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Authors: Dalton Trumbo

Johnny cogió su fusil (18 page)

La enfermera de día hizo todo cuanto pudo por apaciguarle pero lo hacía como si intentara calmar a un paciente irritable. Hasta que él comprendió que con ella no lo lograría. Al parecer jamás pareció ocurrírsele que allí había un pensamiento una inteligencia que ponía en marcha el ritmo de su cabeza contra la almohada. Se limitaba a atender a un paciente incurable intentando hacer que su dolencia fuese lo más tolerable posible. Nunca pensó que ser mudo era una enfermedad y que él había encontrado el remedio e intentaba decirle que estaba bien que ya no era mudo que podía hablar. Ella le daba baños calientes. Le cambiaba la posición en la cama. Le colocaba la almohada más alta o más baja detrás de la nuca. Cuando la levantaba demasiado el nuevo ángulo le echaba la cabeza hacia delante. Después de transmitir un rato en esa posición sentía un dolor que le recorría toda la médula y la espalda. Pero seguía golpeando la cabeza.

Empezó a darle masajes y eso le gustó porque sus dedos eran vivaces y al mismo tiempo suaves pero siguió con el cabeceo. Y un día sintió un cambio en el contacto de sus dedos. Ya no eran vivaces y suaves. Sintió el cambio a través de las puntas de los dedos por la ternura de su contacto y sintió la piedad y la duda y una gran capacidad de amor que no surgía de él hacia ella ni de ella hacia él sino que más bien era una especie de amor que abarcaba todas las cosas vivientes y trataba de hacerlas más tolerables un poco menos desdichadas un poco más parecidas a las otras de su especie.

Sintió el cambio a través de la punta de sus dedos produciéndole una punzada de disgusto. Pero pese al disgusto respondía a la misericordia de su corazón que la impulsaba a tocarle de ese modo. Las manos de ella buscaron partes más lejanas de su cuerpo. Insuflaron sus nervios con una especie de falsa pasión que recorrió la superficie de su piel en breves estremecimientos. Y aun cuando pensaba oh dios mío a esto hemos llegado ésta es la razón por la cual ella cree que hago señales maldita sea bendita sea ¿qué puedo hacer?… Aun mientras pensaba así se adecuó a su ritmo se tensó ante su contacto su corazón latió más aceleradamente y lo olvidó todo en el mundo excepto el movimiento y el repentino fluir de su sangre…

Había una muchacha llamada Ruby y fue la primera para él. Sucedió cuando él estaba en octavo quizá en noveno grado escolar. Ruby vivía en Teller Addition del otro lado de las vías. Ruby era más joven que él. Estaría en sexto o séptimo pero era una joven corpulenta una italiana gorda y voluminosa. De algún modo todos los muchachos del pueblo se iniciaron con Ruby porque ella nunca les intimidaba. Iba al grano aunque de tanto en tanto había que decirle que era bonita. Pero nada de tonterías y si alguno de los muchachos no tenía experiencia Ruby no se reía ni contaba nada sino que seguía adelante y le enseñaba.

A los muchachos les apetecía hablar de Ruby cuando no había otro tema mejor. Mientras charlaban solían reírse de ella y decir ah no ya no veo más a Ruby me arreglo sin ella y todos los días descubro algo nuevo. Pero eso no era más que parloteo porque realmente eran muy jóvenes y Ruby la primera muchacha que conocían y con las demás con las muchachas decentes eran muy tímidos. Pronto se avergonzaron de Ruby y cuando iban a verla se sentían un tanto sucios y asqueados. Volvían echándole la culpa a Ruby por sentirse así. Cuando llegaron a décimo grado ninguno hablaba ya de Ruby y por fin ella desapareció. No estaba y ellos se alegraron un poco de no tener que encontrársela en la calle.

También estaba Laurette en casa de la Renga Telsa. La Renga Telsa tenía un establecimiento en Shale City. Tenía cinco o seis chicas y la mejor pareja de chulos de Boston del pueblo. Los muchachos de catorce o quince años solían rondar a menudo el establecimiento de la Renga Telsa. Para ellos era la casa más maravillosa más excitante y misteriosa de Shale City. Escuchaban las historias que contaban los muchachos más grandes sobre lo que ocurría allí. Nunca sabían claramente hasta qué punto estaban a favor o en contra pero les interesaba.

Una noche tres de ellos entraron por el callejón del fondo de la casa de la Renga se arrastraron por el patio trasero y trataron de espiar por la puerta de la cocina. Allí había una cocinera negra preparando sándwiches que cuando les vio lanzó un grito. La Renga Telsa entró en la cocina balanceándose sobre su pierna de palo cogió un cuchillo de carnicero y salió al patio. Todos huyeron como locos mientras la Renga Telsa les gritaba que sabía quiénes eran y que inmediatamente llamaría por teléfono a sus padres. Pero no era cierto. La Renga no les había visto la cara y no telefoneó a nadie.

Después cuando ya tenían diecisiete o dieciocho y prácticamente ya acababan la escuela él y Bill Harper decidieron terminar de una vez por todas con la bendita charla y una noche fueron a la casa de la Renga Telsa a averiguar por sí mismos. Entraron directamente al vestíbulo y nadie les recibió con un cuchillo. Eran alrededor de las ocho y evidentemente no había demasiada concurrencia porque la Renga se acercó a la sala y habló con ellos y no parecía en absoluto enfadada. Estaban demasiado inquietos de modo que no pudieron decirle a la Renga por qué venían y la Renga tampoco les dijo nada así que por fin resultó sólo una visita. La Renga hizo bajar a un par de chicas para que se sentaran en la sala y ordenó a la cocinera negra que hiciera una bandeja de sándwiches. Después se marchó. Cuando se quedaron solos en la sala oyeron a las dos muchachas que bajaban la escalera y comprendieron que ahora iban a saber si todas las cosas que habían oído decir sobre ese sitio eran ciertas. Algunos tíos decían que las muchachas solían venir desnudas a la sala y otros que nunca se las podía ver desnudas que siempre usaban un kimono o algo por el estilo. Aseguraban que no había nada que odiasen más que el hecho de que un hombre la quisiese ver sin ropa. Así que ellos se quedaron sentados con el corazón en la boca esperando y observando.

Pero cuando las muchachas bajaron estaban totalmente vestidas. Mejor vestidas que la mayor parte de las chicas de Shale City y también más bonitas. Vinieron y se sentaron y hablaron como lo habría hecho cualquier otra muchacha. Una de ellas parecía preferir a Bill Harper y la otra parecía preferirlo a él. La que gustaba de él hablaba todo el tiempo de libros. Si había leído esto si había leído aquello y él no había leído nada de modo que comenzaba a sentirse como un idiota. Al cabo de media hora de comer sándwiches y hablar de libros la Renga Telsa entró resplandeciente y sonriendo y les dijo que era hora de volver a casa. Ellos se pusieron en pie estrecharon la mano de las muchachas y se marcharon. Esa noche hicieron un largo paseo por el pueblo discutiendo todas las cosas que habían oído decir acerca del establecimiento de la Renga Telsa y llegaron a la conclusión de que o bien eran mentiras o bien ellos eran esa clase de tíos que no gustaban a las mujeres para esas cosas. Eso era lo más grave porque quizá toda la vida serían unos fracasados con las mujeres y tal vez había algo que no tenían. Decidieron no hablarle a nadie sobre su visita porque se sentían humillados. Las cosas no habían resultado como habían pensado.

Más tarde él se puso a pensar acerca de la muchacha que hablaba de libros y después de elaborarlo minuciosamente resolvió ir a verla nuevamente. Se llamaba Laurette y pareció alegrarse de verle. Le dijo que si quería verla que fuese siempre antes de las nueve de la noche porque después había mucho trabajo. Y él fue varias veces más y siempre se sentaban en la sala y conversaban. Llegó a pensar quizás estoy enamorado de Laurette y ¿qué ocurriría si fuese así? ¿Cómo se lo diría a sus padres? Y por otra parte pensaba ¿por qué lo único que hacemos es hablar y qué pensará ella de mí? Durante todo ese invierno y la primavera siguiente fue a ver a Laurette una vez dos veces hasta tres veces por mes. Y siempre antes de llamar a la puerta asumía una sólida compostura y se decía Joe Bonham esta vez compórtate como un hombre. Pero Laurette era tan encantadora que no podía imaginarse como empezar una cosa así sin parecer como un cochino. De modo que nunca lo hizo.

Cuando se graduó recibió por correo un par de gemelos de oro acompañados de una tarjeta grabada con la inicial L. Le costó un gran esfuerzo explicar a sus padres quién le enviaba los gemelos pero le otorgó un gran valor y resolvió que la noche siguiente después de la graduación iría a casa de la Renga Telsa. Ahora que Laurette le había insinuado de manera indirecta que le amaba las cosas serían diferentes. De modo que alrededor de las nueve de la noche se encaminó hacia la casa de la Renga Telsa tratando de encontrar una fórmula agradable y cortés de expresar lo que buscaba. Llamó a la puerta y la Renga Telsa le hizo entrar. Cuando él le preguntó por Laurette le dijo que Laurette no estaba. ¿Dónde se había ido? A Estes Park. La Renga Telsa le explicó que todos los años pasaba allí sus tres meses de vacaciones. Durante todo el invierno se compra ropa nueva y ahorra dinero y después vive tres meses en el mejor hotel de Estes Park. Sale con tíos y baila y le fascina que los tíos se enamoren de ella y cuando se enamoran siempre se muestra amable con ellos pero nunca demasiado. Nunca resulta tan amable como ellos quisieran. Laurette es una joven lista dijo la Renga Telsa. Trabaja y se divierte. Y además ahorra dinero y tiene una pequeña fortuna. ¿Por qué no consigues un empleo en otro pueblo y vuelves en el otoño cuando Laurette esté descansada y conversas con ella? A lo mejor tú y Laurette seríais muy felices. Pero cuando llegó el otoño él trabajaba en una panadería a quinientas millas de distancia y nunca más volvió a ver a Laurette.

Hubo una muchacha que se llamaba Bonnie. Un día le dio palmadas en el hombro mientras él estaba en el
drugstore
de Louie cerca de la panadería tomando una coca cola. Le palmeó en la espalda y dijo tú eres Joe Bonham ¿verdad? Joe Bonham de Shale City. Pues bien. Yo soy Bonnie Flannigan íbamos al mismo colegio dios qué alegría encontrar alguien del mismo pueblo. El la miró y no pudo recordarla en absoluto. Oh sí dijo te recuerdo. Ella asintió con la cabeza y dijo estabas más adelantado que yo y nunca me hubieses empujado ¿por qué no vienes a verme alguna vez? Vivo en la plaza del bungalow a trescientos metros de la panadería. Sé que trabajas en la panadería. Suelo ver a algunos de los muchachos y ellos me han dicho que estabas allí.

La miró y adivinó que era más joven que él y también adivinó qué clase de mujer era. Sintió un leve dolor de estómago porque esas muchachas podían venir de New York o Chicago o St. Louis o Cincinnati podían venir de Denver o Salt Lake o Boise Idaho o Seattle pero nunca de Shale City porque Shale City era su hogar.

Fue a verla. No era una niña ni era una muchacha muy inteligente pero tenía un carácter estupendo y estaba llena de vida y de planes para el futuro. He estado casada tres veces dijo Bonnie y todos mis maridos decían que era igual a Evelyn Nesbitt Thaw. ¿Tú crees que me parezco a Evelyn Nesbitt Thaw?

Por la mañana cerca de las cinco o las seis solían ir a Main Street para desayunar en los lustrosos y baratos restaurantes de resplandecientes azulejos blancos donde podían consumir cualquier cosa por diez centavos. Por lo general el sitio estaba lleno de marineros soñolientos que al llegar la mañana rondaban sin saber qué hacer y Bonnie les conocía a todos. Les daba palmadas en la espalda al pasar y les llamaba por su nombre. Hola Pete pero mira quién está por aquí el viejo Slimy ¿qué dices Dick? ¿Y aquél no es el viejo George? Cuando llegaban a su mesa y pedían jamón con huevos ella solía decirle Joe si fueses un tío inteligente te quedarías conmigo. ¿Quieres seguir estudiando verdad? Joe quédate conmigo. Yo me encargaré de que estudies. Yo me dedico a la flota y conozco a todos estos tíos y sé dónde tienen sus billeteras y soy lista y me cuido y nunca tuve gonorrea quédate conmigo Joe y llevaremos diamantes. ¿Ves ese tío allá? Siempre dice que soy igual a Evelyn Nesbitt Thaw ¿tu crees que me parezco a Evelyn Nesbitt Thaw queridito?

Hubo una muchacha que se llamaba Lucky. Para medio millón de soldados de la infantería norteamericana en Paris ella era la Estatua de la Libertad y la Tía Jemina y la muchacha que habían dejado atrás. En Paris había una Casa Norteamericana y cuando estaban de permiso cuando estaban lejos de las trincheras y la matanza todos iban a la Casa Norteamericana y hablaban con muchachas norteamericanas y bebían whisky norteamericano y eran felices.

Lucky era la mejor de todas. La más bonita y una de las más inteligentes. Solía recibirte en su habitación completamente desnuda con una gran cicatriz roja por donde le habían sacado el apéndice. El entraba en su habitación muy cansado hacia las últimas horas de la noche a veces algo borracho y se tendía en su cama con las manos debajo de la cabeza mirando a Lucky. Apenas ella le veía sonreía iba a su cómoda y del cajón superior sacaba un pequeño tapete. Siempre hacía ganchillo en ese tapete. Se sentaba a los pies de la cama vivaz cotillera amistosa y tejía el tapete y hablaba.

Lucky tenía un hijo. Tendría seis o siete años y Lucky lo tenía en una escuela de long Island. Quería que fuese jugador de polo porque los jugadores de polo andaban por el mundo y conocían a la mejor gente y nada era suficiente para el hijo de Lucky tan encantador era el pequeño hijo de puta. A Lucky le quedaban entre ciento cincuenta y doscientos dólares por semana a dos dólares por persona una vez deducido el porcentaje que se llevaba la casa y los gastos de toallas y control médico. Pero desde luego gastamos mucho. Tenemos que vestirnos para el trabajo y te diré que la ropa cuesta muy cara pero una muchacha tiene que verse bien vestida.

Lucky había estado en el terremoto de San Francisco. Tal vez en ese entonces tendría dieciséis o diecisiete años o sea que ahora debía tener alrededor de treinta. Cuando el terremoto sacudió San Francisco Lucky se encontraba en el cuarto piso de un hotel en Market Street. Estaba agasajando a un caballero amigo y cuando sentí el primer temblor me dije Lucky esto es un terremoto y tú no te quedarás atrapada con un hijo de puta encima. Así que lo empujé y bajé rápidamente a la calle completamente desnuda. Debieras haber visto como me miraban los tíos.

Hablar con Lucky estar con Lucky acostarse con Lucky era como encontrar la paz en un país pagano era como respirar el aire de un país amado cuando estás enfermo y te mueres por respirarlo. Contemplar su sonrisa oír su alegre parloteo ver sus pequeños dedos huesudos volar con la aguja de ganchillo en medio de los ruidos nocturnos de París la ciudad extranjera bastaba para que cualquiera se sintiese mejor y menos solitario.

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