Juan Carlos I el último Borbón : las mentiras de la monarquía española (58 page)

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Authors: Amadeo Martínez-Inglés

Tags: #Política, #Opinión

Sin embargo, algo le va a intranquilizar nuevamente. A sus espaldas otra voz de corte castrense, respetuosa y amable pero firme, se dirige a él:

-Mi coronel. A sus órdenes. Veo que todavía no ha ocupado su asiento. Si quiere, puedo acompañarle al lugar reservado para los invitados pertenecientes a las Fuerzas Armadas. El rey llegará dentro de pocos minutos y la Casa Real ya nos ha comunicado que todos los presentes deben sentarse. La voz de corte marcial pertenece ahora a un nuevo aposentador de postín, a otro comandante de Estado Mayor distinto del que hace unos minutos se ofreció para ayudarle, pero asimismo dispuesto a prestar un servicio como sea al, para él, despistado superior jerárquico que, sin aparente rumbo fijo, deambula a la deriva por el enorme plató televisivo en el que se ha convertido el sobrio templo madrileño.

-Muchas gracias, comandante. Estoy pendiente de encontrarme con una persona a la que debo ver con urgencia. Enseguida iré a la zona que me indica. Ya la tengo localizada -responde el coronel con estudiada firmeza.

Decididamente el PT2 le parece muy adecuado al jefe militar infiltrado para ocuparlo transitoriamente si, finalmente, consigue neutralizar el cariño y la dedicación corporativa que le muestran los solícitos compañeros del príncipe de Asturias, convertidos en los amos y señores del histórico escenario en virtud de la humillante misión que han asumido, y dispuestos a complicarle la existencia con su respetuosa y subordinada actitud. Aparece más desahogado que otras zonas y con algunos asientos aparentemente vacíos a pesar de los consabidos cartelitos que, en varios idiomas, indican la personalidad que debe ocupar cada uno de ellos. Pero todavía deberá inspeccionar el puesto n.° 3 (PT3), desde donde deberá cumplir su misión (lanzar su alegato republicano) en el caso, prácticamente decidido, de permanecer en el PT2 desde el inicio de la ceremonia religiosa hasta que, a punto de pronunciar el cardenal Rouco la fórmula del casamiento real, deba abandonar ese puesto y aproximarse con presteza al altar mayor, en un punto muy cercano al rey Juan Carlos (PT3), para con voz fuerte y sonora dirigirse a todos los invitados y, por supuesto, a los millones de teleespectadores que en esos momentos estén contemplando el evento nupcial.

El coronel de nuestra historia, que lleva ya casi diez minutos en el interior de La Almudena (son las 10:24 horas del sábado 22 de mayo de 2004), se apresta pues a revisar el citado punto PT3. Es el que, a partir de entonces, adquirirá para él el máximo protagonismo operativo, antes de enmascararse definitivamente en la zona en la que se encuentra, reservada para personajes del mundo empresarial y de los medios de comunicación y muy cercana a la puerta principal de acceso a la catedral. Esa entrada es por la que dentro de escasos minutos, quince como mucho, entrará la comitiva nupcial encabezada por el rey de España.

En su camino hacia el altar, el coronel sin invitación oficial nota un claro exacerbamiento del caos reinante dentro del templo. Se debe a que muchos invitados, obedeciendo, sin duda alguna, la recatada llamada de los aposentadores de postín, parecen haber recobrado de pronto la compostura perdida e intentan ocupar sus asientos todos a la vez. De repente otro militar (¡esto de la cuña de la misma madera es de libro!) pondrá de nuevo en peligro, esta vez con carácter casi definitivo, su bien preparado operativo.

-Mi coronel… La Casa Real acaba de dar órdenes de que todos los invitados ocupen sus asientos pues el rey y los novios están a punto de entrar en la catedral. Si me permite su invitación, yo mismo le acompañaré a su sitio. No hay tiempo que perder, mi coronel… El tiempo apremia.

Es el comandante del Ejército que se acercara por primera vez al militar, escasos minutos después de que éste accediera a La Almudena por la desguarnecida puerta de invitados, el que vuelve a dirigirse a su superior jerárquico, esta vez con una perceptible sorpresa en su rostro. En décimas de segundo el coronel se apercibe de la gravedad de la situación. No puede seguir «mareando la perdiz» con unos profesionales del Ejército que, sumamente respetuosos y guardando exquisitamente las formas, deben, sin embargo, cumplir a rajatabla las órdenes recibidas de la Casa Real. Tiene todo perfectamente planificado y por ello debe reaccionar ante la nueva situación creada. Llegados a este punto, sólo caben dos opciones:

A) Adelantar la misión al momento presente, subiéndose al altar y lanzando su manifiesto republicano previsto para 20 segundos de duración, después de recabar la atención de los numerosos invitados al enlace.

B) Intentar solucionar el espinoso asunto de la invitación pidiendo la colaboración del atípico aposentador castrense que se dirige a él por segunda vez, con la ayuda del guión preestablecido para el caso y que se sabe de memoria.

El tiempo urge, las décimas de segundo corren, y desestimando de inmediato la opción «A» porque no está dispuesto a rebajar un ápice el alto nivel que desde siempre le ha querido dar a su «golpe de mano mediático»: presencia del rey Juan Carlos y aprovechamiento del minuto de oro de la ceremonia (la fórmula del casamiento), se acerca al comandante y con voz amistosa, suave, como si pretendiera contarle un secreto de Estado, le descubre primero su identidad y a continuación le dice:

-Comandante, estoy aquí más como historiador que como coronel de Estado Mayor. Estoy escribiendo un libro sobre el rey Juan Carlos [extremo éste absolutamente cierto] y era para mí muy importante presenciar en directo esta ceremonia de la boda del príncipe de Asturias. Solicité hace tiempo la oportuna invitación [también cierto] al Ministerio de Defensa, pero, aunque prometieron enviármela, a primera hora de la mañana de hoy no la había recibido. A pesar de ello, he decidido personarme en la catedral. Por nada del mundo podía perderme este histórico acto.

La respuesta del «acomodador» castrense de postín sorprende al militar:

-Mi coronel… Nadie puede estar aquí sin invitación, pero yo podría ayudarle a solventar este serio problema. Muy cerca de la puerta por donde usted ha entrado la Casa del Rey ha montado una oficina de control de invitaciones y si me acompaña a ella, yo mismo intentaría que le expidieran una con carácter especial, dada su situación y el motivo de su ingreso en la catedral. No hay otra solución y, además, debemos actuar con diligencia pues dentro de escasos minutos entrará en el templo la comitiva real y todo el mundo debe estar ocupando su sitio. ¿Me acompaña, mi coronel?

El jefe militar sopesa rápidamente la situación creada tras la nueva intervención del comandante y su obligada confesión. Por un momento piensa que el aposentador se ha dado cuenta de todo, que le ha conocido, y que su invitación para que le acompañe tiene perversas intenciones ocultas. Durante unas pocas décimas de segundo retoma la hipótesis, antes desechada, de actuar de inmediato, subiéndose al altar, situado a unos dos metros de distancia, y desde allí, cumplir la misión ante los cientos de invitados de alto rango que en esos momentos proceden a ocupar sus asientos en el sagrado recinto.

Aparta definitivamente de sus pensamientos tamaña acción. Acompañará al comandante a la oficina que La Zarzuela ha montado en la catedral y que sea lo que Dios quiera. Él ha planificado y preparado exhaustivamente la operación en la que está metido para desarrollarla delante del rey, de su numerosa familia y de todos sus invitados, como una especie de «jaque al rey» democrático y civilizado, como una llamada de atención al pueblo español, una parte muy importante del cual no está de acuerdo con la componenda monárquica elaborada por Franco y su régimen. Y que nos ha supuesto a los españoles, dejando aparte el consabido período de paz y prosperidad que nos recuerda machaconamente la propaganda oficial (debido más que nada al ingreso de nuestro país en la Comunidad Europea) y que olvida, además, la corrupción y la degradación política y social que ha conllevado una vuelta atrás en la historia y un retroceso muy importante en nuestros derechos perdidos tras la sublevación militar de 1936, la dictadura consiguiente y la pseudodemocracia que ha venido después.

Si no consigue la invitación para poder seguir con la operación hasta sus últimas consecuencias, dejando hacer al amable «acomodador» castrense que le acompaña y del que todavía no sabe si va o vuelve, abortará definitivamente la misma. Tiempo habrá para plantear nuevas batallas en el futuro a una monarquía juancarlista extemporánea y ridícula que, desaparecida hace años su discutible razón de ser (servir de dique de contención al Ejército franquista), vegeta en la actualidad entre la inanidad más absoluta y la decadencia física e intelectual de su ínclito titular.

El alto funcionario de La Zarzuela al que, demostrando por fin su buena fe y su compañerismo, se dirige el aposentador de postín adscrito a la Casa del rey que acompaña al militar rebelde ingresado de matute en La Almudena, flipa unos cuantos segundos y empieza a sudar copiosamente cuando se entera (después de oír atónito varias explicaciones suplementarias del antiguo compañero del príncipe contrayente) del motivo de la extraña visita de los dos militares, uno de azul, al que sí había visto con anterioridad y otro de caqui, al que no había visto hasta entonces ni por el forro. Y dirigiéndose a este último con amabilidad y cortesía, aunque con cierto nerviosismo le espeta:

-Coronel: No estoy autorizado para facilitarle en este momento la invitación que solicita y desde luego, sin ella no puede permanecer en la catedral. Le ruego que, si no tiene usted en estos momentos la oportunidad de conseguirla por otros conductos, en brevísimo tiempo abandone La Almudena ya que el rey está a punto de llegar y podría crearme un grave problema personal.

Las caras de los dos interlocutores del militar «okupa», mientras en la catedral han cesado ya las risas y las charlas subidas de tono y el silencio más absoluto empieza a reinar por fin, reflejan preocupación e incredulidad mientras esperan que el coronel que tienen ante ellos manifieste su decisión. Ni uno ni otro esperaban encontrarse en una situación tan insólita como aquella en el marco de una ceremonia exhaustivamente planificada y férreamente protegida por miles de policías y funcionarios de toda laya.

El coronel, seguro de si mismo y consciente de que si lleva la situación al límite y amenaza con el escándalo, nadie podrá forzarlo a retirarse, opta sin embargo por posponer su misión para mejor ocasión. Aunque se quedara hasta el final de la ceremonia, no se podría quitar ya de encima al pegadizo militar y a todos los funcionarios de la Casa del Rey en pleno que imposibilitarían cualquier acción suya. En consecuencia, se dirige a ambos con voz grave:

-Por supuesto que no quiero crearles ningún problema a ustedes, que sólo cumplen con su obligación. Para mí es demoledor que por una pequeña desidia administrativa no pueda asistir a una ceremonia como la presente en la que estaba particularmente interesado, ya que pensaba trasladarla con todo esplendor a mi próximo libro. De todas formas, no se preocupen, me retiro y en paz. Gracias por todo.

El coronel, con su uniforme caqui de gala, sus condecoraciones, sus distintivos, su faja de Estado Mayor… traspasa de nuevo la puerta de La Almudena, esta vez curiosamente protegida por un pequeño grupo de funcionarios que le despiden respetuosamente, pisa de nuevo la moqueta roja que baja hasta la calle Bailen y emprende su camino de vuelta hacia el Hotel Ópera. Saluda, control tras control, a los mismos policías que se encontró en su camino de ida. La masa de curiosos y turistas que esperan la salida, en coche descubierto, del príncipe Felipe y su
Leti
del alma, permanece callada y expectante. Escasos minutos después una joven recepcionista se dirige a él con sorpresa mientras le entrega la llave de su habitación:

-Señor. .. ¿Ha terminado ya la boda? ¡Que suerte haber podido estar en ella!

***

En su edición digital,
elmundo.es
(martes, 25 de mayo de 2004) publicó la noticia que resume el impacto mediático logrado con la Operación
Riego
, aunque ésta no se nombre y tampoco el verdadero objetivo de mi entrada en el templo:

El coronel Martínez Inglés logró
colarse en La Almudena justo antes
de la entrada del cortejo nupcial
El militar asegura que no se debió a un afán de notoriedad sino que quiso denunciar fallos de seguridad.

MADRID. El polémico coronel Amadeo Martínez Inglés, el mismo que pasó una temporada en la cárcel militar por pedir la profesionalización del Ejército, logró despistar todos los controles de seguridad el pasado sábado y se coló en la mismísima catedral de La Almudena. Faltaban pocos minutos para que entrara el cortejo real.

Según confirmó el militar al diario
El País
, logró acceder al templo, vestido con el uniforme de gala de coronel del Ejército de Tierra, sin invitación que mostrar y con un revólver bajo la guerrera. No tuvo que pasar ningún arco de seguridad.

Fuentes de la Casa Real aseguraron que el coronel fue detectado por los servicios de seguridad hacia las 10:30 horas, cuando todos los invitados esperaban la llegada del Príncipe y los Reyes. Tras comprobar que carecía de invitación, le invitaron a marcharse y lo hizo sin oponer resistencia. Estas fuentes no pudieron precisar si había logrado entrar en la catedral. Telecinco ha emitido unas imágenes en la que se demuestra que Martínez Inglés entró al edificio, concretamente por una de las puertas laterales, la de la calle Bailén.

Afán de protagonismo

El militar, apartado del servicio desde 1990, ha explicado que su «hazaña» se debió a que quería «denunciar los fallos» y no a un «afán de protagonismo». Según Martínez Inglés, si hubiese sido así entonces se hubiera «abierto la guerrera» y hubiese aparecido «una pistola entre reyes y princesas».

«Esto no es una anécdota en absoluto, sino un fallo muy grave de los servicios de seguridad de la Casa Real», criticó Martínez Inglés, quien recalcó que es «increíble» que no hubiera «un sólo arco detector de metales».

Relató que salió a las 10:05 del hotel donde se alojaba y que fue «directamente» a la catedral de La Almudena, en cuyo interior estaban ya todos los invitados a la boda real, y agregó que pasó «hasta seis controles policiales», un recorrido en el que invirtió entre seis y ocho minutos y en el que los agentes le trataron «de manera muy educada» y le abrieron camino «porque había mucha gente».

Explicó que su intención era entrar por la puerta lateral del templo hacia la que se dirigió «sin ningún problema» ya que los efectivos desplegados le «contestaban el saludo». Subrayó que su sorpresa «fue mayúscula» cuando llegó a la puerta de la catedral y accedió «directamente» al interior «sin que nadie me dijera nada».

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