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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Komarr (7 page)

Así que su tío, si había prestado atención a los informes, disponía del tipo de información médica sobre las mutaciones de Vorkosigan que ella quería saber. Los médicos militares eran concienzudos.

—Así que en vez de dejar que toda esa formación y experiencia se malgastaran —continuó el tío Vorthys—, Gregor encontró un trabajo para Vorkosigan en el mundo civil. La mayoría de los deberes de un Auditor no son demasiado onerosos físicamente… aunque lo confieso, ha sido útil disponer de alguien más joven y delgado que yo para que saliera de la estación y fuera a inspeccionar metido dentro de un traje de presión. Me temo que he abusado un poco de su paciencia, pero ha demostrado ser muy observador.

—¿Entonces es de verdad tu ayudante?

—En modo alguno. ¿Quién es el idiota que ha dicho eso? Todos los Auditores son iguales. La veteranía sólo sirve para cargarte de ciertos deberes administrativos, en las raras ocasiones en que actuamos en grupo. Vorkosigan, al ser un joven bien educado, es amable con mis canas, pero es un Auditor independiente por derecho propio, y va allá donde le apetece. En este momento disfruta estudiando mis métodos. Y desde luego yo aprovecharé la oportunidad para estudiar los suyos.

»Nuestro cargo imperial no viene con un manual, ¿sabes? Una vez se propuso que los Auditores crearan uno, pero llegaron a la conclusión (sabiamente, creo) de que haría más mal que bien. A cambio, tenemos sólo nuestros archivos de los informes imperiales; precedentes, sin reglas. Últimamente, algunos de nuestros colegas más recientes han estado intentando leer unos cuantos informes antiguos cada semana, y luego se reúnen a cenar, discutir los casos y analizar cómo fueron llevados. Fascinante. Y delicioso. Vorkosigan tiene una cocinera extraordinaria.

—Pero ésta es su primera misión, ¿no? Y… fue designado sin más, por capricho del Emperador.

—Recibió primero un nombramiento provisional como Noveno Auditor. Una misión muy difícil, dentro de la propia SegImp. Una de esas misiones que a mí no me gustan.

A ella no se le habían pasado por alto todas las noticias.

—Oh, cielos. ¿Tuvo algo que ver con el hecho de que SegImp cambiara de jefe dos veces el invierno pasado?

—Prefiero investigar casos de ingeniería —observó suavemente su tío.

Los sándwiches de ensalada de pollo cultivado llegaron mientras Ekaterin reflexionaba. ¿Qué era lo que estaba buscando, después de todo? Vorkosigan la preocupaba, tenía que admitirlo, con su fría sonrisa y sus cálidos ojos, y no podía decir por qué. Tendía a ser sardónico. Sin duda ella no tenía ningún prejuicio inconsciente contra los mutantes, cuando el propio Nikolai…
En la Era del Aislamiento, si yo hubiera sido madre de alguien como Vorkosigan, habría sido mi deber maternal para con el genoma cortarle la garganta
.

Nikki, felizmente, habría escapado de mi acción. Durante algún tiempo
.

La Era del Aislamiento ha terminado para siempre. Gracias a Dios
.

—Al parecer te agrada Vorkosigan —empezó a decir, buscando una vez más la información que pretendía.

—Y a tu tía también. La profesora y yo lo invitamos a cenar varias veces el invierno pasado, y fue ahí donde a Vorkosigan se le ocurrió la idea de las reuniones de discusión, ahora que lo pienso. Sé que al principio es bastante callado, incluso cauteloso, pero puede ser muy agudo, cuando lo conoces.

—¿Te divierte?

Desde luego, divertido no había sido su primera impresión.

Él tragó otro bocado del sándwich, y contempló de nuevo el irregular borrón blanco en las nubes que indicaban en ese momento la posición del espejo.

—Enseñé ingeniería durante treinta años. Tenía sus pegas. Pero cada año tenía el placer de encontrar en mis clases a unos cuantos alumnos que hacían que todo mereciera la pena, los mejores y más brillantes —bebió un poco de té y habló más despacio—. Pero con mucha menos frecuencia, cada cinco o diez años, aparecía un auténtico genio entre mis estudiantes, y el placer se convertía en un privilegio que atesorar de por vida.

—¿Crees que Vorkosigan es un genio? —dijo ella, alzando las cejas.
¿El enano Vor?

—Todavía no lo conozco lo suficiente. Pero eso me parece, parte del tiempo.

—¿Se puede ser un genio parte del tiempo?

—Todos los genios que he conocido eran así. Para serlo, sólo tienes que ser grande una vez. Cuando importa. Ah, el postre. ¡Vaya, está espléndido!

Y se dedicó felizmente a un gran pastel de chocolate con crema batida y nueces.

Ella quería datos personales, pero seguía recibiendo sinopsis de su carrera. Tendría que tomar un camino más embarazosamente directo. Mientras tomaba la primera cucharada de su tarta de manzana y helado, hizo acopio de valor.

—¿Está casado? —preguntó.

—No.

—Eso me sorprende —¿o no?—. Es un alto Vor, cielos, de los más altos… Será Conde de Distrito algún día, ¿no? Es rico, o eso supongo, tiene una posición importante…

Se calló. ¿Qué quería decir?
¿Qué tiene de raro que no tenga todavía su propia dama? ¿Qué clase de fallo genético le hizo ser lo que es, y fue por herencia materna o paterna? ¿Es impotente, es estéril, cómo es de verdad bajo esas ropas caras? ¿Será seguro dejar a Nikolai a solas con él?
No podía decir nada de eso, y sus oblicuas insinuaciones no se acercaban ni remotamente a las preguntas que buscaba. Rayos, no hubiera tenido tantos problemas para conseguir la información que quería si hablara con la profesora.

—Ha estado fuera del Imperio durante la mayor parte de la última década —dijo el tío Vorthys, como si eso lo explicara todo.

—¿Tiene hermanos?

¿Hermanos o hermanas normales?

—No.

Eso es mala señal
.

—Oh, retiro lo dicho —añadió el tío Vorthys—. No tiene hermanos en el sentido habitual, debería decir. Tiene un clon. Pero no se parece a él.

—Que no… si es… no comprendo.

—Será mejor que te lo explique Vorkosigan si sientes curiosidad. Es complicado incluso para él. No he visto en persona al otro tipo. —Mientras masticaba el pastel de crema y chocolate, añadió—: Hablando de hermanos, ¿no vas a encargar ninguno para Nikolai? Vas a tener una familia muy irregular, si esperas mucho.

Ella sonrió de pánico. ¿Se atrevería a decírselo? La acusación de traición de Tien todavía quemaba en su memoria, pero estaba tan cansada, agotada, harta de los estúpidos secretos. Si tan sólo su tía estuviera aquí…

Fue levemente consciente de su implante anticonceptivo, el único elemento de la tecnocultura galáctica que Tien había abrazado sin dudar. Le proporcionaba esterilidad galáctica sin libertad galáctica. Las mujeres modernas cambiaban alegremente la letal lotería de la fertilidad por las certidumbres de la salud y los resultados que proporcionaba el uso del replicador uterino, pero la obsesión de Tien por ocultar su estado la había apartado también de eso. Aunque él fuera curado somáticamente, sus espermatozoides no lo serían, y sus hijos tendrían que ser examinados genéticamente. ¿Pretendía no tener más hijos en el futuro? Cuando ella intentaba hablar del tema, él lo zanjaba con un simple «Lo primero es lo primero»; cuando ella insistía, él se enfurecía, acusándola de descuidada y egoísta. Eso siempre conseguía cerrarle la boca.

Rehuyó la pregunta de su tío.

—No hemos parado de movernos. Sigo esperando a que la carrera de Tien se asiente.

—Parece haber sido bastante, hum, inquieto —él alzó las cejas, invitándola… ¿a qué?

—Yo… no pretenderé que no ha sido difícil. —Era bastante cierto. Trece trabajos distintos en una década. ¿Era normal para un burócrata en alza? Tien decía que era una necesidad, ningún jefe ascendía jamás desde dentro o elevaba a un antiguo subordinado por encima de él: había que cambiar para ascender—. Nos hemos mudado ocho veces. He abandonado seis jardines, hasta ahora. En los dos últimos destinos no planté nada, excepto en macetas. Y cuando vinimos aquí tuve que dejar la mayoría de las macetas.

Tal vez Tien se quedaría con este puesto komarrés. ¿Cómo podría recoger alguna vez las recompensas de ascensos y veteranía, la posición que anhelaba, si nunca se quedaba en ningún sitio el tiempo suficiente para conseguirlo? Sus primeros destinos, ella estaba de acuerdo, habían sido mediocres; Ekaterin no tuvo ningún problema para reconocer por qué él quiso marcharse rápidamente. Los primeros años de un matrimonio joven se supone que deben ser inquietos, mientras se acomodan a su nueva vida de adultos. Bueno, al menos en el caso de ella: sólo tenía veinte años cuando se casaron, después de todo. Tien ya tenía treinta.

Empezaba cada trabajo con un estallido de entusiasmo, y trabajaba duro, o al menos muchas horas. Sin duda nadie podía hacerlo mejor. Entonces el entusiasmo se apagaba, y empezaban las quejas: demasiado trabajo, poquísimas recompensas ofrecidas muy despacio. Compañeros perezosos, jefes inútiles. Al menos, eso decía él. Ésa era su señal de peligro. Cuando Tien empezaba a hacer comentarios sexuales despectivos sobre sus superiores, significaba que el trabajo iba a acabar otra vez. Entonces encontraba uno nuevo… aunque, últimamente, cada vez parecía más difícil. Y su entusiasmo se encendía otra vez, y el ciclo empezaba de nuevo. Los sentidos hipersensibles de Ekaterin no habían captado aún ninguna mala señal en este trabajo, y ya llevaban aquí casi un año. Tal vez Tien había encontrado ya su… ¿cómo lo había llamado Vorkosigan? Su pasión. Éste era el mejor puesto que había conseguido hasta el momento; quizá las cosas iban a empezar a ir a mejor, para variar. Si ella aguantaba lo suficiente, todo mejoraría, la virtud sería recompensada. Y… con ese asunto de la Distrofia de Vorzohn gravitando sobre ellos, Tien tenía buenos motivos para ser impaciente. Su tiempo no era ilimitado.

¿Y el tuyo lo es?
Desterró ese pensamiento.

—Tu tía no está segura de que las cosas te vayan bien. ¿No te gusta Komarr?

—Oh, Komarr está bien —dijo ella rápidamente—. Lo admito, siento un poco de nostalgia del hogar, pero eso no quiere decir que no me guste estar aquí.

—Ella pensaba que aprovecharías la oportunidad para meter a Nikki en una escuela komarresa, por la experiencia cultural, como diría ella. No quiero decir que ese colegio que hemos visto esta mañana no esté bien, claro, y así se lo diré a tu tía para tranquilizarla, lo prometo.

—Estuve tentada. Pero al ser de Barrayar, un extranjero en una clase komarresa, podría haber sido difícil para Nikki. Ya sabes cómo los chicos pueden acosar a alguien distinto a esa edad. Tien pensó que esa escuela privada sería mucho mejor. Un montón de familias de altos Vor del Sector envían allí a sus hijos. Pensó que Nikki podría hacer buenos contactos.

—No tenía la impresión de que Nikki fuera socialmente ambicioso —la sequedad quedó mitigada por una ligera sonrisa.

¿Cómo podía ella responder a eso? ¿Defender una opción con la que no estaba de acuerdo? ¿Admitir que creía que Tien estaba equivocado? Si empezaba a quejarse de Tien, no estaba segura de ser capaz de parar antes de que sus peores preocupaciones empezaran a surgir. Y la gente que se quejaba de sus cónyuges siempre resultaba desagradable.

—Bueno, contactos para mí, al menos.

Aunque no podía decirse que hubiera tenido energías para explotarlas tan asiduamente como Tien pensaba que debería.

—Ah. Es bueno que hagas amigas.

—Sí, bueno… sí —terminó la confitura de manzana del plato.

Cuando alzó la cabeza, vio a un joven y apuesto komarrés que se había detenido ante la puerta del patio del restaurante y la estaba mirando. Después de un momento, entró y se acercó a su mesa.

—¿Señora Vorsoisson? —dijo, inseguro.

—¿Sí? —preguntó ella, con cautela.

—Oh, bueno, me pareció reconocerla. Me llamo Andro Farr. Nos conocimos en la recepción de la Feria de Invierno que se ofreció a los empleados de terraformación de Serifosa hace unos cuantos meses, ¿se acuerda?

Vagamente.

—Oh, sí. ¿Era usted invitado de…?

—Sí. Marie Trogir. Es técnico en el departamento de Gestión de Calor Residual. O lo era. ¿La conoce usted? Quiero decir, ¿ha hablado alguna vez con ella?

—No, en realidad no.

Ekaterin había visto a la joven komarresa unas tres veces, en actos del Proyecto cuidadosamente coreografiados. Normalmente era demasiado consciente de que era la representante de Tien, de la necesidad de conocer y saludar cordialmente a todo el mundo, de entablar conversaciones íntimas.

—¿Pretendía ella hablar conmigo?

El joven mostró su decepción.

—No lo sé. Pensaba que tal vez fueran amigas, o al menos conocidas. He hablado con todos sus amigos que he podido encontrar.

—Hum… ¿sí? —Ekaterin no estaba del todo segura de querer continuar esta conversación.

Farr pareció advertir su cautela; se ruborizó levemente.

—Discúlpeme. Creo que me encuentro en una situación doméstica bastante dolorosa, y no sé por qué. Me pilló por sorpresa. Pero… verá, hace unas seis semanas, Marie me dijo que iba a salir de la ciudad en un trabajo de campo para su departamento, y que volvería en unas cinco semanas, aunque no estaba segura del todo. No me dio ningún código de comuconsola para contactar con ella, dijo que probablemente no podría llamar, y que no me preocupara.

—¿Vive usted, ejem, con ella?

—Sí. El tiempo fue pasando, fue pasando y no recibí… Al final llamé al jefe de su departamento, el administrador Soudha. Se mostró vago. De hecho, creo que me dio largas. Así que me presenté allí en persona y pregunté. Cuando finalmente lo acorralé, me dijo —Farr tragó saliva— que ella había dimitido de repente hacía seis semanas y se había marchado. Igual que su jefe inmediato, Radovas, con el que ella me dijo que iba a trabajar. Soudha pareció dar a entender que ellos… se habían fugado juntos. No tiene sentido.

La idea de abandonar una relación y marcharse sin rumbo fijo tenía perfecto sentido para Ekaterin, pero no podía decirlo. ¿Quién sabía qué profundas insatisfacciones no había sido capaz de detectar Farr en su amante?

—Lo siento, no sé nada de eso. Tien nunca me lo mencionó.

—Lamento haberla molestado, señora —él vaciló, a punto de darse la vuelta.

—¿Ha hablado con la señora Radovas? —preguntó Ekaterin.

—Lo intenté. No quiso hablar conmigo.

También eso era comprensible, si su marido se había fugado con una mujer más joven y hermosa.

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