinte indios de aquel pueblo a nuestro real, y sin temor ninguno fueron con el bastimento y se estuvieron en el real hasta la tarde, y se les dio contezuelas, con que volvieron muy contentos a su casa, e a todas aquellas caserías nuestros vecinos decían que éramos buenos, que no les enojábamos, y aquellos papas y viejos se lo hicieron saber al capitán Xicotenga cómo habían dado la comida y las indias, y riñó mucho con ellos, y fueron luego a la cabecera y hacello saber a los caciques viejos , y desque lo supieron que no les hacíamos mal ninguno, y aunque pudiéramos matalles aquella noche muchos de sus gentes, y les enviamos a demandar paces, se holgaron y les mandaron que cada día nos trajesen todo lo que hobiésernos menester, y tornaron otra vez a mandar a los cuatro principales que otras veces les encargaron las paces que luego en aquel instante fuesen a nuestro real y llevasen toda la comida que les mandaba. Y ansí nos volvimos luego a nuestro real con el bastimento e indias y muy contentos. E quedarme aquí, y diré lo que pasó en el real entre tanto que habíamos ido aquel pueblo.
Vueltos de Cinpancingo, que ansí se dice, con los bastimentos y muy contentos en dejallos de paz, hallamos en el real corrillos y pláticas sobre los grandísimos peligros en que cada día estábamos en aquella guerra. Y desque hobimos llegado avivaron más la plática, y los que más en ello hablaban e asistían eran los que en la isla de Cuba dejaban sus casas y repartimientos de indios. Y juntáronse hasta siete dellos, que aquí no quiero nombrar por su honor, y fueron al rancho y aposento de Cortés; y uno dellos, que habló por todos, que tenía buena expresiva, y aun tenía bien en la memoria lo que había de proponer, dijo, como a manera de aconsejarle a Cortés, que mirase cuál andábamos, malamente heridos y flacos, y corridos, y los grandes trabajos que teníamos, ansí de noche, con velas y con espias y rondas y corredores del campo, como de día e de noche peleando, y, por la cuenta que han echado, que desque salimos de Cuba faltaban ya sobre cincuenta cinco compañeros, y que no sabemos de los de la Villa Rica que dejamos poblados, e que pues Dios nos había dado vitoria en las batallas y reencuentros desque venimos de Cuba e en aquella provincia habíamos habido, y con su gran misericordia nos sostenía, e que no le debíamos tentar tantas veces, e que no quiera ser peor que Pedro Carbonero, que nos había metido en parte que no se esperaba sino que un día o otro habíamos de ser sacrificados a los ídolos, lo cual plega a Dios tal no permita, e que sería bien volver a nuestra villa y que en la fortaleza que hecimos y entre los pueblos de los totonaques, nuestros amigos, nos estaríamos hasta que hiciésemos un navío que fuese a dar mandado a Diego Velázquez y a otras partes e islas para que nos enviasen socorros e ayudas, y que agora fueran buenos los navíos que dimos con todos al través, o que se quedaran siquiera dos para nescesidad, si se ocurriese, y que sin dalles parte dello ni de cosa ninguna, por consejo de quien no saben considerar las cosas de fortuna, mandó dar con todos al través, y que plega a Dios quél ni los que tal consejo le dieron no se arrepientan dello, y que ya no podíamos sufrir la carga, cuanto más muchas sobrecargas, y que andábamos peores que bestias, porque a las bestias desque han hecho sus jornadas les quitan las albardas y les dan de comer, y reposan, y que nosotros de día y de noche siempre andábamos cargados de armas y calzados; y más le dijeron: que mirase en todas las historias, ansí de romanos como las de Alejandro, ni de otros capitanes de los muy nombrados que en el mundo habido, no se atrevió a dar con los navíos al través, y con tan poca gente meterse en tan grandes poblazones y de muchos guerreros, como él ha hecho, y que paresce que es homecilla de su muerte y de todos nosotros, e que quiera conservar su vida y las nuestras, e que luego nos volviésemos a la Villa Rica, pues estaba de paz la tierra, y que no se lo habían dicho hasta entonces porque no han visto tiempo para ello por los muchos guerreros que teníamos cada día por delante y en los lados, pues ya no tornaban de nuevo, lo cual creían que se volverían, pues Xicotenga, con su gran poder, no nos ha venido a buscar aquellos tres días pasados, que debe estar allegando gente, y que no deberíamos aguardar otra como las pasadas; y le dijeron otras cosas sobre el caso. E viendo Cortés que se lo decían algo como soberbios, puesto que iban a manera de consejo, les respondió muy mansamente, y dijo que bien conoscido tenía muchas cosas de las que habían dicho, e que a lo que ha visto y tiene creído, que en el universo hobiese otros españoles más fuertes ni con tanto ánimo hayan peleado y pasado tan excesivos trabajos como éramos nosotros, e que andar con las armas a la contina a cuestas, y velas y rondas y fríos, que si ansí no lo hobiéramos hecho, ya fuéramos perdidos, y por salvar nuestras vidas que aquellos trabajos y otros mayores habíamos de tomar; e dijo: «¿Para qués, señores, contar en esto cosas de valentías, que verdaderamente Nuestro Señor es servido ayudarnos?; que cuando se me acuerda vernos cercados de tantas capitanías de contrarios, y verles esgremir sus montantes y andar tan junto de nosotros, agora me pone grima, especial cuando nos mataron la yegua de una cuchillada, cuán perdidos y desbaratados estábamos, y entonces conoscí vuestro muy grandísimo ánimo más que nunca». Y pues Dios nos libró de tan gran peligro, que esperanza tenía que ansí habla de ser de allí adelante. Y más dijo: «Pues en todos estos peligros no me conosceríades tener pereza, que en ellos me hallaba con vosotros». E tuvo razón de lo decir, porque ciertamente en todas las batallas se hallaba de los primeros, «He querido, señores, traeros esto a la memoria, que pues Nuestro Señor fue servido guardamos, tuviésemos esperanza que ansí había de ser adelante; pues desque entramos en la tierra en todos los pueblos les predicamos la santa dotrina lo mejor que podemos, y les procuramos de deshacer sus ídolos, y pues que ya víamos quel capitán Xicotenga ni sus capitenías no parescen, y que de miedo no debe de osar volver, porque les debiéramos de hacer mala obra en las batallas pasadas, y que no podría ya juntar sus gentes, habiendo ya sido desbaratado tres veces, y por esta causa tenía confianza en Dios y en su abogado señor Sant Pedro, que ruega por nosotros, que era fenescida la guerra de aquella provincia, y agora, como habéis visto, traen de comer los de Cinpancingo y quedan en paz, y estos nuestros vecinos questán por aquí poblados en sus casas, y que en cuanto dar con los navíos al través fue muy bien aconsejado, y que si no llamó alguno dellos al consejo, como a otros caballeros, por lo que sintió en el Arenal, que no lo quisiera traer agora a la memoria, y quel acuerdo y consejo que agora le dan es todo de una manera quel que le podrían dar entonoces, y que miren que hay otros muchos caballeros en el real que serán muy contrarios de lo que agora piden y aconsejan, y que encaminemos siempre todas las cosas a Dios y seguillas en su santo servicio será mejor. Y a lo que, señores, decís que jamás capitán romano de los muy nombrados han acometido tan grandes hechos como nosotros, dicen verdad, y ahora y adelante, mediante Dios, dirán en las historias que de esto harán memoria mucho más que de los antepasados; pues, como he dicho, todas nuestras cosas son en servicio de Dios y de nuestro gran emperador don Carlos. Y aun debajo de su recta justicia y cristiandad somos ayudados de la misericordia de Dios Nuestro Señor, y nos sostemá que vamos de bien en mejor. Ansí que, señores, no es cosa bien acertada volver un paso atrás; que sí nos viesen volver estas gentes y los que dejamos de paz, las piedras se levantarían contra nosotros, y como agora nos tienen por dioses o ídolos, que ansí nos llaman, nos juzgarían por muy cobardes y de pocas fuerzas. Y a lo que decís de estar entre los amigos totonaques, nuestros aliados , si nos viesen que damos vuelta sin ir a Méjico, se levantarían contra nosotros, y la causa dello sería que como les quitamos que no diesen tributo a Montezuma, enviaría sus poderes mejicanos contra ellos para que le tornasen a tributar, y sobrello dalles guerra, y aun les mandara que nos la den a nosotros, y ellos por no ser destruidos, porque les temen en gran manera, lo pornían por obra. Ansí que donde pensábamos tener amigos serían enemigos. Pues desque lo supiese el gran Montezuma que nos habíamos vuelto, ¡qué diría! ¡en qué ternía nuestras palabras ni lo que enviamos a decir! Que todo era cosa de burla o juego de niños. Ansí que, señores, mal allá y peor acullá, más vale que estemos aquí donde estamos, ques bien llano e todo bien poblado, y este nuestro real bien bastecido; unas veces gallinas e otras perros, gracias a Dios no nos falta de comer, y [ojalá] tuviésemos sal, qués la mayor falta que al presente tenemos, y ropa para guarescernos del fío. E a lo que decís, señores, que se han muerto desque salimos de la isla de Cuba cincuenta y cinco soldados de heridas y hambres y fríos y dolencias y trabajos, que somos pocos y todos los más heridos y dolientes, Dios nos da esfuerzo por muchos, porque vista cosa es que en las guerras [se] gastan hombres y caballos, e que unas veces comemos bien, y no venimos al presente para descansar, sino para pelear cuando se ofreciere; por tanto os pido, señores, por merced, que, pues sois caballeros y personas que antes habíades de esforzar a quien viésedes mostrar flaqueza, que de aquí adelante se os quite del pensamiento la isla de Cuba y lo que allá dejáis, y procuremos hacer lo que siempre habéis hecho como buenos soldados, que después de Dios, que es nuestro socorro y ayuda, han de ser nuestros valerosos brazos». Y como Cortés hobo dado esta respuesta, volvieron aquellos soldados a repetir en la misma plática, y dijeron que todo lo que decía estaba bien dicho, mas que cuando salimos de la villa que dejábamos poblada, nuestro intento era, y aun ahora es, ir a Méjico, pues hay tan gran fama de tan fuerte ciudad y tanta multitud de guerreros, y que aquellos tascaltecas decían los de Cempoal que eran pacíficos y no había fama dellos como de los de Méjico, y habemos estado tan a riesgo nuestras vidas, que si otro día nos dieran otra batalla como alguna de las pasadas, ya no nos podíamos tener de cansados, e ya que no nos diesen más guerras, que la ida de Méjico les parescía muy terrible cosa, y que mirase lo que decía y ordenaba. Y Cortés les respondió medio enojado que valía más morir por buenos, como dicen los cantares, que vivir deshonrados, y además desto que Cortés les dijo, todos los más soldados que le fuimos en alzar por capitán y dimos consejo sobre el dar al través con los navíos, dijimos en alta voz que no curase de corrillos ni de oír semejantes pláticas, sino que, con el ayuda de Dios, con buen concierto estemos apercebidos para hacer lo que convenga; y ansí cesaron todas las pláticas. Verdad es que murmuraban de Cortés, y le maldecían, y aun de nosotros, que le aconsejábamos, y de los de Cempoal, que por tal camino nos trajeron, y decían otras cosas no bien dichas; mas en tales tiempos se disimulaban. En fin, todos obedescieron muy bien. Y dejaré de hablar en esto y diré cómo los caciques viejos de la cabecera de Tascala, por mi memorados, enviaron otra vez mensajeros de nuevo a su capitán general Xicotenga que en todo caso que luego vaya de paz a nos ver y llevar de comer, porque ansí está ordenado por todos los caciques y principales de aquella tierra y de Guxalcingo; y también enviaron a mandar a los capitanes que tenía en su compañía que, si no fuese para tratar paces, que en cosa ninguna le obedesciesen; y esto le tornaron a enviar a dicir tres veces, porque sabían cierto que no les querían obedescer y tenía determinado el Xicotenga que una noche había de dar otra vez en nuestro real, porque para ello tenía juntos veinte mill hombres, y como era soberbio y muy porfiado, ansí agora como las otras veces no quiso obedescer. Y lo que sobrello hizo diré adelante.