Imajica (Vol. 1): El Quinto Dominio (13 page)

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Authors: Clive Barker

Tags: #Terror

Ya no tenía sentido seguirlo. El frío había empezado a conseguir que los magullados huesos le dolieran enormemente y, en semejantes condiciones, las dos manzanas que lo separaban del apartamento de Jude serían un camino largo y doloroso. Para cuando lo hubo recorrido, la nieve le había empapado todas las capas de ropa que llevaba. Le castañeaban los dientes, le sangraba la boca y tenía el cabello pegado al cráneo, de modo que no podría haber presentado un aspecto menos atractivo cuando se plantó ante la puerta principal. Jude lo estaba esperando en el vestíbulo, junto al avergonzado portero. Acudió en ayuda de Cortés tan pronto como este apareció, y el intercambio de palabras que mantuvieron fue corto y práctico: ¿estaba muy malherido? No. ¿El hombre había conseguido escapar? Sí.

—Ven arriba —le dijo—. Necesitas atención médica.

3

Ya se había producido demasiado dramatismo en el encuentro de Jude y Cortés esa noche para que ellos añadieran un poco más, de modo que no hubo arrebatos emocionales por parte de ninguno de los dos. Jude atendió a Cortés con su pragmatismo habitual. Él declinó una ducha, pero se enjuagó la cara y las extremidades heridas, y se lavó con cuidado las manos para quitarse la arena. A continuación, se puso una selección de ropa seca que ella había encontrado en el armario de Marlin, a pesar de que Cortés era más alto y más delgado que el ausente prestamista. Mientras lo hacía, Jude le preguntó si quería que llamara a un médico para que lo examinara. Se lo agradeció pero le dijo que no, que estaría bien. Y lo estuvo, una vez seco y limpio: dolorido, pero bien.

—¿Llamaste a la policía? —le preguntó desde la puerta de la cocina mientras observaba cómo Judith preparaba un té darjeeling.

—No merece la pena —le respondió—. Ya conocen al tipo ese de la última vez. Tal vez le diga a Marlin que llame más tarde.

—¿Es la segunda vez que lo intenta? —Ella asintió—. Bueno, si te sirve de consuelo, no creo que vuelva a hacerlo de nuevo.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Parecía dispuesto a lanzarse bajo un coche.

—No creo que eso le hiciera mucho daño —respondió Jude, que pasó a contarle el incidente del Village para terminar con la milagrosa recuperación del asesino—. Debería estar muerto —añadió—. Tenía la cara destrozada… Es increíble que pudiera ponerse en pie siquiera. ¿Quieres leche o azúcar?

—Mejor un chorrito de
whisky.
¿Marlin bebe?

—No es un experto como tú.

Cortés se echó a reír.

—¿Así es como me describes? ¿Cortés, el alcohólico?

—No. A decir verdad, no te describo en absoluto —contestó, un poco avergonzada—. Lo que quiero decir es que estoy segura de haberle mencionado tu nombre a Marlin de pasada, pero tú eres… No sé… Eres un oscuro secreto.

Esa reminiscencia de la colina de las cometas le trajo a la memoria al hombre para quien trabajaba.

—¿Has hablado con Estabrook?

—¿Por qué debería hacerlo?

—Ha tratado de ponerse en contacto contigo.

—No quiero hablar con él.

Dejó su té sobre la mesa del salón, buscó el
whisky
escocés y lo colocó junto a la taza.

—Sírvete tú mismo —le dijo.

—¿Tú no vas a tomarte una copita?

—Té, pero
whisky
no. Mi cerebro ya está bastante confuso en estos momentos. —Se dirigió de nuevo a la ventana con la taza de té en las manos—. Hay demasiadas cosas que no comprendo sobre todo esto —dijo—. Para empezar, ¿por qué estás aquí?

—Odio sonar melodramático, pero de verdad creo que deberías sentarte antes de empezar esta discusión.

—Limítate a decirme lo que está ocurriendo —añadió; su voz estaba cargada de acusaciones——. ¿Desde cuándo me vigilas?

—Desde hace unas horas.

—Creí verte siguiéndome hace un par de días.

—No era yo. He estado en Londres hasta esta mañana.

Jude pareció confusa al escuchar aquello.

—Entonces, ¿qué sabes de ese hombre que está tratando de matarme?

—Dijo que se llamaba Pai'oh'pah.

—Me importa una puta mierda cómo se llame —dijo Jude, y su fachada de desapego cayó por fin—. ¿Quién es? ¿Por qué quiere hacerme daño?

—Porque lo contrataron.

—¿Cómo dices?

—Lo contrataron. Estabrook.

El té se derramó de la taza cuando un estremecimiento atravesó su cuerpo.

—¿Para matarme? —preguntó—. ¿Contrató a alguien para matarme? No te creo. Esto es una locura.

—Está obsesionado contigo, Jude. Es su manera de asegurarse de que no perteneces a nadie más.

Judith alzó la taza hasta su rostro, aferrándola con ambas manos; tenía los nudillos tan blancos que resultaba un milagro que la porcelana no se cascara como un huevo. Dio un sorbo con expresión sombría. En ese momento soltó la misma negativa, si bien de forma más tajante:

—No te creo.

—Ha tratado de hablar contigo para avisarte. Contrató a ese hombre y después cambió de idea.

—¿Cómo sabes todo eso? —Ahí estaba de nuevo la acusación.

—Me envió para detenerlo.

—¿También te contrató a ti?

No resultaba agradable escucharlo de sus labios, pero sí, no era más que otro al que había contratado. Era como si Estabrook hubiese contratado a dos perros para que siguieran el rastro de Judith (uno que le diera muerte y otro que asegurara su vida) y dejara que el destino decidiera quién la atrapaba primero.

»Tal vez me tome un buen trago —dijo y se dirigió hacia la mesa para coger la botella.

Cortés se levantó para servírselo, pero el movimiento fue suficiente para que ella se detuviera en seco, y él se dio cuenta de que le tenía miedo. Le tendió la botella desde lejos. Ella no la cogió.

—Creo que deberías marcharte —dijo—. Marlin volverá pronto. No quiero que estés aquí cuando…

Él comprendía su nerviosismo, pero se sintió un poco dolido por ese cambio de actitud. Mientras había renqueado sobre la nieve de regreso al apartamento, una diminuta parte de él había tenido la esperanza de que la gratitud de Jude incluyera un abrazo o, al menos, unas cuantas palabras que le permitieran saber si sentía algo por él. Sin embargo, estaba manchado por la culpa de Estabrook. No estaba allí como su campeón, sino como el agente de su enemigo.

—Si eso es lo que quieres… —dijo.

—Es lo que quiero.

—Solo una petición: si le cuentas a la policía lo de Estabrook, ¿te importaría dejarme fuera del asunto?

—¿Por qué? ¿Has vuelto a tus antiguos negocios con Klein?

—Dejemos las razones a un lado. Limítate a fingir que ni siquiera me has visto.

Ella se encogió de hombros.

—Supongo que podría hacerlo.

—Gracias —replicó—. ¿Dónde has puesto mi ropa?

—No estarán secas. ¿Por qué no te dejas puesto lo que llevas?

—Será mejor que no —respondió, incapaz de reprimir un pequeño aguijonazo—. Quién sabe lo que podría pensar Marlin.

Ella no mordió el anzuelo; al contrario, dejó que fuera a cambiarse. Había colgado la ropa en la barra del calentador de toallas del cuarto de baño y gracias a eso se había secado un poco; no obstante, cuando empezó a ponérsela, la humedad casi fue suficiente para que se retractara de lo dicho y se quedara con la ropa del amante ausente. Casi, pero no lo bastante. Una vez que se hubo cambiado, volvió al salón y se la encontró de nuevo frente a la ventana, como si esperara el regreso del asesino.

—¿Cómo has dicho que se llamaba? —preguntó.

—Algo así como Pai'oh'pah.

—¿Qué idioma es ese? ¿Árabe?

—No lo sé.

—Bien, ¿le dijiste que Estabrook ha cambiado de opinión? ¿Le dijiste que me dejara en paz?

—No tuve oportunidad —dijo en voz baja.

—¿Así que puede volver e intentarlo de nuevo?

—Como te he dicho, no creo que lo haga.

—Lo ha intentado dos veces. Tal vez esté ahí fuera pensando: «a la tercera va la vencida». Hay algo… sobrenatural en él, Cortés. ¿Cómo coño ha podido curarse tan rápido?

—Tal vez no estuviera tan malherido como parecía.

Ella no estaba muy convencida.

—Un nombre como ese… no puede ser difícil de rastrear.

—No lo sé, creo que los hombres como él… son casi invisibles.

—Marlin sabrá qué hacer.

—Cuánto me alegro por él.

Jude inspiró profundamente.

—Supongo que debería agradecértelo —le dijo; su tono no reflejaba la más mínima gratitud.

—No te molestes —replicó—. Solo soy un asalariado. Solo lo hice por el dinero.

4

Desde las sombras de un portal en la calle 79, Pai'oh'pah contempló cómo John
Furia
Zacharias salía del edificio de apartamentos, se subía el cuello de la chaqueta alrededor de la nuca y examinaba la calle de arriba abajo en busca de un taxi. Habían pasado muchos años desde que los ojos del asesino disfrutaran del placer que obtenían en aquel momento, al verlo. Durante ese intervalo de tiempo, el mundo había cambiado en muchos sentidos. Pero aquel hombre parecía intacto. Era una constante, libre de alteraciones debido a su propia falta de memoria; siempre nuevo para sí mismo y, por tanto, intemporal. Pai lo envidiaba. Para Cortés, el tiempo era un gas que disolvía las heridas y la conciencia de sí mismo. Para Pai, era un saco en el que cada día, cada hora, se colocaba otra piedra, un saco que iba doblando su espalda hasta romperla. Y, hasta esa misma noche, no se había atrevido a albergar ninguna esperanza de que su peso fuera a disminuir. Pero allí, caminando calle abajo por Park Avenue, había un hombre en cuyo poder yacía la fuerza para recomponer todas las cosas rotas, incluso el espíritu de Pai. Especialmente, el espíritu de Pai. Estaba claro que su encuentro tenía algún tipo de significado, ya fuese producto de la casualidad o de los inescrutables designios del Invisible.

Minutos antes, aterrado por las implicaciones de lo que estaba ocurriendo, Pai había tratado de conseguir que Cortés se alejara y, debido a su fracaso, había huido. Ahora, ese miedo le parecía estúpido. ¿Qué era lo que tenía que temer? ¿Los cambios? Esos serían bienvenidos. ¿La revelación? Lo mismo podría decirse. ¿La muerte? ¿Qué le importaba la muerte a un asesino? Si llegaba, llegaba; no había razón para dar la espalda a semejante oportunidad. Sintió un estremecimiento. Hacía frío allí en el portal; y también en ese siglo. Sobre todo para un alma como la suya, que adoraba la primavera, cuando la subida de la savia y el sol hacían que todas las cosas parecieran posibles. Hasta ese momento, había renunciado a la esperanza de que semejante época de florecimiento pudiera regresar alguna vez. Se había visto obligado a cometer demasiados crímenes en ese mundo sin alegría. Había roto demasiados corazones. Ambos lo habían hecho, al parecer. Pero, ¿qué ocurriría si se vieran obligados a buscar esa elusiva primavera por el bien de aquellos a los que habían dejado huérfanos y angustiados? ¿Qué ocurriría si su deber consistiera en tener esperanza? En ese caso, su negativa a esa reunión, su huida, era otro crimen que añadir a su carga. ¿Acaso todos esos años en soledad lo habían convertido en un cobarde? Nunca.

Se enjugó las lágrimas, abandonó el umbral y siguió a la figura desaparecida; mientras caminaba, no podía dejar de albergar la osada esperanza de que hubiese otra primavera, seguida por un verano de reconciliaciones.

Capítulo 8

C
uando regresó al hotel, el primer impulso de Cortés fue llamar a Jude. Ella había dejado muy claro lo que sentía por él, por supuesto, y el sentido común decretaba que dejara aquel pequeño drama tal y como estaba, pero había vislumbrado demasiados enigmas esa noche como para pasar por alto la inquietud que sentía y olvidar el asunto. A pesar de que las calles de aquella ciudad eran grandes, con edificios bien identificados y numerados; a pesar de que las avenidas estaban lo bastante iluminadas incluso durante la noche como para desvanecer la ambigüedad, se sentía como si estuviese en la frontera de alguna tierra desconocida, a punto de cruzarla sin ser consciente siquiera de que lo estaba haciendo. Y si la cruzaba, ¿no sería posible que Jude también lo hiciera? Sin embargo, si bien Jude parecía decidida a que sus vidas tomaran caminos diferentes, en el interior de Cortés aún se alzaba la oscura sospecha de que sus destinos estaban entrelazados.

No tenía una explicación lógica para aquello. La sensación era un misterio, y los misterios no eran su especialidad. Eran el tema de conversación de sobremesa, cuando, bajo los efectos del
brandy
y la luz de las velas, la gente confesaba ciertas obsesiones que no hubieran sacado a colación una hora antes. Bajo semejante influencia, había oído a los racionalistas confesar su devoción por los horóscopos de las revistas; había escuchado a los ateos afirmar que presenciaban apariciones divinas; había escuchado cuentos acerca de la comunicación psíquica entre hermanos y pronunciamientos proféticos en el lecho de muerte. Todos habían sido bastante divertidos a su manera. Pero aquello era algo completamente diferente. Aquello le estaba ocurriendo a él, y eso lo asustaba.

Al final, se rindió a la inquietud. Buscó el número de Marlin y llamó al apartamento. El amiguito cogió el teléfono.

Parecía nervioso, y se puso aun peor cuando Cortés se identificó.

—No sé a qué coño está jugando —dijo.

—Esto no es un juego —replicó Cortés.

—Manténgase apartado de este apartamento…

—No tengo la menor intención…

—… porque si veo su cara por aquí, le juro…

—¿Puedo hablar con Jude?

—Judith no…

—Estoy en el otro teléfono —dijo Judith.

—¡Judith, cuelga el teléfono! No querrás hablar con este capullo…

—Tranquilízate, Marlin.

—Ya lo ha oído, Mervin. Tranquilícese.

Marlin colgó el auricular con un fuerte golpe.

»Un poco suspicaz, ¿no te parece? —preguntó Cortés.

—Cree que todo ha sido cosa tuya.

—Entonces, ¿le has hablado de Estabrook?

—No, todavía no.

—Vas a limitarte a culpar al recadero, ¿no es eso?

—Mira, siento mucho algunas cosas de las que dije. No pensaba con claridad. Si no hubiera sido por ti, quizás ahora estaría muerta.

—No hay «quizás» que valga —dijo Cortés—. Nuestro amigo Pai iba muy en serio.

—Desde luego, quería algo —replicó ella—. Pero no estoy segura de que ese algo fuese cometer un asesinato.

—Trataba de estrangularte, Jude.

—¿De verdad? ¿O solo trataba de acallarme? Tenía una mirada de lo más extraña…

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