Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (69 page)

Capítulo CLXI: Cómo Pedro de Alvarado fue a Tututepeque a poblar un villa y lo que en la pacificación de aquella provincia y poblar la villa le acaesció

Es menester que volvamos algo atrás para dar relación desta ida que fue Pedro de Alvarado a poblar Tututepeque, y es ansí: Que como se ganó la ciudad de Méjico y se supo en todas las comarcas y provincias que una ciudad tan fuerte estaba por el suelo, enviaban a dar el parabién a Cortés de la vitoria y a ofrescerse por vasallos de Su Majestad, y entre muchos grandes pueblos que en aquel tiempo vinieron fue uno que se dice Teguantepeque y Zapotecas, y trujeron un presente de oro a Cortés y dijéronle questaban otros pueblos algo apartados de su provincia, que se decían Tututepeque, muy enemigos suyos, e que les venían a dar guerra porque habían enviado los de Teguantepeque a dar la obidiencia a Su Majestad, y questaban en la costa del Sur, e que era gente muy rica, ansí de oro que tenían en joyas como de minas, y le demandaron a Cortés con mucha importunación les diese hombres de a caballo y escopeteros y ballesteros para ir contra sus enemigos. E Cortés les habló muy amorosamente e les dijo que quería enviar con ellos al Tonatio, que ansí llamaban a Pedro de Alvarado, y luego le dio sobre ciento y ochenta soldados, y entrellos sobre treinta y cinco de a caballo, y le mandó que en la provincia de Guaxaca, onde estaba un Francisco de Orozco por capitán, pues estaba de paz aquella provincia, que le demandase otros veinte soldados y los más dellos ballesteros, y ansí como le fue mandado ordenó su partida y salió de Méjico en el año de veinte y dos. Y mandóle Cortés que, de camino, que fuese e viese ciertos peñoles que decían questaban alzados, que se decían Ulamo, y entonces todo lo halló de paz y de buena voluntad, e tardó más de cuarenta días en llegar a Tututepeque; y el señor dél y otros principales, desque supieron que allegaban cerca de su pueblo les salieron a rescebir de paz y les llevaron aposentar en lo más poblado del pueblo, adonde el cacique tenía sus adoratorios e sus grandes aposentos, y estaban las casas muy juntas unas de otras, y son de paja, porque en aquella provincia no tenían azoteas, ques tierra muy caliente. Aconsejóse el Alvarado con sus capitanes y soldados que no era bien aposentarse en aquellas casas tan juntas unas de otras, porque si ponían fuego no se podrían valer, y fue acordado que se fuesen en cabo del pueblo; y desque fue aposentado, el cacique le llevó muy grandes presentes de oro y bien de comer, y cada día que allí estuvieron le llevó presentes muy ricos de oro; y como el Alvarado vido que tanto oro tenían, les mandó hacer unas estriberas de oro fino de la manera de otras que le dio para que por ellas las hiciesen, y se las trujeron hechas, y dende a pocos días echó preso al cacique porque le dijeron los de Teguantepeque al Pedro de Alvarado que le querían dar guerra toda aquella provincia, e que cuando le aposentaron entre aquellas casas donde estaban los ídolos y aposentos, que era por les quemar e que allí muriesen todos, y a esta causa le echó preso. Otros españoles de fe y de creer dijeron que por sacalle mucho oro; y sin justicia murió en las prisiones, y esto se por cierto. Agora sea lo uno o lo otro, aquel cacique dio a Pedro tuvo de Alvarado más de treinta mill pesos, y murió de enojo e de la prisión, e quedó a un su hijo el cacicazgo, y le sacó mucho más oro que al padre; y luego envió a visitar los pueblos de a la redonda y los repartió entre los vecinos, y pobló una villa que se puso por nombre Segura, porque los más vecinos que allí poblaron habían sido de antes vecinos de Segura de la Frontera, que era Tepeaca; y como esto tuvo hecho y tenía allegado buena suma de pesos de oro y se lo llevaba a Méjico para dar a Cortés, y también dijeron quel mismo Cortés le escribió que todo el oro que pudiese haber que lo trujese consigo para enviar a Su Majestad, por causa que habían robado los franceses lo que habían enviado con Alonso de Ávila e Quiñones, e que no diese parte ninguna a ningún soldado de los que tenía en su compañía; e ya quel Alvarado quería partir para Méjico, tenían hecho ciertos soldados una conjuración, y los más dellos ballesteros y escopeteros, de matar otro día a Pedro de Alvarado y a sus hermanos porque les llevaba el oro sin dar partes, y aun se las pedían muchas veces e no se las quiso dar, y porque no les daba buenos repartimientos de indios, y esta conjuración, si no se la descubriera un soldado que se decía Trebejo, que era en la misma trama, aquella noche que venía hablan de dar en ellos; y como el Alvarado lo supo, que se lo dijeron a hora de vísperas y yendo a caballo a caza por unas cabañas e iban en su compañía a caballo de los que entraban en la conjuración, y para disimular con ellos, dijo: «Señores, a mí me ha dado dolor de costado; volvamos a los aposentos e llámenme un barbero que me sangre». Y como volvió envió a llamar a sus hermanos Jorge y Gonzalo y Gómez, todos Alvarados, e a los alcaldes y alguaciles, y prenden a los que eran en la conjuración, y por justicia ahorcaron a dos dellos, que se decía el uno Fulano de Salamanca, natural de Condado, que había sido piloto, e a otro que se decía Bernaldo, levantisco, y con estos dos apaciguó los demás; y luego se fue para Méjico con todo el oro, y dejó poblada la villa. Y desque los vecinos que en ella quedaban vieron que los repartimientos que les daban no eran buenos y la tierra doliente y muy calurosa, e habían adolescido muchos dellos, y las naborías y esclavos que llevaban se les habían muerto, e había muchos morciélagos y mosquitos y aun chinches, y, sobre todo, quel oro no repartió el Alvarado entrellos y se lo llevó, acordaron de quitarse de mal ruido y despoblar la villa y muchos dellos se vinieron a Méjico, y otros a Guaxaca, y se derramaron por otras partes. Y desque Cortés lo supo envió hacer pesquisa sobrello, y hallóse que por los alcaldes y regidores en el cabildo se concertó que se despoblase, y sentenciaron a los que fueron en ello a pena de muerte, y apelaron, y fue en destierro la pena. Y desta manera subcedió en lo de Tututepeque, que jamás nunca se pobló, y aunque era tierra rica, por ser doliente; y como los naturales de aquella tierra vieron esto que se habían despoblado y lo que Pedro de Alvarado había hecho sin causa ni justicia ninguna, se tornaron a rebelar, y volvió a ellos el Pedro de Alvarado y los llamó de paz, y sin darles guerra volvieron a estar de paz. Dejemos esto, y digamos que como Cortés tenía allegados sobre ochenta mill pesos de oro para enviar a Su Majestad, y el tiro «Fénix» forjado, vino en aquella sazón nueva cómo había venido a Pánuco Francisco de Garay con grande armada; y lo que sobrello se hizo diré adelante.

Capítulo CLXII: Cómo vino Francisco de Garay de Jamaica con grande armada para Pánuco, y lo que le acontesció, y muchas cosas que pasaron

Como he dicho en otro capítulo que habla de Francisco de Garay, como era gobernador en la isla de Jamaica e rico, y tuvo nueva que habíamos descubierto muy ricas tierras cuando lo de Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalba, y habíamos llevado a la isla de Cuba veinte mill pesos de oro, y los hobo Diego Velázquez, gobernador que era de aquella isla, y que venia en aquel instante Hernando Cortés con otra armada, tomóle gran cobdicia de venir el Garay a conquistar algunas tierras, pues tenía mejor aparejo que otros ningunos, y tuvo nueva y plática de un Antón de Alaminos, que fue el piloto mayor que habíamos traído cuando lo descubrimos, cómo estaban muy ricas tierras y muy pobladas desde el río de Pánuco adelante, e que aquella podía enviar a suplicar a Su Majestad que le hiciese merced; y después de bien informado el mismo Garay del piloto Alaminos en el descubrimiento, y de otros pilotos que se habían hallado juntamente con el Alaminos en el descubrimiento, acordó enviar a un su mayordomo, que se decía Juan Torralva, a la corte con cartas y dineros a suplicar a los caballeros que en aquella sazón estaban por presidente y oidores de Su Majestad que le hiciesen merced de la gobernación del río de Pánuco con todo lo demás que descubriese y estuviese por poblar; y como Su Majestad en aquella sazón estaba en Flandes, y estaba por presidente de Indias don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos y arzobispo de Rosano, que lo mandaba todo, y el licenciado Zapata, y el licenciado Vargas, y el secretario Lope de Conchillos, y le trujeron provisiones que fuese adelantado del Río de San Pedro y San Pablo, con todo lo que descubriese y con aquellas provisiones envió luego tres navíos con hasta doscientos y cuarenta soldados, con muchos caballos y escopeteros y ballesteros y bastimentos, y por capitán dellos a un Alonso de Álvarez Pineda o Pinedo, otras veces por mí ya nombrado. Pues como hobo enviado aquella armada, ya he dicho otras veces que los indios de Pánuco se la desbarataron y mataron al capitán Pineda y a todos los caballos y soldados que tenía, eceto obra e sesenta soldados que vinieron al puerto de la Villa Rica con un navío, y por capitán dellos a un Camargo, que se acogieron a nosotros; y tras aquellos tres navíos, viendo el Garay que no tenía nueva dellos, envió otros dos navíos con muchos soldados y caballos y bastimentos, y por capitán dellos a un Miguel Díaz de Ausuz e a un Ramírez, muchas veces por mí memorados, los cuales se vinieron también a nuestro puerto desque vieron que no hallaban en río de Pánuco pelo ni hueso de los que había enviado Garay, salvo los navíos quebrados, todo lo cual tengo ya dicho otras veces en mi relación, mas es necesario que se tome a decir desde el principio para que bien se entienda. Pues volviendo a nuestro propósito y relación, viendo el Francisco de Garay que ya había gastado muchos pesos de oro, y oyó decir de la buena ventura de Cortés y de las grandes ciudades que había descubierto, y del mucho oro y joyas que había en la tierra, tuvo más envidia e cobdicia y levantó más la voluntad de venir él en persona y traer la mayor armada que pudiese; y buscó once navíos y dos bergantines, que fueron... velas; y allegó ciento y treinta y seis caballos y ochocientos y cuarenta soldados, todos los más ballesteros y escopeteros. y bastecióles muy bien de todo lo que hobieron menester, y era pan cazabi y tocinos y tasajos de vacas, que ya había harto ganado vacuno, que como era rico y lo tenía todo de su cosecha, no le dolía el gasto; y para ser hecha aquella armada en la isla de Jamaica fue demasiada la gente y caballos que allegó, y en el año de mill y quinientos y veinte y tres años salió de Jamaica con toda su armada por San Juan de junio e vino a la isla de Cuba a un puerto que se dice Jagua, y allí alcanzó a saber que Cortés tenía pacificada toda la provincia de Pánuco e poblada una villa, e que había gastado en la pacificar más de sesenta mill pesos de oro, e que había enviado a Su Majestad a suplicar le hiciese merced de la gobernación della juntamente con la Nueva España; y como le decían de las cosas heróicas que Cortés y sus compañeros habíamos hecho, y como tuvo nueva que con docientos y sesenta y seis soldados habíamos desbaratado a Pánfilo de Narváez, habiendo traído sobre mil y trecientos soldados con ciento de a caballo y otros tantos escopeteros y ballesteros y diez y ocho tiros, temió la fortuna de Cortés. Y en aquella sazón questaba el Garay en aquel puerto de Jagua le vinieron a ver muchos vecinos de la isla de Cuba, y viniéronse en su compañía del Garay ocho o diez personas principales de aquella villa, e le vino a ver el licenciado Zuazo, que había venido aquella isla a tomar residencia a Diego Velázquez por mandado de la Real Audiencia de Santo Domingo; y platicando el Garay con el licenciado sobre la ventura de Cortés e que temía que había de tener diferencias con él sobre la provincia de Pánuco, le rogó que se fuese con el Garay en aquel viaje para ser intercesor entrél y Cortés; y el licenciado respondió que no podía ir por entonces sin dar residencia, mas que presto sería allá; y luego el Garay mandó dar velas y va su derrota para Pánuco, y en el camino tuvo un mal tiempo, y los pilotos que llevaba subieron más arriba hacía el río de Palmas, y surgió en el propio río día de señor Santiago; y luego envió a ver la tierra; y a los capitanes y soldados que envió no les paresció buena, o no hobieron gana de quedar allí, sino que se viniese al propio río de Pánuco a la poblazón e villa que Cortés había poblado, por estar más cerca de Méjico; y desque aquella nueva le trujeron acordó el Garay de tomar juramento a todos sus soldados que no le desmampararían sus banderas e que le obedescerían como a tal capitán general; nombró alcaldes e regidores y todo lo pertenesciente a una villa; dijo que se había de nombrar la villa Garayana; mandó desembarcar todos los caballos y soldados, e los navíos desembarazados enviólos costa a costa con un capitán que se decía Grijalva, y él y todo su ejército se vino por tierra costa a costa cerca de la mar, y anduvo dos días por malos despoblados que eran ciénagas; pasó un río que venía de unas sierras que vieron desde el camino, questaban de allí obra de cinco leguas, y pasaron aquel gran río en balsas e en unas canoas que hallaron quebradas; luego en pasando el río estaba un pueblo despoblado de aquel día, y hallaron muy bien de comer maíz y aun gallinas, e habían muchas guayabas muy buenas. Allí en este pueblo el Garay prendió ciertos indios que entendían la lengua mejicana un poco, halagóles y dioles camisas, y envióles por mensajeros a otros pueblos que le decían estaban cerca para que le rescibiesen de paz, y rodeó una ciénega e fue a unos pueblos que eran los mismos, y recibiéronle de paz, diéronle muy bien de comer y muchas gallinas de la tierra y otras aves como a manera de ansarones que tomaban en las lagunas; e como muchos de los soldados que llevaba iban cansados y paresce ser no les daban de lo que los indios les traían de comer se amotinaron algunos e se fueron a robar a los indios de aquellos pueblos por donde venían; estuvieron en este pueblo tres días, otro día fueron su camino con guías; llegaron a un gran río, no le podían pasar sino con canoas que les dieron los del pueblo de paz donde habían estado; procuraron de pasar cada caballo a nado, y remando con cada canoa un caballo que lo llevasen del cabestro, y como eran muchos caballos y no se daban maña, salen de aquel río, dan en unas malas ciénegas y con mucho trabajo llegaron a tierra de Pánuco; e ya que en ella se hallaron creyeron tener de comer y estaban todos los pueblos sin maíz ni bastimentos e muy alterados, y esto fue a causa de las guerras que Cortés con ellos había tenido poco tiempo hacía, y también si alguna comida tenían habíanla alzado y puesto en cobro, porque como vieron tantos españoles y caballos, tuvieron miedo dellos y despoblaron los pueblos, e adonde pensaba Garay reposar, tenía más trabajo; y demás desto, como estaban despobladas las casas donde posaban había muchos morciélagos e chinches y mosquitos, y todo les daba guerra; y luego les subcedió otra mala ventura: que los navíos que venían costa a costa no habían llegado al puerto, ni sabían dellos, porque en ellos traían muchos bastimentos, lo cual supieron de un español que les vino a ver o hallaron en un pueblo, que era de los vecinos questaban poblados en la villa de Santisteban del Puerto, questaba huido por temor de la justicia por cierto delito que había hecho, el cual les dijo cómo estaban poblados muy cerca de allí, y cómo en Méjico era muy buena tierra, e questaban los vecinos que en ella vivían ricos; e como oyeron los soldados que traía Garay al español que con ellos habló que la tierra de Méjico era buena e la de Pánuco no era tan buena, muchos dellos se desmandaron y se fueron por los pueblos a robar, e se iban a Méjico. Y en aquella sazón, viendo el Garay que se le amotinaban sus soldados y no los podía haber, envió a un su capitán, que se decía Ocampo, a la villa de Santisteban a saber qué voluntad tenía el teniente questaba por Cortés que se decía Pedro de Vallejo, y aun le escribió haciéndole saber cómo traía provisiones y recaudos de Su Majestad para gobernar e ser adelantado de aquellas provincias, y cómo había aportado con sus navíos al río de Palmas, e del mal camino y trabajos que había pasado. Y el Vallejo hizo mucha honra al Campo y a los que con él iban y les dio buena respuesta, y les dijo que Cortés holgara de tener tan buen vecino por gobernador, mas que le había costado muy caro la conquista de aquella tierra y Su Majestad le había hecho merced de la gobernación, y que venga cuando quisiere con sus ejércitos, e que se le hará todo servicio, y que le pide por merced que mande a sus soldados que no hagan sinjusticias ni robos a los indios, porque se le han venido a quejar dos pueblos, y tras esto, muy en posta escribió el Vallejo a Cortés, y aun le envió la carta del Garay, e hizo quescribiese otra el mismo Gonzalo de Campo, y le envió a decir qué mandaba que se hiciese, o que presto enviase muchos soldados o viniese Cortés en persona. E desque Cortés vio la carta, envió a llamar a Pedro de Alvarado e a Gonzalo de Sandoval e a un Diego de Ocampo, hermano del otro Gonzalo de Ocampo que venía con Garay, y envió con ellos los recaudos que tenía cómo Su Majestad le había mandado que todo lo que conquistase tuviese en sí hasta que se averiguase la justicia entrél y Diego Velázquez, e que se lo notificasen al Garay. Dejemos de hablar desto, y digamos que luego como Gonzalo de Ocampo volvió con la respuesta del Vallejo, al Francisco de Garay le paresció buena respuesta y se vino con todo su ejército a subjetar, y aun más cerca de la villa de Santisteban del Puerto; e ya el Pedro de Vallejo tenía concertado con los vecinos de la villa, e con aviso que tuvo de cinco soldados que se habían ido a la villa, que eran del mismo Garay, de los amotinados, cómo estaban muy descuidados, e que no se velaban, e cómo quedaban en un pueblo bueno e grande que se dice Nachapalán; y los del Vallejo, [que] sabían bien la tierra, dan en la gente de Garay y le prenden sobre cuarenta soldados y se los llevaron a su villa de Santisteban del Puerto, y ellos lo tuvieron por bueno su prisión; y la causa que dijo el Vallejo por qué los prendió era porque sin presentar las provisiones y recaudos que traía andaban robando la tierra. Y viendo esto Garay hobo gran pesar y tomó a enviar a decir al mismo Vallejo que le diese sus soldados, amenazándole con la justicia de nuestro rey y señor; y el Vallejo respondió que desque vea las reales provisiones que las obedescerá y porná sobre su cabeza, e que fuera mejor que cuando vino Ocampo las trujera y presentara para las cumplir, e que le pide por merced que mande a sus soldados que no roben ni saqueen los pueblos de Su Majestad. Y en este instante llegaron los capitanes que Cortés enviaba con los recaudos, y como el Diego de Ocampo era en aquella sazón el alcalde mayor por Cortés en Méjico, comenzó a hacer requirimientos al Garay que no entrase en la tierra porque Su Majestad mandó que la tuviese Cortés, y en demandas y en respuestas se pasaron ciertos días, entre tanto cada día se le iban al Garay muchos soldados que anochescían y no amanescían; y vio Garay que los capitanes de Cortés traían mucha gente de a caballo y escopetas, y de cada día le venían más, y supo que de sus navíos que había mandado costa a costa se habían perdido dos dellos con tormenta de Norte, ques travesía, y los demás navíos, questaban en la boca del puerto, y quel teniente Vallejo les envió a requerir que luego se entrasen dentro en el río no les viniese algún desmán y tormenta como la pasada; si no, que los ternía por cosarios que andaban a robar; y los capitanes de los navíos, respondieron que no tuviese Vallejo que entender y mandar en ello, que ellos entrarían cuando quisiesen. Y en este instante el Francisco de Garay temió la buena fortuna de Cortés, y como andaban en estos trances, el alcalde mayor Diego de Ocampo y Pedro de Alvarado y Gonzalo de Sandoval tuvieron pláticas secretas con los del Garay y con los capitanes questaban en los navíos en el puerto, y se concertaron con ellos que se entrasen en el puerto y se diesen a Cortés, y luego un Martín de San Juan, lepuzcano, y un Castro Mocho, maestres de navío, se entregaron con sus naos al teniente Vallejo por Cortés; e como los tuvo por de Cortés, fue en ellos el mismo Vallejo a requerir al capitán Juan de Grijalva, questaba en la boca del puerto, que se entrase dentro a surgir o se fuese por la mar donde quisiese, y respondióle con tirarle muchos tiros; y luego enviaron en una barca un escribano del rey, que se decía Vicente López, a le requerir que se entrase en el puerto, y aun llevó cartas para el Grijalva del Pedro de Alvarado y de Sandoval y de Diego de Ocampo con ofertas y prometimientos que Cortés le haría mercedes; y como vio las cartas y que todas las naos habían entrado en el río ansí hizo el Juan Grijalba con su nao capitana y el Vallejo le dijo que fuese preso en nombre del capitán Hernando Cortés; mas luego lo soltó a él y a cuantos estaban detenidos. Y desque el Garay vio el mal recaudo que tenía y sus soldados huidos y amotinados, y los navíos dados al través y los demás estaban tomados por Cortés, si muy triste estaba antes que se los tomasen, más lo estuvo después que se vio desbaratado, y luego demandó, con grandes protestaciones que hizo a los capitanes de Cortés, que le diesen sus naos y todos sus soldados, que se querían volver a poblar el río de Palmas, y
presentó sus provisiones y recaudos que para ello traía, y que por no tener debates ni quistiones con Cortés se quería volver. Y aquellos caballeros respondieron que fuese mucho en buena hora, y que ellos mandarían a todos los soldados questaban en aquella provincia y por los pueblos amotinados que luego se vengan a su capitán y vayan en los navíos, y le mandarán proveer de todo lo que hobiere menester ansí de bastimento como de armas e tiros y pólvora, y que escribirían a Cortés lo proveyese muy cumplidamente de todo lo que hobiese menester; y el Garay con esta respuesta y ofrescimientos estaba contento. Y luego se dieron pregones en aquella villa y en todos los pueblos y enviaron alguaciles a prender los soldados amotinados para los traer al Garay, y por más penas que les ponían era pregonar en balde, que no aprovechaba cosa ninguna, y algunos que traían presos decían que habían llegado a la provincia de Pánuco y que no eran obligados a más le seguir ni cumplir el juramento que les hobo tomado, y ponían otras perentorias: que decían que no era capitán el Garay para saber mandar, ni hombre de guerra. Y desque vio el Garay que no aprovechaban pregones ni la buena diligencia que le parescía que ponían los capitanes de Cortés en traer sus soldados, estaba desesperado. Pues viéndose desmamparado de todo, aconsejáronle los caballeros que venían por parte de Cortés que escribiese luego al mismo Cortés, e que ellos serían intercesores con él para que volviese al río de Palmas, y que tenían a Cortés por de tan buena condición, que le ayudarla en todo lo que pudiese, e que Pedro de Alvarado y el Sandoval serían fiadores dello y se lo harían cumplir. Y luego el Garay escribió a Cortés dándole muy entera relación de su viaje y desdichas y trabajos, y que si su merced mandaba, que le iría a ver y a comunicar cosas cumplideras al servicio de Dios y de Su Majestad, encomendándole su honra y estado, y que lo efetuase de manera que no fuese disminuida su honra. Y también escribieron Pedro de Alvarado y el Diego de Ocampo y Gonzalo de Sandoval suplicando a Cortés por las cosas del Garay y que en todo fuese ayudado, pues en los tiempos pasados habían sido grandes amigos. Y Cortés, viendo aquellas cartas, hobo mancilla del Garay y le respondió con mucha mansedumbre, y que le pesaba de todos sus trabajos, y que se venga a Méjico, que le promete que en todo lo que le pudiere a yudar lo hará de muy buena voluntad, y que a la obra se remite; y mandó que por doquiera que viniese le hiciesen mucha honra y le diesen todo lo que hobiese menester, y aun te envió al camino refresco, y cuando llegó a Tezcuco le tenía hecho un banquete, y llegado que fue a Méjico, el mismo Cortés y muchos caballeros le salieron a rescebir, y el Garay iba espantado de ver tantas ciudades, y más desque vio la gran ciudad de Méjico. Y luego Cortés le llevó a sus palacios, que entonces nuevamente los hacía, y después que se hobieron comunicado el Garay y Cortés, le contó sus desdichas y trabajos, y encomendándole que por su mano fuese remediado; el mismo Cortés se lo ofresció muy de voluntad, y aun Pedro de Alvarado y Gonzalo de Sandoval le fueron buenos medianeros. Y de ahí tres o cuatro días que hobo llegado se trató que se casase una hija de Cortés, que se decía doña Catalina Cortés o Pizarro, que era niña, con un hijo de Garay, el mayorazgo, y le mandó Cortés en dote con doña Catalina gran cantidad de pesos de oro, y que Garay fuese a poblar el río de Palmas, e que Cortés le diese todo lo que hobiese menester para la poblazón y pacificación de aquella provincia, y aun le prometió que le daría capitanes y soldados de los suyos para que con ellos se descuidase en las guerras que hobiese, y con estos prometimientos y con buena voluntad que el Garay halló en Cortés estaba muy alegre. Yo tengo por cierto que ansí como lo había capitulado y ordenado Cortés lo cumpliría. Dejemos todo lo del casamiento y de las promesas, y diré cómo en aquella sazón fue el Garay a posar en la casa de un Alonso de Villanueva, porque Cortés estaba haciendo sus casas y palacios, y eran tamaños y tan grandes y de tantos patios como el laberinto de Creta, y porque Alonso de Villanueva, según paresció, había estado en Jamaica cuando Cortés le envió a comprar caballos, que esto no lo afirmo si era entonces o después, era muy grande amigo del Garay, y por el conocimiento pasado suplicó a Cortés el mismo Garay para pasarse a las casas del Villanueva; y se le hacía toda la honra que podía, y todos los vecinos de Méjico le acompañaban. Quiero decir cómo en aquella sazón estaba en Méjico Pánfilo de Narváez, que es el que hobimos desbaratado, como dicho tengo otras veces, y le vino a ver y hablar el Francisco de Garay, y abrazáronse el uno al otro y se pusieron a platicar cada uno de sus trabajos y desdichas, y como el Garay hablaba muy entonado, de plática en plática, medio riendo, le dijo el Narváez: «Señor adelantado don Francisco de Garay: hánme dicho ciertos soldados de los que se le han venido huyendo y amotinados que decía vuestra merced a los caballeros que traía en su armada: "Mirad que hagamos como varones y peleemos muy bien con estos soldados de Cortés, no nos tomen descuidados como tomaron a Narváez"; pues señor don Francisco de Garay, a mí peleando me quebraron este ojo y me robaron y quemaron cuanto tenía, y hasta que me mataron al alférez y muchos soldados y prendieron mis capitanes nunca me habían vencido tan descuidado como a vuestra merced le han dicho; hágole saber que otro más venturoso hombre en el mundo no le habido que Cortés, y tiene tales capitanes y soldados que se podían nombrar tan en ventura cada uno, en lo que tuvo entre manos, como Octaviano, y en el vencer, como Julio César, y en el trabajar y ser en las batallas, más que Aníbal». Y el Garay respondía que no había nescesidad que se lo dijesen, que por las obras se veía lo que decía; que ¿qué hombre hobo en el mundo que con tan pocos soldados se atreviesen a dar con los navíos al través y meterse en tan recios pueblos y grandes ciudades a les dar guerra?Y respondía Narváez recitando otros grandes hechos y loas de Cortés, y estuvieron el uno y el otro platicando en las conquistas desta Nueva España como a manera de coloquio. Y dejemos estas alabanzas que entre ellos se tuvo, y diré cómo Garay suplicó a Cortés por el Narváez para que le diese licencia para volver a la isla de Cuba con su mujer, que se decía María de Valenzuela, questaba rica de las minas y de los buenos indios que tenía el Narváez, y además de se lo suplicar el Garay con muchos ruegos, la misma mujer del Narváez se lo había enviado a suplicar a Cortés por escrito que le dejase ir a su marido, porque, según paresce, se conocían de cuando Cortés estaba en Cuba y eran compadres, y Cortés le dio licencia y le ayudó con dos mill pesos de oro. Y desque Narváez tuvo la licencia se humilló mucho a Cortés con prometimientos que primero le hizo que en todo le sería servidor; y luego se fue a Cuba. Dejemos de más platicar desto, y digamos en qué paró Garay e su armada, y es que yendo una noche de Navidad del año de mill e quinientos y veinte y tres juntamente con Cortés a maitines, después de vueltos de la iglesia almorzaron con mucho regocijo, y desde ahí a una hora, con el aire que le dio al Garay y él questaba de antes mal dispuesto, le dio dolor de costado con grandes calenturas; mandáronle los médicos sangrar y purgáronle, y de que vían que arreciaba el mal le dijeron que se confesase y hiciese testamento, lo cual luego hizo; dejó por albacea a Cortés, y después de haber rescibido los santos Sacramentos, dende a cuatro días que le dio el mal dio el alma a Nuestro Señor Jesucristo que la crió, y esto tiene la calidad de la tierra de Méjico, que en tres o cuatro días mueren de aquel mal de dolor de costado, questo ya lo he dicho otra vez, y lo tenemos bien experimentado de cuando estábamos en Tezcuco y en Cuyuacán, que se murieron muchos de nuestros soldados. Pues ya muerto Garay, ¡perdónele Dios, amén!, le hicieron muchas honras a su enterramiento, y Cortés y otros caballeros se pusieron luto, y como algunos maliciosos estaban mal con Cortés, no faltó quien dijo que le había mandado dar rejalgar en el almuerzo, y fue gran maldad de los que tal le levantaron, porque ciertamente de su muerte natural murió, porque ansí lo juró el dotor Ojeda y el licenciado Pedro López, médicos, que lo curaron; y murió el Garay fuera de su tierra en casa ajena y lejos de su mujer e hijos. Dejemos de contar desto y volvamos a decir de la provincia de Pánuco. Que como el Garay se vino a Méjico, sus capitanes y soldados, como no tenían cabecera ni quién los mandase, andaban unos de los soldados que aquí nombraré, quel Garay traía en su compañía, [que] se querían hacer capitanes, los cuales se decían: Juan de Grijalva, Gonzalo de Figueroa, Alonso de Mendoza, Lorenzo de Ulloa, Juan de Medina el Tuerto, Juan de Ávila, Antonio de la Cerda y un Taborda: este Taborda fije el más bullicioso de todos los del real de Garay, y sobre todos ellos quedó por capitán un hijo del Garay que quería casar Cortés con su hija, y no le acataban ni tenían cuenta dél todos los que he nombrado, ni ninguno de los de su compañía, antes se juntaban de quince en quince y de veinte en veinte y se andaban robando los pueblos y tomando las mujeres por fuerza, y mantas y gallinas, como si estuvieran en tierras de moros, robando lo que hallaban. Y desque aquello vieron los indios de aquella provincia se concertaron todos a una de los matar, y en pocos días sacrificaron y comieron más de quinientos españoles, y todos eran de los de Garay; y en un pueblo hobo que sacrificaran sobre cient españoles juntos, y por todos los más pueblos no hacían sino a los que andaban desmandando matallos y comer y sacrificar, y como no hobiera resistencia ni obedescían a los vecinos de la Villa de Santisteban que dejó Cortés poblada, ya que salían a les dar guerra era tanta la multitud de guerreros, que no se podían valer con ellos, y a tanto vino la cosa y atrevimiento que tuvieron, que fueron muchos indios sobre la villa y la combatieron de noche y de día, de arte questuvo en gran riesgo de se perder, y si no fuera por siete o ocho conquistadores viejos de los de Cortés, y por el capitán Vallejo, que ponían velas y andaban rondando y esforzando a los demás, ciertamente les entraran en su villa, y aquellos conquistadores dijeron a los demás soldados de Garay que siempre procurasen destar juntamente con ellos en el campo, y que allí en el campo estaban muy mejor, y que no se volvieron a la villa, y así se hizo y pelearon con ellos tres veces; y puesto que mataron al capitán Vallejo y hirieron otros muchos, todavía los desbarataron y mataron muchos in dios dellos; y estaban tan furiosos todos los indios naturales de indios aquella provincia, que ya no se me acuerda el nombre, que quemaron y abrasaron una noche cuarenta españoles y mataron quince caballos, y muchos dellos eran de los de Cortés y todos los demás fueron de Garay. Y como Cortés alcanzó a saber estos destrozos que hicieron en esta provincia, tomó tanto enojo, que quiso volver en persona contra ellos, y como estaba muy malo de un brazo que se le había quebrado, no pudo venir, y de presto mandó a Gonzalo de Sandoval que viniese con cient soldados y cincuenta de a caballo y dos tiros y quince arcabuceros y escopeteros, y le dio ocho mil tascaltecas y mejicanos, y le mandó que no se viniese sin que les dejase muy bien castigados de manera que no se tornasen alzar. Pues como el Sandoval era muy ardid, y cuando le mandaban cosa de importancia no dormía de noche, no se tardó mucho en el camino, que con gran concierto da orden cómo habían de entrar y salir los de a caballo en los contrarios, porque tuvo aviso que le estaban esperando en dos malos pasos todas las capitanías de los guerreros de aquellas provincias, y acordó de enviar la mitad de todo su ejército al un mal paso, y él se estuvo con la otra mitad de su compañía a la otra parte, y mandó a todos los escopeteros y ballesteros no hiciesen sino armar unos y soltar otros, y dar en ellos hasta ver si los podía hacer poner en huida; y los contrarios tiraban mucha vara y flecha y piedra, e hirieron a ocho soldados y a muchos de nuestros amigos. Y viendo Sandoval que no les podía entrar estúvose allí en aquel mal paso hasta la noche, y envió a mandar a los demás questaban al otro paso que hiciesen lo mismo, y los contrarios nunca desmampararon su puesto, e otro día por la mañana, viendo Sandoval que no aprovechaba cosa estarse allí como había dicho, mandó enviar a llamar a las demás capitanías que había enviado al otro mal paso, e hizo que levantaba su real y que se volvía camino de Méjico como amedrentado, y como los naturales de aquellas provincias questaban juntos les paresció que de miedo se iban retrayendo, salen al camino e iban siguiéndoles dándole grita y diciéndole vituperios, y todavía el Sandoval, aunque más indios salían tras él, no volvía sobrellos, y esto fue por descuidarles para que, como hablan ya estado aguardando tres días, volver aquella noche y pasar de presto con todo su ejército los malos pasos e ansí lo hizo, que a media noche volvió y tomóles algo descuidados: y pasó con los de a caballo, y no fue tan sin peligro que no le mataron tres caballos e hirieron muchos soldados. Y desque se vio en tan buena tierra y fuera del mal paso con sus ejércitos, él por una parte y los demás de su compañía por otra dan en grandes escuadrones que aquella misma noche se habían juntado desque supieron que volvió, y eran tantos que Sandoval tuvo recelo no le rompiesen y desbaratasen, y mandó a sus soldados que se tornasen a juntar con él para que peleasen juntos, porque vio y entendió de aquellos contrarios, que como tigres rabiosos se venían a meter en las puntas de las espadas, y hablan tomado seis lanzas a los de a caballo, como no eran hombres acostumbrados a la guerra, de lo quel Sandoval estaba tan enojado, que decía que valiera más que trujera pocos soldados de los que conoscía y no los que trujo, y allí les mandó de la manera que habían de pelear los de a caballo que eran nuevamente venidos, y es que las lanzas algo terciadas, y no parasen a dar lanzadas, sino por los rostros y pasar adelante hasta que les hayan puesto en huida, y les dijo que vista cosa es que si se parasen a lancear, que la primera cosa que el indio hace desque está herido es echar mano de la lanza, y desque los vean volver las espaldas, que entonces a media rienda los han de seguir, y las lanzas todavía terciadas, y si les echasen mano de las lanzas, porque aun con todo esto no dejan de asir dellas, que para se la sacar de presto de

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