Kolonie Waldner 555 (15 page)

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Authors: Felipe Botaya

Tags: #Intriga, #Ciencia Ficción, #Bélico

Schelling golpeó la frente de Burton que cayó pesadamente en el suelo, con un ruido sordo. Al instante, los tres hombres que habían llevado a Burton hasta la sala, entraron en la misma y pusieron el cuerpo desvanecido en el sillón. Mientras tanto Schelling guardó la pistola en su funda. Un pequeño corte en la frente de Burton comenzó a sangrar.

—Ponedle una venda y llevadle de nuevo a su habitación. Le veré más tarde. Dejad que reflexione —ordenó Schelling a sus hombres, que sonrieron por el último comentario.

De nuevo se sintió aturdido mentalmente y aterido de frío físicamente al despertar. Notó la venda que cubría parte de su frente. La sintió empapada de su propia sangre. Iba reaccionando poco a poco mientras miraba aquella bombilla mortecina que apenas daba luz. Estaba en la misma habitación que la vez anterior, aunque ahora tenía una idea algo más clara de en manos de quién estaba. De todas maneras, no entendía aquel interés por él. No creía que aquel anillo fuese tan importante como para sufrir lo que estaba sufriendo. ¿Cuánto rato había pasado? ¿Y Rachel… dónde estaría prisionera? ¿Qué hora era? Sentía hambre y quería ir al cuarto de baño también. Esperaba que aquel golpe en la cabeza no le supusiera ningún problema. Conocía efectos secundarios muy molestos e incluso desagradables que había visto en pacientes golpeados en peleas o accidentes. No notaba nada anormal, aunque se prometió realizarse algunas pruebas en el hospital cuando pudiese regresar. Se puso en pie y se dirigió a la puerta con cierta dificultad. Estaba cerrada. Dio varios golpes para llamar la atención de sus captores.

Al poco unos pasos se dirigieron a su puerta. Tras abrir la puerta, dos hombres estaban en el umbral con sendas pistolas apuntándole.

—Quiero ir al cuarto de baño, por favor —Le acompañaron a un baño a muy poca distancia de su cuarto. Al pasar frente a las silenciosas puertas, le atenazó la duda de que Rachel pudiese estar en una de aquellas habitaciones. Tras acabar, volvieron a acompañarle a su habitación—. Quiero volver a mi vida normal con mi mujer y quiero verla… ¿Está aquí? —Uno de los guardias le abrió la puerta.

—No se preocupe doctor Burton, pronto terminará todo.

—Burton entró en la habitación y se sentó pesadamente en la cama. La puerta se cerró suavemente y oyó como giraban la llave de la cerradura. Volvía a estar donde estaba. Nada había cambiado, pero ahora se sentía muy angustiado por la implicación de su mujer en todo aquello, que seguía sin comprender.

Se tumbó y volvió a conciliar el sueño. No tenía otra opción. Su cuerpo necesitaba descansar y Burton se dejó llevar por ello; físicamente sabía que así era. Era una defensa natural ante una agresión, como lo es un desmayo. Un ruido de pasos le despertó, sin saber el tiempo que había pasado desde que volvió a la habitación. La puerta se abrió y apareció Schelling con sus dos adláteres.

—¿Cómo se encuentra, doctor Burton? Veo que ha descansado, lleva más de seis horas durmiendo. —Burton se sorprendió del tiempo transcurrido.

—Dígame qué quiere de mí y de mi esposa y déjenos marchar. Nosotros no tenemos ningún interés para usted y los suyos. —Schelling le indicó la puerta, invitándole a salir.

—Es posible que ahora esté más tranquilo y escuche lo que quiero proponerle. En función de su ayuda, su mujer y usted podrán regresar sin problemas. Le doy mi palabra, doctor Burton. —El doctor sonrió.

—Antes quiero ver a mi esposa, ¿está aquí?. —Se incorporó del lecho. Schelling contestó.

—Su esposa, Rachel, no está aquí ya que este no es lugar para mujeres. Le garantizo que está en perfectas condiciones y sabe de su estancia con nosotros… —Mientras se dirigía hacia la puerta, Burton no pudo contenerse.

—Eso es un eufemismo hipócrita, señor Schelling. Mi «estancia» con ustedes es forzada, esto no es un hotel, y su resultado estará en función de mi colaboración, ¿es así?. Yo lo llamo secuestro. —Schelling no contestó a las palabras de Burton.

—Sígame, doctor.

Volvieron a subir hasta la sala donde se hallaba la biblioteca y el piano. Una vez allí, volvieron a quedarse solos Schelling y él.

—Bien doctor, siéntese y hablemos como dos caballeros. —Le indicó la misma butaca de la vez anterior.

—Sí, la única diferencia es que usted tiene una pistola y yo no. Esto no es de caballeros. No tengo muchas opciones ¿verdad? —Con voz tranquila Schelling contestó.

—Puedo comprender su malestar, pero nuestra situación requiere que usted nos ayude. En el fondo, nosotros le necesitamos. Así de claro y eso hace que usted sea importante. No me importa admitirlo. —Burton se sorprendió de la claridad de su interlocutor. Era otra forma de ver aquella situación en la que él no había caído.

—Entonces, antes que nada, déjeme hablar con mi mujer. Quiero saber que está viva y bien. Luego hablamos todo lo que usted quiera.

Schelling se giró y alcanzó un teléfono que se hallaba en una mesita auxiliar. Sin decir nada, marcó un número y al poco empezó una conversación en alemán con alguien al otro lado de la línea. Tras unos segundos, le pasó el auricular a Burton.

—Es su mujer, doctor. —Burton tomó el teléfono y reconoció la voz de Rachel. Se sentía muy nervioso.

—¿Qué sucede Edward? ¿Dónde estás? Esto es horrible. Me han secuestrado y no sé nada de ti… —Su voz cambio de tono—. No quiero alarmarte, cariño, lo siento… —le dijo.

—Todo irá bien, no te preocupes Rachel. Tengo muchas ganas de verte —dijo Burton, tratando de que no se le notase la voz preocupada.

—No sé dónde estoy, Edward, se oye ruido de calle, pero no estoy segura, no puedo moverme de mi habitación. —Burton sentía una gran rabia por todo aquello, pero su mujer parecía tener todavía fuerza de ánimo—. Espero que todo esto acabe pronto y nos podamos ver —le dijo Rachel—. Ahora tengo que dejarte. Me indican que cuelgue. —Se oyó una voz femenina en inglés, que le indicaba que colgase. Rachel obedeció. Burton mantuvo el auricular en su oreja durante unos segundos sin decir palabra mientras la línea comunicaba, luego se lo pasó a Schelling.

—Tranquilo, doctor. Su mujer está bien y bien cuidada también. No se preocupe. —El rostro de Burton demostraba que aquella situación le superaba, se sentía impotente: estaba dispuesto a escuchar la propuesta de sus captores. Fue claro.

—En estas circunstancias no tengo margen de maniobra ¿verdad? —Schelling se recostó en su butaca.

—Digamos que limitado, si me lo permite, doctor. —La ironía de su captor no le hizo gracia a Burton, pero no tenía otra opción que continuar y tratar de desvelar qué se esperaba de él. Schelling tampoco perdió el tiempo al ver la nueva actitud de su secuestrado. Encendió un cigarrillo.

—Me parece una excelente actitud. —Schelling se acercó a su interlocutor—. Verá doctor, el paciente que llegó a su hospital con graves quemaduras, August Stukenbrok, y que fue llevado hasta la base aérea de Natal por el general White, es de nuestra máxima importancia. Nuestra operación en el continente sudamericano está en peligro por la captura de este miembro de nuestra organización. No me importa decirle esto ya que usted tiene que ser consciente de la importancia de su trabajo con nosotros. Por ello, tenemos a su mujer retenida hasta que todo esto acabe. Lo lamento, pero no podemos correr riesgos. No tenemos nada contra usted y cuando lo que quiero proponerle se haya realizado, usted y su mujer podrán seguir su vida normal y corriente y nosotros sólo seremos historia para usted. Por descontado y debido a las molestias que le podamos ocasionar, tenemos previsto ingresarle una cantidad suficiente de dinero como para permitirle vivir cómodamente el resto de su vida a usted y a su familia. El dinero le será ingresado en la cuenta que usted nos indique, en el país que desee, a través de una de nuestras empresas de cobertura. Hablamos de medio millón de doláres. Sabemos reconocer y apreciar su ayuda. La mitad se la ingresaremos cuando usted parta hacia la misión y el resto al terminar. Luego indíquenos dónde quiere que efectuemos el ingreso.

—¿Me está usted diciendo que lleve a cabo un trabajo para ustedes en contra de mi país, una traición? ¿Está usted dando por hecha mi participación? —preguntó Burton, conocedor de la respuesta.

—No lo vea de esa manera, está usted dramatizando, doctor —sonrió Schelling—. Digamos que usted irá a ver y a atender a un paciente que le fue arrebatado, por el cual demuestra un interés lógico de galeno y una vez allí lo eliminará. De hecho y, hasta donde sabemos, está en muy mal estado y por ello no tiene sentido que continue vivo. Le evitaremos un sufrimiento absurdo, nosotros evitamos un problema y usted podrá salir rico de esta operación que no tiene mayor complicación para un médico. También, no lo olvide, podrá resarcirse de la humilación a la que le sometió el general White en su hospital y delante de su equipo —recalcó estas últimas palabras.

Burton no podía dar crédito a sus oidos:

—Esto último no es importante para mí, señor Schelling —dijo con desagrado, pero siguió—. Y ¿cómo cree que yo puedo entrar en una base militar de los Estados Unidos en pleno conflicto mundial? —Schelling captó inmediatamente que esa pregunta de Burton ya daba a entender de nuevo una posición positiva a la propuesta. Se trataba de entrar en detalles. Limar asperezas.

—Deberá usted emitir un documento oficial de su hospital por el cual tras el incidente y el parte que usted hizo a la dirección del mismo, están fuertemente interesados en la suerte de su paciente ya que el gobierno de Getúlio Vargas, a través del Ministerio de Sanidad, les pide aclaraciones del mismo. Schelling se puso de pie. Se dirigió a una mesa, cogió un sobre marrón del tamaño de una cuartilla, se acercó a Burton y se lo entregó. Volvió a sentarse. Era un sobre oficial del gobierno brasileño. Burton lo miró con detenimiento. Lo abrió y de su interior extrajo una carta con los membretes oficiales de estado, en la cual se indicaba que el gobierno brasileño estaba interesado en saber el paradero del paciente—. Este será su salvoconducto y le permitirá franquear todas las barreras administrativas para poder ver al paciente en la base de Natal. Ni siquiera los militares pueden discutir algo así y sobre todo en un país amigo que cede territorio sin demasiadas preguntas. El que sea usted norteamericano y el médico que atendió al paciente, facilitará todo el trabajo. Es lógico que usted haya denunciado lo que pasó a las autoridades brasileñas. Una vez allí deberá deshacerse de Stukenbrok.

—Le recuerdo, señor Schelling, que yo he hecho el juramento hipocrático y mi deber es salvar vidas, no eliminarlas —adujo Burton a la propuesta del alemán. —Cierto, doctor, pero también es cierto que usted quiere evitar un sufrimiento injustificado a alguien que está más cerca de la muerte que de la vida ¿me comprende?. —Miró fijamente a Burton durante unos segundos, luego siguió—. Si sobrevive, Stukenbrok no sólo quedará con secuelas terribles, no volverá a ser el mismo, sino que ahora es un problema muy grave para nosotros. Además, hay vidas que no merecen ser vividas en ese estado… —Burton estaba asombrado de la frialdad de Schelling al tratar todo el asunto. Una vida humana estaba en juego.

—Y ¿cómo cree que puedo eliminar a Stukenbrok sin levantar sospechas? —La pregunta le resultó nuevamente grata a Schelling. Burton seguía entrando en la propuesta.

—No soy médico, pero una inyección de insulina en la base de la lengua le provocará un coma diabético en poco tiempo, que no dejará huellas y es de alta efectividad. Se lo aseguro. —El conocimiento de Schelling sobre esta aplicación de la insulina le hizo ver a Burton que quizás no era la primera vez que la utilizaba con ese propósito—. Puedo asegurarle que Stukenbrok no es diabético —indicó el doctor Burton con autoridad—. Pero usted sabe que un cuerpo con el
shock
y las quemaduras que presentaba Stukenbrok está fuera de control y puede sufrir cuadros no habituales. El cuerpo quiere curarse y utiliza cualquier sistema interno de ayuda; eso está fuera del control del paciente. Es innato —Burton asintió las palabras de Schelling. Este se sentía muy seguro y afirmó—. Un coma diabético entra dentro de las posibilidades. Ese será el sistema, Edward.

El doctor Burton permaneció en silencio unos instantes. Su cabeza le daba vueltas a la descabellada propuesta, que además le haría partícipe de una traición a los Estados Unidos y colaborador de sus enemigos. Su mujer se hallaba secuestrada y eso le volvía loco de impotencia. Trató de ver la parte positiva, eliminaría a un alemán, un enemigo. Su mujer quedaría libre y él también y además cobraría una cantidad de dinero que le permitiría vivir desahogadamente el resto de su vida y montar su consulta en San Luis, su gran ilusión. ¿Qué hacer? El riesgo era muy elevado. El hospital de Manaos no le pondría problemas para viajar a Natal unos días. No tenía que levantar sospechas. Era cierto que él quería estar al margen de la guerra
y por eso estaba en Brasil, aunque aplicaría sus conocimientos adquiridos a los veteranos y excombatientes cuando todo terminase. Tenía buenos contactos en el ejército, con los que contaba en su vuelta a su vida normal en los Estados Unidos…

—¿Qué me dice, Edward? —La voz de Schelling sonó como un suave estilete cortando de golpe sus pensamientos—. No tenemos mucho tiempo y necesitamos su respuesta ahora. —Burton movía la cabeza, mientras sus ojos miraban al suelo.

—Créame, señor Schelling, es la peor decisión de mi vida y en unas circunstancias extremas. Estoy absolutamente sobrepasado. Lo que me pide me marcará de por vida, siempre seré un traidor a mi país si acepto su propuesta. —Schelling sonrió—. No se preocupe, sabrá superarlo. Los norteamericanos son muy prácticos ante un negocio. El dinero y la felicidad que les reportará a usted y a su mujer serán un buen «paliativo», ¿no cree? Obtendrá en días lo que tardaría años en obtener. —Burton miró a Schelling con frialdad.

—Señor Schelling, esto no es un negocio. Dígame que no volveré a verles, dígame que nos librarán de este secuestro a mi mujer y a mí. —Schelling se puso de pie y extendió su mano.

—Tiene mi palabra doctor Burton. —Burton esperó unos segundos, también se puso de pie y aceptó el apretón de manos de su captor. La suerte estaba echada.

Schelling abrió una botella de champán Bollinger que estaba preparada en hielo, bien
frappé
, junto al piano. Hizo girar el globo terráqueo con un movimiento no exento de cierta teatralidad. Le pasó una copa a Burton.— Le felicito por su decisión. No se arrepentirá. Bien, no perdamos tiempo, ¡ya estamos en marcha! Hemos arreglado lo de su incomparencencia en el hospital durante los dos días que ha estado aquí. Tenemos buenos contactos, no hay problema. Nos permitirá que le devolvamos a su casa esta noche con los ojos vendados. No debe saber dónde nos encontramos. Lo siento, seguridad. —Se sentó de nuevo junto a Burton—. Ahora, Edward, cuando mañana esté en su oficina deberá usted preparar la documentación del hospital que adjuntará a la carta oficial del gobierno de Brasil y que le envia a Natal para visitar al paciente August Stukenbrok. Tenemos un billete de avión Manaos-Natal, para mañana por la mañana. El de regreso al cumplimentar la misión. Llegará al atardecer a Natal y se hospedará en el hotel Cidade do Sol, en el centro de la ciudad. Nosotros enviaremos la citación oficial de su visita a la base-hospital ciento noventa y cuatro de la base aérea de Parnamirin, en los suburbios de Natal para el veintitrés de febrero de 1944. Le acompañarán dos de nuestros hombres. Son médicos y también han vivido en los Estados Unidos, aunque de origen alemán. Hablan un inglés perfecto y disponen de pasaportes norteamericanos. Ellos me indicarán el éxito de la misión y le ayudarán en todo lo que necesite. No los vea como unos guardianes, sino como compañeros; como parte de su equipo en Manaos. —Burton sonrió pesadamente.

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