Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (58 page)

En Tacuba está Cortés

con su escuadrón esforzado,

triste estaba y muy penoso,

triste y con gran cuidado,

una mano en la mejilla

y la otra en el costado, etc.

Acuérdome que entonces le dijo un soldado que se decía el bachiller Alonso Pérez, que después de ganada la Nueva España fue fiscal y vecino en Méjico: «Señor capitán: no esté vuesa merced tan triste, que en las guerras estas cosas suelen acaescer, Y no se dirá por vuesa merced:

Mira Nerón de Tarpeya

a Roma cómo se ardía».

Y Cortés le dijo que ya vía cuántas veces había enviado a Méjico a rogalles con la paz; y que la tristeza no la tenía por sola una cosa, sino en pensar en los grandes trabajos en que nos habíamos de ver hasta tornalla a señorear, y que con el ayuda de Dios que presto lo porníamos por la obra. Dejemos estas pláticas y romances, pues no estábamos en tiempo dellos, y digamos cómo se tomó parescer entre nuestros capitanes y soldados si daríamos una vista a la calzada. pues estaba tan cerca de Tacuba, donde estábamos, y como no había pólvora ni muchas saetas y todos los más soldados de nuestro ejército heridos, acordándonos que otra vez, había poco más de un mes, que pasando Cortés, les probó entrar en la calzada con muchos soldados que llevaba, estuvo en gran peligro, porque temió ser desbaratado, como dicho tengo en el capítulo pasado que dello habla, fue acordado que luego nos fuésemos nuestro camino por temor no tuviésemos en el día o en la noche alguna refriega con los mejicanos. porque Tacuba está muy cerca de la gran ciudad de Méjico y con la llevada que entonces llevaron vivos los soldados, no enviase Guatemuz sus grandes poderes. E comenzamos a caminar y pasamos por Escapuzcalco, y hallámosle despoblado. Y luego fuimos a Tenayuca, que era gran pueblo, que solíamos llamar al Pueblo de las Sierpes; ya he dicho otra vez en el capítulo que dello habla que tenía tres sierpes en el adoratorio mayor en que adoraban, y las tenían por sus ídolos, y también estaba despoblado. Y desde allí fuimos a Cualtitán, y en todo este día no dejó de llover muy grandes aguaceros; y como íbamos con nuestras armas a cuestas, que jamás las quitábamos de día ni de noche, y de la mucha agua y del peso dellas íbamos quebrantados, y llegarnos ya que anochecía aquel gran pueblo, y también estaba despoblado, y en toda la noche no dejó de llover, y había grandes Iodos, y los naturales dél y otros escuadrones mejicanos nos daban tanta grita de noche desde unas acequias y partes que no les podíamos hacer mal, y como hacía muy escuro y llovía, ni se podían poner velas ni rondas, y no hobo concierto ninguno ni acertábamos con los puestos. Y esto digo porque a mi me pusieron para velar la prima, y jamás acudió a mi puesto cuadrillero ni rondas, y ansí se hizo en todo el real. Dejemos deste descuido, y tornemos a decir que otro día fuimos camino de otra gran poblazón, que no me acuerdo el nombre, y había grandes Iodos en él, y hallámosla despoblada. Y otro día pasamos por otros pueblos y también estaban despoblados. E otro día llegamos a un pueblo que se dice Aculmán, subjeto de Tezcuco; e como supieron en Tezcuco cómo íbamos salieron a rescebir a Cortés, y hallamos muchos españoles que había venido entonces de Castilla, y también vino a rescebímos el capitán Gonzalo de Sandoval con muchos soldados, y juntamente el señor de Tezcuco, que ya he dicho que se decía don Fernando, e se hizo a Cortés buen rescibimiento, ansí de los nuestros como de los recién venidos de Castilla, y mucho más de los naturales de los pueblos comarcanos, pues trujeron de comer; y luego esa noche se volvió Sandoval a Tezcuco con todos sus soldados a poner en cobro su real. Y otro día por la mañana fue Cortés con todos nosotros camino de Tezcuco, y como íbamos cansados y heridos y dejábamos muertos nuestros soldados y compañeros e sacrificados en poder de los mejicanos, en lugar de descansar y curar nuestras heridas, tenían ordenada una conjuración ciertas personas de calidad de la parcialidad de Narváez de matar a Cortés y a Gonzalo de Sandoval e a Pedro de Alvarado e Andrés de Tapia. Y lo que más pasó diré adelante.

Capítulo CXLVI: Cómo desque llegamos con Cortés a Tezcuco con todo nuestro ejercito y soldados de la entrada de rodear los pueblos de la laguna tenían concertado entre ciertas personas de los que habían pasado con Narváez de matar a Cortés y todos los que fuésemos en su defensa, e quien fue primero autor de aquella chirinola fue uno que había sido criado de Diego Velázquez, gobernador de Cuba, el cual soldado Cortés le mandó ahorcar por sentencia, y cómo se herraron los esclavos y se apercibió todo el real y los pueblos de nuestros amigos, y se hizo alarde y ordenanzas, y otras cosas que más pasaron

Ya he dicho [que] como veníamos tan destrozados y heridos de la entrada por mi memorada, paresció ser que un gran amigo del gobernador de Cuba, que se decía Antonio de Villafaña, natural de Zamora o de Toro, se concertó con otros soldados de los de Narváez, que aquí no nombro sus nombres por su honor, que ansí como viniese Cortés de aquella entrada, que le matasen a puñaladas, y había de ser desta manera: Que como en aquella sazón había venido un navío de Castilla, que cuando Cortés estuviese sentado a la mesa comiendo con sus capitanes, que entre aquellas personas que tenían hecho el concierto que trujesen una carta muy cerrada y sellada, como que venía de Castilla, e que dijesen que era de su padre, Martín Cortés, y que cuando la estuviese leyendo le diesen de puñaladas, ansí al Cortés como a todos los capitanes y soldados que cerca de Cortés nos hallásemos en su defensa. Pues ya hecho e consultado todo lo por mí dicho, los que lo tenían concertado quiso Nuestro Señor que dieran parte del negocio a dos personas principales, que aquí tampoco quiero nombrar, que habían ido en la entrada con nosotros, y aun a uno dellos en el concierto que tenían le habían nombrado por capitán general, después que hobiesen muerto a Cortés, y a otros soldados de los de Narváez hacían alguacil mayor, y alférez, y alcaldes, y regidores, y contador, y tesorero, y veedor, y cosas deste arte, y aun repartido entrellos nuestros bienes y caballos. Y este concierto estuvo encubierto dos días después que llegamos a Tezcuco; y Nuestro Señor Dios fue servido que tal cosa no pasase, porque era perderse la Nueva España y todos nosotros, porque luego se levantarían bandos y chirinolas. Paresció ser que un soldado lo descubrió a Cortés que luego pusiese remedio en ello antes que mas fuego sobre aquel caso se encendiese, porque le certificó aquel buen soldado que eran muchas personas de calidad en ello. Y como Cortés lo supo, después de hecho grandes ofrescimientos y dádivas que dio a quien se lo descubrió, muy presto, secretamente, lo hace saber a todos nuestros capitanes, que fueron Pedro de Alvarado, e Francisco de Lugo, e Cristóbal de Olí, e Andrés de Tapia, y a Gonzalo de Sandoval, e a mí y a dos alcaldes ordinarios que eran de aquel año, que se decían Luís Marín y Pedro de Ircio, y a todos nosotros los que éramos de la parte de Cortés; y ansí como lo supimos nos apercebimos y sin más tardar fuimos con Cortés a la posada de Antonio de Villafaña, y estaban con él muchos de los que eran en la conjuración, y de presto le echamos mano al Villafaña con cuatro alguaciles que Cortés llevaba, y los capitanes y soldados que con él estaban comenzaron a huir, y Cortés los mandó detener y prender. Y desque tuvimos preso al Villafaña, Cortés le sacó del seno el memorial que tenía con las firmas de los que fueron en el concierto, y desque lo hobo leído y vio que eran muchas personas en ello y de calidad, y por no infamarlos, echó fama que comió el memorial Villafaña y que no lo había visto ni leído. Y luego hizo proceso contra él, y tomada la confesión dijo la verdad, y con muchos testigos que había de fe y de creer, que tomaron sobre el caso, por sentencia que dieron los alcaldes ordinarios, juntamente con Cortés y el maestre de campo Cristóbal de Olí, y después que se confesó con el padre Juan Díaz, le ahorcaron de una ventana del aposento donde posaba el Villafaña; y no quiso Cortés que otro ninguno fuese infamado en aquel mal caso, puesto que en aquella sazón echaron presos a muchos por poner temores y hacer señal que quería hacer justicia de otros, y como el tiempo no daba lugar a ello, se desimuló. Y luego acordó Cortés de tener guarda para su persona, y fue su capitán un hidalgo que se decía Antonio de Quiñones, natural de Zamora, con seis soldados, buenos hombres y esforzados, y le velaban de día y de noche, y a nosotros de los que sentía que éramos de su bando nos rogaba que mirásemos por su persona, y dende en adelante, aunque mostraba gran voluntad a las personas que eran en la conjuración, siempre rescebía dellos. Dejemos esta materia, y digamos cómo luego se se mandó pregonar que todos los indios e indias que habíamos habido en aquellas entradas se llevasen a herrar dentro de dos días a una casa questaba señalada para ello, y por no gastar más palabra en esta relación sobre la manera que se vendian en la almoneda más de las que otras veces tengo dichas, en las dos veces que se herraron, si mal lo habían hecho de antes, muy peor se hizo esta vez; que después de sacado el real quinto, sacaba Cortés el suyo, y otras treinta trancalinas para capitanes, y si eran hermosas y buenas indias las que metíamos a herrar, las hurtaban de noche del montón, que no parescían hasta de ahí a buenos días, y por esta causa se dejaban muchas piezas que después teníamos por naborías. Dejemos de hablar en esto, y digamos lo que después en nuestro real se ordenó.

Capítulo CXLVII: Cómo Cortés mandó a todos los pueblos nuestros amigos questaban cercanos de Tezcuco que hiciesen almacén de saetas e casquillos de cobre para ellos, y lo que en nuestro real mas se ordenó

Como se hobo hecho justicia del Antonio de Villafaña y estaban ya pacíficos los que juntamente con él eran conjurados de matar a Cortés y a Pedro de Alvarado y a Sandoval y a los que fuésemos en su defensa, según más largamente lo tengo escrito en el capítulo pasado, e viendo Cortés que ya los bergantines estaban hechos, y puestas sus jarcias y velas, y remos muy buenos, y más remos de los que habían menester para cada bergantín, y la zanja por donde habían de salir a la laguna muy ancha y hondable, envió a decir a todos los pueblos nuestros amigos questaban cerca de Tezcuco que en cada pueblo hiciesen ocho mill casquillos de cobre, que fuesen buenos, según otros que les llevaron por muestra, que eran de Castilla; y ansimismo les mandó que en cada pueblo le labrasen y desbastasen otras ocho mill saetas de una madera muy buena, que también les llevaron muestra, y les dio de plazo ocho días para que las trujesen, ansí las saetas como los casquillos, a nuestro real, lo cual trujeron para el tiempo que se los mandó, que fueron más de cincuenta mill casquillos y otras tantas mill saetas, y los casquillos fueron mejores que los de Castilla. Y luego mandó Cortés a Pedro Barba, que en aquella sazón era capitán de ballesteros, que los repartiese, ansí saetas como casquillos, entre todos los ballesteros, e que les mandase que siempre desbastasen almacén y las emplumasen con engrudo, que pega mejor que lo de Castilla, que se hace de unas como raíces que se dice zacotle; y ansimismo mandó al Pedro Barba que cada ballestero tuviese dos cuerdas bien pulidas y aderezadas para sus ballestas, y otras tantas nueces, para que si se quebrase alguna cuerda o saltase la nuez, que luego se pusiese otra, e que siempre tirasen al terreno e viesen a qué pasos llegaba la fuga de su ballesta, y para ello se les dio mucho lo de Valencia para las cuerdas; porque en el navío que he dicho que vino pocos días hacía de Castilla, y que era de Joan de Burgos, trujo mucho hilo y gran cantidad de pólvora y ballestas, y otras muchas armas y herraje y escopetas. Y también mandó Cortés a los de caballo que tuviesen sus caballos herrados, y las lanzas puestas a punto, e que cada día cabalgasen y corriesen y les mostrasen muy bien a revolver y escaramuzar. Y hecho esto envió mensajeros y cartas a nuestro amigo Xicotenga el Viejo, que, como ya he dicho otras veces, ya era vuelto cristiano y se llamaba don Lorenzo de Vargas, y a su hijo Xicotenga el Mozo, y a sus hermanos, y a Chichimecatecle, haciéndoles saber que en pasando el día de Corpus Christi habíamos de partir de aquella ciudad para ir sobre Méjico a ponelle cerco, y que le enviasen veinte mil guerreros de los suyos de Tascala y los de Guaxocingo e Cholula; pues todos eran amigos y hermanos en armas, ya sabían el plazo e concierto, que se los hizo subidor de sus mismos indios como siempre iban de nuestro real cargados de despojos de las entradas que hacíamos. También apercibió a los de Chalco y Tamanalco y sus subjetos que se apercibiesen para cuando los enviásemos a llamar, y se les hizo saber cómo era para poner cerco a Méjico, y en qué tiempo hablamos de ir; y también se les dijo a don Fernando, señor de Tezcuco, y a sus principales y a todos sus subjetos, y a todos los demás pueblos nuestros amigos, y todos a una respondieron que lo harían muy cumplidamente lo que Cortés les enviaba a mandar e que vernían; y los de Tascala vinieron pasando la Pascua de Espíritu Santo. Esto hecho, se acordó de hacer alarde un día de Pascua, lo cual diré adelante el concierto que se dio.

Capítulo CXLVIII: Cómo se hizo alarde en la ciudad de Tezcuco en los patios mayores de aquella ciudad, y los de a caballo y ballesteros y escopeteros y soldados que se hallaron, y las ordenanzas que se pregonaron, y otras cosas que se hicieron

Después que se dio la orden, ansí como atrás he dicho, y se enviaron mensajeros e cartas a nuestros amigos los de Tascala y a los de Chalco, y se dio aviso a los demás pueblos, acordó Cortés con nuestros capitanes y soldados que para el segundo día de Pascua del Espíritu Santo, que fue del año de mill y quinientos y veinte y un años, se hiciese alarde; el cual alarde se hizo en los patios mayores de Tezcuco, y halláronse ochenta y cuatro de a caballo y seiscientos y cincuenta soldados despada y rodela, y muchos de lanzas, y ciento y noventa y cuatro ballesteros y escopeteros, y déstos se sacaron para los trece bergantines los que agora diré.

Para cada bergantín, doce ballesteros y escopeteros, éstos no habían de remar, y además desto también se sacaron otros doce remeros para cada bergantín, o [por] banda seis, que son los doce que he dicho, y más desto un capitán para cada bergantín; por manera que sale cada bergantín a veinte y cinco soldados con el capitán; e trece bergantines que eran, a veinte e cinco soldados, son docientos y ochenta y ocho, e con los artilleros que les dieron demás de los veinte e cinco soldados, fueron en todos los bergantines trescientos soldados, por la cuenta que he dicho; y también les repartió todos los tiros de fustera e halconetes que teníamos, y la pólvora que le parescía que habían menester. Esto hecho, mandó pregonar las ordenanzas que todos hablamos de guardar.

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