Kolonie Waldner 555 (12 page)

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Authors: Felipe Botaya

Tags: #Intriga, #Ciencia Ficción, #Bélico

Llegó hasta allí y llamó a la puerta. Al poco la puerta se abrió y lo que parecía una administrativa o becaria de la cátedra le dio la bienvenida. Burton le indicó su cita con el profesor Da Silva.

—Sí, sígame por favor. El profesor Da Silva le está esperando. —La cátedra de Historia era más grande de lo que él se imaginaba. Pasaron frente a varias puertas abiertas donde se podían ver personas trabajando. Burton se imaginó a profesores y administrativos en las labores propias de una universidad—. Aquí es, doctor Burton. Un momento. —La chica llamó y sin esperar respuesta abrió la puerta lo suficiente para asomarse y anunciar la visita y pedir permiso de entrada.

—Adelante. —La voz del profesor Da Silva sonó con fuerza. Burton entró mientras su acompañante se retiraba despidiéndose de él. El profesor Da Silva estaba de pie tras su mesa de trabajo, repleta de libros, papeles y archivos. El despacho era amplio, pero también estaba lleno de documentos y libros en sus estanterías. Incluso en el suelo había más libros y papeles. Hacía falta un buen orden allí, pensó Burton. Una mesa auxiliar se hallaba al fondo y un gran ventanal que daba a la zona ajardinada dominaba todo el conjunto. La luz natural era abundante.

—Profesor Da Silva, soy el doctor Edward Burton y trabajo en el hospital Sâo José de Manaos. Quiero agradecerle su gentileza al recibirme. —Tras un apretón de manos, el profesor invitó a su recién llegado a sentarse. Da Silva le miró con detenimiento. El profesor era un hombre de unos cincuenta años, con el pelo blanco, alto y de buen porte. Vestía ropa ligera, aunque llevaba corbata. Un bigote igualmente blanco remataba su cara y le daba un aspecto muy brasileño, pensó Burton.

—Bien doctor Burton, usted dirá en qué puedo ayudarle. Reconozco que su llamada me dejó intrigado, pero estoy a su disposición. Estoy especializado en Historia de Sudamérica, aunque conozco otros períodos históricos. —Burton agradeció las palabras de su interlocutor—. Gracias profesor. De todas formas, quizá podrá ayudarme en lo que quiero saber. Hace poco llegó a mi poder un anillo que me gustaría que analizase y me explicase, si es posible, de qué tipo es y cuál es su significado. A través de un amigo común, sé que ha vivido en Alemania, habla alemán y por su formación en Historia quizás usted puede desentrañar de qué se trata.

Da Silva sonrió.

—Me imagino que no puede decirme quién es ese amigo común, ni cómo llegó el anillo a su poder. —Burton afirmó las palabras de Da Silva.

—Lo siento. Así es, pero no se preocupe profesor. Lo que podamos comentar aquí no saldrá más allá de estas paredes. Se lo garantizo. Se trata de un tema puramente personal y confidencial, que no me acaba de encajar. Agradezco su comprensión, profesor Da Silva. —En ese momento, Burton extrajo de un bolsillo de su chaqueta un paquete conteniendo el anillo, que entregó sin dilación al profesor. Este abrió el pequeño paquete y tomó el anillo en sus manos.

—Muy interesante —exclamó mientras lo sostenía entre su dedo índice y pulgar de su mano derecha, hacia la luz del ventanal tras él—. Parece plata de ley. —Luego, afirmando con la cabeza—. Sí, sé qué es este anillo y lo que representa. Durante mi estancia de quince años en Alemania tuve la oportunidad de ver alguno. No se prodigan, pero quien lo tiene no es un cualquiera en la Alemania de Hitler. Hacía mucho tiempo que no veía uno y ¡aquí en Brasil! —Sonrió y con parsimonia abrió un cajón y extrajo una lupa de gran tamaño.

Burton puso toda su atención en las palabras del profesor:

—Es un anillo de la orden SS, llamado Anillo del Honor, aunque de forma informal se le conoce como Anillo de la Calavera, que creo que le encaja mejor. Fue institucionalizado por el propio Heinrich Himmler a partir de 1933, para algunos miembros de su organización. Conocí en Alemania a un buen amigo SS, llamado Walther Tomm que había recibido el suyo en 1936. No recuerdo la fecha exacta. —Burton se sorprendió de que alguien como el profesor tuviese ¡un amigo de las SS!, pero no dijo nada y siguió escuchando la explicación—. Lo poco que sé de estos anillos lo sé por él. Recuerdo que se entregaban en fechas determinadas que tenían que ver con el calendario nacionalsocialista. Por ejemplo, este tiene la fecha 20/4/40 que es la fecha del aniversario de Hitler y lleva el nombre de la persona a quien se le otorgó, Stukenbrok. Puedo deducir que el tal Stukenbrok era alguien importante en las SS o había hecho algo sobresaliente para merecerlo. También recuerdo que Walther me dijo que cuando moría un portador del anillo, la familia del difunto debía entregarlo de nuevo a las SS para que lo guardasen en el Castillo de Wewelsburg, lugar sagrado SS, junto al de otros caídos de la orden. Observe que el anillo lleva la firma del mismo Heinrich Himmler.

—¿Qué puede decirme de las runas que rodean a la calavera? —preguntó Burton vivamente interesado y viendo que el rompecabezas empezaba a tener un cierto sentido.

—No conozco el significado de las runas. Sé que son de origen nórdico y algunos creen que tienen poderes o son mágicas. Vea que también hay hojas de roble alrededor de las runas, que forman parte de muchas condecoraciones alemanas. Es una hoja casi sagrada en la cultura nórdica. —Por un momento se detuvo pensativo—. Un momento doctor Burton, creo que tengo algo por aquí que nos puede ayudar. —Se levantó y fue hasta una de las estanterías. Miró con detenimiento durante unos instantes y sacó un volumen de un color oscuro. Se acercó hasta Burton, mientras miraba el libro—. Este libro está escrito por el SS
Brigadenführer
Karl Maria Wiligut, responsable del Departamento de Estudios Históricos de las SS de la Oficina de Raza y Asentamientos, bajo el seudónimo de Karl Maria Weisthor. Se llama
Runen. Nordland
, y creo que nos puede dar las claves de las runas del anillo. Qué casualidad, me lo regaló Tomm y nunca pensé que lo utilizaría… —Se sentó y dibujó las runas del anillo sobre un papel. Luego buscó en el libro dichas runas y su explicación para las SS. Mientras el profesor Da Silva miraba el libro, el silencio del despacho sólo era roto por el sonido de un reloj de pared. Burton esperaba con ansiedad. Da Silva iba apuntando, de forma metódica, debajo de cada runa el nombre de la misma y su significado, según el libro.

El profesor Da Silva terminó su búsqueda y levantó su vista hacia Burton, mientras se sacaba las gafas graduadas.

—Bueno, creo que tenemos algo, doctor Burton. Vayamos por partes y empecemos por lo sencillo. Con referencia a las hojas de roble, estas son consideradas la «hoja tradicional alemana» y por ello tiene su sentido en condecoraciones militares y en este anillo, sosteniendo las runas nórdicas. Y aquí empieza lo más complejo. La calavera, según el libro y para las SS es un «recordatorio de que las SS deben de estar preparadas en todo momento para entregar su vida por el bien del pueblo germánico». Las dos runas iguales a ambos lados de la calavera y enmarcadas en un triángulo, son las runas Sig que, como observará, son como un rayo, esto indica que «representan las siglas SS y que flanquean a la muerte». Si seguimos hacia la izquierda de la calavera y tras la runa Sig, aparece la runa Hagal, enmarcada en un hexágono y que representa que «el portador del anillo no debe olvidar nunca su fe inquebrantable en la orden SS». Luego aparece enmarcada en un cuadrado la runa Esvástica, que quiere decir «la fe inquebrantable en la victoria final de nuestra filosofía nacionalsocialista». Luego llegamos a dos runas o Doble Runa, enmarcadas en un círculo que se halla justo detrás de la calavera, en el otro lado del anillo. Esta runa especial quiere decir que «son los símbolos de nuestro pasado y de la prosperidad que recuperaremos gracias al Nacionalsocialismo». El anillo vuelve a la runa Sig y la calavera central, que remata el conjunto. —El profesor se quedó en silencio tras esta explicación—. Sin duda, es un gran símbolo SS, pero no puedo decirle nada más. Mi conocimiento de este asunto termina aquí.

Burton agradeció el trabajo de Da Silva.

—Creo que esto me aclara algunas dudas, pero tampoco puedo ir mucho más allá, profesor Da Silva. —Luego miró al profesor—. ¿Qué opina usted de que este anillo aparezca en Brasil en 1944, en una persona concreta? ¿Quiere decir algo? —Da Silva movió su cabeza como en señal de duda y levantó sus manos a la vez.

—Es evidente que la persona que lo llevaba aquí en Brasil, según deduzco, debe ser alguien importante en las SS. Seguramente sabrá que la colonia alemana en mi país es muy grande, con cerca de un millón de personas. —Burton afirmó el dato. Era cierto. Da Silva siguió—. Y es evidente que un país como Brasil, tiene importancia estratégica para Alemania en su guerra y posiblemente se mueven militares alemanes de incognito por toda su extensión. También he oído comentarios sobre posibles bases alemanas aquí, pero no sé más ni su ubicación. Seguramente es una leyenda de una quinta columna actuando, aunque es fácil imaginar que perderse por el Mato Grosso y montar algo secreto no es impensable. —miró a Burton—. Aunque debe ser muy complicado —añadió.

—Bueno, profesor, los Estados Unidos tenemos la base aérea de Natal en la costa atlántica. Teóricamente es para detectar los movimientos de los submarinos alemanes que actuan en ese océano y neutralizarlos. Pero es posible que también tenga utilidad para otros fines que desconozco. Quizás hay una guerra soterrada entre los aliados y Alemania en tierra brasileña… —Da Silva sonrió ante este comentario de Burton.

—Yo no oigo cañonazos, doctor Burton. Ni sé de ninguna batalla por aquí. Tampoco me consta que la colonia alemana sea conflictiva, ni que esté llevando a cabo ninguna acción especial. Conozco a algunas personas de dicha colonia y sólo quieren que la guerra acabe cuanto antes. Incluso se ven afectados en sus empresas y negocios completamente normales aquí. Creo que Getúlio Vargas ya no es amigo de Alemania.

—Comprendo, profesor. —Burton se puso de pie—. No quiero molestarle más y le agradezco de nuevo su valioso tiempo conmigo. Creo que me ha aclarado algunos puntos. —Recogió el anillo, lo envolvió de nuevo y se lo guardó en su chaqueta. El profesor Da Silva se incorporó también y estrechó con fuerza la mano de Burton.

—Ha sido muy interesante conocerle y ver de nuevo uno de estos anillos. Ya casi no me acordaba de ellos. Quedo a su entera disposición para cualquier ayuda que necesite. Ya sabe donde estoy y mi teléfono. —Le acompañó hasta la puerta.

—Muchas gracias profesor Da Silva. —Burton salió del despacho y no le fue difícil encontrar la salida de la catedra de Historia.

El profesor Lamberto da Silva volvió a su mesa, descolgó el teléfono y marcó un número. Esperó unos segundos y una voz masculina en alemán contestó al otro lado del auricular. El profesor no titubeó.

—Soy Da Silva. Tenemos algo.

Capítulo 5
Pruebas en el enclave Dignidad

Otoño de 1943

Helmut Langert estiró las piernas. Llevaba ya más de tres horas observando el experimento con un motor experimental antigravitatorio modelo DKA118, que se estaba llevando a cabo en el enclave Dignidad en los Andes chilenos. El propio doctor Karl Sommer y su equipo especializado en campos gravitacionales, gravedad magnética, suministro eléctrico de alto voltaje y modelos atómicos, llevaba a cabo el desarrollo para la futura estación orbital y el Rayo Solar. Schutz le miró y sonrió. Comprendía perfectamente el cansancio de Helmut.

—¿Qué tal si damos un paseo Wilhelm y estiramos las piernas? Sommer y su equipo pueden seguir sin nosotros —le dijo Helmut a su ayudante y amigo, mientras se restregaba los ojos.

—Muy bien —dijo Schutz incorporándose al mismo tiempo. Los dos hombres salieron a través de una puerta blindada custodiada, que daba acceso al enorme laboratorio y área de ensamblaje subterránea. Estaba atardeciendo y el Sol comenzaba a desaparecer entre las enormes montañas andinas. El espectáculo era sobrecogedor. Aunque era verano en toda Sudamérica, la altitud a la que se encontraban hacía que la temperatura fuese fría y por ello iban abrigados. Justo lo contrario que en la Kolonie Waldner 555, donde no habían estaciones anuales.

—Sabes Wilhelm, siempre que vengo a enclave Dignidad creo que estoy en Innsbruck. Me recuerda el Valle de Stubai. —Señaló en trescientos sesenta grados el enorme macizo montañoso, seguramente el más largo del mundo—. Hasta los edificios son tiroleses y no sólo en este enclave, sino en toda la región. —Wilhelm afirmó las palabras de Helmut.

—Pero no sólo aquí, Helmut, en Bariloche y en la Patagonia argentina sucede lo mismo. Creo que la presencia alemana desde el siglo
XIX
se nota. —Tras unos minutos hablando de temas intrascendentes, Helmut se sinceró con Schutz.

—La verdad es que quería hablar contigo a solas. —Schutz no mostró sorpresa ante las palabras de Helmut.

—Te conozco bastante bien y llevas varios días un poco intranquilo, diría yo ¿es cierto? —Helmut se detuvo, mirando al suelo, luego levantó la mirada hacia su compañero.

—¿Cómo ves el futuro de Alemania, Wilhelm? Te lo pregunto con toda la franqueza y evidentemente de forma confidencial. —Schutz miró hacia las montañas, hacia un punto indefinido de las mismas.

—Sólo sé que tenemos una labor ciclópea por delante y un enemigo con recursos casi ilimitados, con fabricación continuada estandarizada y sin problemas. Lo tenemos muy difícil, creo yo, pero con posibilidades en función de nuestras investigaciones. —Helmut afirmó con la cabeza las palabras de su compañero.

—Opino lo mismo, Wilhelm. Pero no sé hasta dónde llegaremos. Creo que estamos desarrollando un trabajo importantísimo para nuestra patria, pero el futuro es incierto por un problema de tiempo y recursos disponibles.

Siguieron caminando hasta llegar a un banco situado en una especie de mirador que parecía volar sobre las montañas. La luz solar era ya tímida frente a la oscuridad nocturna que llegaba victoriosa e imparable. Schutz continuó.

—Además tengo acceso a comunicados en español y portugués tanto de los medios de comunicación como de medios diplomáticos de toda Sudamérica, y estoy observando una cierta tendencia hacia los aliados, poco perceptible por ahora pero que puede convertirse en un problema para nosotros si sigue así. Las ratas empiezan a abandonar el barco… —La cara de Helmut demostró una cierta sorpresa ante el comentario de su compañero, aunque no era una sorpresa total. Helmut también había notado algo.

—La última vez que estuve en Metales Brasileiros, reconozco que el ambiente era algo distinto y estoy de acuerdo contigo en que poco perceptible. Pero algo había. Los contactos que tengo con la gente del presidente Getúlio Vargas no lo indican así, pero es posible que esa gente nos venda en un momento dado. No podemos fiarnos. —Schutz miraba de nuevo hacia las montañas, cada vez más oscuras y amenazantes.

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