Read Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España Online
Authors: Bernal Díaz del Castillo
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muy bien y esforzadamente. Ya vueltos los de a caballo de seguir la vitoria, todos dimos muchas gracias a Dios que escapamos de tan gran multitud de gente, porque no se había visto ni hallado en todas las Indias, en batalla que se haya dado, tan gran número de guerreros juntos, porque allí estaba la flor de Méjico y de Tezcuco y todos los pueblos questán alrededor de la laguna, y otros muchos sus comarcanos, y los de Otumba y Tepetezcuco y Saltocán, ya con pensamiento que de aquella vez no quedara roso ni velloso de nosotros. Pues qué armas tan ricas que traían, con tanto oro y penachos y devisas, y todos los más capitanes y personas principales. Allí junto donde fue esta reñida y nombrada batalla (para en estas partes ansí se puede decir, pues Dios nos escapó con las vidas) estaba un pueblo que se dice Otumba, la cual batalla tienen muy bien pintada y en retratos entallada los mejicanos y tascaltecas, entre otras muchas batallas que con los mejicanos hobimos hasta que ganamos a Méjico. Y tengan atención los curiosos letores questo leyeren, que quiero traer aquí a la memoria que cuando entramos al socorro de Pedro de Alvarado en Méjico fuimos por todos sobre más de mill e trecientos soldados con los de a caballo, que fueron noventa y siete, y ochenta ballesteros, y otros tantos escopeteros, e más dio dos mill tascaltecas, e metimos mucha artillería; y fue nuestra entrada en México día de señor San Juan de Junio de mill e quinientos y veinte años; fue nuestra salida huyendo a diez del mes de Jullio del dicho año; y fue esta nombrada batalla de Otumba a catorce del mes de Jullio. Digamos agora, ya que escapamos de todos los trances por mí atrás dichos, quiero dar otra cuenta qué tantos nos mataron, ansi en Méjico como en puentes y calzadas, como en todos los rencuentros y en esta de Otumba, y los que mataron por los caminos; digo que en obra de cinco días fueron muertos y sacrificados sobre ochocientos y sesenta soldados, con setenta y dos que mataron en un pueblo que se dice Tustepeque, y a cinco mujeres de Castilla; y éstos que mataron en Tustepeque eran de los de Narváez, y mataron sobre mill
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tascaltecas. También quiero decir cómo en aquella sazón mataron a un Joan de Alcántara el Viejo, con otros tres vecinos de la Villa Rica que venían por las partes del oro que les cabía, de lo cual tengo hecha relación en el capítulo que dello trata; por manera que también perdieron las vidas y aun el oro; y si miramos en ello, todos comúnmente hobirnos mal gozo de las partes del oro que nos dieron, y si de los de Narváez murieron muchos más que de los de Cortés en las puentes, fue por salir cargados de oro, que con el peso dello no podían salir ni nadar. Dejemos de hablar en esta materia y digamos cómo íbamos ya muy alegres y comiendo unas calabazas que llaman ayotes, y comiendo y caminando hacia Tascala, que por salir de aquellas poblazones, por temor no se tornasen a juntar escuadrones mejicanos, que aun todavía nos daban grita en parte que no podíamos ser señores dellos, y nos tiraban mucha piedra con hondas y varas y flecha hasta que fuimos a otras caserías y pueblo chico, y allí estaba un buen cu y casa fuerte, donde reparamos aquella noche y nos curamos nuestras heridas y estuvimos con más reposo; y aunque siempre teníamos escuadrones de mejicanos que nos seguían, mas ya no se osaban llegar, y aquellos que venían era como quien dice: «Allá iréis fuera de nuestra tierra». Y desde aquella poblazón y casa donde dormimos se parescían las serrezuelas questán cabe Tascala, y como las vimos nos alegramos, como si fueran nuestras casas. Pues ¿quizá sabíamos cierto que nos habían de ser leales, o qué voluntad ternían, o qué había acontecido a los que estaban poblados en la Villa Rica, si eran muertos o vivos? Y Cortés nos dijo, que pues éramos pocos, que no quedamos sino cuatrocientos y cuarenta con veinte caballos y doce ballesteros y siete escopeteros, y no teníamos pólvora, y todos heridos y cojos y mancos, que mirásemos muy bien cómo Nuestro Señor Jesucristo fue servido de escaparnos con las vidas, e por lo cual siempre le hemos de dar muchas gracias y loores, y que volvimos otra vez a desminuimos en el número y copia de los soldados que con él pasamos, y primero entramos en Méjico cuatrocientos soldados; y que nos rogaba que en Tascala no les hiciésemos enojo, ni se les tomase ninguna cosa; y esto dio a entender a los de Narváez porque no estaban acostumbrados a ser sujetos a capitanes en las guerras, como nosotros. Y más dijo: que tenía esperanza en Dios que los hallaríamos buenos y muy leales, y que si otra cosa fuese, la que Dios no permita, que nos han de tornar andar los puños con corazones fuertes y brazos vigorosos, e que para eso fuésemos muy apercebidos y nuestros, corredores del campo adelante. Llegamos a una fuente questaba en una ladera, y allí estaban unas como cercas y mamparos de tiempos viejos, y dijeron nuestros amigos los tascaltecas que allí partían términos entre los mejicanos y ellos; y de buen reposo nos paramos a lavar y a comer de la miseria que habíamos habido; y luego comenzamos a marchar, y fuimos a un pueblo de tascaltecas que se dice Guaolipar, donde nos rescibieron y daban de comer, mas no tanto que si no se lo pagábamos con algunas pecezueelas de oro y chalchihuis, que llevamos algunos de nosotros, no nos lo daban de balde; y allí estuvimos un día reposando, curando nuestras heridas, y ansimismo curamos los caballos. Pues desque lo supieron en la cabecera de Tascala, luego vino Maseescasi y Xicotenga el Viejo e Chichimecatecle e otros muchos caciques y principales y todos los más sus vecinos de Guaxocingo, y como llegaron aquel pueblo donde estábamos, fueron abrazar a Cortés y a todos nuestros capitanes y soldados, y llorando algunos dellos, especial el Maseescasi e Xicotenga e Chichimecatecle e Tapaneca, dijeron a Cortés: «¡Oh, Malinche, Malinche, y cómo nos pesa de vuestro mal y de todos vuestros hermanos, y de los muchos de los nuestros que con vosotros han muerto! Ya os lo hablamos dicho muchas veces que no os fiásedes de gente mejicana, porque un día o otro os habían de dar guerra; no me quisiste creer; ya hecho es, no se puede al presente hacer nada más que curaros y daros de comer. En vuestras casas estáis; descansa e iremos luego a nuestro pueblo y os aposentaremos. Y no pienses, Malinche, que has hecho poco en escapar con las vidas de aquella tan fuerte ciudad e sus puentes, e yo te digo que si de antes os teníamos por muy esforzados, agora os tengo en mucho más. Bien sé que llorarán muchas mujeres e indias destos nuestros pueblos las muertes de sus hijos y maridos y hermanos y parientes; no te congojes por ello. Y mucho debes a tus dioses que te han aportado aquí y salido de entre tanta multitud de guerreros que os aguardaban en lo de Otumba, que cuatro días había que lo supo que os esperaban para os matar; yo quería ir en vuestra busca con treinta mill guerreros de los nuestros, y no pude salir a causa que no estábamos juntos e los andaban juntando». Cortés y todos nuestros capitanes y soldados los abrazamos y les dijimos que se lo teníamos en merced. Y Cortés les dio a todos los principales joyas de oro y piedras que todavía se escaparon, cada cual soldado lo que pudo; asimismo dimos algunos de nosotros a nuestros conoscidos de lo que teníamos. Pues qué fiesta y qué alegría mostraron con doña Luisa y dolía Marina, desque las vieron en salvamento, y qué llorar y tristeza tenían por los demás indios que no venían, que quedaron muertos, en especial el Maseescasi por su hija doña Elvira, y lloraba la muerte de Joan Velázquez de León, a quien la dio. Y desta manera fuimos a la cabecera de Tascala con todos los caciques, y Cortés aposentaron en las casas de Maseescaci, y Xicotenga dio sus aposentos a Pedro de Alvarado, y allí nos curamos y tornamos a convalecer, y aun se murieron cuatro soldados de las heridas y a otros soldados no se les habían sanado. Y dejallo aquí, y diré lo que más pasamos.
Pues como había un día questábamos en el poblezuelo de Gualipar y los caciques de Tascala por mí memorados nos hicieron aquellos ofrescimientos que son dignos de no olvidar y de ser gratificados, y hechos en tal tiempo y coyunturas, y después que fuimos a la cabecera y pueblo de Tascala, nos aposentaron como dicho tengo. Parece ser Cortés preguntó por el oro que hablan traído allí, que eran cuarenta mill pesos, el cual oro fueron las partes de los vecinos que quedaban en la Villa Rica, y dijo Maseescaci e Xicotenga el Viejo, e un soldado de los nuestros que se había allí quedado doliente, que no se halló en lo de Méjico cuando nos desbarataron, que hablan venido de la Villa Rica un Joan de Alcantara e otros dos vecinos e que lo llevaron todo porque traían cartas de Cortés para que se lo diesen, la cual carta mostró el soldado, que había dejado en poder del Maseecatzi cuando le dieron el oro; y preguntando que cómo y cuándo y en qué tiempo lo llevó, y sabido que fue por la cuenta de los días que nos daban guerra los mejicanos, luego entendimos cómo en el camino los habían muerto y tomado el oro, y Cortés hizo sentimiento por ello
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, y también estábamos con pena por no saber de los de la Villa Rica, no hobiesen corrido algún desmán, y luego y en posta escribió con tres tascaltecas en que les hizo saber los grandes peligros en que nos hablamos visto en Méjico, y cómo y de qué manera escapamos con las vidas, y no se les dio relación cuántos faltaban de los nuestros, e que mirasen que siempre estuviesen alerta y se velasen, y que si hobiesen algunos soldados sanos que se los enviasen, y que guardasen muy bien al Narváez; o si hubiese pólvora o ballestas, porque quería tornar a correr los rededores de Méjico, y también escribió al que quedó por guarda y capitán de la mar, que se dice Caballero, y que mirasen no se fuesen ningún navío a Cuba, ni Narváez, y que si viese que dos navíos de los de Narváez que quedaban y no estaban para navegar, que diere con ellos al través. y le enviasen con ellos a los marineros con todas las armas que tuviesen. En posta fueron y volvieron los mensajeros y trajeron cartas cómo no habían tenido guerras, y que su Joan de Alcántara ni los dos vecinos que enviaron por el oro, que los deben de haber muerto en el camino, y que bien supieron la guerra que en Méjico nos dieron porquel cacique gordo de Cempoal se lo había dicho. E ansimismo escribió el almirante de la mar que se decía Caballero, y dijeron que haría lo que Cortés le mandaba, e que un navío estaba bueno, y que al otro daría al través e enviaría la gente, e que había pocos marineros, porque habían adolescido y se habían muerto, e que agora escrebían las respuestas de las cartas e que luego vernía el socorro que envían de la Villa Rica. Y con cuatro de la Villa, hombres de la mar, que todos fueron siete, y venía por capitán dellos un soldado que se decía Lencero, cúya fue la venta que agora se dice de Lencero, y cuando llegaron a Tascala, como venían dolientes y flacos, muchas veces por nuestro pasatiempo y burlar dellos decíamos: «El socorro de Lencero», que venían siete soldados y los cinco hipates o llenos de bubas, y los dos hinchados con grandes barrigas. Dejemos burlas y digamos lo que allí en Tascala nos aconteció con Xicotenga el Mozo y de su mala voluntad, el que había sido capitán de todo Tascala cuando nos dieron las guerras, por mí otras veces dichas en el capítulo que dello habla, y el caso es que como se supo en aquella su ciudad que salimos huyendo de Méjico y que nos habían muerto mucha copia de soldados, ansí de los nuestros como de los indios tascaltecas que habían ido de Tascala en nuestra compañía, e que veníamos a nos socorrer e amparar en aquella provincia, el Xicotenga el Mozo andaba convocando a todos sus parientes e amigos e a otros que sentía que eran de su parcialidad, y les decía que en una noche o de día, cuando más aparejado tiempo viesen, que nos matasen, y haría amistades con el señor de Méjico que en aquella sazón habían alzado por rey, que se decía Coadlavaca, y que, demás desto, que de las mantas y ropa que habíamos dejado en Tascala a guardar y el oro que agora sacábamos de Méjico, ternían qué robar y quedarían todos ricos con ello. Lo cual alcanzó a saber el vicio Xicotenga su padre, y se lo riñó, y le dijo que no le pasase tal por pensamiento, que era mal h echo, y que si lo alcanzase a saber Maseescaci y Chichimecatecle o otros señores de Tascala, que por ventura le matarían y a los que en tal concierto fuesen, y por más quel padre se lo riñó, no curaba de lo que le decía, y todavía entendía su mal propósito. Y vino a oídos de Chichimecatecle, que era su enemigo mortal del mozo Xicotenga, y lo dijo a Maseescatzi; y acordáron de entrar en acuerdo y consultado sobre ello y llamaron al Xicotenga el Viejo y los caciques de Guaxocingo, y mandaron traer preso ante sí a Xicotenga el Mozo, y Maseescatzi propuso un razonamiento delante de todos y dijo que si se les acordaba o había oído decir que más de cient años hasta entonces que en todo Tascala habían estado tan prósperos y ricos como desque los teules vinieron a sus tierras, ni en todas las provincias habían sido en tanto tenidos, y que tenían mucha ropa de algodón e oro y comían sal, y por doquiera que iban sus tascaltecas con los teules les hacían honra, por respeto de los teules; puesto que ahora les habían muerto en Méjico muchos, y que tengan en la memoria lo que sus antepasados les habían dicho, muchos años atrás, que de adonde sale el sol habían de venir hombres que les habían de señorear, e que a qué causa agora andaba Xicotenga en aquellas traiciones y maldades concertando de nos dar guerra y matamos, que era mal hecho e que no podía dar ninguna desculpa de sus bellaquerías y maldades que siempre tenía encerradas en su pecho; que agora que nos veía venir de aquella manera desbaratados, que nos había de ayudar, para en estando sanos volver sobre los pueblos de Méjico sus enemigos, quería hacer aquella traición. Y a estas palabras que el Maseescatzi e su padre Xicotenga, el ciego, le dijeron, el Xicotenga el Mozo respondió que era muy bien acordado lo quél decía, por tener paces con mejicanos, y dijo otras cosas que no las pudieron sufrir, y luego se levantó el Maseescatzi y el Chichimecatecle y el viejo de su padre, ciego como estaba, y toman al Xicotenga el Mozo por los cabezones y de las mantas, e se las rompieron, e empujones, y con palabras injuriosas que le dijeron le echaron de las gradas abajo, y las mantas todas rompidas, y aun, si por el padre no fuera, le querían matar, e a los demás que hablan sido en su consejo echaron presos; e como estábamos allí reunidos e no era tiempo de le castigar, no osó Cortés hablar más. He traído aquí esto a la memoria para que vean cuánta lealtad y buenos fueron los de Tascala y cuánto les debemos, y aun al buen viejo Xicotenga, que a su hijo dizque le había mandado matar desque supo sus tramas e traición. Dejemos esto y digamos cómo había veinte dos días que estábamos en aquel pueblo curándonos nuestras heridas y prevalesciendo, e acordó Cortés que fuésemos a la provincia de Tepeaca, questaba cerca, porque allí habían muerto muchos de nuestros soldados y de los de Narváez que se venían a México, y en otros pueblos questaban junto de Tepeaca, que se dice Cachula, y como Cortés lo dijo a nuestros capitanes y apercebían a los soldados de Narváez para ir a la guerra, y como no eran acostumbrados a guerras y habían escapado de la derrota de México, y puentes, y lo de Otumba, y no vían la hora de se volver a la isla de Cuba, a sus indios e minas de oro, renegaban de Cortés y de sus conquistas, especial el Andrés de Duero, compañero de nuestro Cortés. Porque ya lo habrán entendido los curiosos letores, en dos veces que lo he declarado en los capítulos pasados, cómo y de qué manera fue la compañía, maldecían el oro que le había dado a él y a los demás capitanes, que todo se había perdido en las puentes, y como habían visto las grandes guerras que nos daban y con haber escapado con las vidas estaban muy contentos e acordaron de decir a Cortés que no querían ir a Tepeaca, ni a guerra ninguna, sino que se querían volver a sus casas, y que bastaba lo que habían perdido en haber venido de Cuba. Y Cortés les habló sobre ello muy mansa y amorosamente, creyendo de los atraer para que fuesen con nosotros a lo de Tepeaca, y por más pláticas y reprensiones que les dio no querían, y desque vieron que con Cortés no aprovechaba sus palabras, le hicieron un requerimiento en forma, delante de un escribano del rey, para que luego se fuese a la Villa Rica y dejase la guerra, poniéndole por delante que no teníamos caballos, ni escopetas, ni ballestas, ni pólvora, ni hilo para hacer cuerdas, ni almacén; que estaban todos heridos, y que no habían quedado por todos nuestros soldados e los de Narváez sino cuatrocientos y cuarenta soldados; que los mejicanos nos tomarían los puestos y sierras y pasos, y que los navíos si más aguardaban se comerían de broma; y dijeron en el requirimiento otras muchas cosas. Y desque se hobieron dado y leído a Cortés, si muchas palabras decían en él, muy muchas más contrariedades respondió, y demás desto, todos los más de los nuestros, de los que habíamos pasado con Cortés, le dijimos que mirase que no diese la licencia a ninguno de los de Narváez ni a otras personas para volver a Cuba, sino que procurásemos todos de servir a Dios e al rey, e que esto era lo bueno, y no volverse a Cuba. Desque Cortés hobo respondido al requirimiento, y desque vieron las personas que le estaban requiriendo que muchos de nosotros le ayudábamos de buena a Cortés y que les estorbaríamos sus importunaciones que sobrello le hablaban e requerían, con no más decir que no es servicio de Dios y de Su Majestad que dejen desamparado su capitán en las guerras. En fin de muchas razones que pasaron obedescieron para ir con nosotros a las entradas que se ofresciese, mas fue que les prometió Cortés que en habiendo coyuntura los dejaría volver a su isla de Cuba; y no por esto dejaron de murmurar dél y de su conquista que tan caro les había costado en dejar sus casas y reposo, y haberse venido a meter a donde aun no estaban seguros de las vidas; y más decían que si en otra guerra entrásemos con el poder de Méjico, que no se podría escusar tarde o temprano de tenella, que creían e tenían por cierto que no nos podríamos sustentar contra ellos en las batallas, según habían visto lo de Méjico y puentes, y en la nombrada Otumba; y más decían, que nuestro Cortés por mandar y siempre ser señor, y nosotros los que con él pasamos no teníamos que perder sino nuestras personas, asistíamos con él, y decían otros muchos desatinos, y todos se les desimulaban por el tiempo en que lo decían: mas no tardó muchos meses que no les dio dicencia para que se volviesen a sus casas e isla de Cuba, lo cual diré en su tiempo y sazón. Y dejémoslo de repetir e digamos de lo que dice el coronista Gomara, questoy muy harto de declarar sus borrones que dice que le informaron, las cuales no son ansí como él lo escribe, y por no me detener en todos los capítulos a tornalles a recitar y traer a la memoria cómo y de qué manera pasó, lo he dejado de escribir, y agora paresciéndome que en esto deste requirimiento que escribe que hicieron a Cortés no dice quién fueron los que lo hicieron, si eran de los nuestros o de los de Narváez, y en esto quescribe es por sublimar a Cortés y abatir a nosotros los que con él pasamos, y sepan que hemos tenido por cierto los conquistadores verdaderos questo vemos escrito, que le debieron de dar oro al Gomara e otras dádivas por que lo escribiese desta manera, porque en todas las batallas o reencuentros éramos los que sosteníamos al Cortés, y agora nos aniquila en lo que dice este coronista. También dice que decía Cortés en las respuestas del mismo requirimiento que para esforzarnos y animarnos, que enviaría a llamar a Joan Velázquez de León y a Diego de Ordaz, que el uno de ellos dijo estaba poblado en Pánuco con trescientos soldados, y el otro en lo de Guazaqualco con otros tantos soldados, y no es ansí en todo lo que dice, porque luego que fuimos sobre Méjico al socorro de Pedro de Alvarado cesaron los conciertos questaban hechos de Joan Velázquez de León había de ir a lo de Panuco y el Diego de Ordaz a lo de Guazaqualco, según más largamente lo tengo escrito en el capítulo pasado que sobrello tengo hecho relación, porquestos dos capitanes fueron a Méjico con nosotros al socorro del Pedro de Alvarado, y en aquella derrota el Joan Velázquez de León quedó muerto en las puentes y el Diego de Ordaz salió muy mal herido de tres heridas que le dieron en Méjico, según ya lo tengo escrito cómo y cuándo y de qué arte pasó, Por manera que el coronista Gomara, si como tiene buena retórica en lo que escribe acertara a decir lo que pasó, muy bien fuera. También estado mirando cuando dice en lo de la batalla de Otumba, que dice que si no fuera por la persona de Cortés que todos fuéramos vencidos, y quél solo fue el que la venció en el dar como dio el encuentro al que traía el estandarte y seña de Méjico. Ya he dicho, y lo torno agora a decir, que a Cortés toda la honra se le debe como esforzado capitán; mas sobre todo hemos de dar gracias a Dios, que fue servido poner su divina misericordia con que siempre nos ayudaba y sustentaba, y Cortés en tener tan esforzados y valerosos capitanes y esforzados soldados como tenía, y nosotros le dábamos esfuerzo y rompíamos los escuadrones y lo sustentábamos para que con nuestra ayuda y de nuestros capitanes guerrease de la manera que guerreamos, como en los capítulos pasados sobrellos dicho tengo: porque siempre andaban juntos con Cortés todos los capitanes por mi nombrados, y aun agora los torno a nombrar, que fueron Cristóbal de Olí, Gonzalo de Sandoval, Francisco de Morla, y Luis Marín e Francisco de Lugo, y Gonzalo Domínguez, y otros muy buenos y valientes soldados que no alcanzábamos caballos, porque en aquel tiempo diez y seis caballos y yeguas fueron los que pasaron desde la isla de Cuba con Cortés, e no los había, y aunque comenzó haber; y como el Gomara dice en su historia que sólo la persona de Cortés fue el que venció la de Otumba ¿por qué no declaró los heroicos hechos questos nuestros capitanes y valerosos soldados hicimos en esta batalla? Ansí que por estas causas tenemos por cierto que por ensalzar a solo Cortés le debieran de untar las manos, porque de nosotros no hace mención. Si no, pregúntenselo a aquel muy esforzado soldado que se decía Cristóbal de Olea cuántas veces se halló en ayudar a salvar la vida a Cortés, hasta que en las puentes, cuando volvimos sobre Méjico, perdió la vida él y otros muchos soldados por le salvar. Olvidado se me había de otra vez que le salvó en lo de Suchimmilco, que quedó mal herido; e para que bien se entienda esto que digo uno fue Cristóbal de Olea e otro Cristóbal de Olí. También lo que dice el coronista del encuentro con el caballo que dio al capitán mejicano y le hizo abatir la bandera, ansí es verdad, mas ya he dicho otra vez que un Juan de Salamanca, natural de la Villa de Ontiveros y que después de ganado Méjico fue alcalde mayor de Guazaqualco, es el que le dio una lanzada e le mató y quitó el rico penacho y estandarte que llevaba, y él se lo dio a Cortés, y se lo dio Su Majestad, el tiempo andando, por armas al Salamanca. Y esto he traído aquí a la memoria, no por dejar de ensalzar y tenelle en mucha estima a nuestro capitán Hernando Cortés, y débesele todo honor y prez y honra de todas las batallas y vencimientos hasta que ganamos esta Nueva España, como se suele dar en Castilla a los muy nombrados capitanes, y como los romanos daban triunfos a Pompeyo y a Julio César y a los Escipiones, más dino es de loor nuestro Cortés que