Humo y espejos (4 page)

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Authors: Neil Gaiman

Tags: #Relato, Fantástico

En el cuento del Sr. Zorro, el estribillo «No fue así, no es así y Dios quiera que no sea así» se repite como una letanía, durante la narración de todos los horrores que la prometida del Sr. Zorro afirma haber visto en un sueño. Al final tira el dedo ensangrentado, o la mano, que se llevó de la casa y demuestra que lo que ha dicho era cierto. Entonces la historia del Sr. Zorro ha terminado de verdad.

También trata de los extraños cuentos populares chinos y japoneses en los que, al final, todo se reduce a los zorros.

Reina de cuchillos

Este cuento, como mi novela gráfica
Mr. Punch
, es lo bastante fiel a la verdad como para haberme visto obligado, en ciertas ocasiones, a explicar a algunos de mis parientes que en realidad no sucedió. Bueno, al menos no así.

Cambios

Lisa Tuttle me telefoneó un día para pedirme un cuento para una antología que estaba editando sobre el sexo masculino y femenino. Siempre me ha encantado la ciencia ficción como medio de comunicación y, cuando era joven, estaba seguro de que llegaría a ser un escritor de ciencia ficción. La verdad es que nunca lo fui. La primera vez que se me ocurrió la idea para este cuento, hace casi una década, era una serie de relatos enlazados que habrían formado una novela que exploraba el mundo de la reflexión sobre el sexo. Sin embargo, nunca escribí ninguno de esos relatos. Cuando Lisa me llamó, se me ocurrió que podía coger el mundo que me había imaginado y contar su historia del mismo modo en que Eduardo Galeano contó la historia de las Américas en su trilogía
Memoria del fuego
.

En cuanto hube acabado el cuento, se lo enseñé a una amiga, que dijo que sonaba como un esquema para una novela. Lo único que pude hacer fue felicitarla por su perspicacia. No obstante, a Lisa Tuttle le gustó y a mí también.

La hija de los búhos

John Aubrey, el coleccionista e historiador del siglo XVII, es uno de mis escritores favoritos. Sus escritos contienen una mezcla poderosa de credulidad y erudición, de anécdota, evocación y conjetura. Al leer la obra de Aubrey, se tiene la sensación inmediata de que se trata de una persona real que habla del pasado de un modo que trasciende los siglos: una persona agradable e interesantísima. También me gusta su ortografía. Intenté escribir este cuento de varias formas distintas y nunca me satisfizo. Entonces se me ocurrió escribirlo como si lo hubiera hecho Aubrey.

La vieja peculiar Shoggoth

El tren nocturno que va de Londres a Glasgow es un tren con coches-cama que llega a su destino hacia las cinco de la mañana. Cuando me bajé del tren, caminé hasta el hotel de la estación y entré. Pensaba cruzar el vestíbulo hasta la recepción y pedir una habitación, entonces pensaba dormir un poco más y, luego, cuando todo el mundo estuviera levantado, tenía planeado pasarme los próximos dos días en el congreso de ciencia ficción que se celebraba en el hotel. Oficialmente, iba a cubrirlo para un periódico nacional.

De camino a la recepción, pasé junto al bar, que hubiera estado vacío de no haber sido por un camarero desconcertado y un fan inglés llamado John Jarrold que, como Aficionado Invitado de Honor de la convención, tenía barra libre y la estaba aprovechando mientras otros dormían.

Así que me paré a hablar con John y nunca llegué a la recepción. Nos pasamos las siguientes cuarenta y ocho horas charlando, contando chistes e historias y destrozando con gran entusiasmo todo lo que recordábamos de
Ellos y ellas
en las primeras horas de la madrugada siguiente, cuando el bar se había empezado a vaciar otra vez. Hubo un momento en ese bar en que tuve una conversación con el difunto editor inglés de ciencia ficción Richard Evans, conversación que, seis años después, se empezaría a convertir en
Neverwhere
.

Ya no recuerdo por qué John y yo comenzamos a hablar sobre Cthulhu con las voces de Peter Cook y Dudley Moore, ni por qué decidí darle una conferencia a John sobre el estilo prosístico de H. P. Lovecraft. Sospecho que tenía algo que ver con la falta de sueño.

Hoy en día, John Jarrold es un respetable editor y un baluarte de la industria editorial británica. Algunas de las partes centrales de este cuento nacieron en aquel bar, con John y conmigo haciendo de Pete y Dud en los papeles de personajes de H. P. Lovecraft. Mike Ashley fue el editor que me engatusó para que las convirtiera en un cuento.

Virus

Este cuento lo escribí para
Digital Dreams
(«Sueños digitales») de David Barrett, una antología de ficción informática. Ya no juego a muchos videojuegos. Cuando lo hacía, me di cuenta de que los juegos tendían a ocupar áreas de mi cabeza. Caían bloques u hombrecitos corrían y saltaban detrás de mis párpados cuando me iba a dormir. En general solía perder, incluso cuando jugaba con mi mente. Este cuento surgió de aquello.

Buscando a la chica

Este cuento me lo encargó
Penthouse
para el número de su vigésimo aniversario, en enero de 1985. Durante los dos años anteriores había estado sobreviviendo como joven periodista en las calles de Londres a base de entrevistar a celebridades para
Penthouse
y
Knave
, dos revistas «porno» inglesas, mucho más insulsas que sus equivalentes americanas; bien mirado, fue muy instructivo.

Una vez le pregunté a una modelo si sentía que la estaban explotando. «¿A mí?», dijo. Se llamaba Marie. «Me pagan bien, cielo. Y es mejor que trabajar en el turno de noche en una fábrica de galletas de Bradford. Te diré a quién están explotando. A todos esos tíos que la compran. Los que se hacen pajas por mí cada mes. A ellos les están explotando». Creo que este cuento empezó con aquella conversación.

Estaba satisfecho con el cuento cuando lo escribí: era la primera obra de ficción que había escrito que sonaba de algún modo a mí y no como si la hubiera escrito haciendo de otra persona. Me estaba acercando a un estilo. Para reunir datos para el cuento, fui a las oficinas de Docklands de
Penthouse
U.K. y allí hojeé veinte años de revistas encuadernadas. En el primer
Penthouse
salía mi amiga Dean Smith. Dean era maquilladora de
Knave
y resulta que había sido la primerísima Chica del Año de
Penthouse
en 1965. Robé la nota publicitaria de Charlotte de 1965 directamente de la de Dean, lo de «individualista renaciente» y todo eso. Las últimas noticias que tuve fueron que
Penthouse
estaba buscando a Dean para su celebración del vigesimoquinto aniversario. Ella había desaparecido. Salió en todos los periódicos.

Se me ocurrió, mientras miraba las dos décadas de
Penthouse
, que
Penthouse
y otras revistas como ésa no tenían absolutamente nada que ver con las mujeres y lo tenían absolutamente todo que ver con las fotografías de mujeres. Ése fue el otro punto de partida del cuento.

Sólo el fin del mundo otra vez

Steve Jones y yo somos amigos desde hace quince años. Incluso editamos juntos un libro de poemas inmundos para niños. Esto significa que puede llamarme y decirme cosas como: «Estoy haciendo una antología de relatos ambientados en Innsmouth, el pueblo ficticio de H. P. Lovecraft. Escríbeme uno».

Este cuento surgió de unas cuantas cosas que cuajaron (de ahí es de donde los escritores sacamos nuestras ideas, por si os lo estabais preguntando). Una de esas cosas fue el libro del difunto Roger Zelazny,
A Night in the Lonesome October
(«Una noche en el octubre solitario»), que hace pasar un buen rato al lector con diversos personajes típicos del horror y de la fantasía: Roger me había dado un ejemplar de su libro unos meses antes de que yo escribiera este cuento y lo disfruté enormemente. En esa misma época más o menos, estaba leyendo un informe sobre el juicio a un hombre lobo francés que se celebró hace 300 años. Me di cuenta, mientras leía el testimonio de un testigo, de que el informe de ese juicio había inspirado el maravilloso relato de Saki
Gabriel-Ernest
y también la novela corta de James Branch Cabell
The White Robe
(«El manto blanco»), pero que tanto a Saki como a Cabell los habían educado demasiado bien como para que usaran el tema de los dedos vomitados, una prueba clave en el juicio. Lo que significaba que entonces todo dependía de mí.

Larry Talbot era el nombre del hombre lobo original, el que se encontró con Abbott y Costello.

Lobo de bahía

Ahí estaba ese Steve Jones otra vez. «Quiero que me escribas uno de tus poemas cuento. Tiene que ser un cuento policíaco, ambientado en un futuro próximo. Quizá podrías utilizar el personaje de Larry Talbot de “Sólo el fin del mundo otra vez”».

Daba la casualidad de que acababa de escribir en colaboración una adaptación a la pantalla de
Beowulf
, el antiguo poema narrativo inglés, y estaba ligeramente sorprendido por la cantidad de gente que, al entenderme mal, parecía pensar que acababa de escribir un episodio de
Los vigilantes de la playa
[2]
. Así que empecé a escribir una versión de
Beowulf
como si fuera un episodio futurista de
Los vigilantes de la playa
para una antología de cuentos policíacos. Me parecía que era lo único sensato.

Mirad, yo no os hago sentir mal por los sitios de donde sacáis vuestras ideas.

Se lo podemos hacer al por mayor

Si los cuentos de este libro estuviesen en orden cronológico y no en la especie de orden extraño y caprichoso de «bueno, creo que así queda bien» en que los he puesto, éste sería el primero del libro. Una noche de 1983 me quedé dormido escuchando la radio. Cuando me dormí, estaba escuchando un programa sobre la compra al por mayor; cuando me desperté, estaban hablando sobre asesinos a sueldo. De ahí es de donde surgió el cuento.

Había estado leyendo muchos cuentos de John Collier antes de escribir esto. Al releerlo varios años después, vi que era un cuento de John Collier. No era tan bueno como un buen cuento de John Collier, ni estaba escrito tan bien como escribía él; pero aun así sigue siendo un cuento de Collier y no me había fijado cuando lo estaba escribiendo.

Una vida, amueblada con Moorcock de la primera época

Cuando me pidieron que escribiese un cuento para una antología sobre las historias de Elric de Michael Moorcock, opté por escribir uno sobre un niño muy parecido al que yo fui y su relación con la ficción. Dudaba que pudiese decir algo sobre Elric que no fuera un pastiche pero, cuando tenía doce años, los personajes de Moorcock eran tan reales para mí como cualquier otra cosa de mi vida y muchísimo más que, bueno, las clases de geografía, para empezar.

—De todos los cuentos de la antología, los que más me gustaron fueron el tuyo y el de Tad Williams —dijo Michael Moorcock cuando me topé con él en Nueva Orleans varios meses después de haberlo terminado—. Y me gustó más el suyo porque salía Jimi Hendrix.

El título lo robé de un cuento de Harlan Ellison.

Colores fríos

Con los años, he trabajado en varios medios de comunicación. A veces la gente me pregunta cómo sé a qué medio pertenece una idea. En general, surgen como cómics o películas o poemas o prosa o novelas o cuentos o lo que sea. Sabes de antemano lo que estás escribiendo.

Por otra parte, esto era sólo una idea. Quería decir algo sobre esas máquinas infernales, los ordenadores, y la magia negra y algo sobre el Londres que había observado a finales de los ochenta, un periodo de exceso económico y bancarrota moral. No parecía ser un cuento o una novela, así que lo intenté como poema y funcionó muy bien.

Para
The Time Out Book of London Short Stories
(«El libro de Time Out de cuentos de Londres») lo reescribí en prosa y dejé muy perplejos a muchos lectores.

El barrendero de sueños

Éste empezó con una estatua de Lisa Snellings de un hombre que se apoyaba en una escoba. Se veía claramente que se trataba de algún tipo de conserje. Me pregunté de qué tipo y de ahí es de donde surgió este cuento.

Partes foráneas

Éste es otro de mis primeros cuentos. Lo escribí en 1984 e hice la versión final (una capa rápida de pintura y un poco de relleno en las grietas más feas) en 1989. En 1984 no lo pude vender (a las revistas de ciencia ficción no les gustaba el sexo, a las revistas de sexo no les gustaba la enfermedad). En 1987 me pidieron si lo querría vender para una antología de relatos eróticos de ciencia ficción, pero no acepté. En 1984 había escrito un cuento sobre una enfermedad venérea. El mismo cuento parecía decir cosas distintas en 1987. El cuento en sí tal vez no había cambiado, pero el panorama que lo rodeaba se había alterado extraordinariamente: me estoy refiriendo al SIDA y, tanto si ésa había sido mi intención como si no, el cuento también lo hacía. Si pensaba reescribirlo, tendría que tener el SIDA en cuenta y no podía hacerlo. Era demasiado grande, demasiado desconocido, demasiado difícil de controlar. Sin embargo, en 1989, el panorama cultural había vuelto a cambiar y lo había hecho hasta tal punto que me resultaba, si no cómodo, sí menos incómodo sacar el cuento del armario, cepillarlo, limpiarle las manchas de la cara y mandarlo fuera para que conociera a la gente buena. Así que, cuando el editor Steve Niles me preguntó si tenía algo inédito para su antología
Words Without Pictures
(«Palabras sin imágenes»), le di esto.

Podría decir que no era un cuento sobre el SIDA, pero estaría mintiendo, al menos en parte. Además, hoy en día el SIDA parece haberse convertido, para bien o para mal, en sólo otra enfermedad del arsenal de Venus.

La verdad, creo que el cuento trata sobre todo de la soledad, la identidad y, quizá, los placeres de abrirse camino en la vida.

Sextina de vampiros

Ésta es mi única sextina satisfactoria (una composición poética en la que las palabras finales de cada uno de los primeros seis versos se repiten con distinto orden en las estrofas siguientes y en una última estrofa de tres versos). Se publicó por primera vez en
Fantasy Tales
(«Relatos fantásticos») y se reimprimió en el
Mammoth Book of Vampires
(«El gran libro de los vampiros») de Steve Jones. Durante años ésta fue mi única obra de ficción sobre vampiros.

Ratón

Este cuento lo escribí para la antología sobre supersticiones
Touch Wood
(«Toca madera»), editada por Pete Crowther. Siempre había querido escribir un cuento de Raymond Carver; él hacía que pareciera tan fácil. Escribir este cuento me enseñó que no lo era.

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