Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (22 page)

Capítulo LXIV: Cómo tuvimos nuestro real asentado en unos pueblos y caserías que se dice Teoacingo o Tevacingo, y lo que allí hicimos

Como nos sentimos muy trabajados de las batallas pasadas y estaban muchos soldados y caballos heridos, sin los que allí murieron, y teníamos nescesidad de adobar las ballestas y alistar de saetas, estuvimos un día sin hacer cosa que de contar sea; y otro día por la mañana dijo Cortés que sería bueno ir a correr el campo con los de caballo questaban buenos para ello, por que no pensasen los tascaltecas que dejábamos de guerrear por la batalla pasada, y por que viesen que siempre los habíamos de seguir; y el día pasado habíamos estado sin salir a los buscar, e que era mejor irles nosotros acometer quellos a nosotros, porque no sintiesen nuestra flaqueza y porque aquel campo es muy llano y muy poblado. Por manera que con siete de a caballo y pocos ballesteros y escopeteros y obra de docientos soldados y con nuestros, amigos, salimos y dejamos en el real buen recaudo, según nuestra posibilidad , y por las casas y pueblos por donde íbamos prendimos hasta veinte indios e indias, sin hacelles ningún mal, y los amigos, como son crueles, quemaron muchas casas y trujeron bien de comer y gallinas y perrillos; e luego nos volvimos al real, que era cerca. Y acordó Cortés se soltasen los prisioneros, y se les dio primero de comer, y doña Marina y Aguilar les halagaron y dieron cuentas y les dijeron que no fuesen más locos e que viniesen de paz, que nosotros les queremos ayudar y tener por hermanos; y entonces también soltamos los dos prisioneros que eran principales, y se les dio otra carta para que fuesen a decir a los caciques mayores questaban en el pueblo cabecera de todos los de aquella provincia, que no les venimos a hacer mal ni enojo, sino para pasar por su tierra e ir a Méjico a hablar a Montezuma. Y los dos mensajeros fueron al real de Xicotenga, questaba de allí obra de dos leguas, en unos pueblos y casas que me paresce que se llamaban Tecuacinpacingo, y como les dieron la carta y dijeron nuestra embajada, la respuesta que les dio Xicotenga que fuésemos a su pueblo, a donde está su padre, y que allá harán las paces con hartarse de nuestras carnes y honrar sus dioses con nuestros corazones y sangre, y que para otro día de mañana veríamos su respuesta. Y desque Cortés y todos nosotros oímos aquellas tan soberbias palabras, como estábamos hostigados de las pasadas batallas e rencuentros, verdaderamente no lo tuvimos por bueno, y aquellos mensajeros los halagó Cortés con blandas palabras, porque le paresció que habían perdido el miedo, y les mandó dar unos sartalejos de cuentas, y esto para tornalles a enviar por mensajeros sobre la paz. Entonces se informó muy por extenso cómo y de qué manera estaba el capitán Xicotenga, y qué poderes tenía consigo, y le dijeron que tenía mucha más gente que la otra vez cuando nos dio guerra, porque traía cinco capitanes consigo, y que cada capitanía traía diez mill guerreros, y fue desta manera que lo contaba: que de la parcialidad de Xicotenga, que ya no vía de viejo, padre del mismo capitán, venían diez mill, y de la parte de otro gran cacique que se decía Maseescasi, otros diez mill, y de otro gran principal que se decía Chichimecatecle, otros tantos, y de la parte de otro cacique, señor de Topeyanco, que se decía Tecapacaneca, otros diez mill, e de otro cacique que se decía Guaxoban, otros diez mill; por manera que eran a la cuenta cincuenta mill, y que habían de sacar su bandera y seña, que era una ave blanca, tendidas las alas como que quería volar, que paresce como avestruz, y cada capitanía con su divisa y librea, porque cada cacique ansí las tenían diferenciadas como en nuestra Castilla tienen los duques e condes. Y todo esto que aquí he dicho tuvímoslo por muy cierto, porque ciertos indios de los que tuvimos presos, que soltamos aquel día, lo decían muy claramente, y aunque no eran creídos por entonces. Y desque aquello vimos, como somos hombres y temíamos la muerte, muchos de nosotros y aun todos los demás nos confesamos con el padre de la Merced y con el clérigo Joan Díaz, que toda la noche estuvieron en oír de penitencia, y encomendámonos a Dios que nos librase no fuésemos vencidos; y desta manera pasamos hasta otro día. Y la batalla que nos dieron, aquí lo diré.

Capítulo LXV: De la gran batalla que hobimos con el poder de tascalteca, y quiso Dios Nuestro Señor darnos vitoria, y lo que más pasó es lo siguiente

Otro día de mañana, que fue el cinco de setiembre de mill e quinientos y diez y nueve años, pusimos los caballos en concierto,que no quedó ninguno de los heridos que allí no saliesen para hacer cuerpo y ayudasen los que pudiesen; y apercebidos los ballesteros que con gran concierto gastasen el almacén, unos armando, otros soltando, y los escollteros por el consiguiente, y los de espada y rodella que la estocada o cuhillada que diésemos que pasasen las entrañas por que no se osasen juntar tanto como la otra vez. El artillería bien apercebida iba; y como ya tenían aviso los de caballo que se ayudasen unos a otros y las lanzas terciadas, sin pararse a lancear, sino por las caras y ojos, entrando y saliendo a media rienda, y que ninguno soldado saliese del escuadrón. Y con nuestra bandera tendida y cuatro compañeros aguardando al alférez Corral, ansí salimos de nuestro real; y no habíamos andado medio cuarto de legua cuando vimos asomar los campos llenos de guerreros con grandes penachos y sus devisas y mucho ruido de trompetillas y bocinas. Aquí había bien quescrebir y ponello en relación lo que en esta peligrosa e dudosa batalla pasamos, porque nos cercaron por todas partes tantos guerreros, que se podría comparar como si hobiese unos grandes prados de dos leguas de ancho e otras tantas de largo; en medio dellos, cuatrocientos hombres; ansí era: todos los campos llenos dellos y nosotros obra de cuatrocientos, muchos heridos y dolientes. Y supimos cierto questa vez venían con pensamiento que no habían de dejar ninguno de nosotros con vida que no habían de ser sacrificados a sus ídolos. Volvamos a la batalla. Pues como comenzaron a romper con nosotros, ¡qué granizo de piedra de los honderos! Pues flecheros, todo el suelo hecho parva de varas tostadas de a dos gajos, que pasan cualquiera arma y las entrañas adonde no hay defensa, y los despada y rodela y de otras mayores quespadas, como montantes y lanzas, ¡qué priesa nos daban y con que braveza se juntaban con nosotros y con qué grandísimas gritas y alaridos! Puesto que nos ayudábamos con tan gran concierto con nuestra artillería y escopetas y ballestas, que les hacíamos harto daño; a los que se nos llegaban con sus espadas y montantes les dábamos buenas estocadas, que les hacíamos apartar, y no se juntaban tanto como la otra vez pasada; los de a caballo estaban tan diestros y hacíanlo tan varonilmente, que, después de Dios, ques el que nos guardaba, ellos fueron fortaleza. Yo vi entonces medio desbaratado nuestro escuadrón, que no aprovechaban voces de Cortés ni de otros capitanes para que tornásemos a cerrar; tanto número de indios cargó entonces sobre nosotros, que milagrosamente, a puras estocadas, les hicimos que nos diesen lugar, con que volvimos a ponernos en concierto. Una cosa nos daba la vida, y era que como eran muchos y estaban amontonados, los tiros les hacían mucho mal, y, demás desto, no se sabían capitanear, porque no podían llegar todos los capitanes con sus gentes, y, a lo que supimos, desde la otra batalla pasada habían tenido pendencias y rencillas entre el capitán Xicotenga con otro capitán hijo de Chichimecatecle, sobre que decía el un capitán al otro que no había hecho bien en la batalla pasada, y el hijo de Chichimecatecle respondió que muy mejor quél y se lo haría conoscer de su persona a la de Xicotenga. Por manera que en esta batalla no quiso ayudar con su gente el Chichimecatecle al Xicotenga; antes supimos muy ciertamente que convocó a la capitanía de Guaxolcingo que no pelease, y, además desto, desde la batalla pasada temían los caballos e tiros y espadas y ballestas y nuestro buen pelear, y sobre todo la gran misericordia de Dios, que nos daba esfuerzo para nos sustentar. Y como el Xicotenga no era obedescido de dos capitanes y nosotros les hacíamos gran daño, que les matábamos muchas de sus gentes, las cuales encubrían porque, como eran muchos, en hiriéndolos a cualquiera de los suyos luego lo apañaban y lo llevaban a cuestas, ansí en esta batalla como en la pasada no podíamos ver ningún muerto. Y como ya peleaban de mala gana y sintieron que las capitanías de los dos capitanes por mi memorados no les acudían, comenzaron aflojar, y porque, según paresció, en aquella batalla matamos un capitán muy principal, que de los otros no los cuento, comenzaron a retraerse con buen concierto, y los de caballo, a media rienda, siguiéndoles poco trecho, porque no se podían ya tener de cansados. Y desque nos vimos libres de aquella multitud de guerreros dimos muchas gracias a Dios. Allí nos mataron un soldado y hirieron más de sesenta, y también hirieron a todos los caballos. A mi me dieron dos heridas, la una en la cabeza, de pedrada, y otra en el muslo, de un flechazo, mas no eran para dejar de pelear y velar y ayudar a nuestros soldados; y ansimismo lo hacían todos los soldados questaban heridos, que si no eran muy peligrosas las heridas habíamos de pelear y velar con ellas, porque de otra manera pocos quedaran questuviesen sin heridas. Y luego nos fuimos a nuestro real muy contentos y dando muchas gracias a Dios, y enterramos el muerto en una de aquellas casas que tenían hechas en los soterráneos, por que no lo viesen los indios que éramos mortales, sino que creyesen que éramos teules, como ellos decían; y derrocamos mucha tierra encima de la casa por que no oliesen los cuerpos, y se curaron todos los heridos con el unto del indio que otras veces he dicho. ¡Oh qué mal refrigerio teníamos, que aun aceite para curar ni sal había! Otra falta teníamos y grande, que era ropa para nos abrigar, que venía un viento tan frío de la sierra nevada, que nos hacía ateritar, porque las lanzas y escopetas y ballestas mal nos cobijaban. Aquella noche dormirnos con más sosiego que la pasada, puesto que teníamos mucho recaudo de corredores y espías y velas y rondas. Y dejallo he aquí, e diré lo que otro día hecimos. En esta batalla prendimos tres indios principales.

Capítulo LXVI: Cómo otro día enviamos mensajeros a los caciques de Tascala, rogándoles con la paz, y lo que sobrello hicieron

Después de pasada la batalla por mi memorada y prendimos en los tres indios principales, enviólos luego nuestro capitán Cortés juntamente con los dos questaban en nuestro real que habían ido otras veces por mensajeros, y les mandó que dijesen a los caciques de Tascala que les rogábamos que luego vengan de paz y que nos den pasada por su tierra para ir a Méjico, como otras veces les hemos enviado a decir, e que si agora no vienen, que les mataremos todas sus gentes, porque les queremos mucho y tener por hermanos no les quisiéramos enojar si ellos no hobiesen dado causa a ello; y se les dijo muchos halagos para traellos a nuestra amistad. Y aquellos mensajeros fueron luego de buena gana a la cabecera de Tascala y dijeron su embajada a todos los caciques por mí ya nombrados, los cuales hallaron juntos, con otros muchos viejos y papas, y estaban muy tristes, ansí del mal subceso de la guerra como de la muerte de los capitanes parientes, hijos suyos, que en las batallas murieron, y diz que no los quisieron escuchar de buena gana; y lo que sobrello acordaron fue que luego mandaron llamar todos los adivinos y papas y otros que echaban suertes, que llaman Tacal naguas, que son como hechiceros, y dijeron que mirasen por sus adivinanzas y hechizos y suertes qué gente éramos y si podríamos ser vencidos dándonos guerra de día y de noche a la contina, y también para saber si éramos teules, ansí como les decían los de Cempoal, que ya he dicho otras veces que son cosas malas como demonios, e qué cosas comíamos, e que mirasen todo esto con mucha diligencia. Y después que se juntaron los adevinos y hechiceros y muchos papas, y hechas sus adevinanzas y echadas sus suertes, y todo lo que solían hacer, paresce ser dijeron que en las suertes hallaron que éramos hombres de hueso y carne, y que comíamos gallinas y perros y pan y fruta cuando lo teníamos, y que no comíamos gallinas y perros y pan y fruta cuando lo teníamos, y que no comíamos carnes de indios ni corazones de los que matábamos, porque, según paresció los indios amigos que traíamos de Cempoal les hicieron en creyente que éramos teules e que comíamos corazones de los indios, y que las lombardas echaban rayos como caen del cielo, y quel lebrel que era tigre o león, y que los caballos eran para alcanzar a los indios cuando los queríamos matar; y les dijeron otras muchas niñerías. Y lo peor de todo que les dijeron sus papas y adivinos fue que de día no podíamos ser vencidos, sino de noche, porque como anochecía se nos quitaban las fuerzas, y más les dijeron los hechiceros que éramos esforzados, y que todas estas virtudes teníamos de día hasta que se ponía el sol, y desque anochecía no teníamos fuerza ninguna. Y desque aquello entendieron los caciques y lo tuvieron por muy cierto, se lo enviaron a decir a su capitán general Xicotenga, para que luego con brevedad venga una noche con grandes poderes a nos dar guerra. El cual desque lo supo juntó obra de mill indios, los más esforzados que tenían, y vino a nuestro real y por tres partes encomenzó a dar una mano de flecha y tirar varas con sus tiraderas de un gajo, y los de espadas y macanas y montantes por otra parte, por manera que de repente tuvieron por cierto que llevarían algunos de nosotros para sacrificar. Y mejor lo hizo Nuestro Señor Dios, que por muy secretamente que ellos venían nos hallaron muy apercebidos; porque como sintieron su gran ruido que traían a matacaballo vinieron nuestros corredores del campo y las espías a dar alarma, y como estábamos tan acostumbrados a dormir calzados y las armas vestidas, y los caballos ensillados y enfrenados, y todo género de armas muy a punto, les resistimos con las escopetas y ballestas y a estocadas. De presto vuelven las espaldas. Como era el campo llano y hacía luna, los de a caballo los siguieron un poco, donde por la mañana hallamos tendidos, muertos y heridos por hasta veinte dellos, manera que se vuelven con gran pérdida y muy arrepentidos de la venida de noche; y aun oí decir que como no les subcedió bien lo que los papas y las suertes y hechiceros les dijeron, que sacrificaron a dos dellos. Aquella noche mataron a un indio de nuestros amigos de Cempoal e hirieron dos soldados y un caballo, y allí prendimos cuatro dellos. Y desque nos vimos libres de aquella arrebatada refriega dimos gracias a Dios y enterramos el amigo de Cempoal, y curamos los heridos y al caballo y dormimos lo que quedó de la noche con grande recaudo en el real, ansí como lo teníamos de costumbre. Y desque amanesció y nos vimos todos heridos, a dos y a tres heridas, y muy cansados, y otros dolientes y entrapajados, y Xicotenga que siempre nos seguía, y faltaban ya sobre cuarenta y cinco soldados que se habían muerto en las batallas y dolencias y fríos, y estaban dolientes otros doce, y ansimismo nuestro capitán Cortés también tenía calenturas, y aun el padre de la Merced, que con los trabajos y peso de las armas que siempre traíamos a cuestas, y otras malas venturas de fríos y falta de sal, que no la comíamos ni la hallábamos, y, demás desto, dábamos qué pensar qué fin habríamos en aquestas guerras, e, ya que allí se acabasen, qué sería de nosotros adonde habíamos de ir, porque entrar en Méjico teníamoslo por cosa recia, a causa de sus grandes fuerzas, e decíamos que cuando aquellos de Tascala nos han puesto en aquel punto y nos hicieron en creyente nuestros amigos los de Cempoal questaban de paz, que cuando nos viésemos en la guerra con los grandes poderes de Montezuma que qué podríamos hacer. Y, demás de esto, no sabíamos de los que quedaron poblados en la Villa Rica, ni ellos de nosotros. Y como entre todos nosotros había caballeros y soldados tan excelentes varones y tan esforzados y de buen consejo que Cortés ninguna cosa decía ni hacía sin primero tomar sobrello muy maduro consejo y acuerdo con nosotros, puesto quel coronista Gomara diga hizo Cortés esto, fue allá, vino de acullá, y dice otras tantas cosas que no llevan camino, y aunque Cortés fuera de hierro, según lo cuenta el Gomara en su historia, no podía acudir a todas partes. Bastaba que dijera que lo hacia como buen capitán. Y esto digo porque después de las grandes mercedes que Nuestro Señor nos hacia, en todos nuestros hechos y en las vitorias pasadas y en todo lo demás, paresce ser que a los soldados nos daba Dios gracias y buen consejo para aconsejar que Cortés hiciese todas las cosas muy bien hechas. Dejemos de loar y hablar en loas pasadas, pues no hacen mucho a nuestra historia, y digamos cómo todos a una esforzábamos a Cortés y le dijimos que curase su persona, que ya allí estábamos, y con el ayuda de Dios, que pues habíamos escapado de tan peligrosas batallas, que para algún buen fin era Nuestro Señor Jesucristo servido guardarnos, y que luego soltase los prisioneros y que los enviase a los caciques mayores, otra vez por mí memorados, que vengan de paz, e que se les perdonará todo lo hecho y la muerte de la yegua. Dejemos esto y digamos cómo doña Marina, con ser mujer de la tierra, qué esfuerzo tan varonil tenía, que con oír cada día que nos habían de matar y comer nuestras carnes con aji, y habernos visto cercados en las batallas pasadas, y que agora todos estábamos heridos y dolientes, jamás vimos flaqueza en ella, sino muy mayor esfuerzo que de mujer, y a los mensajeros que agora enviábamos les habló la doña Marina y Jerónimo de Aguilar que vengan luego de paz, que si no vienen dentro de dos días les iremos a matar y destruir sus tierras, e iremos a buscarlos a su ciudad. Y con estas bravosas palabras fueron a la cabecera donde estaba Xicotenga el Viejo, y Maseescasi. Dejemos esto y diré otra cosa: que he visto quel coronista Gomara no escribe en su historia ni hace mención si nos mataban o estábamos heridos, ni pasábamos trabajo, ni adolescíamos, sino todo lo que escribe es como quien de bodas y lo hallábamos hecho. ¡Oh cuán mal le informaron los que tal le aconsejaron que lo pusiese así en su historia! Y a todos los conquistadores nos ha dado qué pensar en lo que ha escrito, no siendo así, y debía considerar que desque viésemos su historia habíamos de decir la verdad. Olvidemos a Gomara y digamos cómo nuestros mensajeros fueron a la cabecera de Tascala con nuestro mensaje, y parésceme que llevaron una carta que, aunque sabíamos que no la habían de entender, sino que se tenían por cosa de mandamiento, y con ella una saeta; y hallaron a los dos caciques mayores questaban hablando con otros principales. Y lo que sobrello respondieron, adelante lo diré.

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