Read Johnny cogió su fusil Online
Authors: Dalton Trumbo
En verano iban a la gran zanja situada al norte del pueblo se quitaban la ropa y se tendían en la orilla y charlaban. El agua estaba tibia por el aire del verano y de la tierra gris-parda surgía el calor como de una caldera de vapor. Nadaban un rato y volvían a la orilla a sentarse en círculo, desnudos y tostados para charlar. Hablaban de bicicletas de muchachas de perros y armas. Hablaban de campings de la caza del conejo de muchachas y de pesca. Hablaban de los cuchillos de caza que todos deseaban pero que sólo Glen Hogan tenía. Hablaban de las muchachas.
Cuando llegaron a la edad de salir con muchachas siempre las llevaban al pabellón de la feria. Comenzaban a acicalarse. Hablaban de corbatas y pañuelos haciendo juego y usaban zapatos de ante y camisas con brillantes franjas rojas verdes y amarillas. Glen Hogan tenía siete camisas de seda. También tenía la mayor parte de las muchachas. Tener o no tener un automóvil se convirtió en un tema importante. Era muy humillante ir a pie con tu chica hasta el pabellón.
A veces no tenías dinero suficiente para ir a bailar entonces deambulabas ociosamente alrededor de la feria y oías la música que surgía del pabellón en la noche. Todas las canciones tenían un significado y las letras eran muy serias. Te sentías dolorido y deseabas estar allí en el pabellón. Te preguntabas con quién estaría bailando tu chica. Luego encendías un cigarrillo y hablabas de otra cosa. Encender un cigarrillo era todo un acontecimiento. Sólo lo hacías por la noche cuando nadie te podía ver. Saber sostener el cigarrillo con estilo descuidado era un asunto serio. El primero del grupo que pudo aspirar el humo fue el tío más grande de la tierra hasta que el resto pudo ponerse a su altura.
Los viejos se sentaban a charlar sobre la guerra en la tienda de tabaco de Jim O'Connell. La trastienda de O'Connell era muy fresca. Antes de que llegara la sequía a Colorado era un saloon y en días húmedos aún podía percibirse el olor a cerveza en las tablas del suelo. Los viejos se sentaban en sillas altas y observaban las mesa de billar y escupían en grandes salivaderas de bronce. Hablaban de Inglaterra y Francia y al final de Rusia. Rusia siempre estaba a punto de iniciar una gran ofensiva que haría retroceder a los malditos alemanes hacia Berlín. Y ése sería el fin de la guerra.
Luego su padre decidió abandonar Shale City. Fueron a Los Ángeles. Allí por primera vez tomó conciencia de la guerra. Despertó a la guerra con el ingreso de Rumania. Nunca había oído hablar de Rumania excepto en las clases de geografía. Pero lo entrada de Rumania en la guerra se produjo el mismo día en que los periódicos de Los Ángeles publicaron la crónica de unos jóvenes soldados canadienses que habían sido crucificados por los alemanes frente a sus camaradas en tierra de nadie. Eso quería decir que los alemanes eran peor que bestias y naturalmente te interesabas y querías que terminaran con Alemania. Todos hablaban de los pozos de petróleo y de los campos de trigo de Rumania que abastecerían a los aliados y de cómo esto con seguridad significaría el fin de la guerra. Pero los alemanes cruzaron Rumania y tomaron Bucarest y la reina Marie se vio obligada a abandonar su palacio. Entonces murió su padre y América entró en guerra y él también tuvo que ir y allí estaba.
Pensaba Oh Joe Joe éste no es sitio para ti. Esta no era una guerra para ti. Esto no tiene nada que ver contigo. ¿Qué interés tienes en salvar el mundo para la democracia? Lo único que querías Joe era vivir. Has nacido y te has criado en un saludable condado de Colorado y tenías tanto que ver con Alemania Inglaterra o Francia o hasta con Washington D. C. como con el hombre en la luna. No era cosa tuya y sin embargo aquí estás. Lastimado y más de lo que supones. Muy malherido. Tal vez hubiese sido mucho mejor que estuvieses muerto y enterrado en la colina del otro lado del río en Shale City. Tal vez te ocurran otras cosas peores que ni siquiera sospechas, Joe. Oh ¿por qué diablos te metiste en este lío Joe? No era tu pelea Joe. No tenías la menor idea del porqué de esta lucha.
Se elevó atravesando las aguas heladas preguntándose si llegaría o no a la superficie. Se decían muchas tonterías acerca de la gente que se hunde tres veces y luego se ahoga. El se había hundido y había flotado durante días semanas meses ¿quién podría decirlo? Pero no se había ahogado. Cada vez que llegaba a la superficie se desvanecía en la realidad y cada vez que se hundía se desvanecía en la nada. Lentos y prolongados desmayos mientras luchaba por el aire y la vida. Peleaba duramente y lo sabía. Un hombre no puede luchar siempre. Si se ahoga o se asfixia tiene que ser listo y ahorrar fuerzas para la definitiva y última lucha a muerte.
Se quedaba tendido de espaldas porque no era un estúpido. Si te colocas de espaldas puedes flotar.
Cuando era muchacho solía hacerlo. Sabía hacerlo. Sus últimas fuerzas se agotaban en la lucha cuando todo lo que tenía que hacer era flotar. Qué tonto.
Manipulaban su cuerpo. Le llevó un rato darse cuenta porque no les oía. Entonces recordó que estaba sordo. Era curioso estar allí tendido con gente en la habitación que te toca te observa te cura y sin embargo permanece fuera de tu audición. Los vendajes le envolvían la cabeza y tampoco podía verles. Sólo sabía que allí fuera en la oscuridad más allá de la onda auditiva le manipulaban y trataban de ayudarle.
Le estaban quitando parte de las vendas. Sintió el frescor el súbito secarse del sudor en su costado izquierdo. Estaban manipulando en su brazo. Sintió el pinchazo de un pequeño instrumento afilado que le raspaba en alguna parte y arrancaba trozos de su piel. No dio un salto. Sencillamente se quedó quieto porque tenía que ahorrar fuerzas. Trató de explicarse por qué le pinchaban. Después de cada pinchazo sentía un pequeño tirón en la carne de la parte superior de su brazo y una desagradable punzada de calor como una fricción. Los pequeños tirones proseguían con breves sacudidas cada una era seguida de un ardor. Le dolía. Deseaba que pararan ya. Le picaba. Quería que le rascaran.
Se congeló completamente quedó duro y rígido como un gato muerto. Había algo extraño en esos pinchazos y tirones y ese calor como de fricción. Podía sentir las cosas que hacían en su brazo pero no podía sentir su brazo en absoluto. Era como si la sensación se produjera dentro de su brazo. Como si sintiera a través del extremo de su brazo. Lo más próximo que pudo imaginar en el extremo de su brazo era su mano. Pero el dorso de su mano el extremo de su brazo estaba arriba arriba a la altura de su hombro.
Oh Cristo le habían cortado su brazo izquierdo.
Se lo habían cortado por el hombro. Ahora podía advertirlo con claridad.
Oh Dios mío ¿por qué le habían hecho eso?
No podían hacerlo hijos de puta no podían hacerle eso. Hacía falta tener un papel firmado o algo así. Lo exigía la ley. No se le puede cortar el brazo a un hombre sin preguntarle sin pedir permiso porque el brazo de un hombre es suyo y lo necesita. Oh Jesús tengo que trabajar con ese brazo ¿por qué me lo han cortado? ¿Por qué me han cortado el brazo? Respondan. ¿Por qué me han cortado el brazo? ¿Por qué por qué por qué?
Volvió a hundirse en el agua y luchó y luchó y luego salió con el ombligo dando saltos y la garganta ardiendo. Y mientras estuvo bajo el agua luchando con un solo brazo por regresar habló consigo mismo diciéndose que aquello no le podía haber ocurrido a él. Sin embargo le había ocurrido.
De modo que me han cortado el brazo. ¿Cómo trabajaré ahora? No piensan en ello. Piensan nada más en hacer lo que les parece. Sólo se trata de otro tío con un agujero en el brazo. Cortémoslo. ¿Qué os parece muchachos? Por supuesto. Cortadle el brazo al muchacho. Para arreglarle el brazo a un tío hace falta mucho trabajo y mucho dinero. Esta es una guerra y la guerra es el infierno así que al infierno con el brazo. Venid muchachos. Observad. ¿Bonito verdad? El tío está en la cama y no puede decir nada mala suerte. De todas maneras ésta es una guerra hedionda así que cortemos ese maldito brazo y terminemos de una vez.
Mi brazo. Mi brazo. Me han cortado el brazo. ¿Veis ese muñón? Era mi brazo. Oh claro que tenía un brazo nací con él y era tan normal como vosotros y podía oír y tenía un brazo izquierdo como todo el mundo. Pero esos holgazanes hijos de puta me lo cortaron. ¿Qué os parece?
¿Cómo?
Tampoco puedo oír. No oigo nada. Escribidlo. Ponedlo en un papel. Puedo leer. Pero no puedo oír. Escribidlo en un papel y entregádselo a mi brazo derecho porque no tengo brazo izquierdo.
Mi brazo izquierdo me pregunto qué habrán hecho con él. Cuando le cortas un brazo a un hombre tienes que hacer algo con él. No puedes dejarlo tirado por ahí. ¿Lo envías a los hospitales para que los muchachos puedan hacerlo pedazos y observar cómo funciona el brazo de un hombre? ¿Lo envuelves en un periódico y lo arrojas a la basura? ¿Lo entierras? Al fin y al cabo es parte de un hombre. Una parte muy importante del hombre y debe ser tratada con respeto. ¿Lo llevas y lo entierras y pronuncias una pequeña oración? Deberías hacerlo. Porque se trata de carne humana que murió joven y merece una buena despedida.
Mi anillo.
Tenía un anillo en esa mano. ¿Qué habéis hecho con él? Me lo había regalado Kareen y quiero que me lo devuelvan. Puedo usarlo en la otra mano. Lo necesito porque significa algo importante. Si lo habéis robado apenas me quiten las vendas me ocuparé de vosotros ladrones hijos de puta. Si lo habéis robado sois ladrones de sepulturas porque mi brazo está muerto y le habéis quitado el anillo. Vosotros robáis a los muertos. Eso es lo que hacéis. Antes de que me hunda nuevamente. ¿Dónde está mi anillo el anillo de Kareen? Quiero el anillo. El anillo de Kareen nuestro anillo por favor ¿dónde está? La mano que lo llevaba está muerta y el anillo no se hizo para ceñir carne podrida. Era para llevarlo en mi mano viva porque significaba vida.
—Me lo dio mi madre. Es una verdadera adularia. Puedes usarlo.
—No me cabe.
—El meñique tonto prueba en el meñique.
—Oh.
—¿Lo ves? Te dije que iría bien.
—Gatita.
—Oh Joe tengo tanto miedo. Bésame otra vez.
—No deberíamos haber apagado las luces. Tu padre se enfadará.
—Bésame. Mike no se enfadará. El entiende.
—Gatita gatita gatita mía.
—No te vayas Joe. No te vayas por favor.
—Cuando te reclutan tienes que ir.
—Te matarán.
—Puede ser. No creo.
—Mataron a muchos que no creían que morirían. No vayas Joe.
—Muchos vuelven.
—Te quiero Joe.
—Gatita.
—No soy una gatita soy un
bohunk
[3]
—Eres mitad y mitad pero pareces una gatita. Tienes los ojos y el pelo de una gatita.
—Oh Joe.
—No llores Kareen. No llores por favor.
De pronto les cubrió una sombra y ambos alzaron los ojos.
—Basta maldita sea. Basta,
El viejo Mike Birkman. ¿Cómo logró entrar en la casa tan silenciosamente? Estaba allí de pie por encima de ellos en la oscuridad mirándoles con furia.
Se quedaron estirados en el sofá mirándole. parecía un enano gigante su espalda estaba encorvada por los veintiocho años en las minas de carbón de Wyoming. Veintiocho años en las minas con un carné rojo de la I. W. W. y maldiciendo a todo el mundo. Les miraba con ojos penetrantes y ellos no se movían.
—No permitiré esto en mi casa. ¿Vosotros creéis que esto es el asiento trasero de un auto? Ahora levantaros como dos personas decentes. Vamos. Ponte de pie Kareen.
Kareen se puso en pie. Medía apenas cinco pies y una pulgada. Mike juraba que era porque no había comido lo suficiente cuando era niña pero probablemente no era cierto porque su madre había sido pequeña y Kareen estaba perfectamente formada y era sana y hermosa. Tan hermosa. Mike solía exagerar cuando se excitaba. Kareen miró sin miedo al viejo Mike.
—El se va por la mañana.
—Lo sé. Lo sé muchacha. Entrad en el dormitorio. Los dos. Quizá no tengáis otra oportunidad. Ve Kareen.
Kareen le miró largamente y luego se dirigió al dormitorio con la cabeza baja como si fuese una niña muy ocupada en sus pensamientos.
—Ve muchacho. Está asustada. Ve y abrázala.
El echó a andar y entonces sintió la mano de Mike que le aferraba un hombro. Mike le miraba fijamente y sus ojos se vislumbraban pese a la oscuridad.
—Sabes cómo tratarla ¿verdad? No es una prostituta. ¿Sabes?
—Sí.
El dio media vuelta y entró en el dormitorio.
Sobre un costado de la cómoda había un velador encendido. En un rincón de la habitación más allá del velador estaba Kareen de pie. Se había quitado la blusa y estaba en enaguas. Cuando él entró tenía el torso inclinado hacia las caderas y sus manos intentaban desabrochar la falda. Levantó los ojos y se quedó mirándole sin mover las manos ni nada. Le miró como si lo viese por primera vez y no supiera si él le gustaba o no. Le miró de una forma que a él le dieron ganas de llorar.
Se acercó y la rodeó cuidadosamente con sus brazos. Ella apoyó la frente en su pecho. Luego se volvió hacia la cama. Retiró las mantas y se metió dentro vestida. Seguía mirándole todo el tiempo como si temiese que él pudiera decir algo mordaz o se echara a reír o se marchara. Hizo suaves movimientos bajo las mantas y sus ropas empezaron a caer a un lado de la cama. Cuando todos estuvieron en el suelo junto a la cama le sonrió.
El comenzó a quitarse la camisa sin apartar los ojos de ella. Ella miró a su alrededor y frunció el ceño.
—Joe ponte de espaldas.
—¿Por qué?
—Quiero salir de la cama.
—¿Por qué?
—Olvidé algo. Date la vuelta.
—No.
—Por favor.
—No. Yo te lo alcanzo.
—No. Quiero buscarlo yo misma. Vuélvete.
—No. Quiero verte.
—No puedes Joe. Alcánzame la bata.
—Eso sí.
—Está en el armario. Es roja.
Fue hacia el armario y cogió la bata. Era una cosita ligera con flores estampadas y realmente no servía para cubrir a nadie. Se la llevó hasta la cama sosteniéndola a cierta distancia.
—Acércala.
—Cógela.
Ella rió después se estiró rápidamente y se la arrebató metiéndola bajo las mantas. Para cogerla tuvo que estirarse tanto que él pudo percibir la curva de su pecho. Ella se reía suavemente mientras luchaba bajo las mantas poniéndose la bata y estirándola hacia abajo como si le hubiera gastado una gran broma. Después retiró las mantas saltó de la cama y corrió con los pies desnudos hacia la sala. El vio las plantas de sus pies moviéndose rápidamente sobre el piso. Tenían dos arcos. Uno a lo largo del empeine y otro que cruzaba desde el dedo y se elevaba delicadamente desvaneciéndose hacia el talón. Pensó qué bellos pies tiene qué fuertes y hermosos.