Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (27 page)

Capítulo LXXX: Cómo el gran Montezuma envió cuatro principales hombres de mucha cuenta con un presente de oro y mantas. y lo que dijeron a nuestro capitán

Estando platicando Cortés con todos nosotros y con los caciques de Tascala sobre nuestra partida y en las cosas de la guerra, viniéronle a decir que llegaron aquel punto cuatro embajadores de Montezuma, todos principales, y traían presentes. Y Cortés les mandó llamar, y desque llegaron donde estaba hiciéronle grande acato y a todos los soldados que allí nos hallamos, y presentando su presente de ricas joyas de oro y de muchos géneros de hechuras, que valía bien dos mill Pesos, y diez cargas de mantas de muy buenas labores de pluma, Cortés lo rescibió con buen semblante. Y luego dijeron aquellos embajadores, por parte de su señor Montezuma, que se maravillaba mucho de nosotros estar tantos días entre aquellas gentes pobres y sin policía, que aun para esclavos no son buenos, por ser tan malos y traidores y robadores, que cuando más descuidados estuviésemos, de día o de noche, nos matarían por nos robar, y que nos rogaba que fuésemos luego a su ciudad y que nos daría de lo que tuviese, y aunque no tan cumplido como nosotros merescíamos y él deseaba, y puesto que todas las vituallas le entran en su ciudad de acarreto, que mandaría proveernos lo mejor que pudiese. Aquesto hacía Montezuma por sacarnos de Tascala, porque supo que habíamos hechos las amistades que dicho tengo en el capítulo que dello habla, y para ser perfetas habían dado sus hijas a Malinche, porque bien tuvieron entendido que no les podía venir bien ninguno de nuestras confederaciones. A esta causa nos cebaba con oro y presentes para que fuésemos a sus tierras, al de menos por que saliésemos de Tascala. Volvamos a decir de los embajadores, que los conoscieron bien los de Tascala, y dijeron a nuestro capitán que todos eran señores de pueblos y vasallos, con quien Montezuma enviaba a tratar cosas de mucha importancia. Cortés les dio muchas gracias a los mensajeros, con grandes quiricias y señales de amor que les mostró, y les dio por respuesta quél iría muy presto a ver al señor Montezuma, y les rogo questuviesen algunos días allí con nosotros. En aquella sazón acordó Cortés que fuesen dos de nuestros capitanes, personas señaladas, a ver y hablar al gran Montezuma e ver la gran ciudad de Méjico y sus grandes fuerzas y fortalezas. E iban ya de camino Pedro de Alvarado y Bernaldino Vázquez de Tapia, y quedaron en rehenes cuatro de aquellos embajadores que habían traído el presente, y otros embajadores del gran Montezuma, de los que solían estar con nosotros, fueron en su compañía. Y porque en aquel tiempo Cortés había enviado así a la ventura aquellos caballeros, se lo retrujimos; dijimos que cómo los enviaba a Méjico no más de para ver
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la ciudad y sus fuerzas; que no era buen acuerdo, y que luego los fuesen a llamar y que no pasen más adelante. Y les escribió que se volviesen luego. Demás desto, el Bernaldino Vázquez de Tapia ya había adolescido en el camino de calenturas. Y desque vieron las cartas se volvieron. Y los embajadores con quien iban dieron relación dello a su Montezuma, y les preguntó que qué manera de rostros y proporciones de cuerpos llevaban los dos teules que iban a Méjico, y si eran capitanes. Y paresce ser que le dijeron quel Pedro de Alvarado era de muy linda gracia, ansí en el rostro como en su persona, y que parescía como al sol, y que era capitán, y demás desto se le llevaron figurado muy al natural su dibujo y cara, y desde entonces le pusieron nombre de Tonatio, que quiere decir el Sol o el Hijo del Sol, y así le llamaron de allí adelante, y el Bernaldino Vázquez de Tapia dijeron que era hombre rebusto y de muy buena disposición, que también era capitán. Y al Montezuma le pesó porque se habían vuelto del camino. Y aquellos embajadores tuvieron razón de comparallos, así en los rostros como en el aspecto de las personas y cuerpos, como los sinificaron a su señor Montezuma, porquel Pedro de Alvarado era de muy buen cuerpo y ligero, y faiciones y presencia, ansí en el rostro como en el hablar, en todo era agraciado, que parescía que se estaba riendo, y el Bernaldino Vázquez de Tapia era algo rebusto, puesto que tenía buena presencia. Y desque volvieron a nuestro real nos holgamos con ellos, y les decíamos que no era cosa acertada lo que Cortés les mandaba. Y dejemos esta materia, pues no hace mucho a nuestra relación, y diré de los mensajeros que Cortés envió a Cholula, y la respuesta que enviaron.

Capítulo LXXXI: Cómo enviaron los de Cholula cuatro indios de poca valía a desculparse por no haber venido a Tascala, y lo que sobrello pasó

Ya he dicho en el capitulo pasado cómo envió nuestro capitán mensajeros a Cholula para que nos viniesen a ver a Tascala los caciques e aquella ciudad. Desque entendieron lo que Cortés les mandaba, parescióles que sería bien enviar cuatro indios de poca valía a desculparse e a decir que por estar malos no venían, y no trajeron bastimento ni otra cosa, sino ansí secamente dijeron aquella respuesta, y cuando vinieron estos mensajeros estaban presentes los caciques de Tascala, e dijeron a nuestro capitán que para hacer burla del y de todos nosotros enviaban los de Cholula aquellos indios, que eran maceguales e de poca calidad; por manera que Cortés les tornó a enviar luego con otros cuatro indios de Cempoal, avisándoles que viniesen dentro de tres días hombres principales, pues estaban cinco leguas de allí, e que si no venían que los ternía por rebeldes; y que desque vengan les quiere decir cosas que les conviene para salvación de sus ánimas y pulicía para su buen vivir, y tenerlos por amigos y hermanos, como son los de Tascala, sus vecinos, y que si otra cosa acordaren y no quieren nuestra amistad, que nosotros procuraríamos de les descomplacer y enojarles. Y desque oyeron aquella embajada respondieron que no habían de venir a Tascala, porque son sus enemigos, porque saben que han dicho dellos e de su señor Montezuma muchos males, e que vamos a su ciudad y salgamos de los términos de Tascala, y si no hicieren lo que deben, que los tengamos por tales como les enviamos a decir. E viendo nuestro capitán que la excusa que decían era muy justa, acordamos de ir allá. Y desque los caciques de Tascala vieron que determinadamente nuestra ida era por Cholula, dijeron a Cortés: «Pues que ansí quieres creer a los mejicanos e no a nosotros, que somos tus amigos, ya te hemos dicho muchas veces que te guardes de los de Cholula e del poder de Méjico. Para que mejor te puedas ayudar de nosotros tenémoste aparejados diez mill hombres de guerra que vayan en tu compañía». Y Cortés les dio muchas gracias por ello y consultó con todos nosotros que no sería bien que llevásemos tantos guerreros a tierra que habíamos de procurar amistades, e que sería bien que llevásemos mill, y éstos les demandó, e que los demás que se quedasen en sus casas. E dejemos esta plática, y diré de nuestro camino.

Capítulo LXXXII: Cómo fuimos a la ciudad de Cholula
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del gran recibimiento que nos hicieron

Una mañana comenzamos a marchar por nuestro camino para la ciudad de Cholula, e íbamos con el mayor concierto que podíamos, porque, como otras veces he dicho, adonde esperábamos haber revueltas o guerras nos apercebíamos muy mejor, e aquel día fuimos a dormir a un río que pasa obra de una legua chica de Cholula, adonde está agora hecha una puente de piedra, e allí nos hicieron unas chozas e ranchos. E esta misma noche enviaron los caciques de Cholula mensajeros, hombres principales, a darnos el para bien venidos a su tierra, e trajeron bastimentos de gallinas y pan de su maíz, e dijeron que en la mañana vernán todos los caciques y papas a nos rescibir, e que les perdonemos porque no hablan salido luego. Y Cortés les dijo con nuestras lenguas doña Marina e Jerónimo de Aguilar, que se lo agradescía, ansí por el bastimento que traían como por la buena voluntad que mostraban. E allí dormimos aquella noche con buenas velas e escuchas e corredores del campo, y desque amanesció comenzamos a caminar hacia la ciudad. E yendo por nuestro camino ya cerca de la población nos salieron a rescibir los caciques e papas e otros muchos indios, e todos los más traían vestidas unas ropas de algodón de hechuras de marlotas, como las traen los indios zapotecas, y esto digo a quien las ha visto e ha estado en aquella provincia, porque en aquella ciudad así se usaban; e venían muy de paz e de buena voluntad, y los papas traían braseros con ensencio con que sahumaron a nuestro capitán e a los soldados que cerca dél nos hallamos. He parecer aquellos papas y principales, como vieron los indios tascaltecas que con nosotros venían, dijéronselo a doña Marina que se lo dijese al general que no era bien que de aquella manera entrasen sus enemigos con armas en su ciudad. Y como nuestro capitán lo entendió, mandó a los capitanes e soldados y el fardaje que parásemos, y desque nos vio juntos e que no caminaba ninguno, dijo: «Parésceme, señores, que antes que entremos en Cholula que demos un tiento con buenas palabras a estos caciques e papas y veamos ques su voluntad, porque vienen murmurando destos nuestros amigos tascaltecas, y tienen mucha razón en lo que dicen, e con buenas palabras les quiero dar a entender la causa por qué venimos a su ciudad; y porque ya, señores , habéis entendido lo que nos han dicho los tascaltecas, que son bulliciosos, y será bien que por bien den la obidiencia a Su Majestad. Y esto me paresce que conviene». Y luego mandó a doña Marina que llamase a los caciques y papas allí donde estaba a caballo e todos nosotros juntos con Cortés. Y luego vinieron tres principales y dos papas, y dijeron: «Malinche: perdónanos porque no fuemos a Tascala a te ver e llevar comida, no por falta de voluntad, sino porque con nuestros enemigos Maseescasi e Xicotenga e toda Tascala, e que han dicho muchos males de nosotros e del gran Montezuma, nuestro señor». E que no basta lo que han dicho, sino que agora tengan atrevimiento, con vuestro favor, de venir con armas a nuestra ciudad, y que le piden por merced que les mande volver a sus tierras, o al de menos que se queden en el campo e que no entren de aquella manera en su ciudad, e que nosotros que vamos mucho en buen hora. E como el capitán vio la razón que tenían, mandó luego a Pedro de Alvarado e al maestre de campo, que era Cristóbal de Olí. que rogasen a los tascaltecas que allí en el campo hiciesen sus ranchos e chozas e que no entrasen con nosotros sino los que llevaban la artillería y nuestros amigos los de Cempoal, y les dijesen la causa por qué se les mandaba era porque todos aquellos caciques e papas se temen dellos, e que cuando hobiésemos de pasar de Cholula para Méjico que los enviara a llamar, e que no lo hayan por enojo. Y desque los de Cholula vieron lo que Cortés mandó, parescían questaban más sosegados, y les comenzó Cortés a hacer un parlamento, diciendo que nuestro rey y señor, cuyos vasallos somos, tiene tan grandes poderes y tiene debajo de su mando a muchos grandes príncipes y caciques, y que nos envió a estas tierras a les notificar y mandar que no adoren ídolos, ni sacrifiquen hombres, ni coman de sus carnes, ni hagan sodomías ni otras torpedades, e que por ser el camino por allí para Méjico, adonde vamos a hablar al gran Montezuma, y por no haber otro más cercano, venimos por su ciudad, y también para tenelles por hermanos, e que pues otros grandes caciques han dado la obidiencia a Su Majestad, que será bien que ellos la den como los demás. E respondieron que aún no habemos entrado en su tierra e ya les mandábamos dejar sus teules, que ansí llamaban a sus ídolos, que no lo pueden hacer, y que dar la obidiencia a ese vuestro rey que decís, les place, y ansí la dieron de palabra e no ante escribano. Y esto hecho, luego comenzamos a marchar para la ciudad. E era tanta la gente que nos salía a ver, que las calles e azoteas estaban llenas, e no me maravilla dello, porque no habían visto hombres como nosotros ni caballos. Y nos llevaron aposentar a unas grandes salas, en que estuvimos todos e nuestros amigos los de Cempoal y los tascaltecas que llevaron el fardaje. Y nos dieron de comer aquel día e otro muy bien e abastadamente. E quedarse ha aquí. y diré lo que más pasamos.

Capítulo LXXXIII: Cómo tenían concertado en esta ciudad de Cholula de nos matar por mandado de Montezuma, y lo que sobrello pasó

Habiéndonos recebido tan solemnemente como dicho tengo, e ciertamente de buena voluntad, sino que después paresció envió a mandar Montezuma a sus embajadores que con nosotros estaban que tratasen con los de Cholula que con un escuadrón de veinte mill hombres que envió Montezuma, que tenía apercebidos para en entrando en aquella ciudad que todos nos diesen guerra, de noche o de día, nos acapillasen, e los que pudiesen llevar atados de nosotros a Méjico que se los llevasen, e con grandes prometimientos que les mandó, e muchas joyas e ropa que entonces les envió, e un atambor de oro, e a los papas de aquella ciudad, que habían de tomar veinte de nosotros para hacer sacrificios a sus ídolos. Pues ya todo concertado, y los guerreros que Montezuma luego envió estaban en unos ranchos e arcabuesos, obra de media legua de Cholula, y otros estaban ya dentro en las casas, y todos puestos a punto con sus armas e hechos mamparos en las azoteas y en las calles hoyos e albarradas para que no pudiesen corre los caballos, y aun tenían en unas casas llenas de varas largas e colleras de cueros e cordeles con que nos habían de atar e llevarnos a Méjico. Mejor lo hizo Nuestro Señor Dios, que todo se les volvió al revés. E dejémoslo agora, e volvamos a decir que ansí como nos aposentaron, como dicho he, nos dieron muy bien de comer los dos días primeros, e puesto que los víamos questaban muy de paz, no dejábamos siempre destar muy apercebidos, por la buena costumbre que en ello teníamos; e al tercero día ni nos daban de comer ni parescía cacique ni papa; o si algunos indios nos venían a ver, estaban apartados, que no se llegaban a nosotros, e riyéndose, como cosa de burla. E desque aquello vio nuestro capitán dijo a doña Marina e Aguilar, nuestras lenguas, que dijesen a los embajadores del gran Montezuma, que allí estaban, que mandasen a los caciques traer de comer, e lo que traían era agua e leña; e unos viejos que lo traían decían que no tenían maíz. E en aquel mismo día vinieron otros embajadores del Montezuma e se juntaron con los questaban con nosotros, e dijeron a Cortés muy desvergonzadamente que su señor les enviaba a decir que no fuésemos a su ciudad porque no tenía qué nos dar de comer, e que luego se querían volver a Méjico con la respuesta. E desque aquello vio Cortés, e le paresció mal su plática, con palabras blandas dijo a los embajadores que se maravillaba de tan gran señor como es Montezuma de tener tantos acuerdos, e que les rogaba que no se fuesen a Méjico, porque otro día se quería partir para velle e hacer lo que mandase, y aun me paresce ques les dio unos sartalejos de cuentas. E los embajadores dijeron que sí aguardarían. Hecho esto, nuestro capitán nos mandó juntar, y nos dijo: «Muy desconcertada veo esta gente; estemos muy alerta, que alguna maldad hay entrellos». Y luego envió a llamar al cacique principal, que ya no se me acuerda cómo se llamaba, o que enviase algunos principales; e respondió questaba malo e que no podía venir. Y desque aquello vio nuestro capitán, mandó que de un gran cue questaba junto de nuestros aposentos le trujésemos dos papas con buenas razones, porque había muchos en él. Trujimos dos dellos sin les hacer deshonor, y Cortés les mandó dar a cada uno un chalchuy, que son muy estimados entre ellos, como esmeraldas, e les dijo con palabras amorosas que por qué causa el cacique y principales e todos los más papas están amedrentados, que los ha enviado a llamar e no han querido venir. Y paresce ser quel uno de aquellos papas era hombre muy principal entre ellos e tenía cargo o mando en todos los demás cues de aquella ciudad, que debía de ser a manera de obispo entre ellos, y le tenían gran acato, e dijo que ellos, que son papas, que no tenían temor de nosotros; que si el cacique e principales no han querido venir, quél irá a los llamar, y que como él les hable que tiene creído que no harán otra cosa y que vernán. E luego Cortés dijo que fuese y quedase su compañero allí aguardando hasta que viniese. E fue aquel papa e llamó al cacique e principales, y luego vinieron juntamente con él al aposento de Cortés. Y les preguntó con nuestras lenguas que por qué hablan miedo e que por qué causa no nos daban de comer, y que si resciben pena de nuestra estada en su ciudad, que otro día por la mañana nos queríamos partir para Méjico a ver e hablar al señor Montezuma; e que le tengan aparejados tamemes para llevar el fardaje e tepuzques, que son las lombardas, y también que luego trayan comida. Y el cacique estaba tan cortado, que no acertaba a hablar, y dijo que la comida que la buscarían; mas que su señor Montezuma les ha enviado a mandar que no la diesen, ni quería que pasásemos de allí adelante. Y estando en estas pláticas vinieron tres indios de los de Cempoal, nuestros amigos, y secretamente dijeron a Cortés que han hallado, junto adonde estábamos aposentados, hechos hoyos en los calles, encubiertos con madera e tierra encima, que si no miran mucho en ello no se podría ver, e que quitaron la tierra de encima de un hoyo e estaba lleno de estacas muy agudas, para matar los caballos si corriesen, e que las azoteas que las tienen llenas de piedras e mamparos de adobes, y que ciertamente no estaban de buen arte, porque también hallaron albarradas de maderos gruesos en otra calle. Y en aquel instante vinieron ocho indios tascaltecas, de los que dejamos en el campo que no entraron en Cholula, y dijeron a Cortés: «Mira, Malinche, questa ciudad está de mala manera, porque sabemos questa noche han sacrificado a su ídolo, ques el de la guerra, siete personas, y los cinco dellos son niños, por que les dé vitoria contra vosotros, e también habemos visto que sacan todo el fardaje e mujeres e niños». Desque aquello oyó Cortés, luego les despachó para que fuesen a sus capitanes los tascaltecas e questuviesen muy aparejados si les enviásemos a llamar; e tornó a hablar al cacique y papas y principales de Cholula que no tuviese miedo ni anduviesen alterados, y que mirasen la obidiencia que dieron que no la quebrantasen, que les castigaría por ello, que ya les ha dicho que nos queremos ir por la mañana, que ha menester
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dos mill hombres de guerra de aquella ciudad que vayan con nosotros, como nos han dado los de Tascala, porque en los caminos los habrá menester. E dijéronle que sí darían, e demandaron licencia para irse luego a los apercebir, e muy contentos se fueron, porque creyeron que con los guerreros que nos habían de dar y con las capitanías de Montezuma questaban en los arcabuesos y barrancas, que allí de muertos o presos no podríamos escapar por causa que no podrían correr los caballos, y por ciertos mamparos y albarradas, que dieron juego por aviso a los questaban en guarnición que hiciesen a manera de callejón que no pudiésemos pasar, y les avisaron que otro día habíamos de partir, e questuviesen muy a punto todos, porque ellos nos darían
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dos mill hombres de guerra, e como fuésemos descuidados, que allí harían su presa los unos y los otros e nos podían atar; e que esto que lo tuviesen por cierto, porque ya hablan hecho sacrificios a sus ídolos de la guerra y les han prometido la vitoria, Y dejemos de hablar en ello, que pensaban sería cierto, e volvamos a nuestro capitán, que quiso saber muy por extenso todo el concierto y lo que pasaba, y dijo a dolía Marina que llevase más chalchivis a los dos papas que habla hablado primero, pues no tenían miedo, e con palabras amorosas les dijese que los quería tomar a hablar Malinche, e que los trujese consigo. Y la doña Marina fue y les habló de tal manera, que lo sabía muy bien hacer, y con dádivas vinieron luego con ella. Y Cortés les dijo que dijesen la verdad de lo que supiesen, pues eran sacerdotes de ídolos e principales que no habían de mentir, e que lo que le dijesen que no seria descubierto por via ninguna, pues que otro día nos habíamos de partir, e que les daría mucha ropa. E dijeron que la verdad es que su señor Montezuma supo que íbamos aquella ciudad, e que cada día estaba en muchos acuerdos, e que no determinaba bien la cosa, e que unas veces les enviaba a mandar que si allá fuésemos que nos hiciesen mucha honra e nos encaminasen a su ciudad, e otras veces les enviaba a decir que ya no era su voluntad que fuésemos a Méjico; que agora nuevamente le han aconsejado su Tescatepuca e su Ichilobos, en quien ellos tienen gran devoción, que allí en Cholula nos matasen o levasen atados a Méjico, e que había enviado el día antes veinte mill hombres de guerra, y que la mitad están ya aquí dentro desta ciudad e la otra mitad están cerca de aquí entre unas quebradas. e que ya tienen aviso cómo habéis de ir mañana, y de las albarradas que les mandaron hacer, y de los dos mill guerreros que os habemos dar; e cómo tenían ya hecho conciertos que habían de quedar veinte de nosotros para sacrificar a los ídolos de Cholula. Cortés les mandó dar mantas muy labradas y les rogó que no lo dijesen, porque si lo descubrían que a la vuelta que volviésemos de Méjico los matarían; y que se querían ir muy de mañana, e que hiciesen venir todos los caciques para hablalles, como dicho les tiene. Y luego aquella noche tomó consejo Cortés de lo que habíamos de hacer, porque tenía muy extremados varones y de buenos consejos; y como en tales casos suelen acaescer, unos decían que seria bien torcer el camino e irnos por Guaxocingo; otros decían que procurásemos haber paz por cualquier vía que pudiésemos, y que nos volviésemos a Tascala; otros dimos parecer que si aquellas traiciones dejábamos pasar sin castigo, que en cualquiera parte nos tratarían otras peores, y pues questábamos allí en aquel pueblo, e había hartos bastimentos, les diésemos guerra, porque más la sentirían en sus casas que no en el campo, y que luego apercibiésemos a los tascaltecas que se hallasen en ello; y a todos paresció bien este postrer acuerdo. Y fue desta manera: que ya que les había dicho Cortés que nos habíamos de partir para otro día que hiciésemos que liábamos nuestro hato, que era harto poco, y que en unos grandes patios que había donde posábamos, questaban con altas cercas, que diésemos en los indios de guerra, pues aquello era su merecido; y que con los embajadores de Montezuma disimulásemos y les dijésemos que los malos cholutecas han querido hacer una traición y echar la culpa della a su señor Montezuma, e a ellos mismos, como sus embajadores, lo cual no creímos que tal mandase hacer, y que les rogábamos que se estuviesen en el aposento e no tuviesen más plática con los de aquella ciudad por que no nos den que pensar que andan juntamente con ellos en las traiciones, y para que se vayan con nosotros a Méjico por guías. Y respondieron que ellos ni su señor Montezuma no saben cosa ninguna de lo que les dicen, e aunque no quisieron les pusimos guardas por que no se fuesen sin licencia, y por que no supiese Montezuma que nosotros sabíamos que él era quien lo había mandado hacer. E aquella noche estuvimos muy apercebidos y armados, y los caballos ensillados y enfrenados, con grandes velas y rondas, que esto siempre lo teníamos de costumbre, porque tuvimos por cierto que todas las capitanías. así de mejicanos como de cholutecas, aquella noche hablan de dar sobre nosotros; y una india vieja, mujer de un cacique, como sabía el concierto y trama que tenían ordenado, vino secretamente a doña Marina, nuestra lengua, como la vía moza y de buen parecer y rica, e dijo y aconsejó que se fuese con ella a su casa si quería escapar la vida, porque ciertamente aquella noche y otro día nos habían de matar a todos, porque ya estaba así mandado y concertado por el gran Montezuma, para que entre los de aquella ciudad y los mejicanos se juntasen y no quedase ninguno de nosotros a vida, e nos llevasen atados a Méjico, y que porque sabe esto y por mancilla que tenía de la doña Marina, se lo venía a decir, y que tomase todo su hato y se fuese con ella a su casa, y que allí la casaría con su hijo, hermano de otro mozo que traía la vieja, que la acompañaba. E como la entendió la doña Marina, y en todo era muy avisada, la dijo: «¡Oh, madre, qué mucho tengo que agradeceros! Eso que me decís, yo me fuera agora con vos, pero no tengo aquí de quién me fiar para llevar mis mantas y joyas de oro, ques mucho; por nuestra vida, madre, que aguardéis un poco vos y vuestro hijo, y esta noche nos iremos, que agora ya veis questos teules están velando, y sentirnos han». Y la vieja creyó lo que le decía y quedóse con ella platicando; y le preguntó que de qué manera nos habían de matar e cómo e cuándo e adónde se hizo el concierto. Y la vieja se lo dijo ni más ni menos que lo habían dicho los dos papas. Y respondió la doña Marina: «¿Pues cómo siendo tan secreto ese negocio lo alcanzastes vos a saber?» Dijo que su marido se lo habla dicho, ques capitán de una parcialidad de aquella ciudad y, como tal capitán, está agora con la gente de guerra que tiene a cargo dando orden para que se junten en las barracas con los escuadrones del gran Montezuma, y que cree questarán juntos esperando para cuando fuésemos, y que allí nos matarían; y questo del concierto que lo sabe tres días había porque de Méjico enviaron a su marido un atambor dorado e a otros tres capitanes también les envió ricas mantas y joyas de oro, por que nos llevasen atados a su señor Montezuma. Y la doña Marina, como lo oyó, disimuló con la vieja y dijo: «¡Oh cuánto me huelgo en saber que vuestro hijo, con quien me queréis casar, es persona principal; mucho hemos estado hablando; no querría que nos sintiesen; por eso, madre, aguardad aquí; comenzaré a traer mi hacienda, porque no la podré sacar todo junto, e vos y vuestro hijo, mi hermano, lo guardaréis, y luego nos podremos ir!» Y la vieja todo se lo creía. Y sentóse de reposo la vieja y su hijo. Y la doña Marina entra de presto donde estaba el capitán y le dice todo lo que pasó con la india, la cual luego la mandó traer antél; y la tornó a preguntar sobre las traiciones y conciertos; y le dijo ni más ni menos que los papas. Y la pusieron guardas por que no se fuese. Y desque amanesció que cosa era ver la priesa que traían los caciques y papas con los indios de guerra, con muchas risadas y muy contentos, como si ya nos tuvieran metidos en el garlito e redes. Y trujeron más indios de guerra que les demandamos, que no cupieron en los patios, por muy grandes que son, que aun todavía están sin deshacer por memoria de lo pasado. E por bien de mañana que vinieron los cholutecas con la gente de guerra y todos nosotros estábamos muy a punto para lo que se había de hacer, y y los soldados de espada y rodela puestos a la puerta del gran patio, para no dejar salir ningún indio de los questaban con armas, y nuestro capitán también estaba a caballo, acompañado de muchos soldados para su guarda. Y desque vio que tan de mañana habían venido los caciques, papas y gente de guerra, dijo: «¡Qué voluntad tienen estos traidores de vernos entre las barrancas para se hartar de nuestras carnes; mejor lo hará Nuestro Señor!» Y preguntó por los dos papas que habían descubierto el secreto, y le dijeron questaban a la puerta del patio con otros caciques que querían entrar. Y mandó Cortés a Aguilar, nuestra lengua, que les dijese que se fuesen a sus casas o que agora no tenían necesidad dellos; y esto fue por causa que pues nos hicieron buena obra no recibiesen mal por ella, por que no los matásemos. E como Cortés estaba a caballo e doña Marina junto a él, comenzó a decir a los caciques que, sin hacelles enojo ninguno, a qué causa nos querían matar la noche pasada, e que si les hemos hecho o dicho cosa para que nos tratasen aquellas traiciones más de amonestalles las cosas que a todos los más pueblos por donde hemos venido les decimos: que no sean malos, ni sacrifiquen hombres, ni adoren sus ídolos, ni coman las carnes de sus prójimos, que no sean sométicos, y que tengan buena manera en su vivir, y decirles las cosas tocantes a nuestra santa fe, y esto sin apremialles en cosa ninguna, e a qué fin tienen agora nuevamente aparejadas muchas varas largas y recias con colleras y muchos cordeles en una casa junto al gran cu, e por qué han hecho de tres días acá albarradas en las calles e hoyos y pertrechos en las azoteas, y por qué han sacado de su ciudad sus hijos e mujeres e hacienda. Y que bien se ha parescido su mala voluntad y las traiciones, que no las pudieron encubrir, que aun de comer no nos daban, que por burlar traían agua y leña y decían que no habla maíz, e que bien sabe que tienen cerca de allí, en unas barrancas, muchas capitanías de guerreros esperándonos, creyendo que hablamos de ir por aquel camino a Méjico, para hacer la traición que tienen acordada con otra mucha gente de guerra questa noche se ha juntado con ellos. Que pues como en pago de que venimos a tenerlos por hermanos y decilles lo que Dios Nuestro Señor y el rey manda nos querían matar e comer nuestras carnes, que ya tenían aparejadas las ollas, con sal e aji e tomates, que si esto querían hacer, que fuera mejor que nos dieran guerra, como esforzados y buenos guerreros, en los campos, como hicieron sus vecinos los tascaltecas, y que sabe por muy cierto que tenían concertado que en aquella ciudad, y aun prometido a su ídolo, abogado de la guerra, que le habían de sacrificar veinte de nosotros delante del ídolo, y tres noches antes, ya pasadas, que le sacrificaron siete indios por que les diese vitoria, lo cual les prometió, e como es malo y falso, no tiene ni tuvo poder contra nosotros, y que todas estas maldales y traiciones que han tratado e puesto por la obra han de caer sobrellos, Y esta razón se lo decía doña Marina, y se lo daba muy bien a entender. Y desque lo oyeron los papas y caciques y capitanes, dijeron que así es verdad lo que les dice, y que dello no tienen culpa, porque los embajadores de Montezuma lo ordenaron por mandado de su señor. Entonces les dijo Cortés que tales traiciones como aquéllas, que mandan las leyes reales que no queden sin castigo, e que por su delito que han de morir. E luego mandó soltar una escopeta, que era la señal que teníamos apercebida para aquel efeto, y se les dio una mano que se les acordará para siempre; porque matamos muchos dellos

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