Read Johnny cogió su fusil Online
Authors: Dalton Trumbo
Oh por favor, oh por favor. No no no por favor no. Por favor.
Yo no.
Caminaba de un lado a otro de la panadería durante toda la noche. Unas once millas por noche. Andaba con sus piernas sobre el piso de cemento y sus brazos se balanceaban libremente en el aire. Casi nunca se cansaba. No estaba mal pensar en eso. Andar toda la noche y trabajar duramente y cobrar dieciocho dólares el fin de semana. No estaba mal.
Los viernes por la noche eran siempre los más pesados en el departamento de expedición nocturna porque los sábados por la mañana los repartidores debían llevarse pan y pasteles y bollos y rosquillas suficientes para abastecer a sus clientes para el domingo. Eso hacía que los viernes por la noche se trabajase y se anduviese a un ritmo infernal. Pero no estaba mal. Siempre mandaban a buscar unos hombres más de la Misión Nocturna para que trabajasen con la plantilla los viernes por la noche. Los tíos de la Misión apestaban a desinfectante y parecían muy sucios y tímidos. Sabían que quien oliese a desinfectante se daría cuenta de que eran mendigos que vivían de la caridad. Eso no les apetecía y con razón. Siempre eran humildes y cuando eran lo bastante listos trabajaban duramente. Algunos no eran listos. Algunos ni siquiera podían leer los pedidos en los cubos. Uno de ellos había venido de Georgia la región de la trementina. No había ido nunca a la escuela. La mayor parte de los holgazanes eran de Texas.
Una noche vino un puertorriqueño de la Misión. Su nombre era José. Los viernes por la noche las cosas solían estar muy desordenadas en el departamento de expedición. Había cajas carretones y estantes desparramados por los pasillos y tíos que untaban y cintas transportadoras que tableteaban y en la planta superior los hornos giratorios que chirriaban al deslizarse sobre las planchas calientes y sin engrasar. Era un follón y la mayor parte de los tíos de la Misión se sentían confundidos cuando venían a trabajar por primera vez. Pero José no. Observó el sitio y escuchó en silencio las instrucciones y se puso a trabajar. Era alto con ojos pardos y bastante guapo para ser mexicano o puertorriqueño o lo que fuese Había algo en él que te sugería que era distinto de los otros tíos que venían de la Misión o tal vez que había tenido más suerte que ellos.
Los viernes por la noche en lugar de salir a un restaurante los tíos comían en el vestuario porque allí había bancos y casilleros y podías sentarte en los bancos comer tu merienda apresuradamente y volver a trabajar. José no había traído nada para comer así que los muchachos robaron una botella de leche de la nevera de la panadería y se la dieron junto con una rosquilla. José se mostró muy agradecido. Mientras mordisqueaba su bollo y bebía su leche hablaba. Dijo que California era un país maravilloso. Dijo que era aún más maravilloso que su Puerto Rico. Dijo que ahora empezaba la primavera y que pronto podría dormir en el parque. Dijo que California era un gran país para la gente que no tenía dónde dormir porque no hacía tanto frío y podías envolverte en un abrigo y dormir en el parque muy bien gracias. Dijo que quería conseguir un trabajo estable en la panadería porque entonces podría mantenerse limpio. No le gustaba sentirse sucio y aborrecía el desinfectante que ponían en el agua en la Misión. Había muchos pobres en la Misión a los que no parecía afectarles el desinfectante pero a él sí le importaba y mucho. Dijo que había venido a California para trabajar en el cine. No no quería ser actor. Pero con seguridad habría muchas oportunidades para un joven ambicioso como él en una empresa tan extraordinaria como el cine. Dijo que creía poder trabajar en el departamento de investigación de uno de los estudios. Quizás alguien podía informarle cómo se conseguía un trabajo en un estudio ¿sí?
Los tíos se limitaron a mirarle y gruñir. Si alguno de ellos supiese cómo conseguir trabajo en un estudio ¿no lo hubiesen hecho hace mucho tiempo en lugar de quedarse en esa panadería de mierda? No. Nadie sabía cómo José podía conseguir trabajo en un estudio.
José se encogió de hombros. Era muy difícil dijo. Cuando estaba en Nueva York las cosas marchaban bien para él y después una muchacha muy rica se enamoró de él y tuvo que irse lejos de allí.
¿Una muchacha rica se enamoró de ti José?
Sí. Había conseguido trabajo como chofer de una familia muy rica que vivía en la Quinta Avenida y las cosas marchaban, muy bien y entonces ocurrió que la hija de la familia le cogió simpatía e hicieron un pacto. La hija quería aprender español y José quería mejorar su inglés así que empezaron a intercambiar lecciones. Y después la muchacha se enamoró de él y quería casarse de modo que tuvo que irse de Nueva York y se vino a California.
Los tíos sentados alrededor en el vestuario se limitaron a mirarse entre sí y no dijeron nada. Todos los que venían de la Misión tenían historias parecidas. Todos habían tenido mucho dinero y de pronto algo pasó y ahora tenían que estar en la Misión. Hacía mucho tiempo que los tíos de la panadería se habían dado cuenta de que no merecía la pena discutir con los tíos de la Misión. Por más que uno les interrogara y les demostrase que sus historias eran mentiras seguían aferrados a ellas. Tenían que hacerlo. Sus historias eran la única justificación que tenían para ser lo que eran de modo que con el tiempo los tíos de la panadería llegaron a aceptar sin decir nada las historias que contaban los tíos de la Misión. De manera que cuando José terminó de hablar gruñeron y volvieron al trabajo.
La semana siguiente era Pascua y eso significaba roscas calientes y eso quería decir que necesitarían mucha ayuda extra porque la plantilla de expedición no podía sacar veinte o treinta mil docenas de rosquillas calientes sin la colaboración de más gente. Así que Jody Simmons le ofreció una semana de trabajo a José y José aceptó. Trabajaba tan bien con las roscas calientes que cuando Larruping Lavvy se marchó José ocupó su puesto. Estaba muy agradecido y tranquilo. También se alegraba por el tiempo cada vez más caluroso. Dormía en el parque y eso era maravilloso. Ahorraba dinero y José necesitaba dinero para comprar ropa. Un hombre que se propone trabajar en los estudios debe ir bien vestido decía José.
Un día José apareció con una carta. Estaba muy intrigado. Se la mostró a los muchachos y les pidió consejo. Los norteamericanos eran gente tan extraña dijo que uno no terminaba de entender exactamente sus costumbres. Entonces ¿qué debía hacer un caballero en esas circunstancias?
Todos los tíos leyeron la carta de José. Estaba escrita en un papel muy caro con letra de mujer. En la parte superior del folio había un pequeño membrete grabado con una dirección en la Quinta Avenida de Nueva York. Era una carta de la muchacha a quien José se había referido. En la carta decía que deseaba tener su dirección para no tener que escribirle siempre al apartado postal. Contaba con algún dinero propio algo más de medio millón de dólares y apenas descubriera dónde vivía José vendría a Los Ángeles para casarse con él.
Esto dio que pensar a los tíos de la panadería. José podía ser un embustero como todos los otros tíos de la Misión pero al parecer esta muchacha existía en realidad. Por Dios le dijeron a José no seas idiota cásate con ella. Envíale tu dirección y dile que venga lo antes posible con toda su pasta y cásate con ella antes de que cambie de idea. Pero Jose meneó la cabeza. Dijo que no habla peligro alguno en el sentido de que ella cambiara de idea porque como él había dicho la muchacha estaba loca por él. Y que sin duda no tendría inconvenientes en casarse con una muchacha con dinero. Pero él también deseaba amar a la muchacha con dinero con la que se casaría alguna vez. Y lamentablemente no la quería.
Pues me cago en tu madre dijeron los muchachos de la panadería ¿no puedes aprender a amarla? No dijo José con tristeza no puedo. Sólo quería saber lo que se acostumbra hacer en estos casos en América y cómo escribirle a la muchacha para explicarle. ¿Era correcto que un caballero norteamericano le dijera a una muchacha norteamericana que no la amaba? Por supuesto. Eso no era una descortesía. ¿No sería mejor que algún amigo tal vez alguno de los muchachos de la panadería le escribiese a la muchacha explicándole que José se había suicidado de un balazo por amor hacia ella y que había sido incinerado? José estaba decidido a hacer cualquier cosa para arreglar el asunto.
A esta altura todos los tíos pensaron que José estaba loco. Pero también pensaron que era una especie de loco listo. Cuando contaba historias increíbles acerca de su Puerto Rico natal los muchachos le prestaban más atención porque si su historia con la muchacha era cierta había un cincuenta por ciento de posibilidades de que sus historias sobre Puerto Rico también fuesen verdaderas. José era un tío gracioso pero la panadería estaba llena de tíos graciosos y lo mejor era no preguntarles demasiado. Había que aceptarles como eran y callar.
Una noche cerca de un mes más tarde José llegó con una expresión muy preocupada.
¿Qué te pasa José? ¿Por qué estás tan decaído José? José suspiró y frunció el ceño. Dijo que tenía un problema muy serio.
¿Qué problema José?
José dijo que como de costumbre había estado todo el día buscando trabajo y que lo había conseguido.
Todos se mostraron muy interesados porque todos en la panadería querían un trabajo mejor sólo que nunca lo conseguían. ¿Dónde has conseguido ese trabajo mejor José? En un estudio desde luego dijo José. Para eso he venido a California. ¿No os he dicho que he venido a buscar trabajo en los estudios?
Nadie dijo palabra. Se quedaron mirándole con atención. Si hubiese sido otro cualquiera lo habrían interpretado como un invento más pero tratándose de José sabían que era cierto. Un estudio ¿qué os parece? Para los tíos de la panadería los estudios podían estar tanto en China como en Hollywood. Pagaban mucha pasta pero nadie salvo un pariente un tío o un sobrino podía entrar en ellos. Sin embargo José tan tranquilo como una ostra había entrado en un estudio y había conseguido lo que buscaba.
¿Cómo has conseguido ese trabajo José? Lo he solicitado dijo José. ¡Oh! dijeron los muchachos de la panadería. Luego tomaron asiento a su alrededor y le miraron fijamente. Por fin alguien habló y dijo ¿cuál es el problema y por qué estás tan preocupado José?
José pareció sorprenderse. Cualquiera puede darse cuenta dijo. El había venido a California y se había pasado mucho tiempo sin dinero y lleno de desinfectante de la Misión Nocturna y había sido muy infeliz. Después ese caballero simpático Jody Simmons le había aceptado en la panadería y le había dado un buen empleo. El tenía una deuda con Jody Simmons ¿no? Muy bien. Tenía una deuda con Jody Simmons y ahora había encontrado un trabajo. ¿Cómo abandonar el trabajo que le había proporcionado Jody Simmons para coger el nuevo trabajo sin ofender a su benefactor?
Todos los muchachos empezaron a inquietarse. Cada uno sugería un discurso distinto para decirle a Jody Simmons que dejaba el trabajo. Uno pensó que la mejor forma de hacerlo era darle una hostia en pleno rostro. Otro indicó que debía presentarse cortésmente y decirle a Jody Simmons que se metiera el trabajo en el culo. Otro dijo que lo único que tenía que hacer era no aparecer a trabajar mañana. Jody Simmons lo entendería en seguida. Y hubo muchas otras soluciones que se les ocurrieron a los muchachos de la panadería. Tenía que haberlas. Habían pensado en ellas durante años. Se había desperdiciado mucho talento pensando en las formas de decirle a Jody Simmons que uno se iba. Pero he aquí que ahora había un tío que se iba realmente así que naturalmente todos cooperaban.
Sin embargo después de escuchar todas las soluciones que le ofrecían José sacudió la cabeza y sus ojos parecían más tristes que nunca. Dijo que no. Que debía pensar en una forma mejor. Ninguna de las formas que le habían propuesto para renunciar era propia de un caballero. Jody Simmons era su benefactor y no se le hacían esas cosas a un benefactor. Aun cuando fuese una costumbre norteamericana él tendría que seguir las costumbres de su Puerto Rico y allí un hombre bien nacido no hace esas cosas.
¿Pero cuándo empiezas a trabajar en ese empleo José? Por la mañana dijo José y estoy muy cansado y ahora tendré que trabajar toda la noche y por la mañana estaré mucho más cansado para el otro trabajo y así seguirá siendo. Es un problema terrible y no sé qué hacer.
De modo que José trabajó toda la noche y los muchachos de la panadería pensaron en el problema y por fin se les volvió tan intrincado como para José. Pensaban en alguna solución y apenas comenzaban a hablar meneaban la cabeza y decían no eso no sirve y seguían con su trabajo pensando muy intensamente. Este muchacho José era un espécimen raro y sus ideas eran delirantes, pero a esa altura todos querían encontrar una solución así que el asunto se convirtió en un tema de profundo interés para toda la plantilla nocturna.
La noche llegó a su fin. Todos los tíos de la plantilla fueron a su casa y durmieron y luego volvieron a trabajar esa noche preguntándose qué pasaría con José. También José volvió. Estaba pálido. Dijo que se sentía muy cansado. Dijo que había dormido sólo cuarenta y cinco minutos y que a menos que encontrase una solución muy pronto no sabría qué hacer. Dijo que con seguridad existía alguna costumbre norteamericana que diese respuesta a su emergencia Pero la noche anterior ya le habían informado acerca de todas las costumbres norteamericanas y él las había rechazado.
Así que trabajó toda la segunda noche y por la mañana cuando salió de la panadería y se enfrentó con el primer resplandor del sol tenía el aspecto de un hombre muy débil. Todo el día siguiente trabajó en el estudio y la noche siguiente cuando volvió a trabajar casi se tambaleaba. Dijo por favor pensad en alguna forma que me permita dejar este empleo porque la salud de un hombre tiene un límite y la mía ya no resiste más porque no he dormido en todo el día y un hombre tiene que dormir si quiere cumplir honestamente aunque sea con un solo empleo.
Entonces a Pinky Carson se le ocurrió algo. José dijo Pinky Carson. Yo te diré lo que harás. A eso de las dos de la mañana cuando bajan los pasteles tú coges media docena con sus cajas y te echas a andar hacia la ventanilla junto a la oficina de Jody de modo que él pueda verte y dejas caer todos esos malditos pasteles. Entonces Jody te despide y se arregla todo. José reflexionó un rato. No soy partidario de la violencia dijo por fin. Pero soy un hombre desesperado y si vosotros pensáis que la violencia servirá la usaré. Pensó un momento y luego dijo puedo pagar esos pasteles que tire ¿sí? Todos dijeron que sí que si quería ser un idiota podía pagar por los pasteles que había arrojado.