—Supongo que tendrá que confiar en mí si le digo que podemos confiar en ella.
Desjani suspiró con desdén.
—Haré lo posible por tratarla con el debido respeto, puesto que ese es mi deber como oficial y usted responde por ella, pero no le garantizo que llegue a considerarla una persona de confianza. —Dio un paso atrás, hacia la escotilla, sin apartar los ojos de él—. Aceptaré su decisión porque confío en usted.
Los tripulantes de cientos de buques de guerra confiaban en que los llevase a casa. El destino de la Alianza y, tal vez, incluso la humanidad entera dependía de las decisiones que él tomara, pero lo que de verdad le importaba era la confianza de esa mujer. Rione le dijo una vez que, al final, la gente no lucha por las grandes causas ni por los objetivos más nobles, sino por las razones más íntimas y personales. Muchos afirman perseguir los ideales más elevados, pero, a la hora de la verdad, solo se sacrificarán por sus camaradas más cercanos y por los seres queridos que los esperan en casa. Geary miró el visualizador estelar, centrado en Heradao, y, después, más allá de esta estrella, donde estaban Padronis, Atalia y, por último, Varandal.
Se encontraban muy cerca. Habían recorrido un largo camino. Tenía que asegurarse de que llegaran hasta el final, sin importar lo que Heradao pudiera depararle a la flota.
Porque muchos confiaban en que los llevara de vuelta a casa. Y uno de ellos era Tanya Desjani.
Geary debía convocar una última reunión antes de que la flota abandonase Dilawa. Una vez que entrasen en el espacio de salto, las naves solo podrían intercambiar mensajes básicos y breves. Antes de entrar en esa fase, deseaba realizarle una consulta a un pequeño y selecto grupo de camaradas.
Volvió a sentarse en la sala de reuniones, aunque esta vez la mesa no se amplió mucho más allá de su tamaño real. A su alrededor aparecieron las imágenes del capitán Duellos, el capitán Tulev y la capitana Crésida; también se encontraban allí, en persona, Desjani y Rione.
—Falta muy poco para que lleguemos a casa —comenzó Geary—. Sin embargo, el viaje todavía no ha terminado, y es de esperar que debamos librar una batalla complicada en Heradao o en alguno de los otros sistemas estelares síndicos que aún tenemos que atravesar. Con todo, tenemos muchas posibilidades de derrotar a los síndicos. Lo que todavía no sabemos es cómo reaccionarán los alienígenas cuando esta flota llegue a casa.
Tulev parecía un toro al asentir con ese aire tan grave e imperturbable.
—Los alienígenas quisieron derrotar y aniquilar esta flota en el sistema estelar Lakota. Es de suponer que no se alegrarán de que regresemos a casa.
—¿Y qué van a hacer? —preguntó Crésida—. Si nuestras suposiciones no están muy desencaminadas, podrían provocar el colapso de todas las puertas hipernéticas del espacio humano. ¿De verdad serán capaces de hacer algo así cuando lleguemos a casa?
—Ese es uno de los aspectos que me preocupan —dijo Geary.
—Tendremos algo de tiempo —comentó Rione con voz contenida, pero cargada de seguridad. Todos la miraron preguntándose a qué se refería, así que la copresidenta señaló con una mano el visualizador estelar situado sobre la mesa—. En primer lugar, piensen en lo que sabemos de sus tácticas. No parecen haber actuado directamente ni contra nosotros ni contra los síndicos. En su lugar, nos engañaron para que combatiéramos entre nosotros.
—Cierto —admitió Duellos.
—Bien, ¿y qué saben los alienígenas sobre esta flota? —prosiguió Rione—. Que sabemos que las puertas hipernéticas son armas extremadamente potentes. ¿Cuentan los alienígenas con agentes o fuentes de información dentro del espacio de la Alianza, aunque estos se reduzcan a unos cuantos gusanos y robots automáticos? Debemos suponer que sí.
—Los introdujeron mediante los sistemas de nuestras naves —apuntó Crésida—; unos gusanos de nivel cuántico basados en un sistema de probabilidades. Creímos haberlos encontrado y limpiado todos, pero, por lo que sabemos, pueden activar más. También pueden aparecer otros nuevos, de los que se activan cuando se producen determinados eventos.
—Exacto. —Rione señaló de nuevo el visualizador estelar, al otro lado del espacio síndico—. Nos han estado observando. Han visto cómo nos comportamos. Con esos datos, es posible que los alienígenas lleguen a la conclusión de que, cuando la Alianza pueda acceder a esas armas, decida utilizarlas.
Crésida enseñó los dientes.
—Creo que tiene razón, señora copresidenta. Esperarán a ver si lo hacemos; si les decimos a nuestros superiores políticos y militares que las puertas hipernéticas de los sistemas estelares síndicos se pueden emplear para exterminar al enemigo, y si nuestras autoridades políticas ordenan entonces que se inicien esas acciones. Si llevase un siglo observando el progreso de esta guerra, pensaría que es cuestión de tiempo que uno de los bandos utilice esas armas y el otro opte por pagarle con la misma moneda.
—Gracias, capitana Crésida. Después de lo cual —prosiguió Rione—, los alienígenas se acomodarán en sus asientos para observar cómo la Alianza empieza a arrasar los sistemas estelares síndicos y cómo los síndicos responden con la misma táctica. Los alienígenas no necesitarán mover ni un dedo mientras la humanidad se extermina a sí misma empleando las armas proporcionadas por ellos.
Geary hizo un gesto de asentimiento y notó un regusto ácido en la garganta.
—Entonces esperarán un tiempo prudencial para ver cómo actuamos. Eso nos da un poco de tiempo.
—Pero no demasiado, capitán Geary. —Rione miró el visualizador estelar con gesto sombrío—. Es algo que he estado considerando al pensar en el inicio de la guerra: que los alienígenas, fingiendo una alianza con los síndicos, engañaron a estos para que nos atacasen. Pero ¿nos atacaron los síndicos llevados por la codicia o acaso los alienígenas les contaron algo que les hizo creer que atacar a la Alianza era una buena idea?
—¿Qué podrían haberles dicho a los síndicos? —preguntó Desjani.
Rione le lanzó una mirada gélida que pareció cortar el aire de la sala.
—Cualquier cosa. Tal vez les proporcionaran información falsa, como que la Alianza planeaba atacarlos, por ejemplo.
—No contábamos con las fuerzas necesarias para emprender una acción semejante —objetó Geary.
—Pero los síndicos no tenían forma de saberlo —dijo Rione con tono sarcástico—. ¿Acaso no podían sospechar que la Alianza contaba con fuerzas ocultas? Los detalles no importan. Deje de centrarse en eso. Engañaron a los síndicos para que nos atacaran. Y podrían hacerlo otra vez.
—¿Otra vez? —La capitana Crésida se inclinó hacia delante con gesto resuelto—. ¿Cómo?
—Si los alienígenas creen que no pensamos actuar, podrían intentar provocarnos para que utilicemos las puertas hipernéticas como armas. Es muy posible que sepan que estamos averiguando cosas, de modo que tal vez no deseen darnos tiempo para poner en práctica nuestros conocimientos. Consideremos la posibilidad de que cuenten con los medios necesarios para colapsar las puertas hipernéticas; una señal desencadenante que, de alguna manera, se propagaría a una velocidad mayor que la de la luz. —Señaló varias de las estrellas que aparecían en el visor, una a una—. Supongamos que se colapsan distintas puertas hipernéticas dentro del espacio de la Alianza, una detrás de otra, y destruyen sus respectivos sistemas estelares. ¿A quién culparía la Alianza?
—Mierda. —Geary oyó expresiones parecidas en voz baja—. Si no iniciamos una serie de ataques genocidas, los alienígenas nos empujarán a nosotros o a los síndicos a comenzarlos haciéndonos creer que el otro bando ya ha empezado.
Rione parecía tener la mirada perdida, pero la mantenía fija en una estrella situada en un extremo del visualizador, en la periferia del espacio de la Alianza.
—En el sistema estelar Sol hay una puerta hipernética —añadió—. Aunque se encuentre aislada de la Alianza y sea vulnerable a consecuencia de las guerras que se libraron allí, la Tierra sigue sobreviviendo en ese sistema estelar, junto con las primeras colonias de los demás planetas de Sol. El hogar de nuestros ancestros más venerados sigue orbitando alrededor de la estrella que, para nosotros, es el símbolo más importante de las mismísimas estrellas. Se le adjudicó una puerta hipernética por respeto, y también para facilitarles la vida a quienes acuden allí en peregrinación, aunque económicamente el sistema Sol no justifique una inversión de esa magnitud. —Miró a sus interlocutores—. ¿Y si en la Alianza creyeran que los síndicos han destruido ese sistema estelar?
Duellos contestó con una voz más áspera de lo normal.
—Nada los detendría; no se dejarían disuadir por ningún argumento. Se empeñarían en matar hasta el último síndico, por todos los medios posibles.
—Joder. —Geary se preguntó por qué no podía aportar a la reunión nada más que una colección de tacos—. De acuerdo. Cabe suponer que, después de volver a casa, contaremos con un breve período de gracia durante el cual los alienígenas esperarán para ver si los humanos muerden el anzuelo envenenado. Si no nos arriesgamos durante el tiempo que los alienígenas consideren razonable, empezarán a intentar provocar lo que bien podría ser la última ofensiva de la humanidad. Ojalá supiera lo que quieren o lo que pretenden.
—No podemos responder a eso —dijo Rione—. Creemos que sabemos lo que han hecho. Parece que les basta con habernos puesto unas armas en las manos y esperar a que las usemos para matarnos los unos a los otros. Pero no sabemos si no emprenden acciones directas contra nosotros por razones estratégicas o si su pasividad responde a algún aspecto moral o religioso de su mentalidad.
—¿Qué podría haber de moral en algo así? —preguntó Crésida.
—¿Desde la perspectiva de un alienígena? Tal vez crean que limitarse a proporcionarnos las armas los exculpa, siempre que seamos nosotros quienes apretemos el gatillo. Pero no podría asegurarlo, solo es una teoría.
—O… —propuso Tulev— también cabría la posibilidad de que se trate de una estrategia completamente amoral para asegurarse de que la humanidad sea exterminada; o para controlar de la manera más eficiente posible para ellos la amenaza o la competencia que el hombre les suponga. No tenemos forma de saberlo, por lo que debemos deducir sus próximas acciones en función de lo que han hecho en el pasado.
—Tiene razón. Por desgracia, si nuestras suposiciones no van desencaminadas, lo que hicieron en el pasado nos perjudicó en gran medida. —Geary se volvió hacia la senadora—: Copresidenta Rione, ¿puede elaborar una lista de las estrellas de mayor relevancia simbólica? Debemos asegurarnos de que esos sistemas estelares sean prioritarios en los sistemas de colapso seguro para sus puertas hipernéticas.
—¿Cree que es posible hacer algo así? Surgirán grandes diferencias de opiniones sobre el nivel de relevancia simbólica. —Rione miró a Geary durante unos instantes—. Si desearan instigar una operación masiva contra los síndicos en represalia, los alienígenas podrían atacar el sistema estelar nativo del comandante de la flota y héroe legendario Black Jack Geary.
A Geary se le cortó la respiración. De pronto, ya no veía la sala donde se encontraban sus interlocutores, sino el mundo donde creció, donde sus padres y otros familiares estaban enterrados; su hogar, aunque, sin duda, habría cambiado mucho a lo largo del siglo que permaneció sumido en el sueño de supervivencia. Imaginó que lo alcanzaba una onda de choque como la que devastó el sistema estelar Lakota, convirtiendo al instante un mundo acogedor y densamente poblado en un osario infernal.
¿Cómo podía aceptar que al mundo que consideraba su hogar se le asignase una baja prioridad? Aguzó la vista y miró a los ocupantes de la mesa. Cada uno tenía un mundo natal distinto. ¿Cómo descartar uno de ellos para darle prioridad al suyo? Geary suspiró mientras movía la cabeza a ambos lados.
—Me temo que no se me da muy bien tomar decisiones que dependan de las estrellas. Señora copresidenta, si tuviera que hacer una valoración justa…
—¿Cree que estoy cualificada para jugar a ser una deidad? ¿O que deseo hacerlo? —contestó Rione con una voz tensa por la ira.
Tulev rompió el silencio incómodo que se produjo a continuación.
—Yo elaboraré la lista. —Miró el visualizador estelar, absorto en sus imágenes—. No me queda nada. No tengo preferencias.
La imagen de Duellos, situada junto a Tulev, se inclinó hacia delante y colocó una mano sobre la muñeca del capitán que se había ofrecido voluntario; Desjani, al otro lado, hizo lo mismo sin decir nada. Crésida, en el otro extremo, le hizo un gesto de asentimiento que expresaba su conformidad. Tulev movió la cabeza para responderles a todos y, a continuación, se dirigió a Geary.
—Yo elaboraré la lista —repitió.
—Gracias, capitán Tulev —dijo Geary—. Llegará un momento en que tendré que anunciarle a la flota la existencia de los alienígenas, pero, por ahora, creo que debemos seguir fingiendo que el peligro que suponen las puertas hipernéticas solo es un inoportuno efecto secundario de carácter tecnológico.
—Así tiene que ser —asintió Crésida—. Si anunciamos la posibilidad de que cualquier puerta hipernética se pueda colapsar en cualquier momento de modo espontáneo o de que pueda ser colapsada por los síndicos, y la respaldamos con imágenes de lo que ocurrió en Lakota, la gente tendrá todas las razones que necesita para actuar.
—De acuerdo. Volveremos a hablar antes de saltar hacia Varandal. Gracias por asistir a esta reunión y por sus consejos. También les agradezco que mantengan la discreción acerca de lo que hemos debatido sobre los alienígenas.
—Ojalá supiéramos más cosas —comentó Crésida—. Sigo trabajando en un sistema a prueba de fallos que podamos instalar en las puertas hipernéticas rápidamente y sin complicaciones. Creo que podrá estar listo para cuando lleguemos a Atalia.
—Esperemos que así sea. —Duellos suspiró—. No sabemos muy bien lo que piensan hacer estas criaturas ni lo que quieren.
—¿Plumas o plomo? —preguntó Desjani haciendo referencia al antiguo acertijo en el que solo el demonio que formulaba la pregunta sabía la respuesta correcta y podía cambiarla en cualquier momento. Como señaló Duellos en cierta ocasión, los alienígenas también eran enigmas en los que las respuestas y las preguntas no solo eran desconocidas sino que, además, reflejaban los procesos mentales observados en los humanos que intentaban comprender su propósito y su significado.