Read Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España Online
Authors: Bernal Díaz del Castillo
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y hobo sortija, y ansimesmo valiera más que no la hobiera, sino que todo se empleara en cosas santas e buenas, e en dar oro con gracias a Dios por los muchos bienes y mercedes que siempre nos hacía e a la contina ha hecho. Dejemos de más hablar en esto, e quiero decir otras cosas que pasaron, que se me olvidaban, y aunque no vengan agora dichas, sino algo atrás, y es que nuestros amigos Chichimecatecle y dos mancebos Xicotengas, hijos de don Lorenzo de Vargas, que se solía llamar Xicotenga el Viejo y Ciego, guerrearon muy valientemente contra el gran poder de Méjico y nos ayudaron muy bien, e ansimismo un hermano de don Fernando, señor de Tezcuco, muchas veces por mí nombrado, que se decía este Suchel, que después se llamó don Carlos; éste hizo cosas de muy valiente y esforzado varón, e otro indio capitán, que no se me acuerda el nombre, natural de un pueblo de la laguna, hacia maravillas, y otros muchos capitanes de pueblos de los que nos ayudaban, todos guerreaban muy poderosamente, y Cortés les habló y les dio muchas gracias y loores porque nos habían ayudado e con muchos prometimientos que les haría señorear y les daría el tiempo adelante tierras y vasallos, los despidió, y como estaban todos ricos y cargados de oro que hobieron e despojos, se fueron a sus tierras, y aun llevaron harta carne cecinada e los mejicanos, y repartieron entre sus parientes y amigos como cosas de sus enemigos: la comieron por fiestas.
Agora questoy fuera de los combates y recias batallas que con los mejicanos teníamos de día y de noche, por lo cual doy muchas gracias a Dios que dellas me libró, quiero contar una cosa que me acontescía después que vi sacrificar y abrir por los pechos los sesenta y dos soldados que llevaron vivos de los de Cortés, y ofrecelles los corazones a los ídolos, y esto que agora diré parescerá algunas personas ques por falta de no tener muy gran ánima para guerrear, y por otra parte, y si bien se considera, es por el demasiado atrevimiento y gran ánimo en que aquellos días había de poner mi persona en lo más recio de las batallas, porque en aquella sazón presumía de buen soldado y estaba tenido en aquella reputación, cosa era que había de hacer lo que los más osados soldados eran obligados, y como cada día vía llevar a sacrificar mis compañeros y había visto cómo les aserraban por los pechos y sacalles los corazones bullendo, y cortalles pies y brazos, y se los comieron a los sesenta y dos que he dicho, e de antes habían muerto diez de los nuestros compañeros, temía yo que un día que otro me habían de hacer lo mismo, porque ya me habían asido dos veces para me llevar a sacrificar, quiso Dios que me escapé de su poder, y acordándome de aquellas feísimas muertes, y como dice el refrán que cantarillo que muchas veces va la fuente, etcétera, y a este efeto siempre desde entonces temí la muerte más que nunca; y esto he dicho porque antes de entrar en las batallas se me ponía una como grima y tristeza en el corazón, y ayunaba una vez o dos, y encomendándome a Dios y a su bendita madre y entrar en las batallas todo era uno, y luego se me quitaba aquel pavor; y también quiero decir qué cosa tan nueva os parecerá agora tener yo aquel temor no acostumbrado, habiéndome hallado en muchas batallas y reencuentros muy peligrosos de guerra y había destar cortido el corazón y esfuerzo y ánimo en mi persona, agora a la postre más arraigado que nunca, porque si bien lo sé contar y traer a la memoria, desque vine a descubrir con Francisco Hernández de Córdoba e con Grijalba, e volví con Cortés, me hallé en lo de la punta de Cotoche, y en lo de Lázaro, que en otro nombre se dice Campeche, y en Potonchan y en la Florida, según más largamente tengo escrito, cuando vine a descubrir con Francisco Hernández de Córdoba. Dejemos esto y volvamos a hablar en lo de Grijalba y en la misma de Potonchan, e agora con Cortés en lo de Tabasco, y en la de Cingapacinga, y en todas las batallas y reencuentros de Tascala, y en lo de Cholula, y cuando desbaratamos a Narváez me señalaron, e me hallé, que les fuésemos a tomar el artillería, que eran diez y ocho tiros. que tenían cebados con sus piedras e pelotas, los cuales les tomamos, y este trance fue de mucho peligro, y me halló en el desbarate primero, cuando los mejicanos nos echaron de Méjico, cuando mataron en obra de ocho las sobre ocho cientos y cincuenta de los nuestros soldados, y me hallé en las entradas de Tepeaca y Cachula e sus rededores, y en otro encuentro que tuvimos con los mejicanos, cuando estábamos en Tezcuco, sobre coger las millpas de maíz, e me hallé en lo de Iztapalapa cuando nos quisieron anegar, y me hallé cuando subimos en los peñoles que agora les llaman las fuerzas o fortalezas, que ganó Cortés, y en lo de Suchimilco, cuatro batallas, otros muchos reencuentros, y entré con Pedro de Alvarado con los primeros a poner cerco a Méjico, que les quebramos el agua de Chapultepeque, y en la primera entrada que entramos en las calzadas con el mismo Alvarado, y después cuando nos desbarataron por la misma nuestra parte y nos llevaron ocho soldados e a mí me llevaban asido a sacrificar, y en todas las batallas por mí ya memoradas que cada día teníamos, hasta que vi, como dicho tengo, las crueles muertes que dieron delante de mis ojos a nuestros compañeros. Ya he dicho que agora que por mí habían pasado todas estas batallas y peligros de muerte, que no lo había de temer tanto como lo temía agora a la postre; digan aquí los caballeros que desto del militar se les entiende, y se han hallado en trances peligrosos de muerte, a qué fin echarán mi temor, si es a flaqueza e ánimo o a mucho esfuerzo, porque, como he dicho, sentía en mi pensamiento que había de poner mi persona batallando en parte tan peligrosa que por fuerza había de temer entonces la muerte más que otras veces, y por esta causa temblaba el corazón, porque temía la muerte, y todas estas batallas que aquí he dicho, donde me he hallado, verán en mi relación en qué tiempo y cómo y cuándo y dónde y de qué manera, otras muchas entradas y reencuentros tuve desde allí adelante, que aquí no declaro hasta su tiempo e lugar, lo cual verán adelante en esta relación; e también digo que siempre no estaba muy sano, porque muchas veces estaba mal herido, y a este efeto no podía ir a todas las entradas; pues aún no son nada los trabajos ni riesgos dio muerte que de mi persona he recontado, que después que ganamos esta grande y fuerte ciudad de Méjico pasé otros reencuentros con capitanes con quien saben de militar, como adelante verán, cuando venga a coyuntura. Y dejémoslo ya, y diré y declararé por qué he dicho en todas estas guerras mejicanas, cuando nos mataron a nuestros «compañeros» lleváronlos y no digo «matáronlos», y la causa es ésta: porque los guerreros que con nosotros peleaban, aunque pudieran matar a los que llevaban vivos de nuestros soldados, no los mataban luego, sino dábanles heridas peligrosas por que no se defendiesen, y vivos los llevaban a sacrificar a sus ídolos, y aun primero les hacían bailar delante del Huichilobos, que era su ídolo de la guerra, y ésta es la causa por qué he dicho «lleváronlos». Y dejemos desta materia, y digamos lo que Cortés hizo después de ganado Méjico.
La primera cosa que mandó Cortés a Guatemuz que adobasen los caños de agua de Chapultepeque, según y de la manera que solían estar, y que luego fuese el agua por sus caños a entrar en la ciudad de Méjico, y que limpiasen todas las calles de los cuerpos y cabezas de muertos, que los enterrasen, para que quedasen limpias y sin hedor ninguno la ciudad, y que todas las puentes y calzadas que las tuviesen muy bien aderezadas como de antes estaban, y que los palacios y casas las hiciesen nuevamente, y que de antes de dos meses se volviesen a vivir en ellas, y les señaló en qué habían de poblar y qué parte habían de dejar desembarazada para en que poblásemos nosotros. Dejemos destos mandos y de otros que ya no me acuerdo, y digamos cómo el Guatemuz y sus capitanes dijeron a Cortés que muchos soldados y capitanes que andaban en los bergantines y de los que andábamos en las calzadas batallando les hablamos tomado muchas hijas y mujeres de principales; que le pedían por merced que se las hiciesen volver, y Cortés les respondió que serían malas de haber de poder de quien las tenían, y que las buscasen y trujesen antél, y vería si eran cristianas o se querían volver a sus casas con sus padres y maridos, y que luego se las mandaría dar; y dioles licencia para que las buscasen en todos tres reales, y un mandamiento para quel soldado que las tuviese que luego se las diesen, y si las indias se querían volver de buena voluntad. Y andaban muchos principales en busca dellas de casa en casa, y eran tan solícitos, que las hallaron, y había muchas mujeres que no se querían ir con sus padres, ni madres, ni maridos, sino estarse con los soldados con quien estaban, y otras se escondían, y otras decían que no querían volver a idólatras, y aun algunas dellas estaban ya preñadas, y desta manera no llevaron sino tres, que Cortés expresamente mandó que las diesen. Dejemos desto y digamos que luego mandó hacer unas atarazanas y fortaleza en questuviesen los bergantines, y nombró alcaide que estuviese en ella, parésceme que fue a Pedro de Alvarado, hasta que vino de Castilla un Salazar de la Pedrada, nombrado por Su Majestad; digamos, de otra materia, que a todos aplacía cómo se recogió todo el oro y plata y joyas que se hobo en Méjico, y fue muy poco, según paresció, porque todo lo demás hobo fama que lo había echado Guatemuz en la laguna cuatro días antes que se prendiese, y que, demás desto, que lo hablan robado los tascaltecas y los de Tezcuco y Guaxozingo y Cholula y todos los demás nuestros amigos questaban en la guerra, y que los teules que andaban en los bergantines robaron su parte; por manera que los oficiales de la hacienda del rey nuestro señor decían y publicaban que Guatemuz lo tenía escondido y que Cortés holgaba dello porque no lo diese y habello todo para sí, y por estas causas acordaron los oficiales de la Real Hacienda de dar tormento a Guatemuz y al señor de Tacuba, que era su primo y gran privado, y ciertamente mucho le pesó a Cortés que a un señor como Guatemuz le atormentasen por cobdicia del oro, porque ya habían hecho muchas pesquisas sobrello, y todos los mayordomos de Guatemuz decían que no había más de lo que los oficiales del rey tenían en su poder, que eran hasta trescientos y ochenta mill pesos de oro, que ya lo habían fundido y hecho barras, y de allí se sacó el real quinto y otro quinto de Cortés, y como los conquistadores que no estaban bien con Cortés vieron tan poco oro, y al tesorero Julián de Alderete, que ansí se decía, que tenían sospecha que por quedarse con el oro Cortés no quería que prendiesen al Guatemuz, ni le prendiesen sus capitanes, ni diesen tormentos, y porque no le achacasen algo a Cortés sobrello, y no lo pudo excusar, le atormentaron, en que le quemaron los pies con aceite, y al señor de Tacuba, y lo que confesaron que cuatro días antes lo echaron en la laguna, ansí el oro como los tiros y escopetas que nos habían tomado cuando nos echaron de Méjico y cuando desbarataron agora a la postre a Cortés, y fueron adonde señaló Guatemuz que lo habían echado, y entraron buenos nadadores y no hallaron cosa ninguna, y lo que yo vi que fuimos con el Guatemuz a las casas en que solía vivir, y estaba una como alberca de agua, y de aquella alberca sacamos un sol de oro como el que nos dio Montezuma, y muchas joyas y piezas de poco valor que eran del mismo Guatemuz, y el señor de Tacuba dijo que él tenía en unas casas suyas, questaban de Tacuba obra de cuatro leguas, ciertas cosas de oro, y que le llevasen allá y diría adónde estaba enterrado y lo daría; y fue Pedro de Alvarado y, seis soldados, e yo fui en su compañía, y cuando allá llegamos dijo el cacique que por morirse en el camino había dicho aquello, que le matasen, que no tenía oro ni joyas ningunas, y ansí nos volvimos sin ello. En este estado se quedó, que no hobimos más oro que fundir; verdad es que a la recámara del Montezuma, que después que murió poseyó e hobo Guatemuz, no se había allegado a muchas joyas y preseas de oro, que todo se tomó señaladamente para que con ello sirviésemos a Su Majestad, y porque había muchas joyas de diversas maneras, de diversas hechuras, y tan primas que si parase a escrebir cada cosa e hechura dello por si es gran prolijidad, lo dejaré de decir en esta relación; mas digo que valía dos veces más que lo que se sacó del quinto para Su Majestad e para Cortés, todo lo cual enviamos al emperador nuestro señor con Alonso de Ávila, que en aquel tiempo vino de la isla de Santo Domingo, y en su compañía fue a Castilla Antonio de Quiñones, lo cual diré adelante cómo y de qué manera y cuándo. Y dejemos de hablar dello, y volvamos a decir que en la laguna adonde nos decían que había echado el oro Guatemuz entré yo y otros soldados a zabullidas; siempre sacábamos piecezuelas de poco precio, lo cual luego nos lo demandó Cortés y el tesorero Julián de Alderete por oro de Su Majestad, y ellos mismos fueron con nosotros adonde lo habíamos sacado y llevaron buenos nadadores, y tornaron a sacar obra de ochenta o noventa pesos en sartalejos, e ánades, e perrillos, e pinjantes, e collarejos y otras cosas de nonada, que así se puede decir según la fama que había en la laguna que habían echado de antes. Dejemos de hablar en ello, y digamos cómo todos los capitanes y soldados estábamos algo pensativos desque vimos el poco oro y las partes tan pobres y malas, y el fraile de la Merced y Pedro de Alvarado e Cristóbal de Olí y otros capitanes dijeron a Cortés que pues había poco oro, que lo que cabía de parte a todos que se lo diesen y repartiesen a los que quedaron mancos y cojos y ciegos y tuertos y sordos, y otros que se habían tullido y estaban con dolor destómago, y otros que se habían quemado con la pólvora, y a todos los questaban dolientes de dolor de costado, que aquéllos les diesen todo el oro, y que para estos tales sería bien dárselo, y que todos los demás questábamos algo sanos lo habríamos por bien; y esto que le dijeron a Cortés fue sobre cosa pensada, creyendo que nos diera más que las partes, porque había muchas sospechas que lo tenía escondido. Y lo que Cortés respondió fue que vería a cómo salíamos y que en todo pornía remedio. Y como todos los capitanes y soldados queríamos ver lo que nos cabía de parte, dábamos priesa para que se echase la quinta y se declarase a qué tantos pesos salíamos. Y después que lo hobieron tanteado dijeron que cabían a los de a caballo a ochenta pesos, y a los ballesteros y escopeteros y rodeleros a sesenta o a cincuenta pesos, que no se me acuerda bien. Y desque aquellas partes nos señalaron, ningún soldado las quiso tomar. Entonces murmuramos de Cortés, y decían que lo había tomado a escondido el tesorero; y el Alderete, por descargarse de lo que le decíamos, respondió que no podía más, porque Cortés sacaba el montón otro quinto como el de Su Majestad para él, y se pagaban muchas costas de los caballos que se hablan muerto, y que tarnbién se dejaban de meter en el montón muchas piezas de oro que habíamos de enviar a Su Majestad, y que riñiésemos con Cortés y no con él. Y como en todos tres reales y bergantines había soldados que habían sido amigos y paniaguados del Diego Velázquez, gobernador de Cuba, de los que habían pasado con Narváez, que no tenían buena voluntad a Cortés y le querían muy mal, y como vieron que en el partir del oro no les daba las partes que quisieran, no lo quisieron rescebir lo que les daba, e decían que como paresciese todo el oro en poder de quien estaba, y se desvergonzaron mucho en decir que Cortés lo tenía escondido. Y como Cortés estaba en Cuyuacán y posaba en unos palacios que tenían blanqueadas y encaladas las paredes, donde buenamente se podía escribir en ellos con carbones y con otras tintas, amanescía cada mañana escritos muchos motes, algunos en prosa y otros en metros algo maliciosos, a manera como mase pasquines; y en unos decían quel sol y la luna y las estrellas y la mar y la tierra tienen sus cursos, e que si alguna vez sale más de la inclinación para que fueron criados más de sus medidas, que vuelven a su ser, y que así había de ser la ambición de Cortés en el mandar, e que había de volver a su principio; y otros decían que más conquistados nos traía que la conquista que dimos a Méjico, y que nos nombrásemos conquistadores de la Nueva España, sino conquistados de Hernando Cortés; y otros decían que no bastaba tomar buena parte del oro como general, sino parte como rey, sin otros aprovechamientos; otros decían: «¡Oh qué triste está la ánima mea hasta que le vuelva todo el oro que tiene tomado Cortés y escondido!» Y otros decían que Diego Velázquez gastó su hacienda y descubrió toda la costa del Norte hasta Pánuco, y la vino Cortés a gozar, e se alzó con la tierra e oro; y decían otras cosas desta manera, y aun decían palabras que no son para poner en esta relación. Y cuando salía Cortés de su aposento por las mañanas y lo leía, y como estaban en metros en prosas y por muy gentil estilo y consonantes cada mote y copla lo que inclinaba y al fin tiraba su dicho, y no tan simplemente como yo aquí lo digo, y como Cortés era algo poeta e se preciaba de dar respuestas inclinadas para loar sus grandes e notables hechos y deshaciendo los del Diego Velázquez y Grijalba y Francisco Hernández de Córdoba, e como prendió al Narváez, respondía también por buenas consonantes y muy a propósito en todo lo quescribía, de cada día iban más desvergonzados los metros e motes que ponían, hasta que Cortés escribió: «Pared blanca, papel de necios», y amanesció escrito más adelante: «Aun de sabios y verdades, e Su Majestad lo sabrá de presto»; y bien supo Cortés quién lo escribía, que fue Fulano Tirado, amigo de Diego Velázquez, yerno que fue de Ramírez el Viejo, que vivía en la Puebla, y un Villalobos, que fue a Castilla, y otro que se decía Mansilla, y otros que ayudaban de buena para que Cortés sintiese a los puntos que le tiraban. Y Cortés se enojó y dijo públicamente que no pusiesen malicias, que castigarla a los ruines desvergonzados. Dejemos desto; que como había muchas deudas entre nosotros, que debíamos de ballestas a cincuenta y a sesenta pesos, y otros de una espada cincuenta, y desta manera eran tan caras todas las cosas que habíamos comprado, pues un zurujano, que se llamaba maestre Juan, que curaba algunas malas heridas y se igualaba por la cura a excesivos precios, y también un medio matasanos, que se decía Murcia, que era boticario y barbero, que también curaba, y otras treinta trampas y tarrabusterías que debíamos, demandaban que las pagásemos de las partes que nos daban, y el remedio que Cortés dio fue que puso dos personas de buena conciencia, que sabían de mercaderías, que qué podía valer cada cosa de lo que habíamos tomado fiado lo apreciasen; llamábanse los apreciadores Santa Clara, persona muy noble, y el otro se decía Fulano de Llerena, también noble persona, y se mandó que todo lo que aquéllos dijesen que valían las cosas que nos habían vendido y las curas que habían hecho los zurujanos, que pasasen por ello, e que si no teníamos dineros, que aguardasen por ellos tiempo de dos años. Otra cosa también se hizo: que todo el oro que se fundió echaron tres quilates más de lo que tenía de ley, porque ayudasen a las pagas, y también porque en aquel tiempo habían venido mercaderes y navíos a la Villa Rica, y creyendo que en echar los tres quilates nos ayudaban a la tierra y a los conquistadores, y no nos ayudó en cosa ninguna; antes fue en nuestro perjuicio, porque los mercaderes, viendo que para los tres quilates saliese a la cabal de sus ganancias, cargaban en las mercaderías y cosas, que vendían cinco quilates más, y desta manera anduvo el oro de tres quilates más cinco o seis años, y a este respecto se nombraba el oro de quilates tepuzque, que quiere decir en lengua de indios cobre; y ahora tenemos aquel modo de hablar, que cuando nombramos algunas personas que son preminentes y de merecimiento decimos el señor don Fulano de tal nombre, o Juan Martín o Alonso, y otras personas que no son de tanta calidad les decimos su nombre, y por haber diferencia de los unos a los otros decimos Fulano de tal nombre Tepuzque. Volvamos a nuestra plática; que viendo que no era justo que anduviese el oro de aquella manera, se envió a hacer saber a Su Majestad para que se quitasen los tres quilates de más y no anduviese en la Nueva España, y Su Majestad fue servido mandar que no anduviese más, y que todo lo que se le hubiese de pagar en almojarifazgo y penas de cámara, que se le pagase de aquel mal oro hasta que se acabase y no hobiese memoria dello, y desta manera se llevó todo a Castilla, y allá le fundieron e pusieron a su ley perfecta. Y quiero decir que en aquella sazón questo pasé ahorcaron a dos plateros que falsearon las marcas reales de los quilates y lo echaban cobre puro mucho. Mas me he detenido en contar cosas viejas y salir fuera de mi relación; volvamos a ella: que como Cortés vio que muchos soldados se desvergonzaban en demandalle más partes y decían que se lo tomaba todo para sí e lo robaba, y le pedían prestados dineros, acordó de quitar sobre sí aquel dominio y de enviar a poblar a todas las provincias que le paresció que convenía que se poblasen. A Gonzalo de Sandoval mandó que fu se a poblar a Tustepeque y que castigase a unas guarniciones mejicanas que mataron, cuando nos echaron de Méjico, setenta e ocho personas y seis mujeres de Castilla que allí habían quedado de los de Narváez, y que poblase a una villa que se puso por nombre Medellín; que pasase a Guazacualco y que poblase en aquel puerto; y también mandó a un tal Pineda y Vicente López que fuesen a conquistar la provincia de Pánuco, y mandó a Ramiro
Rangel questuviese en la Villa Rica, como dicho tengo, y en su compañía a Pedro de Ircio, y a Juan Álvarez Chico a Colina, y a un Villafuerte a Zacatula, y a Cristóbal de Olí que fuese a Mechuacán. Ya en este tiempo se había casado el Cristóbal de Olí con una portuguesa que se decía doña Felipa de Arauz o Carauz, que había venido.... y envió a Francisco de Orozco a poblar a Guaxaca, porque en aquellos días que habíamos ganado Méjico, como lo supieron en todas estas provincias que he nombrado que Méjico estaba destruida, no lo podían creer los caciques y señores dellas; como estaban lejanas enviaban principales a dar a Cortés el parabién de las vitorias y a darse por vasallos de Su Majestad, y a ver cosa tan temida, como dellos fue Méjico, si era verdad questaba por el suelo, y todos traían grandes presentes de oro que daban a Cortés, y aun traían consigo a sus hijos pequeños y les mostraban a Méjico, y, como solemos decir aquí fue Troya, se lo declaraban. Dejemos desto, y digamos una plática ques bien que se declare, porque me dicen muchos curiosos letores que qués la causa que pues los verdaderos conquistadores que ganamos la Nueva España y la fuerte y gran ciudad de Méjico por qué no nos quedamos en ella a poblar y nos venimos a otras provincias; digo que tienen mucha razón de lo preguntar e fuera justo; quiero decir la causa por qué, y es ésta que diré: En los libros de la renta de Montezuma mirábamos de dónde le traían los tributos del oro y dónde había minas y cacao y ropa de mantas, y de aquellas partes que víamos en los libros y las cuentas que en ellos tenía Montezuma que se lo traían, queríamos ir, en especialmente viendo que salía de Méjico un capitán tan principal e amigo de Cortés como fue Sandoval, y también como víamos que en los pueblos de la redonda de Méjico no tenían oro, ni minas, ni algodón, sino mucho maíz y magueyales, de donde sacaban el vino; a esta causa la teníamos por tierra pobre, y nos fuimos a otras provincias a poblar, y todos fuimos muy engañados. Acuérdome que fui hablar a Cortés que me diese licencia para ir con Sandoval, y me dijo: «En mi conciencia, señor Bemal Díaz del Castillo, que vivís engañado, que yo quisiera que quedárades aquí conmigo; mas es voluntad de ir con vuestro amigo Sandoval, id en buena hora; yo siempre terné cuidado de lo que se os ofreciere; mas bien sé que os arrepentiréis por me dejar». Volvamos a decir de las partes del oro, que todo se quedó en poder de los oficiales del rey por los esclavos que se habían sacado en las almonedas. No quiero poner aquí por memoria qué tantos de a caballo, ni escopeteros y ballesteros, ni soldados, ni en cuántos días de tal mes despachó Cortés a los capitanes por mí memorados que fuesen a poblar las provincias por mí arriba dichas, porque sería larga relación, basta que diga que pocos días después de ganado Méjico, y preso Guatemuz, y desde ahí a otros dos meses envió Cortés a otros capitanes a otras provincias. Dejémoslo agora de hablar de Cortés, y diré que en aquel instante vino al puerto de la Villa Rica con dos navíos [un Cristóbal de Tapia], el cual era veedor de las funciones que se hacían en la isla de Santo Domingo; otros dijeron que era alcaide de la fortaleza de aquella isla; y traía provisiones y cartas mensivas de don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos, arzobispo de Rosano, que enviaba en nombre de Su Majestad para quel Cristóbal de Tapia fuese gobernador de la Nueva España. Y lo que sobrello pasó diré adelante.