Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (24 page)

Capítulo LXX: Cómo el capitán Xicotenga tenia apercibidos veinte mill guerreros escogidos para dar en nuestro real, y lo que sobrello se hizo

Como Maseescasi e Xicotenga el Viejo, y todos los demás caciques de la cabecera de Tascala enviaron cuatro veces a decir a su capitán que no nos diese guerra, sino que nos fuese a hablar de paz, pues estaba cerca de nuestro real, y mandaron a los demás capitanes que con él estaban que no le siguiesen, si no fuese para acompañarle si nos iba a ver de paz, y como el Xicotenga era de mala condición y porfiado y soberbio, acordó de nos enviar cuarenta indios con comida de gallinas y pan y fruta y cuatro mujeres indias viejas y de ruin manera, y mucho copal y plumas de papagallos, y los indios que lo traían al parescer creíamos que venían paz, y llegados a nuestro real sahumaron a Cortés, y sin hacer acato, como suelen entrellos, dijeron: «Esto os envía el capitán Xicotenga que comáis si sois teules bravos, como dicen los de Cempoal, e queréis sacrificios, toma esas cuatro mujeres que sacrifiquéis, y podéis comer de sus carnes y corazones, y porque no sabemos de qué manera lo hacéis, Por eso no las hemos sacrificado agora delante de vosotros, y si sois hombres, come desas gallinas y pan y fruta, y si sois teules mansos, ahí os traemos copal, que ya he dicho ques como incienso, y plumas de papagallos; hace vuestro sacrificio con ello». Y Cortés respondió, con nuestras lenguas, que ya les había enviado a decir que quiere paz y que no venía a dar guerra, y les venia a rogar y manifestar de parte de Nuestro Señor Jesucristo, ques él en quien creemos y adoramos, y del emperador don Carlos, cuyos vasallos somos, que no maten ni sacrifiquen a ninguna persona, como lo suelen hacer, y que todos nosotros somos hombres de hueso y de carne como ellos, y no teules, sino cristianos, y que no tenemos por costumbre de matar a ningunos; que si matar quisiéramos, que todas las veces que nos dieron guerra de día y de noche había en ellos hartos en que pudiéramos hacer crueldades, e que por aquella comida que allí traen se lo agradesce, y que no sean más locos de lo que han sido y vengan de paz. Y paresce ser aquellos indios que envió el Xicotenga con la comida eran espías para mirar nuestras chozas , y ranchos y caballos y artillería, y cuántos estábamos en cada choza, y entradas y salidas, y todo lo que en nuestro real había. Y estuvieron aquel día y la noche, y se iban unos con mensajes a su Xicotenga y venían otros, y los amigos que traíamos de Cempoal miraron y cayeron en ello, que no era cosa acostumbrada estar de día y de noche nuestros enemigos en el real sin propósito ninguno, y que cierto eran espías; y tomaron dello más sospecha porque cuando fuimos al poblezuelo de Cunpancingo dijeron dos viejos de aquel pueblo a los de Cempoal questaba apercebido Xicotenga con muchos guerreros para dar en nuestro real de noche de manera que no fuesen sentidos, y los Cempoal de entonces tuviéronlo por burla y cosa de fieros, y por no sabello muy de cierto no se lo habían dicho a Cortés. Y súpolo luego a doña Marina y ella lo dijo a Cortés, y para saber la verdad mandó apartar dos de los tascaltecas que parescían más hombres de bien, y confesaron que eran espías, y tomáronse otros dos y dijeron que eran asimismo espías de Xicotenga, y todo a la fin que venían. Y Cortés los mandó soltar, y tomáronse otra vez dos, ni más ni menos; y más dijeron questaba su capitán Xicotenga aguardando la respuesta para dar aquella noche con todas sus capitanías en nosotros. Y como Cortés lo hobo entendido, lo hizo saber en todo el real para que estuviésemos muy alerta, creyendo que habían de venir como lo tenían concertado. Y luego mandó prender hasta diez y siete indios de aquellos espías, y dellos se cortaron las manos, y a otros los dedos pulgares, y los enviamos a su señor Xicotenga; y se les dijo que por el atrevimiento de venir de aquella manera se les ha hecho agora aquel castigo, e digan que vengan cuando quisieren, de día y de noche, que allí le aguardaríamos dos días, y que si dentro de los dos días no viniese, que le iríamos a buscar a su real; y que ya hobiéramos ido a los dar guerra y matalles sino porque les queremos mucho, y que no sean más locos y vengan de paz. Y como fueron aquellos indios de las manos y dedos cortados, en aquel instante dizque ya Xicotenga quería salir de su real con todos sus poderes para dar sobre nosotros de noche, como lo tenía concertado, y como vio ir a sus espías de aquella manera, se maravilló y preguntó la causa dello, y le contaron todo lo acaescido, y dende entonces perdió el brío y soberbia, y demás desto, ya se le habla ido del real una capitanía con toda su gente con quien había tenido contienda y bandos en las batallas pasadas. Y pasemos adelante.

Capítulo LXXI: Cómo vinieron a nuestro real los cuatro principales que habían enviado a tratar paces, y el razonamiento que hicieron, y lo que más pasó

Estando en nuestro real sin saber que habían de venir de paz, puesto que la deseábamos en gran manera y estábamos entendiendo en aderezar armas y en hacer saetas, y cada uno en lo que había de menester para en cosas de la guerra, en este instante vino uno de nuestros corredores del campo a gran priesa y dice que por el camino principal de Tascala vienen muchos indios e indias con cargas, y que sin torcer por el camino vienen hacia nuestro real, e que el otro su compañero de a caballo, corredor del campo, está atalayando para ver a qué parte van. Y estando en esto llegó el otro su compañero de a caballo, y dijo que allí muy cerca venían derechos adonde estábamos, y que de rato en rato hacían paradillas. Y Cortés y todos nosotros nos alegramos con aquellas nuevas, porque creímos ser de paz, como lo fue. Y mandó Cortés que no se hiciese alboroto ni sentimiento, y que disimulados nos estuviésemos en nuestras chozas. Y luego de todas aquellas gentes que venían con las cargas se adelantaron cuatro principales, que traían cargo de entender en las paces, como les fue mandado por los caciques viejos, y haciendo señas de paz, que era abajar la cabeza, se vinieron derechos a la choza y aposento de Cortés, y pusieron la mano en el suelo y besaron la tierra e hicieron tres reverencias, y quemaron sus copales y dijeron que todos los caciques de Tascala y vasallos y aliados y amigos y confederados suyos se vienen a meter debajo de la amistad y paces de Cortés y de todos sus hermanos los teules que con él estábamos, y que les perdone porque no han salido de paz e por la guerra que nos han dado, porque creyeron y tuvieron por cierto que éramos amigos de Montezuma y sus mejicanos, los cuales son sus enemigos mortales de tiempos muy antiguos, porque vieron que venían con nosotros e en nuestra compañia muchos de sus vasallos que le dan tributos, y que con engaños y traiciones les querían entrar en su tierra, como lo tenían de costumbre, para llevar robados hijos y mujeres, y que por esta causa no creían a los mensajeros que les enviamos, y demás desto, dijeron que los primeros indios que nos salieron a dar guerra, ansí como entramos en sus tierras, que no fue por su mandado y consejo, sino por los chuntales estomies, que son gentes como monteses y sin razón, que como vieron que éramos tan pocos, que creyeron de tomarnos a manos y llevamos presos a sus señores, y ganar gracias con ellos, y que agora vienen a demandar perdón de su atrevimiento, e que allí traen aquel bastimento, y que cada día traerán más, y que lo recibamos con el amor que lo envían, y que de ahí a dos días verná el capitán Xicotenga con otros caciques y dará más relación de la buena voluntad que toda Tascala tiene de nuestra buena amistad. Y desque hobieron acabado su razonamiento abajaron sus cabezas y pusieron las manos en el suelo y besaron la tierra. Y luego Cortés les habló con nuestras lenguas con gravedad e hizo del enojado, e dijo que puesto que había causas para no los oír ni tener amistad con ellos, porque desque entramos por su tierra les enviamos a demandar paces, y les envió a decir que les quería favorescer contra sus enemigos los de Méjico e no lo quisieron creer y querían matar nuestros embajadores, y no contentos con aquello nos dieron guerra tres veces, de día y de noche, e que tenían espías y acechanzas sobre nosotros, y en las guerras que nos daban les pudiéramos matar muchos de sus vasallos, y no quiso; y que los que murieron le pesa por ello, y que ellos dieron causa a ello, y que tenía determinado ir adonde están los caciques viejos a dalles guerra, que pues agora vienen de paz, de parte de aquella provincia, quél lo rescibe en nombre de nuestro rey y señor, y les agradesce el bastimento que traen; y les mandó que luego vayan a sus señores a les decir vengan o envíen a tratar las paces con más certificación, y que si no vienen, que iríamos a su pueblo a les dar guerra. Y les mandó dar cuentas azules para que diesen a los caciques en señal de paz, y se les amonestó que cuando viniesen a nuestro real fuese de día y no de noche, porque les mataríamos. Y luego se fueron aquellos cuatro mensajeros y dejaron en unas casas de indios algo apartadas de nuestro real, las indias que traían para hacer pan, y gallinas y todo servicio, y veinte indios que les traían agua y leña; y desde allí adelante nos traían muy bien de comer. Y cuando aquello vimos y nos paresció que eran verdaderas las paces, dimos muchas gracias a Dios por ello. Y vinieron en tiempo que ya estábamos tan flacos y trabajados y descontentos con las guerras, sin saber el fin que habría dellas, cual se puede colegir. Y en los capítulos pasados dice el coronista Gomara, lo uno que Cortés se subió en unos peñascos y que vio el pueblo de Cinpancingo. Digo questaba tan junto a nuestro real, que harto ciego era el soldado que le quería ver que no le veía muy claro: también dice que se le querían amotinar y rebelar los soldados, e dice otras cosas que yo no las quiero escrebir, porques gastar palabras. Digo que nunca capitán fue obedescido con tanto acato y puntualidad en el mundo, según adelante verán, e que tal por pensamiento pasé a ningún soldado desque entramos en la tierra adentro, sino fue cuando lo de los arenales, y las palabras que le decían en el capítulo pasado era por vía de aconsejarle y porque les parescía que eran bien dichas, y no por otra vía, porque siempre le siguieron muy bien y lealmente. Y quien viere su historia lo que dice creerá ques verdad, según lo relata con tanta elocuencia, siendo muy contrario. de lo que pasó. Y dejallo he aquí, y diré lo que más adelante nos avino con unos mensajeros que envió el gran Montezuma.

Capítulo LXXII: Cómo vinieron a nuestro real embajadores de Montezuma, gran señor de Méjico, y del presente que trajeron

Como Nuestro Señor Dios, por su gran misericordia, fue servido darnos vitoria de aquellas batallas de Tascala, voló nuestra fama por todas aquellas comarcas y fue a oídos del gran Montezuma a la gran ciudad de Méjico, y si de antes nos tenían por teules, que son como sus ídolos, de ahí adelante nos tenían en muy mayor reputación y por fuertes guerreros; y puso espanto en toda la tierra cómo siendo nosotros tan pocos y los tascaltecas de muy grandes poderes, los vencimos, y agora enviarnos a demandar paz. Por manera que Montezuma, gran señor de Méjico, de muy bueno que era temió nuestra ida a su ciudad y despachó cinco principales hombres de mucha cuenta a Tascala y nuestro real para darnos el bien venidos y a decir que se había holgado mucho de la gran vitoria que hobimos contra tantos escuadrones de contrarios, y envió en presente obra de mill pesos de oro en joyas muy ricas y de muchas maneras labradas, y veinte cargas de ropa fina de algodón; y envió a decir que quería ser vasallo de nuestro gran emperador, y que se holgaba porque estábamos ya cerca de su ciudad, por la buena voluntad que tenía a Cortés y a todos los teules sus hermanos que con él estábamos, que ansí nos llamaban; y que viese cuánto quería de tributo cada año para nuestro gran emperador, que lo dará en oro y plata y ropa y piedras de chalchivis, con tal que no fuésemos a Méjico, y esto que no lo hacía porque de muy buena voluntad no nos acogería, sino por ser la tierra estéril y fragosa, y que le pesaría de nuestro trabajo, si nos lo viese pasar; e que por ventura quél no lo podría remediar tan bien como querría. Cortés le respondió y dijo que le tenía en gran merced la voluntad que mostraba y el presente que envió y el ofrescimiento de dar a Su Majestad el tributo que decía; rogó a los mensajeros que no se fuesen hasta ir a la cabecera de Tascala, y que allí los despacharía, por que viesen en lo que paraba aquello de la guerra. Y no les quiso dar luego la respuesta porque estaba purgado del día antes, y purgóse con unas manzanillas que hay en las islas de Cuba y son muy buenas para quien sabe cómo se han de tomar. Dejaré esta materia y diré lo que más en nuestro real pasó.

Capítulo LXXIII: Cómo vino Xicotenga, capitán general de Tascala, a entender en las paces, y lo que dijo y lo que nos avino

Estando platicando Cortés con los embajadores de Montezuma, como dicho habemos, y quería reposar porque estaba malo de calenturas y purgado de otro día antes, viénenle a decir que venía el capitán Xicotenga con muchos caciques y capitanes, y que traen cubiertas mantas blancas y coloradas; digo la mitad de las mantas blancas y la otra mitad coloradas, que era su devisa y librea, y muy de paz, y traía consigo hasta cincuenta hombres principales que le acompañaban. Y llegado al aposento de Cortés le hizo muy gran acato en sus reverencias y mandó quemar mucho copal; y Cortés, con gran amor, le mandó sentar cabe si. Y dijo el Xicotenga quel venía de parte de su padre y de Maseescasi y de todos los caciques y República de Tascala a rogarle que les admitiese a nuestra amistad, y que venia a dar la obidiencia a nuestro rey y señor y a demandar perdón por haber tomado armas y habernos dado guerras, y que si lo hicieron que fue por no saber quién éramos, porque tuvieron por cierto que veníamos de la parte de su enemigo Montezuma, que, como muchas veces suelen tener astucias y mañas para entrar en sus tierras y roballes y saquealles, que ansí creyeron que les quería hacer agora, y, que por esta causa procuraban defender sus personas y patria, y fue forzado pelear, y que ellos eran muy pobres, que no alcanzan oro, ni plata, ni piedras ricas, ni ropa de algodón, ni aun sal para comer, porque Montezuma no les da lugar a ello para salirlo a buscar, y que si sus antepasados tenían algún oro y piedras de valor, que al Montezuma se lo hablan dado cuando algunas veces hacían paces y treguas, porque no les destruyesen, y esto en los tiempos muy atrás pasados, y porque al presente no tienen que dar, que les perdone, que su probeza da causa a ello, y no la buena voluntad. Y dio muchas quejas de Montezuma y de sus aliados, que todos eran contra ellos y les daban guerra, puesto que se habían defendido muy bien, e que agora quisiera hacer lo mismo contra nosotros, y no pudieron, y aun que se habían juntado tres veces con todos sus guerreros, y aun que éramos invencibles, y que como conoscieron esto de nuestras personas, que quieren ser nuestros amigos y vasallos del gran señor emperador don Carlos, porque tienen por cierto que con nuestra compañía serán guardados y amparados sus personas y mujeres e hijos y no estarán siempre con sobresalto de los traidores mejicanos. Y dijo otras muchas palabras de ofrecimientos de sus personas y ciudad. Era este Xicotenga alto de cuerpo y de grande espalda y bien hecho y la cara tenía larga e como oyosa y rebusta; y era de hasta treinta y cinco años, y en el parescer mostraba en su persona gravedad. Y Cortés le dio las gracias muy cumplidas con halagos que le mostró, y dijo que los rescibía por tales vasallos de nuestro rey y señor y amigos nuestros. Y luego dijo el Xicotenga que nos rogaba fuésemos a su ciudad, porque estaban todos los caciques y viejos y papas aguardándonos con mucho regocijo. Y Cortés le respondió que él iría presto, y que luego fuera si no porque estaba entendiendo en negocios del gran Montezuma, y como haya despachado aquellos mensajeros, quél será allá; y tornó Cortés a decir, algo más áspero y con gravedad. de las guerras que nos habían dado de día y de noche, e que pues ya no puede haber enmienda en ello, que se lo perdona, y que miren que las paces que agora les damos que sean firmes y no haya mudamiento, porque si otra cosa hacen que los matará y destruirá su ciudad, y que no aguardase otras palabras de paces, sino de guerra. Y como aquello oyó el Xicotenga y todos los principales que con él venían, respondieron a una que serían firmes y verdaderas, y que para ello quedarían todos en rehenes. Y pasaron otras pláticas de Cortés a Xicotenga, y de todos los más principales, y se les dieron unas cuentas verdes y azules para su padre y para él y para los demás caciques; y les mandó que dijesen que Cortés iría pronto a su ciudad. E a todas estas pláticas y ofrescimientos estaban presentes los embajadores mejicanos, de lo cual les pesó en gran manera de las paces, porque bien entendieron que por ellas no les habla de venir bien ninguno. Y desque se hobo despedido el Xicotenga, dijeron a Cortés los embajadores de Montezuma, medio riyendo, que si creía algo de aquellos ofrescimientos que habían hecho de parte de toda Tascala; que todo era burla, y que no los creyesen, que eran palabras muy de traidores y engañosas, que lo hacían para que desque nos tuviesen en su ciudad en parte donde nos pudiesen tomar a su salvo, damos guerra y matarnos; y que tuviésemos en la memoria cuántas veces nos hablan venido con todos sus poderes a matar, y como no pudieron y fueron dellos muchos muertos y otros heridos, que se querrían agora vengar con demandar paz fingida. Y Cortés respondió con semblante de muy esforzado, y dijo que no se le daba nada porque tuviesen tal pensamiento como decían, e ya que todo fuese verdad, quél holgara dello para castigalles con quitalles las vidas, y que eso se le da que den guerra de día que de noche, ni que sea en el campo que en la ciudad, que en tanto tenía lo uno como lo otro, y para ver si es verdad, que por esta causa determina de ir allá. Y viendo aquellos embajadores su determinación, rogáronle que agudásemos allí en nuestro real seis días, porque querían enviar dos de sus compañeros a su señor Montezuma y que vernían dentro de los seis días con respuesta. Y Cortés se lo prometió, lo uno porque, como he dicho, estaba con calenturas, y lo otro, como aquellos embajadores le dijeron aquellas palabras, puesto que hizo semblante no hacer caso dellas, miró que si por ventura serían verdad hasta ver más certinidad en las paces, porque eran tales que había que pensar en ellas. Y como en aquella sazón vio que habían venido de paz, y en todo el camino por donde venimos de nuestra Villa Rica de la Vera Cruz eran los pueblos nuestros amigos y confederados, escribió Cortés a Joan de Escalante, que ya he dicho que quedó en la villa para acabar de hacer la fortaleza y por capitán de obra de sesenta soldados viejos y dolientes, que allí quedaron, en las cuales cartas les hizo saber las grandes mercedes que nuestro Señor Jesucristo nos había hecho en las vitorias que hobimos en las batallas y reencuentros desque entramos en la provincia de Tascala, donde agora han venido de paz; y que todos diesen gracias a Dios por ello, y que mirasen que siempre favoresciesen a los pueblos totonaques, nuestros amigos, y que le enviase luego en posta dos botijas de vino que había dejado soterradas en cierta parte señalada de su aposento, y ansimismo trujesen hostias de las que hablamos traído de la isla de Cuba, porque las que trujimos de aquella entrada ya se habían acabado. Con las cuales cartas dízque hobieron mucho placer, y Escalante escribió lo que allá había sucedido, y todo vino muy presto. Y en aquellos días en nuestro real pusimos una cruz muy suntuosa y alta; y mandó Cortés a los indios de Cinpacingo, y a los de las casas questaban juntos de nuestro real que lo encalasen y estuviese bien aderezado. Dejemos de escrebir desto, y volvamos a nuestros nuevos amigos los caciques de Tascala, que desque vieron que no íbamos a su pueblo, ellos venían a nuestro real con gallinas y tunas, que era tiempo dellas, y cada uno traía del bastimento que tenía en su casa, y con buena voluntad nos lo daban, sin que quisiesen por ello cosa ninguna, y siempre rogando a Cortés que se fuese luego con ellos a su ciudad. Y como estábamos aguardando a los mejicanos los seis días, como les prometió, con palabras blandas les detenía. Y cumplido el plazo que habían dicho, vinieron de Méjico seis principales, hombres de mucha estima, y trujeron un rico presente que envió el gran Montezuma, que fueron más de tres mill pesos de oro en ricas joyas de diversas maneras y docientas piezas de ropa de mantas muy ricas de pluma y de otras labores; y dijeron a Cortés, cuando lo presentaron, que su señor Montezuma se huelga de nuestra buena andanza, y que le ruega muy ahincadamente que en bueno ni malo no fuese con los de Tascala a su pueblo, ni se confiase dellos, que le querían llevar allá para robarle oro y ropa, porque son muy pobres, que una manta buena de algodón no alcanzan, e que por saber quel Montezuma nos tiene por amigos y nos envía aquel oro y joyas y mantas, lo procurarán de robar muy mejor. Y Cortés rescibió con alegría aquel presente y dijo que se lo temía en merced y quél lo pagaría al señor Montezuma en buenas obras, y que si sintiese que los tascaltecas les pasase por el pensamiento lo quel Montezuma les envía a avisar, que se lo pagarían con quitalles a todos las vidas, y quél sabe muy cierto que no harán villanía ninguna, y que todavía quiere ir a ver lo que hacen. Y estando en estas razones vienen otros muchos mensajeros de Tascala a decir a Cortés cómo vienen cerca de allí todos los caciques viejos de la cabecera de toda la provincia a nuestros ranchos y chozas a ver a Cortés y a todos nosotros para llevarnos a su ciudad. Y como Cortés lo supo, rogó a los embajadores mejicanos que aguardasen tres días por los despachos para su señor, porque tenía al presente que hablar y despachar sobre la guerra pasada o paces que agora tratan; y ellos dijeron que aguardarían. Y lo que los caciques viejos dijeron a Cortés, diré adelante.

Other books

VC04 - Jury Double by Edward Stewart
A Love Surrendered by Julie Lessman
The Caged Graves by Dianne K. Salerni
Stone Beast by Bonnie Bliss
Heart of a Warrior by Theodora Lane
The Fear Index by Robert Harris
The Anthologist by Nicholson Baker
Marked for Love 1 by Jamie Lake