Read Johnny cogió su fusil Online
Authors: Dalton Trumbo
Y entonces ocurrió algo asombroso. Un día hacia mediados de año la enfermera renovó totalmente la ropa de su cama que había sido cambiada el día anterior. Era la primera vez que sucedía. Cada tres días ni antes ni después le cambiaban la ropa. Pero ahora todo se trastornaba. Le cambiaban la ropa dos días seguidos. Cayó presa de la mayor excitación. Sintió deseos de ir de habitación en habitación y discurrir animadamente acerca de cuán ocupado estaba y sobre los grandes acontecimientos que muy pronto se producirían. Desbordaba de inquietud y emoción. Se preguntaba si a partir de ahora le cambiarían la ropa todos los días o si volverían al plan habitual. Esta eventualidad era tan importante como si un hombre con piernas y brazos y todo lo demás debiera afrontar súbitamente la posibilidad de vivir en una nueva casa todos los días. Le proporcionaba algo que esperar día tras día a lo largo de los años. Algo que quebraría el tiempo transformándolo en un elemento que un hombre podía tolerar sin necesidad de cavilar infructuosamente sobre Mateo Marcos Lucas y Juan.
Después advirtió algo más. Además de darle un baño inesperado la enfermera lo rociaba con algo. Sintió el rocío fresco y vaporoso en su piel. Luego le puso una nueva camisa de dormir y plegó las mantas a la altura de su garganta. También esto era diferente. Sentía su mano a través de las mantas mientras se deslizaba sobre el pliegue alisando alisando alisando. Le pusieron una nueva máscara que la enfermera dispuso con mucha delicadeza de modo que cayera sobre su garganta donde fue cuidadosamente introducida bajo el pliegue de las mantas. Después le peinó con esmero y se fue. A medida que se alejaba él sintió la vibración de sus pasos y luego el ligero trepidar de la puerta que se cerraba. Se quedó solo.
Permaneció muy quieto porque el arreglo había sido tan inusitado que le infundió un sentimiento lujurioso. Su cuerpo estaba exuberante y las sábanas eran frescas y tiesas. Hasta su cuero cabelludo se sentía bien. Temía moverse y estropear ese bienestar. Pero fue sólo un momento y luego sintió la vibración de cuatro quizá cinco personas que entraban en su habitación. Estaba tenso intentando captar esas vibraciones y preguntándose qué hacían allí. Las vibraciones se volvieron más intensas y después cesaron. Se dio cuenta de que esa gente estaba reunida alrededor de su cama, más gente de la que nunca había habido en su habitación. Era como la primera vez que fue a la escuela y se sintió turbado y sorprendido al ver tanta gente en torno suyo. La expectativa le provocó pequeños estremecimientos en el estómago. Estaba rígido por la excitación. Tenía visitas.
La primera idea que le cruzó la mente fue que podían ser su madre sus hermanas y Kareen. Había una remota posibilidad de que Kareen siempre bella y joven estuviese de pie a su lado mirándole y en ese momento extendiera su mano su mano suave y diminuta su hermosísima mano para tocarle la frente.
Precisamente en el instante en que casi pudo sentir el contacto de su mano su deleite se convirtió súbitamente en vergüenza. De pronto deseó como nada en el mundo que no fuesen su madre sus hermanas y Kareen quienes venían a visitarle. No quería que le vieran. No quería que le viera nadie que le hubiese conocido. Ahora comprendía cuán necio había sido al desear que viniesen como lo había deseado a veces en su soledad. Pensar que estaban cerca resultaba reconfortante tibio y agradable. Pero la idea de que pudieran estar junto a su cama en ese momento era demasiado terrible. Sacudió la cabeza convulsivamente como para escapar de sus visitas. Sabía que ese movimiento le descolocaba la máscara pero no estaba en condiciones de pensar en máscaras. Lo único que deseaba era ocultar la cara apartar de ellos las órbitas vacías impedir que vieran el machacado agujero que había sido una nariz una boca que correspondía al rostro de un ser humano con vida. Se puso tan frenético que comenzó a sacudirse de un lado a otro como alguien que está muy enfermo y febril y sólo puede repetir la forma monótona un movimiento o una palabra. Volvió a caer en su antiguo movimiento de vaivén echando el peso de su cuerpo de un hombro al otro de uno a otro de uno a otro sucesivamente.
Una mano se apoyó en su frente. Se calmó porque era la mano pesada y cálida de un hombre. Parte de la mano se apoyaba sobre su frente. Sintió la otra parte a través de la máscara que le dividía la frente. Volvió a quedarse quieto. Luego la otra mano empezó a replegar la sábana que llegaba hasta su garganta. Un pliegue. Un pliegue y medio. Se quedó muy quieto muy alerta y muy intrigado. Pensaba obsesivamente en quiénes serían.
Después entendió. Eran los médicos que venían a examinarle. Doctores de visita. Probablemente ya era famoso y los médicos comenzaban a peregrinar para verle. Tal vez un médico le diría a otro ¿habéis visto cómo pudimos hacerlo? ¿Habéis visto qué buen trabajo hemos hecho? ¿Veis dónde hemos mutilado el brazo y el agujero en la cara? ¿Veis que sigue viviendo? Escuchad el corazón. Late como el vuestro o el mío. Qué buen trabajo hemos hecho. Fue una gran suerte y estamos muy orgullosos. Al salir pasad por mi despacho y os daré uno de sus dientes como recuerdo. Tienen un esmalte maravilloso. Era joven y tenía los dientes en buen estado. ¿Qué prefieren? ¿Un canino o un buen molar? Los más gruesos lucen mejor en una cadena de reloj.
Alguien estiraba de su camisa sobre el lado izquierdo del pecho. Era como si un índice y un pulgar le pellizcaran para arrancarle un trozo. Se quedó muy quieto ahora mortalmente quieto mientras su mente saltaba en cien direcciones distintas al mismo tiempo. Tenía la sensación de que algo importante iba a ocurrir. El jaloneo de la camisa se prolongó unos instantes después la tela volvió a caer sobre su pecho. Ahora pesaba como si tuviera una carga. Sintió la súbita frialdad del metal a través de la camisa contra su pecho sobre su corazón. Habían colgado algo de su camisa.
De pronto hizo algo peculiar algo que no había hecho en meses. Empezó a extender la mano derecha en busca de ese objeto pesado que habían prendido sobre su pecho y le pareció que casi la apretaba entre los dedos antes de recordar que no tenía brazo para extender ni dedos con qué apretar.
Alguien le besaba la sien. Al recibir el beso sintió un leve cosquilleo provocado por unos pelos. Le besaba un hombre de bigote. Primero la sien izquierda después la derecha. Entonces comprendió qué habían hecho. Habían entrado en su habitación y le habían condecorado con una medalla. Más aún también comprendió que estaba en Francia y no en Inglaterra porque los generales franceses solían besar al entregar una medalla. Sin embargo tal vez no fuese así. Los generales norteamericanos e ingleses estrechaban la mano pero como él no tenía mano tal vez se tratara de un inglés o un norteamericano que había resuelto seguir la costumbre francesa porque no había otra opción. Pero aun así era muy probable que estuviese en Francia.
Interrumpió su pensamiento repentinamente. Ya no se preguntaba dónde estaba sino que comenzaba a acostumbrarse a la idea de que seguía en Francia y descubrió con sorpresa que lo invadía una cierta furia. Le habían dado una medalla. Tres o cuatro tíos grandes y famosos tíos que aún tenían brazos y piernas y podían ver y hablar y oler y saborear habían entrado en su habitación y le habían colgado una medalla. Podían permitirse ese lujo ¿verdad? Malditos cabrones. Dedicaban su tiempo a eso. A desplazarse de un lado a otro prendiendo medallas y sintiéndose importantes y virtuosos. ¿Cuántos generales murieron en la guerra? Kitchener por ejemplo. Sí. Cierto pero fue un accidente. ¿Cuántos más? Nómbreles nombre a cualquiera de esos listillos hijos de puta y quédense con ellos. ¿A cuántos los habían volado íntegramente como para vivir el resto de su vida envueltos en una sábana? Había que tener cojones para andar repartiendo medallas.
Cuando por un instante pensó que su madre, sus hermanas y Kareen podían estar junto a su cama quiso ocultarse. Pero ahora que sabía que eran generales y grandes personajes sintió un feroz e incontenible deseo de que le vieran. De la misma forma en que antes había empezado a extender la mano sin brazo hacia la medalla para asirla ahora empezó a soplar la máscara de su cara sin boca ni labios para volarla. Quería que echaran un vistazo al agujero de su cabeza. Nada más. Quería que se hastiaran de ver un rostro que empezaba y terminaba en la frente. Siguió soplando hasta que recordó que el aire de sus pulmones se escapaba por un tubo. Empezó a balancearse de un lado a otro con la esperanza de quitarse la máscara.
Mientras se balanceaba y se esforzaba sintió una vibración en lo hondo de su garganta una vibración que podía ser una voz. Era una vibración breve y profunda y adivinó que emitía un sonido perceptible a los oídos de aquellos hombres. No era un gran ruido ni un ruido muy inteligente pero a ellos tal vez podía parecerles tan interesante como el gruñido de un cerdo. Y poder gruñir como un cerdo era realizar algo muy importante porque hasta ahora había permanecido en absoluto silencio. De modo que siguió sacudiéndose y gruñendo como un cerdo con la esperanza de que ellos se dieran cuenta de cuánto apreciaba la maldita medalla. En medio de todo esto hubo un bullicio indefinido de pasos y luego la vibración de las visitas que se marchaban. Un minuto después estaba completamente solo en la oscuridad en el silencio. Solo con su medalla.
Se calmó súbitamente. Siempre había prestado una atención minuciosa a las vibraciones. Gracias a ellas había deducido la talla de sus enfermeras y las dimensiones de su habitación. Pero sentir de pronto las vibraciones de cuatro o cinco personas que cruzaban la habitación con pasos firmes le hizo pensar. Comprendió que las vibraciones tenían mucha importancia. Hasta entonces sólo las había considerado como vibraciones que llegaban hasta él. Ahora empezó a considerar también la posibilidad de vibraciones que surgieran de él. Las vibraciones que recibía le indicaban todo altura peso distancia tiempo. ¿Por qué no podría usar también las vibraciones para hablar con el mundo exterior?
Algo empezó a resplandecer en el fondo de su pensamiento. Si de algún modo pudiera usar las vibraciones podría comunicarse con la gente. El resplandor se convirtió en una enceguecedora luz blanca. Le ofrecía unas perspectivas tan inusitadas que temió ahogarse de emoción. Las vibraciones eran una parte muy importante de la comunicación. Las claves telegráficas eran simplemente otro tipo de comunicación.
Cuando era un muchacho unos cuatro o cinco años atrás tenía un aparato de radio. El y Bill Harper usaban el telégrafo para comunicarse. Punto raya punto raya punto. En especial las noches de lluvia cuando sus padres no les permitían salir y no había nada que hacer y daban vueltas por la casa tropezando con todo el mundo. En esas noches él y Bill Harper se transmitían mensajes con rayas y puntos y lo pasaban muy bien. Aún recordaba el código Morse. Lo único que tenía que hacer para comunicarse con la gente del mundo exterior desde su cama era transmitir puntos y rayas a la enfermera. Entonces podría hablar. Entonces habría quebrado su silencio su oscuridad su indefensión. Entonces el muñón de un hombre sin labios podría hablar. Había atrapado el tiempo y había intentado reconstruir la geografía y ahora haría la más grande de todas las cosas hablaría. Enviaría mensajes y recibiría mensajes y así habría dado otro paso adelante en su lucha por recuperar el mundo desde su terrible solitario anhelo de sentir la proximidad de los otros y conocer sus pensamientos dado que los suyos eran tan insignificantes tan inconclusos tan incompletos. Podría hablar.
Tentativamente levantó la cabeza de la almohada y la dejó caer nuevamente. Luego lo hizo dos veces rápidamente. Eso sería una raya y dos puntos. La letra d. Deletreó SOS contra su almohada. Punto-punto-punto punto punto punto-punto-punto. SOS. Socorro. Si había alguien en el mundo que necesitara ayuda ése era él y la estaba pidiendo. Deseó que la enfermera regresara muy pronto. Comenzó a deletrear preguntas. ¿Qué hora es? ¿Qué día es hoy? ¿Dónde estoy? ¿Hay sol o está nublado? ¿Alguien sabe quién soy? ¿Mi familia sabe que estoy aquí? No se lo digan. Que no se enteren. SOS. Socorro.
La puerta se abrió y los pasos de la enfermera se aproximaron a la cama. Empezó a deletrear enloquecidamente. Estaba a punto de reencontrarse con la gente de recuperar el mundo de asir una gran parte de la vida misma. Tap tap tap. Esperaba el tap tap tap de ella en respuesta. Un golpecito contra su frente o su pecho. Aunque no comprendiera su código podría tocarle para darle a entender que comprendía su intención. Luego iría de prisa en busca de alguien que le ayudara a entender lo que él decía. SOS. SOS. SOS. Socorro.
Sintió que la enfermera estaba de pie mirándole tratando de imaginarse qué hacía. La sola posibilidad de pensar que ella no le entendiera después de tantos esfuerzos le produjo un impacto de excitación y miedo y volvió a gruñir. Gruñía y telegrafiaba gruñía y telegrafiaba hasta que sintió dolor en los músculos de la nuca hasta que le dolió la cabeza hasta que sintió que su pecho estallaría por su ansiedad de gritar de explicarle lo que estaba intentando hacer. Y ella seguía inmóvil junto a su cama mirándole y preguntándose.
Después sintió su mano sobre la frente. La mantuvo allí por un segundo. El volvió a golpear con la cabeza. Estaba cada vez más furioso perdía la esperanza y sentía ganas de vomitar. Ella comenzó a palmearle la frente con lentos amables movimientos. Lo hacía de una forma que nunca había usado antes. Sintió la piedad en la suavidad de su contacto. Luego su mano se deslizó por su frente hacia su pelo y él recordó que Kareen a veces solía hacerlo. Pero apartó a Kareen de su pensamiento y siguió cabeceando porque esto era tan importante que no podía detenerse en sensaciones placenteras.
La presión de la mano contra su frente se volvía más intensa. Se dio cuenta de que ella intentaba calmarle mediante el peso de su mano a fin de que no cabeceara más. Entonces empezó a golpear con más fuerza y mayor rapidez para demostrarle que su intención era inútil. Sintió que las vértebras de la nuca crujían y chasqueaban a causa de la tensión que les exigía este trabajo inesperado. La mano de la enfermera pesaba cada vez con más fuerza sobre su cabeza. Sintió un gran cansancio en el cuello. Pasó un día terrible un día largo e inquietante. Sus señales se fueron haciendo más lentas y la mano de la enfermera cada vez más pesada. Por fin se quedó tendido muy quieto sobre la almohada mientras ella le enjugaba la frente.
Había perdido toda huella del tiempo. Como si todos sus esfuerzos por atraparlo todos sus cálculos y cuentas nunca hubiesen existido. Había perdido los rastros de todo salvo los golpes que daba con su cabeza. Apenas despertaba empezaba a cabecear y proseguía hasta que le vencía el sueño. Hasta cuando se iba durmiendo invertía el resto de su energía y de su pensamiento en ese balanceo de modo que le parecía soñar con ello. Cabeceaba mientras estaba despierto y soñaba que cabeceaba. En consecuencia resurgió su antigua dificultad de discernir entre el sueño y la vigilia. Nunca estaba seguro de no soñar cuando estaba despierto o de hacer señales mientras dormía. Había perdido tan absolutamente el sentido del tiempo que ya no tenía la menor idea acerca de cuánto hacía que había comenzado el cabeceo. Quizá sólo semanas quizá un mes quizá hasta un año. De los cinco sentidos originales el único que le quedaba se encontraba atrapado en una hipnosis total a causa del cabeceo y en cuanto a pensar ni siquiera simulaba hacerlo. Tampoco especulaba sobre las nuevas enfermeras nocturnas en sus idas y venidas. No prestaba atención a las vibraciones del piso. No pensaba en el pasado y no tenía en cuenta el futuro. No hacía más que transmitir su mensaje una y otra vez a la gente del mundo exterior que no comprendía.