Juan Carlos I el último Borbón : las mentiras de la monarquía española (56 page)

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Authors: Amadeo Martínez-Inglés

Tags: #Política, #Opinión

El órdago filial en la primera familia del país funcionaría a la perfección, como bien sabemos todos los españoles. El 1° de noviembre de 2003, aprovechando un puente festivo como ya es práctica habitual en la familia real española (que parece querer con ello evitar el aluvión mediático consiguiente cuando es ella la que alerta directamente a sus periodistas de cámara, incluso a través de los teléfonos móviles, ante el suceso más nimio que pueda servir de propaganda a la Institución monárquica), se produciría el anuncio oficial del noviazgo del príncipe de Asturias, don Felipe de Borbón, con la periodista española Letizia Ortiz (
Leti
para los amigos), una chica del montón, de sangre roja-roja, muy moderna, trabajadora, liberada, divorciada e hija de padres divorciados.¡Casi nada!¡Toma, pueblo español! No querías a la desahogada modelo noruega porque se había paseado en bragas por las pasarelas de medio mundo y porque marcaba canalillo intermamario ante sus
fans
con unos sujetadores de escándalo, pues toma ésta con divorcio incluido, ex marido escritor con ganas de hablar y promocionarse, pintores extranjeros que dicen que posó para ellos en
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, compañeros de los anteriores que dicen haber tenido una amistad muy especial con ella, periodistas que no dicen nada pero que todos sabemos han estado unidos sentimentalmente a ella durante meses… ¡Casi nada, amigos! El 1.º de noviembre de 2003 la revolución ha estallado en España, en el propio palacio de La Zarzuela y con el esbelto Felipe ejerciendo de Robespierre enamorado. Por cierto, ¿por qué no elegiría esta guapa «cenicienta» su nombre respetando el castellano, es decir con «c», ya que escribir sobre ella peleándose uno continuamente con el ordenador resulta harto incómodo?

Una vez que las divertidas imágenes de los futuros esposos, felices, contentos, vestidos impecablemente para la ocasión y en el marco espacial adecuado, fueran recogidas por los medios de comunicación del mundo entero, el monarca español, vencido pero consciente de lo que se le venía encima con el noviazgo (y la futura boda) de su hijo con la bella periodista, decidiría intervenir en defensa de la Institución. Y el primer frente donde necesitaba luchar, y con toda urgencia, era sin duda el del borrascoso pasado de la futura consorte de su hijo. Ya es sabido que las reinas, por lo menos las de antes, no debían tener pasado y aunque los tiempos han cambiado mucho y ahora vivimos, por lo menos teóricamente, en una sociedad permisiva, democrática y libre, el hecho de que de pronto en una monarquía como la española de hoy (nacida con fórceps después de una fecundación
in vitro
decretada por un desalmado dictador con uniforme, que presenta una grave insuficiencia crónica en cuanto a legitimidad y que cualquier día puede sufrir un episodio muy grave de rechazo social) aparezca una futura reina que, debido a su experiencia con los hombres, podría arrasar en cualquier consultorio de ingeniería sexual… es algo intrínsecamente dañino para la Institución.

Había que borrar, pues, el pasado de la prometida de don Felipe, como fuera y cuanto antes. Los pescadores en río revuelto habían comenzado ya a largar sus aparejos con una sonrisa que prometía muy buenas capturas y diferentes medios de comunicación, no demasiado sumisos al poder, tomaban posiciones de cara a un aumento sustancial de sus audiencias. Y las órdenes a los que debían recibirlas y estaban perfectamente entrenados para cumplirlas se darían pronto precisas y concretas. Para eso están en la nómina del Estado y para eso nos cuestan un ojo de la cara. Hay que reconocer que se lograron resultados espectaculares. Así, en cuestión de muy pocas semanas, desaparecerían de la vida pública y de los medios de comunicación, como si se los hubiera tragado la tierra, los siguientes personajes y personajillos relacionados con la vida pasada de la nueva y flamante princesa de Asturias:

* Su ex marido (no pongo su nombre porque, tal como me han comunicado, aunque no lo tengo confirmado, desde el 22 de mayo de 2004 está clasificado como «alto secreto», al que, según cuentan, se le apareció una buena mañana su particular ángel de la guarda, caracterizado de agente especial del CESID. Éste, dándole un precioso maletín de piel negra y mostrándole el título de propiedad de una hermosa finca rústica situada a bastantes kilómetros de Madrid, le sugirió la conveniencia de trasladarse de inmediato a tan bello lugar con todos sus libros y bastantes folios en blanco para dedicarse a leer y escribir el resto de sus días si quería que él siguiera cumpliendo con efectividad su angelical misión de proteger a ultranza su alma y, sobre todo, su cuerpo. Además, para cerrar el trato, debería convertirse en sordomudo funcional
ad eternum
.

* El pintor cubano Waldo Saavedra, al que parece ser sirvió de musa en
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la guapa Letizia durante su permanencia en México, allá por los años 90 (salió, como musa, en el disco
Sueños líquidos
de Mana), y que, según comunicó en su día a la prensa española, tenía previsto poner a la venta el mismo día de la boda de la periodista un polémico cuadro con su imagen en la Feria de Arte de Buenos Aires. Nunca más se supo del pintor y su cuadro.

* Un amigo del anterior, componente del grupo musical Maná, que (a tenor de algunas informaciones periodísticas) estuvo muy unido a la actual princesa de Asturias mientras ésta estuvo trabajando en México en aquellas fechas.

* El periodista (no estampo aquí su nombre porque, al igual que el ex marido, ha sido clasificado) que estaba unido sentimentalmente a Letizia cuando ésta conoció al príncipe Felipe. Llevaba con él varios meses y de pronto, tras la célebre cena del
rendez vous
principesco, desapareció como por ensalmo, sin dejar rastro. Tan impresionante ha resultado la volatilización de este buen hombre que la empresa norteamericana que gestiona la serie televisiva del mismo nombre ha pensado llevarla a uno de sus exitosos capítulos. Si le deja la Casa Real española, por supuesto.

* Todos los compañeros, amigos y amigas de la periodista devenida en princesa, comenzando por su mentor televisivo, el señor Urdaci, quienes, además de permanecer en paradero desconocido desde entonces (el antiguo crac de los informativos de TVE, señor Urdaci, después de casi tres años de apagón mediático ha vuelto a reaparecer en determinados programas basura pero sólo con el objetivo de dejarnos ver con absoluta claridad de que pie ideológico cojea), parecen haberse vuelto tontos de remate pues sólo recuerdan, cuando algún astuto
paparazzi
logra encontrar a uno de ellos, lo inteligente, guapa, elegante y trabajadora que era su antigua amiga o colaboradora.

***

La boda entre doña Letizia Ortiz y el príncipe de sus sueños se celebraría, como todos los españoles sabemos de sobra, el 22 de mayo de 2004, un día lluvioso y frío que desluciría mucho la fastuosa ceremonia montada por la Casa Real española como escaparate y promoción de una Institución caduca y extemporánea que cada día que pasa sufre un mayor rechazo social en este país, a pesar de las almibaradas encuestas que quieren demostrar con ahínco todo lo contrario.

Ese sonado enlace, el ridículo esperpento fuera de lugar que tuvimos que tragarnos durante horas todos los ciudadanos de este país, costaría a las arcas del Estado (es decir, a todos los españoles) la friolera de 60 millones de euros (diez mil millones de las antiguas pesetas), sin contar los gastos que tendría que afrontar el Ayuntamiento de Madrid para engalanar y poner en condiciones las calles de la capital por donde debía discurrir el decimonónico cortejo nupcial con los príncipes de Asturias como protagonistas absolutos en carruaje. Y que conste que el cálculo de la citada cantidad ha sido elaborado por este modesto investigador «a la baja», con suma benevolencia y respetando las escasas cifras oficiales que en su día trascendieron sobre este asunto. Sólo el capítulo del traslado y permanencia en Madrid de casi 20.000 policías, guardias civiles y soldados sobrepasa los 20 millones de euros (más de 3.000 millones de pesetas); a lo que hay que añadir, viajes, invitaciones, hoteles, banquete, engalanamiento del Palacio Real, obras en la catedral de La Almudena, alquiler del avión Awacs de la OTAN, que nos protegió a todos los españoles durante unas horas de la peligrosa flota aérea de los talibanes… etc., etc., y los 4,5 millones de euros (750 millones de pesetas) que le costó a TVE la difusión del regio enlace, tal como admitió oficialmente la directora general del denominado Ente público.

No voy a entrar, obviamente, en las páginas que siguen, en el relato pormenorizado del fastuoso evento del 22 de mayo de 2004. El lector español ya lo conoce en demasía y al de fuera de España no creo que le interese mucho en estos momentos. Pero lo que sí quiero dar a conocer al lector con todo detalle, porque esto si que no lo conoce en profundidad aunque de él se hicieron profuso eco los medios de comunicación, es el hecho insólito, novedoso, increíble y absolutamente fuera de lo común, que tuvo lugar en la catedral de la Almudena de Madrid coincidiendo con la llamada «boda del siglo» (una más) entre Felipe de Borbón y Letizia Ortiz. Fue algo que pudo hundir en la miseria aquel regio espectáculo nupcial de propaganda montado por la Casa Real española, provocando de paso un serio escándalo político y social. Faltó muy poco para que ambos objetivos fueran conseguidos por su planificador y ejecutor.

Considerado en principio por los medios informativos como anécdota, chascarrillo, suceso jocoso, curioso, llamativo, pero en todo caso intrascendente (quizá debido a las interesadas declaraciones iniciales de su protagonista, que en aquellos momentos no quiso entrar en el verdadero trasfondo del asunto), no tuvo en realidad nada de anecdótico, jocoso e intrascendente, ya que se trató de algo tan serio como un bien planificado ataque frontal a los cimientos mismos de una ceremonia nupcial ridícula y fuera de lugar, decimonónica, frívola y costosísima, propia más bien de regímenes caducos como los del Sha de Persia o el rey Faruk de Egipto, y organizada por la Institución monárquica española exclusivamente como escaparate propagandístico y plataforma de exaltación mediática.

Porque ya me dirá el lector, español o extranjero, si puede considerarse como anécdota o suceso trivial e intrascendente el singular hecho de que en la capital de una nación europea, moderna, avanzada, rica y civilizada como en teoría es la España actual, blindada hasta sus cimientos por casi 20.000 policías, guardias civiles y soldados en razón a que allí se celebra la boda del heredero de la Corona, justo dos meses después de que en la misma ciudad (Madrid) se produjera un espantoso atentado terrorista en el que perdieron la vida 191 ciudadanos, una sola persona, sin invitación alguna para la citada ceremonia y con un revólver bajo el cinturón de su pantalón, pase sin ningún problema todos los controles de seguridad, se introduzca en la catedral donde tiene lugar el regio evento sin tener que enseñar ni un simple documento de identidad y sin someterse a ningún detector de metales por si porta un arma, deambule más de diez minutos por el interior del templo entre reyes, príncipes, princesas y jefes de Estado, y finalmente, abandone el recinto religioso por propia decisión y por su propio pie ante las continúas y engorrosas muestras de respeto y subordinación expresadas por varios de los militares cortesanos que ejercían las labores de aposentadores de postín en el enlace y que le imposibilitaban, sin ellos saberlo, poder cumplir la misión que le había llevado allí. Y que desde luego no era, como veremos a continuación, el poder felicitar, antes que nadie, al príncipe contrayente…

La operación, planificada durante cinco largos meses y ejecutada con absoluta decisión y sangre fría (nada extraordinario para un veterano militar, antiguo paracaidista, jefe de comandos en la Guerra de Ifni y acostumbrado a ejecutar durante su larga vida profesional multitud de operaciones especiales en circunstancias extremas) voy a contarla a continuación, suficientemente resumida, aunque alguien pueda aprovechar la ocasión para tacharme de vanidoso u oportunista por meter esta aventura personal en las páginas de un libro que trata de contar las andanzas de todo un rey de España. Pero antes de nada quiero explicitar convenientemente las razones personales que me llevaron a la decisión de ejecutarla, justo el mismo día en el que la familia real española diera a conocer el compromiso del príncipe de Asturias con la periodista Letizia Ortiz: el 1° de noviembre de 2003.

Aquel mismo día me puse a pensar sobre el sorpresivo acontecimiento, seguramente como muchos españoles, y llegué en pocos minutos a la siguiente conclusión:

«Si este hombre, el ciudadano Juan Carlos de Borbón (lo de rey de todos los españoles me lo creeré el día en el que la forma de Estado sea sometida a referéndum en este país y la monarquía salga triunfante por la fuerza de los votos y no tras meterla de matute en una Constitución que no se la había leído casi nadie cuando se votó en 1978) va a utilizar dinero público (de todos los españoles), un escenario público (la catedral de La Almudena, que es de todos los católicos), una televisión pública (TVE), un palacio del Patrimonio Nacional (el Palacio Real), miles y miles de funcionarios públicos (policías, guardias civiles, soldados…) en su exclusivo beneficio y como propaganda de la Institución familiar que representa, aprovechando la celebración de una ceremonia religiosa que, al menos en principio, debería ser privada o circunscrita al ámbito de su residencia oficial, el palacio de La Zarzuela, y desde luego sufragada por sus propios emolumentos, ¿por qué yo mismo, otro ciudadano español que paga sus impuestos y respeta a rajatabla las leyes, no puedo aprovechar toda esa parafernalia mediática (pagada con dinero público, insisto) para reivindicar públicamente la III República española, pidiendo que, de una vez por todas, se reinstaure en este país el único régimen legítimo, legal y verdaderamente democrático que ha tenido en todo el siglo XX y lo que llevamos de siglo XXI, es decir, la República, arrojada del poder en abril de 1939 no por la fuerza de los votos del pueblo español, sino por un deleznable golpe militar del que, curiosamente, es heredero el ciudadano Borbón?»

Pues sí, señores, pensado y hecho. Aquel mismo día 1° de noviembre de 2003 me puse a trabajar y poco tiempo después, cuando se concretó la fecha del regio enlace: 22 de mayo de 2004, redoblé mis esfuerzos planificadores. Así nacería la llamada por mí, seguramente por íntimos condicionamientos históricos e ideológicos: Operación
Riego
, un operativo secreto que debía poner en práctica el susodicho 22 de mayo en La Almudena con el fin de robar protagonismo a la aireada «boda del siglo» y recordar a millones de teleespectadores que en este país, a pesar de los años transcurridos y quizá por ello, algunos seguimos sin estar de acuerdo con la estrafalaria «instauración monárquica» que se sacó de la bocamanga y de sus testículos el dictador Franco en 1969. Y que aspiramos a que algún día, cada vez más cercano, los ciudadanos españoles seamos verdaderamente soberanos y dueños de nuestro destino.

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