Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (21 page)

Capítulo LXII: Cómo se determinó que fuésemos por Tascala, y les enviábamos mensajeros para que tuviesen por bien nuestra ida por su tierra, y cómo prendieron a los mensajeros, y lo que más se hizo

Como salirnos de Castiblanco y fuimos por nuestro camino, los corredores del campo siempre adelante e muy bien apercebidos e gran concierto, los escopeteros y ballesteros como convenía, y los de a caballo mucho mejor, y siempre nuestras armas vestidas, como lo teníamos de costumbre. Dejemos desto, que no sé para qué gasto más palabras sobrello sino que estábamos tan apercebidos. ansí de día como de noche, que si diesen alarma diez veces en aquel punto, nos hallaran muy prestos, y con aquesta orden llegamos a un poblezuelo de Xalacingo; y allí nos dieron un collar de oro y unas mantas y dos indias, y desde aquel pueblo enviamos dos mensajeros principales de los de Cempoal a Tascala con una carta y con un chapeo vedejudo de Flandes, colorado, que se usaban entonces; y puesto que la carta bien entendimos que no la sabrían leer, sino que como viesen el papel diferenciado de lo suyo, conoscerían que era de mensajería. Y lo que les enviamos a decir era que íbamos a su pueblo, que lo tuviesen por bien, que no les íbamos a hacer enojo, sino tenelles por amigos: y esto fue porque en aquel poblezuelo nos certificaron que toda Tascala estaba puesta en armas contra nosotros, porque, según paresció, ya tenían noticia cómo íbamos y llevábamos en nuestra compañía muchos amigos, ansí de Cempoal como los de Cocotlán y de otros pueblos por donde hablamos pasado, y todos solían dar tributo a Montezuma, tuvieron por cierto que íbamos contra ellos, y como otras veces con mañas y cautelas les entraban en la tierra y se la saqueaban, pensaron querían hacer lo mismo agora. Por manera que luego que llegaron los dos nuestros mensajeros con la carta y el chapeo y comenzaron a decir su embajada, los mandaron prender, sin ser más oídos. Y estuvimos aguardando respuesta aquel día y otro, y desque no venían, después de haber hablado Cortés a los principales de aquel pueblo y dicho las cosas que convenían decir acerca de nuestra santa fe, y cómo éramos vasallos de nuestro rey y señor, que nos envió a estas partes para quitar que no sacrifiquen ni maten hombres, ni coman came humana, ni hagan las torpedades que suelen hacer, y se les dijo otras muchas cosas que en los más pueblos por donde pasábamos les solíamos decir, y después de muchos ofrescimientos que les hizo que les ayudarla, les demandó veinte indios principales de guerra que fuesen con nosotros, y ellos nos los dieron de buena voluntad. Y con la buena ventura, encomendándonos a Dios, partimos otro día para Tascala; y yendo por nuestro camino vienen nuestros dos mensajeros que tenían presos, que paresce ser que, como andaban revueltos en la guerra, los indios que los tenían a cargo y guarda se descuidaron y soltaron de las prisiones, y vinieron tan medrosos de lo que habían visto e oído, que no lo acertaban a decir, porque, según dijeron, cuando estaban presos, que les amenazaban y les decían: «Agora hemos de matar a esos que llamáis teules, y comer sus carnes, y veremos si son tan esforzados como publicáis; y también comeremos vuestras carnes, pues venís con traiciones y con embustes de aquel traidor de Montezuma». Y por más que les decían los mensajeros que éramos contra los mejicanos y que a todos los tascaltecas los queremos tener por hermanos, no aprovechaban nada sus razones. Y desque Cortés y todos nosotros entendimos aquellas soberbias palabras y cómo estaban de guerra, puesto que nos dio bien qué pensar en ello, dijimos todos: «Pues que ansí es, adelante en buen hora». Y nos encomendamos a Dios, y nuestra bandera tendida, que llevaba el alférez Corral, porque ciertamente nos certificaron los indios del poblezuelo donde dormimos que habían de salir al camino a nos defender la entrada, y ansimismo nos lo dijeron los de Cempoal, como dicho tengo. Pues yendo desta manera siempre íbamos hablando cómo habían de entrar y salir los de caballo a media rienda y las lanzas algo terciadas y de tres en tres, por que se ayudasen, e que cuando rompiésemos por los escuadrones, que llevasen las lanzas por las caras y no parasen a dar lanzadas, por que no les echasen manos dellas, y que si acaesciese que les echasen mano, que con toda fuerza la tuviesen y debajo del brazo se ayudasen, y, poniendo espuelas, con la furia del caballo se la tornarían a sacar o llevarían al indio arrastrando. Dirán agora que para qué tanta diligencia sin ver contrarios guerreros que nos acometiesen. A esto respondo y digo que decía Cortés: «Mira, señores compañeros, ya veis que somos pocos; hemos destar siempre tan apercebidos y avisados como si ahora viésemos venir los contrarios a pelear, y no solamente vellos venir, sino hacer cuenta que ya estamos en la batalla con ellos y que como acaesce muchas veces que echan mano de la lanza, Por esto habemos destar avisados para el tal menester; ansí dello como de otras cosas que convienen en lo militar, que ya bien he entendido que en el pelear no tenemos nescesidad de avisos, porque he conoscido que por bien que yo lo quiera decir lo hacéis muy más animosamente». Y desta manera caminamos obra de dos leguas, y hallamos una fuerza bien fuerte, hecha de calicanto y de otro betún tan recio que con picos de hierro era mala de deshacer, y hecha de tal manera, que para defensa y ofensa era harto recia de tomar. Y parámonos a mirar en ella, y preguntó Cortés a los indios de Cocotlán que a qué fin tenían aquella fuerza hecha de aquella manera. Y dijeron que como entre su señor Montezuma y los de Tascala tenían guerras a la contina, que los tascaltecas, para defender sus pueblos, la habían hecho tan fuerte, porque ya aquélla es su tierra. Y reparamos un rato y nos dio bien qué pensar en ello y en la fortaleza. Y Cortés dijo: «Señores, sigamos nuestra bandera, ques la señal de la santa cruz, que con ella venceremos». Y todos a una le respondimos que vamos mucho en buena hora, que Dios es la fuerza verdadera. Y ansí comenzamos a caminar con el concierto que he dicho. Y no muy lejos vieron nuestros corredores del campo hasta treinta indios questaban por espías y tenían espadas de dos manos, y rodelas y lanzas y penachos; y las espadas son de pedernales, que cortan más que navajas, puestas de arte que no se pueden quebrar ni quitar las navajas, y son largas como montantes; y tenían sus divisas y penachos como he dicho. Y vistos por nuestros corredores del campo, volvieron a dar mandado. Y Cortés mandó a los mismos que corriesen tras ellos y que procurasen de tomar alguno, sin heridas; y luego envió otros cinco de caballo por que si hobiese alguna celada para que se ayudasen. Y con todo nuestro ejército dimos priesa, y al paso largo y con gran concierto, porque los amigos que traíamos nos dijeron que ciertamente tenían gran copia de guerreros en celadas. Y desque los treinta indios questaban por espías vieron que los de a caballo iban hacia ellos y los llamaban con la mano, no quisíeron aguardar hasta que los alcanzaron, y quisieran tomar alguno dellos; mas defendiéronse muy bien, que con los montantes y sus lanzas hirieron los caballos. Y desque los nuestros los vieron tan bravamente pelear y sus caballos heridos, procuraron hacer lo que eran obligados, y mataron cinco dellos, Y estando en esto viene muy de presto y con furia un escuadrón de tascaltecas, questaban en celada, de más de tres mill dellos, y comenzaron a flechar en todos los nuestros en caballo, que ya estábamos juntos todos, y dan una buena refriega de flecha y varas tostadas, y con sus montantes hacían maravillas. Y en este instante llegamos con nuestra artillería y escopetas y ballestas, y poco a poco comenzaron a volver las espaldas, puesto que se detuvieron buen rato peleando con buen concierto. Y en aquel rencuentro hirieron a cuatro de los nuestros, y parésceme que desde ahí a pocos días murió el uno de las heridas. Y como era tarde, se fueron recogiendo y no los seguimos, y quedaron muertos hasta diez y siete dellos, sin muchos heridos. Y donde aquellas rencillas pasamos era llano, y había muchas casas y labranzas de maíz e magueyales, ques donde hacen el vino; y dormimos cabe un arroyo, y con el unto de un indio gordo de los que allí matamos, que se abrió, se curaron los heridos, que aceite no lo había. Y tuvimos muy bien de cenar de unos perrillos que ellos crían, puesto questaban todas las casas despobladas y alzado el hato, y aunque a los perrillos llevaban consigo, de noche se volvían a sus casas, y allí los apañábamos, que era harto buen mantenimiento. Y estuvimos toda la noche muy a punto con escuchas y buenas rondas y corredores del campo, y los caballos ensillados y enfrenados, por temor no diesen sobre nosotros. Y quedarse ha aquí, y diré de las guerras que nos dieron.

Capítulo LXIII: De las guerras y batallas muy peligrosas que tuvimos con los tascaltecas, y de lo que más pasó

Otro día, después de nos encomendar a Dios, partimos de allí, muy concertados nuestros escuadrones y los de caballo muy avisados cómo habían de entrar rompiendo, y salir, y en todo caso procurar que no nos rompiesen ni nos apartásemos unos de otros. E yendo ansí, viénense a encontrar con nosotros dos escuadrones de guerreros, que habría seis mill, con grandes gritas y atambores y trompetillas, y flechando y tirando varas y haciendo como fuertes guerreros. Cortés mandó questuviéramos quedos, y con tres prisioneros que les habíamos tomado el día antes les enviamos a decir y a requerir no diesen guerra, que les queremos tener por hermanos; y dijo a uno de nuestros soldados, que se decía Diego de Godoy, que era escribano de Su Majestad, que mirase lo que pasaba y diese testimonio dello si se hobiese menester, porque en algún tiempo no nos demandasen las muertes y daños que se recresciesen, pues les requeríamos con la paz. Y como les hablaron los tres prisioneros que les enviamos, mostráronse muy más recios y nos daban tanta guerra que no les podíamos sufrir. Entonces dijo Cortés: «Santiago, y a ellos». Y de hecho arremetimos de manera que les matamos y herimos muchas de sus gentes con los tiros; y entrellos tres capitanes; y vanse retrayendo hacia unos arcabuezos donde estaban en celada sobre más de cuarenta mill guerreros con su capitán general, que se decía Xicotenga, y con sus devisas de blanco y colorado; porque aquella devisa y librea era la de aquel Xicotenga. Y como había allí unas quebradas, no nos podíamos aprovechar de los caballos, y con mucho concierto las pasamos, y al pasar tuvimos muy gran peligro, porque se aprovechaban de su buen flechar, y con sus lanzas y montantes nos hacían mala obra, y aun las ondas y piedras como granizos eran harto malas. Y desque nos vimos en lo llano con los caballos y artillería, nos lo pagaban; mas no osamos deshacer nuestro escuadrón, porquel soldado que en algo se demandaba para seguir a algunos de los montantes o capitanes luego era herido y corría gran peligro. Y andando en estas batallas, nos cercan por todas partes, que no nos podíamos valer poco ni mucho, que no osábamos arremeter a ellos si no era todos juntos, por que no nos desconcertasen y rompiesen, y si arremetíamos, hallábamos sobre veinte escuadrones sobre nosotros que nos resistían; y estaban nuestras vidas en mucho peligro, porque eran tantos guerreros que a puñadas de tierra nos cegaran, sino que la gran misericordia de Dios socorría y nos guardaba. Y andando en estas priesas, entre aquellos grandes guerreros y sus temerosos montantes, paresce ser acordaron de se juntar muchos dellos, de mayores fuerzas, para tomar a manos algún caballo, y lo pusieron por obra arremetiendo, e echan mano a una muy buena yegua y bien revuelta de juego y de carrera, y el caballero que en ella iba, buen jinete, que se decía Pedro de Morón, e como entró rompiendo con otros tres de a caballo entre los escuadrones de los contrarios, porque ansí les era mandado, por que se ayudasen unos a otros, échanle mano de la lanza, que no la pudo sacar, y otros le dan de cuchilladas con los montantes, y le hirieron malamente, y entonces dieron una cuchillada a la yegua que le cortaron el pescuezo redondo y colgado del pellejo; allí quedó muerta. Y al de presto no socorrieran sus compañeros de a caballo al Pedro Morón, también le acabaran de matar, pues quizás podíamos con todo nuestro escuadrón ayudalle, digo otra vez por temor que no nos acabasen de desbaratar no podríamos ir a una parte ni a otra, que harto teníamos que sustentar no nos llevasen de vencida, questábamos muy en peligro; y todavía acudimos a la priesa de la yegua y tuvimos lugar de salvar al Morón y quitárseles de poder, que ya le llevaban medio muerto, y cortamos la cincha de la yegua por que no se quedase allí la silla; y allí en aquel socorro hirieron diez de los nuestros, y tengo para mí que matamos entonces cuatro capitanes, porque andábamos juntos, pie con pie, y con las espadas les hacíamos mucho daño, porque como aquello pasó se comenzaron a retirar y llevaron la yegua, la cual hicieron pedazos para mostrar en todos los pueblos de Tascala. Y después supimos que hablan ofrescido a sus ídolos las herraduras y el chapeo de Flandes, y las dos cartas que les enviamos para que viniesen de paz. La yegua que mataron era de un Joan Sedeño, y porque en aquella sazón estaba herido el Sedeño de tres heridas del día antes, por esta causa se la dio al Morón, que era muy buen jinete. Y murió el Morón entonces, o de allí a dos días, de las heridas, porque no me acuerdo verle más. Y volvamos a nuestra batalla. Que como había una hora questábamos en las rencillas peleando y los tiros les debieron hacer mucho mal, porque como eran muchos andaban tan juntos, y por fuerza les hablan de llevar copia dellos; pues los de caballo y escopetas y ballestas y espadas y rodelas y lanzas todos a una peleábamos como varones por salvar nuestras vidas y hacer lo que éramos obligados, porque ciertamente las teníamos en gran peligro, cual nunca estuvieron. Y a lo que después nos dijeron, en aquella batalla les matamos muchos indios, y entrellos ocho capitanes muy principales e hijos de los viejos caciques, questaban en el pueblo cabecera mayor, y a esta causa se retrujeron con muy buen concierto, y a nosotros que no nos pesó dello, y no los seguimos porque no nos podíamos tener en los pies de cansados; allí nos quedamos en aquel poblezuelo, que todos aquellos campos estaban muy poblados, y aun tenían hechas otras cosas debajo de tierra, como cuevas, en que vivían muchos indios, y llamábase donde pasó esta batalla Tehuacingo o Tehuacacingo, y fue dada en dos días de setiembre de mill e quinientos y diez y nueve años. Y desque nos vimos con vitoria dimos muchas gracias a Dios que nos libró de tan grandes peligros, y desde allí nos retrujimos luego con todo nuestro real a unos cues questaban buenos y altos, como en fortaleza, y con el unto del indio que ya he dicho otras veces se curaron nuestros soldados, que fueron quince, y murió uno dellos de las heridas, y también se curaron cuatro caballos questaban heridos. Y reposamos y cenamos muy bien aquella noche, porque teníamos muchas gallinas y perrillos que hobimos en aquellas casas, y con muy buen recaudo descuchas y rondas y los corredores del campo descansamos hasta otro día por la mañana. En aquesta batalla prendimos quince indios y los dos dellos principales. Una cosa tenían los tascaltecas en esta batalla y en todas las demás: que en hiriéndoles cualquiera indio luego los llevaban y no podíamos ver los muertos.

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