Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (25 page)

Capítulo LXXIV: Cómo vinieron a nuestro real los caciques viejos de Tascala a rogar a Cortés y a todos nosotros que luego nos fuésemos con ellos a su ciudad, y lo que sobrello pasó

Desque los caciques viejos de toda Tascala vieron que no íbamos a su ciudad, acordaron de venir en andas, y otros en hamacas e a cuestas, y otros a pie; los cuales eran los por mi ya nombrados que se decían Maseescasi, Xicotenga el Viejo e Guaxolocingo, Chichimeca Tecle, Tecapaneca de Topeyanco, los cuales llegaron a nuestro real con otra gran compañía de principales, y con gran acato hicieron a Cortés y a todos nosotros tres reverencias, y quemaron copal y tocaron las manos en el suelo y besaron la tierra. Y el Xicotenga el Viejo comenzó de hablar a Cortés desta manera, y dijo: «Malinchi, malinchi: muchas veces te hemos enviado a rogar que nos perdones por que salimos de guerra, e ya te enviamos a dar nuestro descargo, que fue por defendernos del malo de Montezuma y sus grandes poderes, porque creíamos que érades de su bando y confederados, y si supiéramos lo que agora sabemos, no digo yo saliros a rescibir a los caminos con muchos bastimentos, sino tenéroslos barridos, y aun fuéramos por vosotros a la mar adonde teníades vuestros acales (que son navíos), e pues ya nos habéis perdonado, lo que agora os venimos a rogar yo y todos estos caciques, es que vais luego con nosotros a nuestra ciudad, y allí os daremos de lo que tuviésemos. Y os serviremos con nuestras personas y haciendas. Y mira, Malinchi, no hagas otra cosa, sino luego nos vamos, y porque tememos que por ventura te habrán dicho esos mejicanos alguna cosa de falsedades y mentiras de las que suelen decir de nosotros, no los creas ni los oigas, que en todo son falsos; y tenemos entendido que por causa dellos no has querido ir a nuestra ciudad». Y Cortés respondió con alegre semblante y dijo que bien sabia desde muchos años antes pasados, y primero que a estas sus tierras viniésemos, cómo eran buenos, y que deso se maravilló cuando nos salieron de guerra, e que los mejicanos que allí estaban aguardaban respuesta para su señor Montezuma; e a lo que decían que fuésemos luego a su ciudad, y por el bastimento que siempre traían e otros cumplimientos, que se lo agradescía mucho y lo pagará en buenas obras, e que ya se hobiera ido si tuviera quién nos llevase los tepuzques, que son las lombardas. Y desque oyeron aquella palabra sintieron tanto placer, que en los rostros se conosció, y dijeron: «Pues, ¿cómo por eso has estado y no lo has dicho?» Y en menos de media hora traen sobre quinientos indios de carga, y otro día muy de mañana comenzamos a marchar camino de la cabecera de Tascala con mucho concierto, ansí artillería como de caballo y escopetas y ballesteros y todos los demás, según lo teníamos de costumbre. Ya había rogado Cortés a los mensajeros de Montezuma que se fuesen con nosotros para ver en qué paraba lo de Tascala, y desde allí los despacharía, y que en su aposento estarían por que no rescibiesen ningún deshonor, porque, según dijeron, temíanse de los tascaltecas. Antes que más pase adelante quiero decir cómo en todos los pueblos por donde pasamos, e en otros donde tenían noticia de nosotros, llamaban a Cortés Malinche, y ansí lo nombraré de aquí adelante Malinche en todas las pláticas que tuviéremos con cualesquier indios, ansí desta provincia como de la ciudad de Méjico, y no le nombraré Cortés sino en parte que convenga. Y la causa de haberle puesto aqueste nombre es como doña Marina, nuestra lengua, estaba siempre en su compañía, especial cuando venían embajadores o pláticas de caciques, y ella lo declaraba en la lengua mejicana, por esta causa llamaban a Cortés el capitán de Marina, y para más breve le llamaron Malinche; y también se le quedó este nombre a un Juan Pérez de Artiaga, vecino de la Puebla, por causa que siempre andaba con doña Marina y con Jerónimo de Aguilar deprendiendo la lengua, y a esta causa le llamaban Juan Pérez Malinche, ques renombre de Artiaga de obra de dos años a esta parte lo sabemos. He querido traer algo desto a la memoria, aunque no había para qué, por que se entienda el nombre de Cortés de aquí adelante, que se dice Malinche, y también quiero decir que desque entramos en tierra de Tascala hasta que fuimos a su ciudad se pasaron veinticuatro días; y entramos en ella a veinte y tres de setiembre de mill e quinientos y diez y nueve años. Y vamos a otro capítulo, y diré lo que allí nos avino.

Capítulo LXXV: Cómo fuimos a la ciudad de Tascala, y lo que los caciques viejos hicieron, de un presente que nos dieron y cómo trujeron sus hijas y sobrinas, y lo que más pasó

Como los caciques vieron que comenzaba a ir nuestro fardaje camino de su ciudad, luego se fueron adelante para mandar que todo estuviese muy aparejado para nos rescibir y para tener los aposentos muy enramados. E ya que llegábamos a un cuarto de legua de la ciudad, sálennos a rescibir los mismos caciques que se habían adelantado, y traen consigo sus hijos y sobrinos y muchos principales, cada parentela y bando y parcialidad por si; porque en Tascala había cuatro parcialidades, sin la de Tecapaneca, señor de Topeyanco, que eran cinco; y también vinieron de todos los lugares sus sujetos, y traían sus libreas diferenciadas, que, aunque eran de henequén, eran muy primas y de buenas labores y pinturas, porque algodón no lo alcanzaban. Y luego vinieron los papas de toda la provincia, que había muchos por los grandes adoratorios que tenían, que ya he dicho que entre ellos se dicen cues, que son donde tienen sus ídolos y sacrifican. Y traían aquellos papas braseros con ascuas de brasas, y con sus encensos sahumando a todos nosotros; y traían vestidos algunos dellos ropas muy largas, a manera de sobrepellices, y eran blancas, y traían capillas en ellos, querían parescer como a las de los que traen los canónigos, como ya lo tengo dicho, y los cabellos muy largos y engreñados, que no se pueden desparcir si no se cortan, y llenos de sangre, que les salía de las orejas, que en aquel día se habían sacrificado, y abajaban las cabezas, como a manera de humildad, cuando nos vieron, y traían las uñas de los dedos de las manos muy largas; e oímos decir que aquellos papas tenían por religiosos y de buena vida. Y junto a Cortés se allegaron muchos principales, acompañándole, y desque entramos en lo poblado no cabían por las calles y azoteas de tantos indios e indias que nos salían a ver con rostros muy alegres, y trujeron obra de veinte piñas, hechas de muchas rosas de la tierra, diferenciadas las colores y de buenos olores, y las dan a Cortés y a los demás soldados que les parescían capitanes, especial a los de caballo; y desque llegamos a unos buenos patios, adonde estaban los aposentos, tomaron luego por la mano a Cortés y Xicotenga el Viejo y Maseescasi e les meten en los aposentos, y allí tenían aparejado para cada uno de nosotros, a su usanza, unas camillas desteras y mantas de henequén, y también se aposentaron los amigos que traíamos de Cempoal y de Cocatlán cerca de nosotros. Mandó Cortés que los mensajeros del gran Montezuma se aposentasen junto con su aposento. Y puesto questábamos en tierra que veímos claramente questaban de buenas voluntades y muy de paz, no nos descuidábamos destar muy apercebidos, según lo teníamos de costumbre. Y aparesce ser que un capitán a quien cabía el cuarto de poner corredores del campo y espías y velas, dijo a Cortés: «Parece, señor, questán muy de paz, y no habemos menester tanta guarda. ni estar tan recatados como solemos». Y Cortés dijo: «Mira, señores; bien veo lo que decís; mas por la buena costumbre hemos de estar apercebidos, que aunque sean muy buenos, no habemos de creer en su paz, sino como si nos quisiesen dar guerra y los viésemos venir a encontrar con nosotros, que muchos capitanes por se confiar y descuido fueron desbaratados; especialmente nosotros, como somos tan pocos, y habiéndonos enviado avisar el gran Montezuma, puesto que sea fingido y no verdad, hemos destar muy alerta». Dejemos de hablar de tantos cumplimientos e orden como teníamos en nuestras velas y guardas, y volvamos a decir cómo Xicotenga el Viejo y Maseescasi, que eran grandes caciques, se enojaron mucho con Cortés y le dijeron con nuestras lenguas: «Malinche: o tú nos tienes por enemigos, o no muestras tus obras en lo que te vemos hacer, que no tienes confianza de nuestras personas y en las paces que nos has dado y nosotros a ti, y esto te decimos porque vemos que ansí os veláis y venís por los caminos apercebidos como cuando veníades a encontrar con nuestros escuadrones; y esto, Malinche, creemos que lo haces por las traiciones y maldades que los mejicanos te han dicho en secreto para questés mal con nosotros; mira, no los creas, que ya aquí estás y te daremos todo lo que quisieres, hasta nuestras personas e hijos, y moriremos por vosotros; por eso demanda en rehenes lo que fuere tu voluntad». Y Cortés y todos nosotros estábamos espantados de la gracia y amor con que lo decían; y Cortés les respondió que ansí lo tiene creído, y que no ha menester rehenes, sino ver sus muy buenas voluntades; e que en cuanto a venir apercebidos, que siempre lo teníamos de costumbre, y que no lo tuviese a mal, y por todos los ofrescimientos se lo tenía en merced y lo pagaría el tiempo andando. Y pasadas estas pláticas, vienen otros principales con muy gran aparato de gallinas y pan de maíz y tunas, y otras cosas de legumbres que había en la tierra, y bastecen el real muy cumplidamente; que en veinte días que allí estuvimos siempre lo hobo muy sobrado; y entramos en esta ciudad, como dicho es, en veinte y tres días del mes de setiembre de mill e quinientos y diez y nueve años. E quedarse ha aquí, y diré lo que más pasó.

Capítulo LXXVI: Cómo se dijo misa estando presentes muchos caciques, y de un presente que trujeron los caciques viejos

Otro día de mañana mandó Cortés que se pusiese un altar para que se dijese misa, porque ya teníamos vino e hostias, lo cual misa dijo el clérigo Juan Díaz, porquel padre de la Merced estaba con calenturas y muy flaco, y estando presente Maseescasi y el viejo Xicotenga y otros caciques; y acabada la misa, Cortés se entró en su aposento y con él parte de los soldados que le solíamos acompañar. y también los dos caciques viejos, y díjole el Xicotenga que le querían traer un presente, y Cortés les mostraba mucho amor, y les dijo que cuando quisiesen. Y luego tendieron unas esteras y una manta encima, y trujeron seis o siete pecezuelas de oro y piedras de poco valor y ciertas cargas de ropa de henequén, que todo era muy pobre, que no valía veinte pesos, y cuando lo daban, dijeron aquellos caciques riendo: «Malinche: bien creemos que como es poco eso que te damos no lo rescibirás con buena voluntad; ya te hemos enviado a decir que somos pobres e que no tenemos oro ni ningunas riquezas, y la causa dello es que esos traidores y malos de los mejicanos, y Montezuma, que agora es señor, nos lo han sacado todo cuanto solíamos tener, por paces y treguas que les demandábamos por que no nos diesen guerra, y no mire ques de poco valor, sino recíbelo con buena voluntad, como cosa de amigos y servidores que te seremos». Y entonces también trujeron apartadamente mucho bastimento. Cortés lo rescibió con alegría y les dijo que más tenía aquello, por ser de su mano y con la voluntad que se lo daban, que si les trujeran otros una casa llena de oro en granos, y que ansí lo recibe, y les mostró mucho amor, Y paresce ser tenían concertado entre todos los caciques de darnos sus hijas y sobrinas, las más hermosas que tenían que fuesen doncellas por casar; y dijo el viejo Xicotenga: «Malinche: por que más claramente conozcáis el bien que os queremos y deseamos en todo contentaros, nosotros os queremos dar nuestras hijas para que sean vuestras mujeres y hagáis generación, porque queremos teneros por hermanos, pues sois tan buenos y esforzados. Yo tengo una hija muy hermosa, e no ha sido casada, y quiérola para vos». Y ansimismo Maseescasi y todos los más caciques dijeron que traerían sus hijas, y que las rescibiésemos por mujeres; y dijeron otras muchas palabras y ofrescimientos, y en todo el día no se quitaban, ansí el Maseescasi como el Xicotenga, de cabe Cortés; y como era ciego de viejo el Xicotenga, con la mano alentaba a Cortés en la cabeza y en las barbas y rostro y por todo el cuerpo. Y Cortés les respondió a lo de las mujeres que él y todos nosotros se lo teníamos en merced, e que en buenas obras se lo pagaríamos el tiempo andando. Y estaba allí presente el padre de la Merced. Y Cortés le dijo: «Señor padre: parésceme que será agora bien que demos un tiento a estos caciques para que dejen sus ídolos y no sacrifiquen, porque cualquier cosa harán que les mandáremos por causa del gran temor que tienen a los mejicanos». Y el fraile dijo: «Señor, bien es, y dejémoslo hasta que trayan las hijas, y entonces habrá materia para ello; y hará vuesa merced que nos las quiere rescibír hasta que prometan de no sacrificar; sí aprovechare, bien; sí no, haremos lo que somos obligados». Y ansí se quedó para otro día. Y lo que se hizo se dirá adelante.

Capítulo LXXVII: Cómo trujeron las hijas a presentar a Cortés y a todos nosotros, y lo que sobrello se hizo

Otro día vinieron los mismos caciques vicios y trujeron cinco indias, hermosas doncellas y mozas, y para ser indias eran de buen parescer y bien ataviadas, y traían para cada india otra india moza para su servicio, y todas eran hijas de caciques. Y dijo Xicotenga a Cortés: «Malinche: ésta es mi hija, e no ha sido casada, que es doncella, y tomalla para vos». La cual le dio por la mano, y las demás las diese a los capitanes. Y Cortés se lo agradesció, y con buen semblante que mostró dijo quél las rescibía y tomaba por suyas, y que agora al presente que las tuviesen en poder sus padres. Y preguntaron los mesmos caciques que por qué causa no las tomábamos agora, y Cortés respondió porque quiere hacer primero lo que manda Dios Nuestro Señor, ques en el que creemos y adoramos, y a lo qué le envió el rey nuestro señor, ques quiten sus ídolos y que no sacrifiquen ni maten más hombres, ni hagan otras torpedades malas que suelen hacer, y crean en lo que nosotros creemos, ques un solo Dios verdadero. Y se les dijo otras muchas cosas tocantes a nuestra santa fe, y verdaderamente fueron muy bien declaradas, porque doña Marina y Aguilar, nuestras lenguas, estaban ya tan expertos en ello, que se lo daban a entender muy bien. Y se les mostró una imagen de Nuestra Señora con su hijo prescioso en los brazos, y se les dio a entender cómo aquella imagen es figura como Nuestra Señora que se dice Santa María, questá en los altos cielos, y es la madre de Nuestro Señor, ques aquel niño Jesús que tiene en los brazos, y que le concibió por gracia de Espíritu Santo, quedando virgen antes del parto y en el parto y después del parto, y aquesta gran señora ruega por nosotros a su hijo precioso, ques Nuestro Dios y Señor. Y se les dijo otras muchas cosas que se convenían decir sobre nuestra santa fe, y que si quieren ser nuestros hermanos y tener amistad verdadera con nosotros, y para que con mejor voluntad tomásemos aquellas sus hijas para tenellas, como dicen, por mujeres, que luego dejen sus malos ídolos y crean y adoren en Nuestro Señor Dios, ques el en que nosotros creemos y adoramos, y verán cuánto bien les irá, porque, demás de tener salud y buenos temporales, sus cosas se les hará prósperamente, y cuando se mueran irán sus ánimas a los cielos a gozar de la gloria perdurable, y que si hacen los sacrificios que suelen hacer aquellos sus ídolos, que son diablos, les llevarán a los infiernos, donde para siempre arderán en vivas llamas. Y porque en otros razonamientos se les había dicho otras cosas acerca que dejen los ídolos, en esta plática no se les dijo más. Y lo que respondieron a todo es que dijeron: «Malinche: ya te hemos entendido antes de agora y bien creemos que ese vuestro Dios y esa gran señora, que son muy buenos; mas mira, agora viniste a estas nuestras casas; el tiempo andando entenderemos muy más claramente vuestras cosas, y veremos cómo son y haremos lo que sea bueno. ¿Cómo quieres que dejemos nuestros teules, que desde muchos años nuestros antepasados tienen por dioses y les han adorado y sacrificado? Ya que nosotros, que somos viejos, por te complacer lo quisiésemos hacer, ¿qué dirán todos nuestros papas y todos los vecinos y mozos y niños de esta provincia, sino levantarse contra nosotros? Especialmente, que los papas han ya hablado con nuestro teule el mayor, y les res pondieron que no los olvidásemos en sacrificios de hombres y en todo lo que de antes solíamos hacer; si no, que toda esta provincia destruirían con hambres, pestilencias y guerras». Ansí que dijeron e dieron por respuesta que no curásemos más de los hablar en aquella cosa, porque no los habían de dejar de sacrificar aunque les matasen. Y desque vimos aquella respuesta que la daban tan de veras y sin temor, dijo el padre de la Merced, que era hombre entendido e teólogo: «Señor, no cure vuestra merced de más les importunar sobre esto, que no es justo que por fuerza les hagamos ser cristianos, y aun lo que hicimos en Cempoal de derrocalles sus ídolos no quisiera yo que se hiciera hasta que tengan conocimiento de nueestra santa fe. ¿Y qué aprovecha quitalles agora sus ídolos de un cue y adoratorio si los pasan luego a otros? Bien es que vayan sintiendo nuestras amonestaciones, que son santas y buenas, para que conozcan adelante los buenos consejos que les damos». Y también le hablaron a Cortés tres caballeros, que fueron Joan Velázquez de León y Francisco de Lugo, y dijeron a Cortés: «Muy bien dice el padre, y vuestra merced con lo que ha hecho cumple, y no se toque más a estos caciques sobre el caso». Y ansí se hizo. Lo que les mandamos con ruegos fue que luego desembarazasen un cue questaba allí cerca, y era nuevamente hecho, e quitasen unos ídolos, y lo encalasen y limpiasen, para poner en ellos una cruz y la imagen de Nuestra Señora; lo cual hicieron, y en el se dijo misa, se bautizaron aquellas cacicas, y se puso nombre a la hija del Xicotenga, el ciego, doña Luisa; y Cortés la tomó por la mano y se la dio a Pedro del Alvarado; y dijo al Xicotenga que aquel a quien le daba era su hermano y su capitán, y que lo hobiese por bien, porque sería dél muy bien tratada; y el Xicotenga rescibió contentamiento dello; y la hija o sobrina de Maseescasi se puso nombre doña Elvira, y era muy hermosa; y parésceme que la dio a Juan Velázquez de León, y las demás se pusieron sus nombres de pila y todas con dones, y Cortés las dio a Gonzalo de Sandoval y a Cristóbal de Olí y Alonso de Ávila; y desto hecho, se le declaró a qué fin se pusieron dos cruces, e que era porque tienen temor dellas sus ídolos, y que adoquiera que estamos de asiento o dormimos se ponen en los caminos; e a todo estaban muy contentos. Antes que más pase adelante quiero decir cómo de aquella cacica, hija de Xicotenga, que se llamó doña Luisa, que se dio a Pedro de Alvarado, que ansí como se la dieron toda la mayor parte de Tascala la acataban y le daban presentes y la tenían por su señora, y della hobo el Pedro de Alvarado, siendo soltero, un hijo, que se dijo don Pedro, e una hija, que se dice doña Leonor, mujer que agora es de don Francisco de la Cueva, buen caballero, primo del duque de Alburquerque, e ha habido en ella cuatro o cinco hijos, muy buenos caballeros; y aquesta señora doña Leonor es tan excelente señora, en fin, como hija de tal padre, que fue comendador de Santiago, adelantado y gobernador de Guatemala, y es el que fue al Perú con grande armada, y por la parte del Xicontenga, gran señor de Tascala. Y dejemos destas relaciones y volvamos a Cortés, que se informó de aquestos caciques y les preguntó muy por entero de las cosas de Méjico. Y lo que sobrello dijeron es esto que diré.

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