Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (50 page)

Ya he dicho que Guatemuz, señor que nuevamente era alzado por rey de Méjico, enviaba guarniciones a sus fronteras; en especial envió una muy poderosa y de mucha copia de guerreros a Guacachula, y otra a Ozucar, questaba dos o tres leguas de Guacachula, porque bien temió que por allí le habíamos de correlle las tierras y pueblos subjetos a Méjico. Y paresce ser que como envió tanta multitud de guerreros y como tenían nuevo señor, hacían muchos robos y fuerzas en los naturales de aquellos pueblos adonde estaban aposentados, y tantas que no les podían sufrir los naturales de aquella provincia, porque decían que les robaban las mantas y maíz e gallinas, y joyas de oro, y sobre todo las hijas y mujeres, si eran hermosas, y que las forzaban delante de sus maridos y padres y parientes. Y como oyeron decir que los del pueblo de Cholula estaban muy de paz y sosiego después que los mejicanos no entraban en él, y agora ansimismo en lo de Tepeaca y Tecamachalco e Cachula, a esta causa vinieron cuatro principales muy secretamente de aquel pueblo por mí memorado, e dicen a Cortés que envíe taules e caballos a quitar aquellos robos e agravios que les hacen los mejicanos, o que todos los de aquel pueblo y otros comarcanos ayudarán para que matemos a los escuadrones mejicanos. Y desque Cortés lo oyó, luego propuso que fuese por capitán Cristóbal de Olí con todos los más de caballo y ballesteros y con gran copia de tascaltecas, porque con la ganancia que los de Tascala habían llevado de Tepeaca habían venido a nuestro real e villa muchos más tascaltecas, nombró Cortés para ir con el Cristóbal de Olí a ciertos capitanes e los que habían venido con Narváez; por manera que llevaba sobre trecientos soldados, y todos los mejores caballos que teníamos. Y yendo que iban con todos sus compañeros camino de aquella provincia paresció ser que en el camino dijeron ciertos indios a los de Narváez cómo estaban todos los campos y casas llenas de gente de guerra de mejicanos, mucha más que la de Otumba, e questaba allí con ellos Guatemuz, señor de México; e tantas cosas diz que les dijeron, que atemorizaron a los de Narváez, y como no tenían buena voluntad de ir a entradas ni ver guerras sino volverse a su isla de Cuba, y como habían escapado de la de Méjico y calzadas y puentes y la de Otumba, no se querían ver en otra como lo pasado, y sobrello dijeron los de Narváez tantas cosas al Cristóbal de Olí que no pasase más adelante, sino que se volviese e que mirase no fuese peor esta guerra que las pasadas, donde perdieron las vidas, y tantos inconvenientes le dijeron y dábanle a entender que si el Cristóbal de Olí quería ir, que fuese en buena hora, que muchos dellos no querían pasar adelante. Por manera que, por muy esforzado que era el capitán que llevaba, aunquel les decía que no era cosa volver sino ir adelante, que buenos caballos llevaba y mucha gente, y que si volviesen un paso atrás que los indios los ternían en poco, e que en tierra llana era, y que no quería volver sino ir adelante, y para ello muchos de nuestros soldados de Cortés le ayudaban a decir que no se volviesen, y que en otras entradas e guerras peligrosas se habían visto, e que gracias a Dios en todas habían tenido vitoria; y no aprovechó cosa ninguna con cuanto les decían, sino por vía de ruegos le trastornaron su seso que volviesen y que desde Cachula escribiesen a Cortés sobre el caso; y ansí se volvió. Y desque Cortés lo supo hobo mucho enojo y envió al Cristóbal de Olí otros dos ballesteros, y le escribió que se maravillaba de su buen esfuerzo y valentía que por palabras de ninguno dejase de ir a una cosa señalada como aquélla. Y desque el Cristóbal de Olí vio la carta, hacía bramuras de enojo, y dijo a los que tal le aconsejaron que por su causa había caído en falta; y luego sin más determinación les mandó fuesen con él e que el no quisiese ir que se volviese al real para cobarde, que Cortés le castigaría, y como iba hecho un bravo león de enojo, va con su gente camino de Guacachula, y antes que llegasen con una legua les salen a decir los caciques de aquel pueblo de la manera y arte questaban los de Culúa, y cómo había de dar en ellos, y de qué manera había de ser ayudado. E desque lo hobieron entendido apercibió a los de caballo, ballesteros y soldados, e según y de la manera que tenían el concierto da en los de Culúa, e puesto que pelearon muy bien por un buen rato y le hirieron ciertos soldados y le mataron dos caballos e hirieron otros ocho en unas fuerzas e albarradas questaban en aquel pueblo, en obra de una hora estaban ya puestos en huida todos los mejicanos. Y diz que nuestros tascaltecas que lo hicieron muy varonilmente, que mataban y prendían muchos de ellos, y como les ayudaban todos los de aquel pueblo y provincia, hicieron gran estrago en los mejicanos, que presto despacharon en se ir retrayendo para se hacer fuertes en otro gran pueblo, que se dice Ozucar, donde estaban otras grandes guarniciones de mejicanos. Y estaban en gran fortaleza, y quebraron una puente por que no pudiesen pasar caballos; ni el Cristóbal de Olí, porque como, he dicho, andaba enojado, hecho un tigre, no tardó mucho en aquel pueblo, que luego fue a Ozucar con los que le pudieron seguir, y con los amigos de Guacachula pasó el río y da en los escuadrones mejicanos, que de presto los venció. Y allí le mataron dos caballos, y a él le dieron dos heridas, y la una en el muslo, y el caballo bien herido; y estuvo en Ozucar dos días. Y como los mejicanos fueron desbaratados, luego vinieron los caciques y señores de aquel pueblo y de otros comarcanos a demandar paz, y se dieron por vasallos de nuestro rey y señor. Y desque todo fue pacífico se fue con todos sus soldados a nuestra Villa de la Frontera, y porque yo no fui en esta entrada, digo en esta relación diz que pasó lo que he dicho. Y Cortés le salió a rescebir y todos nosotros, e hobimos mucho placer, y reíamos de cómo le habían convocado a que se volviese, y el Cristóbal de Olí también reía, y decía que más cuidado tenían algunos de sus minas y de Cuba que no de las armas, e que juraba a Dios que no le acaesciese llevar consigo, si otra entrada iba, sino de los pobres soldados de los de Cortés, y no de los ricos que venían de Narváez, que querían mandar más que no él. Dejemos de platicar más desto y digamos cómo el coronista Gomara dice en su historia que por no entender bien el Cristóbal de Olí a los nahuatatos e intérpretes se volvía del camino de Guacachula, creyendo que era trato doble contra nosotros, y no fue ansí como dice, sino que los más principales capitanes de los de Narváez, como les decían otros indios questaban juntos grandes escuadrones de mejicanos, y más que en lo de Méjico e Otumba, y que con ellos estaba el señor de Méjico, que se decía Guatemuz, que entonces le habían alzado por rey, y como hablan escapado de lo de mazagatos, como dice el refrán, tuvieron gran temor de entrar en aquellas batallas, y por esta causa convocaron al Cristóbal de Olí que se volviese, y aunque él todavía porfiaba de ir adelante. Y ésta es la verdad, e no mentiras. Y también dice que fue Cortés aquella guerra desque el Cristóbal de Olí se volvía; no fue ansí, quel mismo Cristóbal de Olí, maestre de campo, es el que fue, como dicho tengo. También dice dos veces que los que informaron a los de Narváez cómo estaban los muchos millares de indios juntos, que fueron los de Guaxocingo, cuando pasaban por aquel pueblo. También dice otras cosas que no son ansí; porque claro está que para ir desde Tepeaca a Guacachula no habían de volver atrás por Guaxocingo, que era ir como si estuviésemos agora en Medina del Campo y para ir a Salamanca tomar el camino por Valladolid, no es más lo uno en comparación de lo otro, ansí que muy desatinado anda el coronista. Si todo lo que escribe de otras crónicas de España es desta manera, yo las maldigo como cosa de patrañas y mentiras, puesto que por más lindo estilo lo diga. Y dejemos ya esta materia, y digamos lo que más en aquel instante acontesció, e fue que vino un navío al puerto del Peñon del nombre feo que se decía el tal de Bernal, junto a la Villa Rica, que venía de lo e Pánuco, que era de los que enviaba Garay, y venía en él por capitán uno que se decía Camargo; y lo que pasó diré adelante.

Capítulo CXXXIII: Cómo aportó, al peñol y puerto que está junto a la Villa Rica un navío de los de Francisco de Garay, que había enviado a poblar el río de Pánuco, y lo que sobrello más pasó

Estando que estábamos en Segura de la Frontera, de la manera que en mi relación habrán oído, vinieron cartas a Cortés cómo había aportado un navío de los quel Francisco de Garay había enviado a poblar a Pánuco e que venia por capitán uno que se decía Fulano Camargo, y traía ya sobre sesenta soldados, y todos dolientes y muy amarillos e hinchadas las barrigas, e que habían dicho que otro capitán quel Garay había enviado a poblar a Pánuco, que se decía Fulano Álvarez Pinedo, que los indios de Pánuco los habían muerto, y a todos los soldados y caballos que había enviado aquella provincia, y que los navíos se los habían quemado, y queste Camargo, viendo el mal subceso, se embarcó con los soldados que dicho tengo y se vino a socorrer aquel puerto; porque bien tenían noticia questábamos poblados allí, y que a causa que por sustentar las guerras con los indios de Jamaica no tenían que comer, e venían tan flacos y amarillos e hinchados; y más dijeron, que el capitán Camargo había sido fraile dominico, e que había hecho profesión. Los cuales soldados con su capitán se fueron luego poco a poco, porque no podían andar a pie de flacos, a la villa de la Frontera, donde estábamos. Y cuando Cortés los vio tan hinchados y amarillos, y que no eran para pelear, harto teníamos que curar en ellos, y les hizo mucha honra, y tengo que el Camargo murió luego, que no me acuerdo bien qué se hizo, e también se murieron muchos dellos. Y entonces por burlar les llamamos y pusimos por nombre los panciverdetes, porque traían los colores de muertos y las barrigas muy hinchadas. Y por no me detener en contar cada cosa en qué tiempo y lugar acontescían, pues eran todos los navíos que en aquel tiempo venían a la Villa Rica, del Garay, puesto que vinieron los unos de los otros un mes delanteros, hagamos cuenta que todos aportaron aquel puerto, agora sea un mes antes los unos que los otros, y esto digo que vino luego un Miguel Díaz de Auz, aragonés, por capitán de Francisco de Garay, el cual le enviaba para socorro al capitán Fulano Álvarez Pinedo, que creía questaba en Pánuco, y como llegó de puerto de Pánuco y no halló rastro, ni hueso, ni pelo de la armada de Garay, luego entendió por lo que vio que habían muerto; porque al Miguel Díaz le dieron guerra los indios de aquella provincia, y a esta causa luego que llegó con su navío se vino aquel nuestro puerto y desembarcó sus soldados, que eran más de cincuenta e treinta y siete caballos; y se fue luego para donde estábamos con Cortés, y éste fue el mejor socorro y al mejor tiempo que le habíamos menester. Y para que bien sepan quién fue este Miguel Díaz de Auz, digo yo que sirvió muy bien a Su Majestad en todo lo que se ofresció en las guerras e conquistas de la Nueva España, y éste fue el que trujo pleito después de poblada la Nueva España con un cuñado de Cortés que se decía Andrés de Barrios, natural de Sevilla, que llamaban el Danzador, e púsosele aquel nombre porque bailaba mucho, sobre el pleito de la mitad de Mestitan. E este Miguel Díaz de Auz fue el que en el Real Consejo de Indias, en el año mill e quinientos y cuarenta y uno, dijo que a unos daba favor e indios por bien bailar e danzar, y a otros les quitaba sus haciendas porque habían bien servido a Su Majestad peleando. Aqueste es el que dijo que por ser cuñado de Cortés le dio los indios que no merescía con... en Sevilla... y los dejaba de dar a quien Su Majestad mandaba. Aqueste es el que claramente dijo otras cosas acerca de que no hacían justicia a los que Su Majestad manda; e más dijo otras cosas: que querían remedar al villano de la cuba, de que se iban enojando los señores que mandaban en el Real Consejo de Indias, que era presidente el reverendísimo García de Loiza, arzobispo que fue de Sevilla, y oidores el obispo de Lugo e el licenciado Gutiérrez Velázquez y el dotor don Bernal Díaz de Luco y el doctor Beltrán. Volvamos a nuestro cuento. Y entonces el Miguel Díaz de Auz, desque hobo hablado lo que quiso, tendió la capa en el suelo y puso la daga sobre el pecho, estando tendido en ella de espaldas, y dijo: «Si no es verdad lo que digo, Vuestra Alteza me mande degollar con esta daga, y si es verdad, hacer recta justicia». Entonces el presidente le mandó levantar y dijo que no estaban allí para matar a ninguno, sino para hacer justicia, y que fue mal mirado en lo que dijo, e que se saliese fuera y que no dijese más desacatos; si no, que le castigaría, y lo que proveyeron sobre su pleito de Mestitan, que le dén la parte de lo que rentare, que son más de dos mill y quinientos pesos de su parte, con tal que no entre en el pueblo por dos años, porque en lo que acusaban era que había muerto ciertos indios en aquel pueblo y en otros que había tenido. Dejemos de contar esto, pues va fuera de nuestra relación, y digamos que desde allí a pocos días que Miguel Díaz de Auz había venido aquel puerto de la manera que dicho tengo, aportó luego otro navío que enviaba el mismo Garay en ayuda y socorro de su armada, creyendo que todos estaban buenos y sanos en el río de Pánuco, y venía en él por capitán un viejo que se decía Ramírez, e ya era hombre anciano, y a esta causa le llamábamos Ramírez el Viejo porque había en nuestro real dos Ramírez; y traía sobre cuarenta soldadas y diez caballos e yeguas e ballesteros, y otras armas. Y el Francisco de Garay no hacía sino echar un virote tras otro en socorro de su armada, y en todo le socorría la buena fortuna a Cortés, y a nosotros era gran ayuda. Y todos esos de Garay que dicho tengo fueron a Tepeaca, adonde estábamos, y porque los soldados que traía Miguel Díaz de Auz venían muy recios y gordos, les pusimos por nombre los de los lomos recios, y a los que traía el viejo Ramírez, que traían unas armas de algodón de tanto gordor que no las pasaba ninguna flecha, y pesaban mucho, pusímosles por nombre los de las albardillas. Y cuando fueron los capitanes que dicho tengo y soldados delante de Cortés, les hizo mucha honra. Dejemos de contar de los socorros que teníamos de Garay, que fueron buenos, y digamos cómo Cortés envió a Gonzalo de Sandoval a una entrada a unos pueblos que se dicen Xalacingo y Cacatami.

Capítulo CXXXIV: Cómo envió Cortés a Gonzalo de Sandoval a pacificar los pueblos de Xalacingo y Cacatami, y llevó docientos soldados y veinte de caballo y doce ballesteros, y para que supiese qué españoles mataron en ellos y que mirase qué armas les habían tomado, y qué tierra era y les demandase el oro que robaron

Como ya Cortés tenía copia de soldados y caballos y ballestas e se iba fortalesciendo con los dos naviachuelos que envió Diego Velázquez en que venían por capitanes Pedro Barba y Rodrigo de Morejón de Lobera, y trujeron en ellos sobre veinte e cinco soldados y dos caballos y una yegua, y luego vinieron los tres navíos de Garay, que fue el primero capitán que vino Camargo, y el segundo Miguel Díaz de Auz, y el postrero Ramírez el Viejo; y traían entre todos estos capitanes que he nombrado sobre ciento y veinte soldados y diez y siete caballos e yeguas; y las yeguas eran de juego y de carrera. E Cortés tuvo noticia que en unos pueblos que se dicen Cacatami y Xalacingo e en otros sus comarcanos que habían muerto muchos soldados de los de Narváez que venían camino de Méjico, e ansimesmo que en aquellos pueblos habían muerto y robado el oro a un Juan de Alcántara y a otros dos vecinos de la Villa Rica que era lo que les había cabido de las partes a todos los vecinos que quedaban en la misma Villa, según más largo lo he escrito en el capítulo que dello se trata. Y envió Cortés para hacer aquella entrada por capitán a Gonzalo de Sandoval, que era alguacil mayor, esforzado y de buenos consejos, y llevó consigo docientos soldados, y todos los más de los nuestros de Cortés, y veinte de caballo e doce ballesteros y buena copia de tascaltecas, y antes que llegase aquellos pueblos supo questaban todos puestos en armas, e juntamente tenían consigo guarniciones de mejicanos, y que se habían muy bien fortalecido con albarradas e pertrechos, porque bien habían entendido que por la muerte de los españoles que habían muerto que luego habíamos de ser contra ellos para los castigar, como a los de Tepeaca y Cachula y Tecamachalco. E Sandoval ordenó muy bien sus escuadrones y ballesteros, y mandó a los de caballo cómo y de qué manera habían de ir y romper; y primero que entrasen en su tierra les envió mensajeros a decilles que viniesen de paz y que diesen el oro e armas que hobiesen robado, e que la muerte de los españoles se les perdonaría; y esto de les enviar mensajeros sobre la paz fueron tres o cuatro veces; y la respuesta que enviaban era que como habían muerto e comido los teules que les demandan, que ansí harían al capitán y a todos los que llevaba; de manera que no aprovechaban mensajes. Y otra vez les tornó a enviar a decir que les haría esclavos por traidores y salteadores de caminos y que se aparejasen a defender. E fue Sandoval con sus compañeros y les entra por dos partes, que puesto que peleaban muy bien los mejicanos y los naturales de aquellos pueblos, sin más relatar lo que allí en aquellas batallas pasaron, los desbarató; y fueron huyendo los mejicanos y caciques de aquellos pueblos, y siguió el alcance y prendió mucha gente menuda, que de los indios no se curaban dellos por no tener que guardar. Y hallaron en unos cues de aquel pueblo muchos vestidos y armas y frenos de caballos, y dos sillas, y otras cosas de la gineta que habían presentado a sus ídolos. Acordó Sandoval estar allí tres días, y vinieron los caciques de aquellos pueblos a demandar perdón y a dar la obidiencia a Su Majestad, y Sandoval les dijo que diesen el oro que habían robado a los españoles que mataron, y que luego les perdonaría. Y respondieron quel oro que los mejicanos lo hobieron y que lo enviaron al señor de Méjico que entonces habían alzado por rey, y que no tenían ninguno; por manera que les mandó que, en cuanto al perdón, que fuesen adonde estaba Malinche, que es Cortés, e quél les hablaría e perdonarla. Y ansí se volvió con buena presa de mujeres e muchachos, que les echaron el hierro por esclavos. Y Cortés holgó mucho desque le vio venir bueno y sano puesto que traía ocho soldados mal heridos y tres caballos muertos, y aún el Sandoval traía un flechazo. Yo no fui en esta entrada, questaba muy malo de calenturas, y echaba sangre por la boca, y gracias a Dios estuve bueno porque me sangraron. Como Gonzalo de Sandoval había dicho a los caciques de Xalacingo y Cacatami que viniesen a Cortés a demandar paces, no solamente vinieron aquellos pueblos solos, sino también otros muchos de la comarca, y todos dieron la obidiencia a Su Majestad, y traían de comer a aquella villa donde estábamos. Fue aquella entrada que hizo de mucho provecho y se pacificó la tierra, y dende en adelante tenía Cortés tanta fama en todos los pueblos de la Nueva España, lo uno de muy justificado, en lo que hacía, y lo otro de muy esforzado, que a todos ponía temor, y muy mayor a Guatemuz, el señor e rey nuevamente alzado por rey en Méjico. Y tanta era la autoridad y ser y mando que había cobrado Cortés, que venían ante él pleitos de indios de lejos tierras, en especial sobre cosas de cacicazgos y señoríos. Como en aquel tiempo anduvo la viruela tan común en la Nueva España, fallecían muchos caciques, y sobre a quién pertenescía el cacicazgo y ser señor y partir tierras o vasallos o bienes venían a Cortés, como a señor asoluto de toda la tierra, para que por su mano e autoridad alzase por señor a quien le pertenescía. Y en aquel tiempo vinieron del Pueblo de Ozucar y Guacachula, otras veces por mí memorados, porque en Ozucar estaba casada una parienta muy cercana de Montezuma con el señor de aquel pueblo y tenían un hijo que decían era sobrino e cacique del Montezuma, y según paresce heredaba el señorío, y otros decían que les pertenescían a otro señor: y sobrello tenían diferencias, y vinieron a Cortés, y mandó que lo heredase el pariente de Montezuma, y luego cumplieron su mandado. Y ansí vinieron de otros muchos pueblos de la redonda sobre pleitos, y a cada uno mandaba dar sus tierras y vasallos según sentía por derecho que les pertenescía. Y en aquella sazón también tuvo noticia Cortés que en un pueblo questaba de allí seis leguas, que se decía Cozotlán y le pusimos por nombre Castil Blanco, habían muerto nueve españoles envió al mismo Gonzalo de Sandoval para que los castigase y los trujese de paz; y fue allá con treinta de caballo y cient soldados e ocho ballesteros y cinco escopeteros e muchos tascaltecas, y después de hechas sus requerimientos y protestaciones que vengan de paz y se les perdonará la muerte de los españoles que mataron, y les enviaron a decir otras muchas cosas de cumplimiento con cinco indios principales de Tepeaca, y que si no venían que les daría guerra y haría esclavos. Y paresció ser estaban en aquel pueblo otros escuadrones mejicanos en su guarda y amparo; y respondieron que señor tenían, que era Guatemuz, y que no habían menester venir ni ir a llamado de otro señor; que si allá fuesen, que en el campo les hallarían; que no se les habían fallescido las fuerzas agora menos que las que tenían en Méjico y puentes e calzadas, e que ya sabían a qué tanto allegaban nuestras valentías. Y desque aquello oyó Sandoval, puesto muy en orden su gente cómo había de pelear, y los de caballo y escopeteros y ballesteros, y mandó a los tascaltecas que no se metiesen en los enemigos al principio, por que no estorbasen los caballos y por que no corriesen peligro o hiriesen algunos dellos con las ballestas y escopetas, o los tropellasen con los caballos, hasta haber rompido los escuadrones, y después de desbaratados, que prendiesen a los mejicanos y siguiesen el alcance. Y luego comenzó de caminar hacia el pueblo, y sálenle al camino y encuentro dos buenos escuadrones de guerreros junto a unas fuerzas y barrancas, y allí estuvieron fuertes un rato; y con las ballestas y escopetas les hacían mucho mal, de manera que tuvo Sandoval lugar de pasar aquella fuerza e albarradas con los de caballo, y aunque le hirieron nueve caballos, y uno murió, y también le hirieron cuatro soldados, y como se vio fuera de aquel mal paso, e tuvo lugar por dónde corriesen los caballos, y aunque no era buena tierra ni llano, que había muchas piedras, da tras los escuadrones rompiendo por ellos, que los llevó hasta el mismo pueblo a donde estaba un gran patio; e allí tenían otra fuerza y unos cues; adonde se tornaron a ser fuertes, y puesto que peleaban muy bravosamente, todavía los venció y mató hasta siete indios porque estaban en malos pasos. Y los tascaltecas no habían menester mandalles que siguiesen el alcance, que con la ganancia, como eran guerreros, ellos tenían el cargo especialmente, como sus tierras no estaban lejos de aquel pueblo. Allí se hobieron muchas mujeres y gente menuda, y estuvo allí el Gonzalo de Sandoval dos días, y envió a llamar los caciques de aquel pueblo con unas principales de Tepeaca que iban en su compañía; e vinieron e demandaron perdón de la muerte de los españoles, y Sandoval les dijo que si daban las ropas y haciendas que robaron de los que mataron, que sí perdonaría; y respondieron que todo lo habían quemado, y que no tenían ninguna cosa, y que los que mataron que los más dellos hablan ya comido; y que cinco teules enviaron vivos a Guatemuz, su señor, y que ya habían pagado la pena con los que agora les habían muerto en el campo y en el pueblo, y que les perdonase, e que llevarían muy bien de comer y bastecerían la villa a donde estaba Malinche. Y como el Gonzalo de Sandoval vio que no se podía hacer más, les perdonó, y allí se ofrescieron de servir bien en lo que les mandasen. Y con este recado se fue a la villa y fue bien rescebido de Cortés y de todos los del real. Donde lo dejaré de hablar más en ello, y digamos cómo se herraron todos los esclavos que se habían habido en aquellos pueblos y provincia, y lo que sobrello se hizo.

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