Read Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España Online
Authors: Bernal Díaz del Castillo
Pues como dicho tengo, Cortés vio quel trabuco no aprovechó cosa ninguna, antes hobo enojo con el soldado que le aconsejó que le hiciese; y, viendo que no quería paces ningunas Guatemuz y sus capitanes, mandó a Gonzalo de Sandoval que entrase con bergantines en el sitio de la ciudad adonde estaba retraído Guatemuz con toda la flor de sus capitanes y personas más nobles que en Méjico había, y le mandó que no matase ni hiriese a ningunos indios, salvo si no le diesen guerra, e, aunque se la diesen, que solamente se defendiese y no les hiciese otro mal; y que les derrocase las casas y muchas barbacanas que habían hecho en la laguna. Y Cortés se subió en el cu mayor del Tatelulco para ver cómo Sandoval entraba con los bergantines, que le estaban acompañando allí mismo a Cortés, Pedro de Alvarado y Francisco Verdugo y Luis Marín y otros soldados. Y como el Sandoval entró con gran furia con los bergantines en aquel paraje donde estaban las casas del Guatemuz, y desque se vio cercado el Guatemuz tuvo temor no le prendiesen o matasen, y tenía aparejadas cincuenta grandes piraguas con buenos remeros para que, en viéndose en aprieto, salvarse e irse a meter en unos carrizales, y desde allí a tierra, y esconderse en otros pueblos, y ansimismo tenía mandado a sus capitanes y a la gente de más cuenta que consigo tenía en aquel baluarte de la ciudad que hiciesen lo mismo; y como vieron que les entraban entre las casas, se embarca en las cincuenta canoas, e ya tenían metido su hacienda y oro y joyas y toda su familia e mujeres, y se mete en ellas y tira por la laguna adelante, acompañado de muchos capitanes; y como en aquel instante iban otras muchas canoas, llena la laguna dellas, y Sandoval luego tuvo noticia que Guatemuz iba huyendo, mandó a todos los bergantines que dejasen de derrocar casas y barbacoas y siguiesen el alcance de las canoas e mirasen que tuviesen tino a qué parte iba el Guatemuz, e que no le ofendiese ni le hiciesen enojo ninguno, sino que buenamente le procurasen de prender. Y como un Garci Holguín, que era capitán de un bergatín, amigo del Sandoval, que era muy suelto e gran velero su bergantín, y traía buenos remeros, le mandó Sandoval que siguiese a la parte que le decían que iba con sus grandes piraguas el Guatemuz huyendo; y le mandó que si le alcanzase que no le hiciese enojo ninguno, más de prendello; y el Sandoval siguió por otra parte con otros bergantines que le acompañaban. E quiso Dios nuestro señor quel García Holguín alcanzó a las canoas y piraguas en que iba el Guatemuz, y en el arte dél y sus toldos y asiento en que iba le conosció que era Guatemuz, el gran señor de Méjico, e hizo por señas que aguardasen, y no querían aguardar, e hizo como que le querían tirar con las escopetas y ballestas, y el Guatemuz desque lo vio hobo miedo y dijo: «No me tire, que yo soy el rey desta ciudad e me llaman Guatemuz; lo que te ruego es que no llegues a cosas mías de cuantas trayo, ni a mi mujer ni parientes, sino llévame luego a Malinche». Y como el Holguín le oyó, se gozó en gran manera y con mucho acato le abrazó y le metió en el bergantín a él y a su mujer y a treinta principales, y les hizo asentar en el popa en unos petates e mantas, e les dio de lo que traían para comer, e a las canoas donde llevaba su hacienda no les tocó en cosa ninguna, sino que juntamente los llevó con su bergantín. En aquella sazón Gonzalo de Sandoval había mandado que todos los bergantines se recogiesen, y supo que Holguín había preso al Guatemuz y que lo llevaba a Cortés; y desque aquello oyó da mucha priesa en que remasen los que traía en el bergantín en que él iba, alcanzó a Holguín y le demandó al prisionero; y el Holguín no se lo quiso dar, porque dijo quél le había preso y no el Sandoval; y el Sandoval le respondió que ansí es verdad, mas que él es el capitán general de los bergantines y el García Holguín iba debajo de su mano y bandera, y que por ser su amigo le mandó que siguiese tras el Guatemuz, porque era más ligero su bergantín, y le prendiese, e que a él, como general, le había de dar al prisionero; y el Holguín todavía porfiaba que no quería; y en aquel instante fue otro bergantín a gran priesa a Cortés a demandalle albricias, que estaba muy cerca en el Tatelulco, mirando desde lo alto del cu cómo entraba el Sandoval, y entonces le dijeron la diferencia que traía con el Holguín sobre tomalle el prisionero. Y desque Cortés lo supo, luego despachó al capitán Luis Marín e a Francisco Verdugo que llamasen al Sandoval e al Holguín, ansí como venían en sus bergantines, sin más debatir, y trajesen al Guatemuz y su mujer e familia con mucho acato, porquél determinaría cúyo era el prisionero e a quién se había de dar la hora dello; y entretanto que le llevaron mandó aparejar un estrado lo mejor que en aquella sazón se pudo hacer con petates y mantas y asentaderos, y mucha comida de lo que Cortés tenía para sí; y luego vino el Sandoval y Holguín con el Guatemuz, y le llevaron entrambos dos capitanes ante Cortés; y desque se vio delante dél le hizo mucho acato, y Cortés con alegría le abrazó y le hizo mucho amor a él y a sus capitanes; y entonces el Guatemuz dijo a Cortés: «Señor Malinche: ya he hecho lo que soy obligado en defensa de mi ciudad, y no puedo más, y pues vengo por fuerza y preso ante tu persona y poder, toma ese puñal que tienes en la cinta y mátame luego con él»
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; y esto cuando se lo decía lloraba muchas lágrimas y sollozos, y también lloraban otros grandes señores que consigo traía. Y Cortés le respondió con doña Marina e Aguilar, nuestras lenguas, muy amorosamente, y le dijo que por haber sido tan valiente y volver por su ciudad, le tenía en mucho más su persona, y que no era dino de culpa ninguna, e que antes se le ha de tener a bien que a mal, y que lo quél quisiera era que, cuando iban de vencida, antes que más destruyéramos aquella ciudad, ni hobiera tantas muertes de sus mejicanos, que viniera de paz y de su voluntad, e que pues ya es pasado lo uno y lo otro, que no hay remedio ni enmienda en ello, y que descanse su corazón y de todos sus capitanes, e quél mandará a Méjico y a sus provincias como de antes. Y Guatemuz y sus capitanes dijeron que lo tenían en merced. Y Cortés preguntó por la mujer y por otras grandes señoras mujeres de otros capitanes que le habían dicho que venían con el Guatemuz, y el mismo Guatemuz respondió y dijo que había rogado a Gonzalo de Sandoval y a García Holguín que las dejase estar en las canoas donde venían hasta ver lo quel Malinche les mandaba. Y luego Cortés envió por ellas y a todos les mandó dar de comer lo mejor que en aquella sazón había en el real, y porque era tarde y comenzaba a llover, mandó Cortés que luego se fuesen a Cuyuacán, y llevó consigo a Guatemuz y a toda su casa y familia y a muchos principales, y ansimismo mandó a Pedro de Alvarado y a Gonzalo de Sandoval y a los demás capitanes que cada uno fuese a su estancia y real, y nosotros nos fuemos a Tacuba, y Sandoval a Tepeaquilla, y Cortés a Cuyuacán. Se prendió Guatemuz y sus capitanes en trece de agosto, a hora de víspera, en día de señor San Hipólito, año de mill e quinientos y veinte y un años. Gracias a Nuestro Señor Jesucristo y a Nuestra Señora la Virgen Santa María, su bendita madre. Amén. Llovió y relampagueó y tronó aquella tarde y hasta media noche mucho más agua que otras veces. Y desque se hobo preso Guatemuz quedamos tan sordos todos los soldados como si de antes estuviera un hombre llamando encima de un campanario y tañesen muchas campanas, y en aquel instante que las tañían cesasen de las tañer, y esto digo al propósito porque todos los noventa y tres días que sobre esta ciudad estuvimos, de noche y de día daban tantos gritos y voces unos capitanes mejicanos apercibiendo los escuadrones y guerreros que habían de batallar en las calzadas, otros llamando a los de las canoas que habían de guerrear con los bergantines y con nosotros en las puentes, y otros en hincar palizadas y abrir y ahondar las aberturas de agua y puentes y en hacer albarradas; otros en aderezar vara y flecha, y las mujeres en hacer piedras rollizas para tirar con las hondas; pues desde los adoratorios y torres de ídolos los malditos atambores y cornetas y atabales dolorosos nunca paraban de sonar. Y desta manera de noche y de día teníamos el mayor ruido, que no nos oíamos los unos a los otros, y después de preso el Guatemuz cesaron las voces y todo el ruido; por esta causa he dicho como si de antes estuviéramos en campanario. Dejemos desto y digamos cómo Guatemuz era de muy gentil disposición, ansí de cuerpo como de faiciones, y la cara algo larga y alegre, y los ojos más parecían que cuando miraba que era con gravedad que halagüeños, y no había falta en ellos, y era de edad de
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veinte y un años, y la color tiraba su matiz algo más blanco que a la color de indios morenos, y decían que era sobrino de Montezuma, hijo de una su hermana, y era casado con una hija del mesmo Montezuma, su tío, muy hermosa mujer y moza. Y antes que más pasemos adelante digamos en qué paró el pleito de Sandoval y de García Holguín sobre la prisión de Guatemuz, y es que Cortés les contó un cuento: que los romanos tuvieron otra contienda ni más ni menos questa entre Mario y Cornelio Sila, y fue cuando Sila trujo preso a Yugurta, questaba con su suegro el rey Bocos, y cuando entraban en Roma triunfando de los hechos y hazañas que hacían, pareció ser Sila metió en su triunfo a Yugurta con una cadena de hierro al pescuezo, y Mario dijo que no le había de meter sino él, e ya que le metiese que había de declarar quel Mario le dio aquella facultad y le envió por él para que en su nombre le trujesen preso, y se lo dijo el rey Bocas en nombre de Mario, pues quel Mario era capitán general y que debajo de su mano y bandera militaba, y el Sila, como era de los patricios de Roma, tenía mucho favor, y el Mario, como era de una villa cercana a Roma que se decía Arpino y Venedizo, puesto que había sido siete veces cónsul, no tuvo el favor que Sila, e sobrello hobo las guerras ceviles entre el Mario y Sila, y nunca se determinó a quién hablan de dar la honra de la prisión de Yugurta. Volvamos a nuestro hilo e propósito, y es que Cortés dijo quél haría relación dello a Su Majestad, y a quién fuese servido hacer merced de se lo dar por armas, y que de Castilla trairían sobrello la determinación, y desde a dos años vino mandado Por Su Majestad que Cortés tuviese por armas en sus reposteros siete reyes, que fueron: Montezuma, gran señor de Méjico; Cacamatzín, señor de Tezcuco. y los señores de Ixtapalapa y de Cuyuacán y Tacuba, y otro gran señor que era sobrino U Montezuma, a quien decían que le venia el cacicazgo y señorío de Méjico, que era señor de Mataltzingo y de otras provincias, y a este Guatemuz, sobre que fue el pleito. Dejemos esto y digamos de los cuerpos muertos y cabezas questaban en aquellas casas adonde se había retraído Guatemuz; digo, que juro. amén, que todas las casas y barbacoas de la laguna estaba llena de cabezas y cuerpos muertos, que yo no se de qué manera lo escriba, pues en las calles y en los mismos patios del Tatelulco no había otra cosa, y no podíamos andar sino entre cuerpos y cabezas de indios muertos. Yo he leído la destrución de Jerusalén; mas si fue más mortandad questa, no lo sé cierto, porque faltaron en esta ciudad tantas gentes, guerreros que de todas las provincias y pueblos subjetos a Méjico que allí se habían acogido, todos los más murieron, y, como ya he dicho, así el suelo y laguna y barbacoas todo estaba lleno de cuerpos muertos, y hedía tanto que no había hombre que lo pudiese sufrir, y a esta causa luego como se prendió a Guatemuz cada uno de los capitanes nos fuimos a nuestros reales, como ya dicho tengo, y aun Cortés estuvo malo del hedor que se le entró en las narices e dolor de cabeza en aquellos días questuvo en el Tatelulco. Dejemos desto y pasemos adelante y digamos cómo los soldados que andaban en los bergantines fueron los mejor librados, y hobieron buen despojo, a causa que podían ir a las casas questaban en ciertos barrios de la laguna, que sentían habría ropa o oro o otras riquezas, y también los iban a buscar en los carrizales adonde lo llevaban a esconder los mejicanos cuando les ganábamos algún barrio y casas, y también porque so color que iban a dar caza a las canoas que metían bastimento y agua, si topaban algunas en que iban algunos principales huyendo en tierra firme para se ir entre los pueblos otomíes, questaban comarcanos, les despojaban lo que llevaban; quiero decir que nosotros los soldados que militábamos en las calzadas y por tierra no podíamos haber provecho, sino muchos flechazos y lanzadas y heridas de vara y picara, a causa que cuando íbamos ganando algunas casas ya los moradores dellas habían sacado toda cuanta hacienda tenían, y no podíamos ir por agua sin que primero cegásemos las aberturas y puentes, y a esta causa he dicho, en el capítulo que dello habla, que cuando Cortés buscaba los marineros que habían de andar en los bergantines que fueron los mejores librados que no los que batallamos por tierra, y ansí aparesció claro, porque los capitanes mejicanos y aun el Guatemuz dijeron a Cortés, cuando les demandaba el tesoro de Montezuma, que los que andaban en los bergantines habían robado mucha parte dello. Dejemos de hablar más en esto hasta más adelante, y digamos que como había tanta hedentina en aquella ciudad, Guatemuz rogó a Cortés que diese licencia para que todo el poder de Méjico questaba en la ciudad se saliesen fuera por los pueblos comarcanos, y luego les mandó que ansí lo hiciesen; digo que en tres días con sus noches en todas tres calzadas, llenas de hombres y mujeres e criaturas, no dejaron de salir, y tan flacos y amarillos y sucios y hediondos, que era lástima de los ver, y como los hobieron desembarazado, envió Cortés a ver la ciudad. y víamos las casas llenas de muertos, y aun algunos pobres mejicanos entre ellos que no podían salir, y lo que purgaban de sus cuerpos era una suciedad como echan los puercos flacos que no comen sino hierba; y hallóse toda la ciudad como arada y sacada las raíces de las hierbas que hablan comido, y cocidas hasta las cortezas de algunos árboles; de manera que agua dulce no les hallamos ninguna, sino salada. También quiero decir que no comían las carnes de sus mejicanos, si no eran de los nuestros y amigos tascaltecas que apañaban, y no se ha hallado generación en muchos tiempos que tanto sufriese la hambre y sed y continas guerras como éstas. Pasemos adelante que mandó Cortés que todos los bergantines se juntasen en unas atarazanas que después se hicieron, e volvamos a nuestras pláticas. Que después que se ganó esta grande e populosa ciudad y tan nombrada en el Universo, después de haber dado muchas gracias a Dios Nuestro Señor y a su bendita madre Nuestra Señora e haber ofrescido ciertas mandas a Dios Nuestro Señor, Cortés mandó hacer un banquete en Cuyuacán por alegrías de la haber ganado, y para ello tenía ya mucho vino de un navío que había venido de Castilla al puerto de la Villa Rica, e tenía puercos que le trujeron de Cuba, y para hacer la fiesta mandó convidar a todos los capitanes y soldados que les paresció tener cuenta con ellos de todos tres reales, y cuando fuimos al banquete no había asientos ni mesas puestas para la tercia parte de los soldados y capitanes que fuimos, e hobo mucho desconcierto, y valiera más que no se hiciera aquel banquete por muchas cosas no muy buenas que en él acaescieron