Read Juan Carlos I el último Borbón : las mentiras de la monarquía española Online
Authors: Amadeo Martínez-Inglés
Tags: #Política, #Opinión
Pero existe un refrán, que todos conocemos, que habla del pecado y la penitencia y en este triste caso, cometido el burdo pecado, más pronto o más tarde le tendría que llegar la penitencia al desagradecido Gobierno español: La reconversión del obsoleto Ejército franquista en otro más moderno, profesional y operativo, sin los asesoramientos necesarios de quien lo había planificado durante años y con la indiferencia, cuando no la animadversión. de los propios generales de la cúpula militar que, como digo, no estaban en absoluto por la labor, le saldría fatal, muy mal, francamente mal, peor imposible, deviniendo todo en un auténtico desastre que prácticamente ha liquidado la antigua institución castrense (lo que a muchos ciudadanos en este país les puede parecer de perlas, y a mí mismo, si me dejo llevar por la inquina y olvido mis modestos conocimientos de Estrategia e Historia militar), creando en su lugar una modesta OSG (Organización Sí Gubernamental) con apenas unos pocos miles de militantes mercenarios de base procedentes en su mayoría de subdesarrollados países hispanoamericanos (con fusil de asalto y chaleco antibalas, eso sí, que les sirve de bien poco visto el elevado número de bajas que sufren en los escenarios en que andan metidos) distribuidos por todo el mundo para desarrollar meritorias (eso nadie lo duda) acciones humanitarias y de interposición de fuerzas.
O sea, repito para que nadie alegue después ignorancia o desconocimiento: España se encuentra en estos momentos sin Ejército, sin Fuerzas Armadas dignas de tal nombre, sobre todo en el escenario terrestre (en el mar sí disponemos de algunas fragatas que nos han costado un ojo de la cara, más que nada para escoltar portaaviones yanquis, y nuestro espacio aéreo sigue «protegido» por los antediluvianos F-18 comprados a EE.UU. en los años 80, a la espera de que vayan llegando a cuentagotas los Eurofithger), y expuesta a toda clase de peligros externos e internos que podamos imaginar.
Como los estadounidenses todavía no le han dado al sátrapa marroquí Mohamed VI el permiso que periódicamente solicita al amo del otro lado del Atlántico para quitarnos de un sopapo Ceuta y Melilla (permiso que tarda, pero que llegará si antes no le da la patada al monarca alauí el delegado de Al Qaida en el Magreb y es éste el encargado de iniciar la reconquista del al-Andalus) la cuestión exterior nos importa de momento menos a los españoles y lo más peligroso (perentorio quizá sería la palabra), y lo que en principio le interesaba tratar al autor de estas líneas antes de enfrascarse en las divagaciones geoestratégicas de medio pelo que acaba de soltar, es la cuestión interior, o sea la forma y el fondo que esta indefensión total del Estado español actual va a influir en ese proceso de reconversión a fondo de las estructuras políticas, territoriales e institucionales de este país que señalaba antes y que, quiérase o no, va a tener que afrontar en el medio plazo: antes del final de la próxima legislatura (año 2012), me atrevería a señalar.
Pero antes de empezar a elucubrar con esta refundación obligada de la España de los Reyes Católicos (que después los Austrias harían mojigata e imperial y, más tarde, prostituirían a placer los corruptos y putañeros Borbones) en la que todavía estamos inmersos, y más que nadie el señor Rajoy, que parece ser aspira a momificarla y transmitírsela así a sus descendientes, querría contarle al lector un chascarrillo, sucedido o anécdota del que me he visto obligado a ser protagonista en la mayoría de los numerosos viajes que he tenido que realizar al País Vasco (en los años 90 muchos, ahora bastantes menos) para impartir conferencias o por invitaciones de los medios de comunicación.
Casi siempre, por no decir siempre, en el turno de preguntas tras la conferencia correspondiente o bien entre bastidores o tomando un refresco antes de entrar en el plató o estudio, alguien (normalmente del entorno radical vasco, pero también del nacionalismo moderado) acababa planteándome poco más o menos la siguiente cuestión:
-Sí , sí, usted defiende la idea de un Ejército español moderno, democratizado, operativo, mucho mas reducido que el actual, con cara mas amable, pero ¿qué ganamos los vascos con esta solución? A nosotros no nos interesa que el Estado español tenga un Ejército y mucho menos que sea fuerte y operativo. Si no fuera por el Ejército español Euskadi sería independiente hace años.
Interesante pregunta y sutil afirmación política que, como digo, se me ha planteado no pocas veces en diferentes foros del País Vasco y que yo me he permitido contestar siempre con los mismos argumentos que, también siempre, han descolocado bastante a mis interlocutores:
-No, no, se equivocan. El Ejército español hace ya mucho tiempo que no es freno ni valladar para las apetencias independentistas de una gran parte de la población vasca. Entre otras cosas porque no puede serlo. En la actualidad no tiene ni la capacidad operativa suficiente para doblegar por la fuerza de las armas al pueblo vasco, si de verdad éste quisiera caminar unido y hasta las últimas consecuencias por la senda del separatismo total del Estado español; ni aunque tuviera a día de hoy esa capacidad podría usarla, porque dos grandes frenos se lo impedirían: uno interno, la previsible negativa de sus escasos soldados (hoy en día la mayoría de ellos colombianos, ecuatorianos, salvadoreños, hondureños, peruanos, extremeños, andaluces…) a luchar contra la ciudadanía vasca si la mayoría de ella, democráticamente, había decidido su separación de España; y otro externo, el imperativo
stop
que la Unión Europea sacaría ante las narices del Gobierno español si éste, ante un arranque de rancio amor patrio azuzado por los gorditos generales de despacho de la cúpula militar, decidía irresponsablemente movilizar sus exiguos poderes castrenses (que a día de hoy debería detraer de sus misiones en el exterior porque aquí los cuarteles están en cuadro) para iniciar una demencial cabalgada guerrera hacia el norte.
»No, no, no le echen, pues, la culpa al pobre Ejército español de hoy (un pequeño tigre de papel con apenas unos 10.000-15.000 soldados operativos en sus unidades terrestres, casi todos extranjeros) de ser ningún freno para el nacimiento de Euskadi como nación soberana. Ustedes serán libres cuando estén unidos, cuando esencialmente el PNV, EA y la izquierda abertzale (o sea la derecha y la izquierda vasca, para entendernos) se pongan de acuerdo y quieran serlo de verdad. Y quieran luchar, democráticamente por supuesto, para conseguirlo.
»Miren, en Europa, y en la época en la que nos encontramos, ya no se puede plantear una cuestión como ésta en términos de mayor o menor potencia militar. No podemos hablar de la «estrategia de las cañoneras» en pleno siglo XXI. Vivimos en el mundo occidental y en democracia. Ahora bien, si ustedes quieren les puedo adelantar algo de lo que podría ocurrir si se llegara a plantear la cuestión en ese escenario. Y voy a hablar completamente en serio, aunque a primera vista pudiera parecer lo contrario: Si los ciudadanos de Euskadi estuvieran unidos y decididos a ser verdaderamente independientes y el Gobierno vasco fuera totalmente consciente (que me imagino que alguna idea debe tener al respecto) de la capacidad operativa real del actual Ejército español, el lehendakari no sólo sentiría una irresistible tentación de decretar unilateralmente esa independencia sin temor a consecuencias irreversibles sino, incluso, la de ponerse al frente de los 8.000 efectivos de la Ertzaintza y los 10.000-15.000 militantes armados que los servicios de Inteligencia militares creen podría movilizar la izquierda abertzale en un caso extremo de lucha abierta con el Estado español, para plantarse tranquilamente en Somosierra después de anexionarse Navarra, Burgos, Cantabria y La Rioja.
»¿Y que creen que podría hacer el actual Ejército/OSG español para detener al intrépido lehendakari? ¿Poner en línea en el citado puerto de Somosierra los 4.700 colombianos, peruanos, ecuatorianos, salvadoreños, hondureños… presentes en sus filas, reclutados en razón de su precariedad personal y la crisis económica que sufren sus pueblos, sin apenas preparación profesional y que constituyen en estos momentos su punta de lanza, su núcleo duro, la carne de cañón a desplegar en situaciones extremas? ¿O los 1.500 bomberos castrenses, con sus mangueras y sus motobombas, que el presidente Zapatero ha logrado detraer de los vacíos cuarteles españoles para su particular UME (Unidad Militar de Emergencias) con el fin (según él) de hacer este país «el más seguro del mundo»? ¿Auxiliados los anteriores por un par de Brigadas mixtas extremeño-andaluzas con unos 5.000-6.000 soldados en total, con material de chatarra, carros de combate alquilados a Alemania (país al que el Gobierno español tendría que pedir permiso para su uso en semejante misión) y, por supuesto, sin inhibidores de frecuencia en sus vehículos porque son muy caros? ¿Y enviar las dos o tres fragatas de última generación que posee a bombardear con misiles de fogueo Bilbao y Donostia, más que nada para desmoralizar a la población? ¿Y desplazar al portaaviones
Príncipe de Asturias
al puerto de Barcelona para, con una demostración de sus 8 obsoletos aviones de despegue vertical (que ya no despegan ni en horizontal), asustar a la Generalitat catalana e impedir una nueva rebelión en el NE del país?
»No, no es
boutade
, amigos, créanme.
Sí, sí, señor ministro de Defensa, entérese de lo que digo, pregunte a esos generales y a esos consejeros de los que se muestra tan ufano en sus comparecencias públicas. Y ponga también sobre aviso al presidente del Gobierno. Están ustedes sentados sobre un polvorín, de momento sólo democrático, no repleto de pólvora de verdad como en el del Líbano, Afganistán o Marruecos, y no se enteran. Aunque aquí, desgraciadamente, tampoco se puede descartar que el día menos pensado, tras el fiasco del mal llamado «proceso de paz» (que, en todo caso, se debió llamar, sin eufemismos de ninguna clase, «de negociación política» y no sólo con ETA, sino con todas las fuerzas representativas de la población vasca) algún coche bomba cause una verdadera tragedia como la sufrida por el destacamento del Ejército español en misión de interposición bajo bandera de la ONU en el primero de esos países, y que en junio de 2007 se llevó la vida de seis de sus soldados al no disponer el anticuado vehículo blindado en el que viajaban (un BMR de los años 80, con una coraza defensiva de cartón piedra) de los medios electrónicos indispensables para la no activación de la carga explosiva. O la más reciente, ocurrida el 24 de septiembre del mismo año 2007 en Afganistán, en la que dos paracaidistas de la Bripac (uno de ellos de nacionalidad ecuatoriana) murieron asimismo en «misión de paz» a bordo de uno de esos antediluvianos transportes blindados de tropas que, según el bondadoso ministro de Defensa español al que los mandos militares engañan como a un chino, son de los mejores del mundo. ¡Qué sabrá este buen juez metido a ministro de la guerra!
Pues si, como digo, el centralista Estado español ya no tiene Ejército para neutralizar la cada vez mas fuerte componente centrífuga que generan sus regiones o naciones más contestatarias… ¿qué hacer? ¿Cómo salir del atolladero político y social en el que podemos vernos inmersos en el medio plazo? Pues ésa es precisamente la almendra de la cuestión. Hay que dar soluciones políticas a lo que es y será, cada vez más, un problema político y no militar. ¿Cómo? Pues pactando, señores de la política, dialogando, hablando con todos, negociando, sentándose en una mesa muy larga y tratando de presentar soluciones de verdad y no mendigando procesos de paz enanos y asmáticos desde su nacimiento.
El Estado/Nación español actual se muere porque su ciclo histórico ha pasado ya. Como se morirán en su día la mayoría de los actuales Estados/Nación del mundo, empezando por los europeos y por aquellos otros que ya tienen previsto integrarse en entidades supranacionales de varios continentes. En Europa van a tener que resolver muy pronto el mismo problema que España naciones como Bélgica, Grecia, Italia o Reino Unido, después de que en los últimos años lo hayan resuelto, unos bastante bien y otros rematadamente mal, otros países como Checoslovaquia o Yugoslavia. No ver estos desafíos políticos, sociales y territoriales a estas alturas del siglo en que vivimos es no querer ver la evidencia.
A ver si de una vez por todas somos inteligentes y previsores los españoles y conseguimos que este futuro proceso de modernización y desarrollo político y social que tenemos que acometer, y que deberíamos empezar cuanto antes aunque sin descolgarnos para nada del económico que tan bien hemos sabido afrontar en el pasado reciente, se haga desde el diálogo, el consenso, la templanza, la solidaridad y la altura de miras; incluso con pequeñas dosis de lícito egoísmo, pero desde luego no desde la intransigencia, la retórica vacía, el patrioterismo mal entendido, la cortedad de miras y la melancolía. O avanzamos todos, no férreamente unidos que ya no es necesario a estas alturas, o retrocedemos todos peleándonos en un mundo desarrollado como la futura Unión Europea que finalmente se formará. ¡Ojo a esto señores cortoplacistas de la política española! no sobre la base de los actuales Estados/Nación asociados a ella, que no paran de poner palos en sus ruedas y frenan el proceso más que lo aceleran (el caso de Polonia debería hacer recapacitar a sus capitostes y planificadores) sino sobre las regiones, nacionalidades históricas, pequeñas naciones sin Estado y grupos con una especial identidad y diversidad étnica o religiosa que los han conformado durante siglos. A la fuerza, claro. Hoy en día, a estas alturas del siglo XXI, la hora de la fuerza militar ya ha pasado. La democracia reina por doquier (estamos hablando por supuesto del mundo occidental, por lo menos hasta que el presidente Rodríguez Zapatero consiga con su «Alianza de Civilizaciones» el abrazo de Vergara con Bin Laden) y los Ejércitos nacionales ya no pueden, ni quieren, ni ya en muchos casos se les pide, ser los instrumentos de reyes y poderosos para crearse a su medida Reinos, Estados o fincas en los que ejercer su poder omnímodo.
Entonces reciclemos, como diría aquél. ¿Qué España debemos hacer, qué organización política debemos crear, qué mapa territorial definir, qué forma de Estado instaurar, qué relaciones entre sus diferentes pueblos y naciones establecer… para que ese nuevo tinglado salido del consenso y el diálogo, ese super Estado ultramoderno nacido en democracia, por la democracia y para la democracia, sin terrorismos recidivantes, sin peleas entre sus miembros, sin carreras para conseguir más competencias que el vecino, sin envidias seculares, con solidaridad y respeto por los demás, pueda durar por ejemplo todo este siglo y el que viene?