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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Komarr (9 page)

Hizo un gesto hacia una agradable y algo regordeta dama de mediana edad, identificada antes como jefa de Reserva de Carbono.

Ella sonrió feliz, por lo cual Miles dedujo que las responsabilidades de su departamento iban bien este año.

—Sí, señores. Tenemos varias formas de vegetación superior en diversos campos de pruebas que experimentan desarrollo o mejoras genéticas. Hasta ahora nuestro mayor éxito son las turberas. Requieren agua líquida y, como siempre, les iría mejor con temperaturas superiores. Lo ideal sería que estuvieran colocadas en zonas de substracción, para separar realmente el carbono a largo plazo, pero el Sector Serifosa carece de ellas. Por eso hemos escogido zonas bajas que, cuando se libere el agua de los polos, quedarán cubiertas de lagos y pequeños mares, y encerrarán el carbono capturado bajo una capa de sedimentos. El proceso funcionará automáticamente si se hace bien, sin necesidad de intervención humana. Si pudiéramos conseguir los fondos para duplicar o triplicar la zona de nuestras plantaciones en los próximos años… Bueno, éstos son mis cálculos.

Vorthys recogió otro disco de datos.

—Hemos iniciado varios campos de pruebas con plantas superiores, para que sigan a las turberas. Estos organismos superiores son, por supuesto, infinitamente más controlables que la microflora y sus rápidas mutaciones. Ya están preparados para pasar a plantaciones más amplias. Pero cada vez se ven más amenazados por la reducción de calor y luz del espejo. Debemos hacer una estimación digna de confianza sobre cuánto tiempo se tardará en repararlo antes de atrevernos a continuar con nuestros planes.

Miró anhelante a Vorthys.

—Gracias, señora —dijo Vorthys por toda respuesta.

—Planeamos sobrevolar las plantaciones de turberas esta tarde —le dijo Vorsoisson. Ella se retiró, temporalmente satisfecha.

Y así fueron continuando todos los miembros de la mesa: más datos de los que Miles jamás hubiera querido saber sobre la terraformación de Komarr, intercalados con disimuladas, y no tan disimuladas, peticiones de aumento de subvenciones imperiales. Y de calor y de luz.
El poder corrompe, pero nosotros queremos energía
. Sólo Contabilidad y Gestión de Calor Residual habían conseguido llegar a la reunión con copias duplicadas de sus informes pertinentes para Miles, quien controló el impulso de hacérselo notar a alguien. ¿De verdad quería otros cientos de miles de palabras que leer antes de acostarse? Sus cicatrices más recientes empezaban a dolerle cuando todos acabaron de hablar, sin tener la excusa de ayer del cansancio físico de la visita al desastre dentro de un traje de presión. Se levantó del asiento más dolorido de lo que esperaba; Vorthys hizo gesto de ayudarlo, pero al ver que Miles fruncía el ceño y sacudía ligeramente la cabeza, se detuvo. En realidad no necesitaba un trago, sólo quería uno.

—Ah, administrador Soudha —dijo Vorthys, mientras el jefe del departamento de Calor Residual se dirigía hacia la puerta—. ¿Tiene un momento, por favor?

Soudha se detuvo, y sonrió débilmente.

—¿Mi señor Auditor?

—¿Había algún motivo especial para que no pudiese ayudar a ese joven, Farr, a encontrar a su amiga desaparecida?

Soudha vaciló.

—¿Cómo dice?

—El tipo que estaba buscando a su antigua empleada, Marie Trogir, creo que dijo que se llamaba. ¿Había algún motivo para que no pudiera ayudarlo?

—Oh, él. Ella. Bueno, esto… fue un asunto difícil. —Soudha miró alrededor, pero la habitación se había quedado vacía, a excepción de Vorsoisson y Vennie que esperaban para acompañar a sus importantes invitados.

—Le recomendé que pusiera una denuncia en Personas Desaparecidas. Puede que los de Seguridad vengan a hacerle alguna pregunta.

—Yo… no creo que pueda ayudarlos más de lo que pude ayudar a Farr. Me temo que en realidad no sé dónde está la mujer. Se marchó, ¿sabe? De repente, de un día para otro. Me creó un problema de personal en un momento difícil. No me hizo mucha gracia.

—Eso dijo Farr. Pero me pareció raro lo de los gatos. Una de mis hijas tiene gatos. Unos parásitos espantosos, pero los quiere mucho.

—¿Gatos? —dijo Soudha, cada vez más estupefacto.

—Parece que Trogir dejó sus gatos con Farr.

Soudha parpadeó.

—Siempre he considerado fuera de lugar entrometerme en la vida personal de mis subordinados —dijo—. Hombres o animales, era asunto de Trogir, no mío. Mientras el proyecto estuviera a tiempo. Yo… ¿algo más?

—En realidad no.

—Entonces, si me disculpa, mi señor Auditor. —Soudha volvió a sonreír, y se marchó.

—¿Qué pasa? —le preguntó Miles a Vorthys mientras recorrían el pasillo en dirección opuesta.

Fue Vorsoisson quien contestó.

—Un pequeño escándalo en la oficina, por desgracia. Una de los técnicos de Soudha se escapó con uno de sus ingenieros. Al parecer no notó nada. Se siente muy avergonzado al respecto. ¿Cómo conoce usted esa historia?

—El joven Farr abordó a Ekaterin en un restaurante —le dijo Vorthys.

—Es un verdadero latoso —suspiró Vorsoisson—. No le reprocho a Soudha que lo evite.

—Creía que los komarreses eran más indiferentes a estas cosas —dijo Miles—. El estilo galáctico y todo eso. No tan indiferentes como los betanos, claro. Parece una historia de campesinos barrayareses.

Sin duda, sin la necesidad de evitar las presiones sociales de los campesinos, como los parientes homicidas dispuestos a defender el honor del clan
.

Vorsoisson se encogió de hombros.

—La contaminación cultural entre los mundos no es absoluta, supongo.

El pequeño grupo continuó hasta el garaje subterráneo, donde el aerocoche que Vorsoisson había pedido no estaba por ninguna parte.

—Espere aquí, Vennie.

Maldiciendo entre dientes, Vorsoisson se acercó a ver qué había pasado. Vorthys lo acompañó.

La ocasión de entrevistar de manera casual a un komarrés no se podía pasar por alto. ¿Qué tipo de komarrés era Vennie? Miles se volvió hacia él, sólo para descubrir que el otro hablaba primero.

—¿Es su primera visita a Komarr, lord Vorkosigan?

—En modo alguno. He estado a menudo en las estaciones orbitales. Pero admito que no he bajado muy a menudo. Ésta es la primera vez que visito Serifosa.

—¿Ha estado alguna vez en Solsticio?

La capital planetaria.

—Por supuesto.

Vennie miró a la nada, más allá de las columnas de hormigón y la tenue iluminación, y sonrió débilmente.

—¿Ha visitado alguna vez el Altar de la Masacre que hay allí?

Un maldito y descarado komarrés, de esa clase es
. La Masacre de Solsticio era conocida como el incidente más feo de la conquista de Barrayar.

Los doscientos consejeros komarreses, el senado que entonces legislaba, se habían rendido incondicionalmente… y fueron fusilados en un gimnasio por las fuerzas de seguridad barrayaresas. Las consecuencias políticas habían estado a punto de ser desastrosas. La sonrisa de Miles se le quedó pegada en la cara.

—Claro que sí. ¿Cómo podría no hacerlo?

—Todos los barrayareses deberían hacer esa peregrinación. En mi opinión.

—Fui con un amigo íntimo. Para ayudarle a quemar una ofrenda por su tía.

—¿Un pariente de un Mártir es amigo suyo? —Los ojos de Vennie se ensancharon en un momento de genuina sorpresa, dentro de una conversación que hasta el momento le había parecido a Miles perfectamente coreografiada. ¿Cuánto tiempo había repasado mentalmente Vennie su diálogo, buscando una oportunidad para recitarlo?

—Sí —Miles dejó que su mirada se volviera más abiertamente desafiante.

Vennie al parecer sintió el peso de aquella mirada, porque se agitó incómodo.

—Ya que es usted hijo de su padre —dijo—, me sorprende un poco, eso es todo.

¿Por qué, porque tengo amigos komarreses?

—Precisamente porque soy hijo de mi padre, no debería sorprenderse.

Las cejas de Vennie se alzaron.

—Bueno… Existe la teoría de que la masacre fue ordenada por el Emperador Ezar sin conocimiento del almirante Vorkosigan. Ezar era bastante despiadado.

—Bastante despiadado, sí. Pero estúpido, nunca. Fue idea del jefe de la Policía Política de la expedición barrayaresa, y mi padre se lo hizo pagar con la vida, aunque no sirviera de mucho después de lo que hizo. Dejando aparte las consideraciones morales, la masacre fue un acto enormemente estúpido. Mi padre ha sido acusado de muchas cosas, pero creo que la estupidez no ha sido nunca una de ellas —su voz se volvía peligrosamente seca.

—Supongo que nunca sabremos la verdad —dijo Vennie.

¿Se suponía que eso era una concesión?

—Pueden decirle la verdad durante todo el día, pero si no quiere creerla, entonces no, supongo que nunca la sabrá —mostró los dientes, pero no era una sonrisa.
No, mantén el control; ¿por qué dejar que este idiota komarrés vea que se ha anotado un tanto?

Las puertas de un ascensor cercano se abrieron, y Miles dejó bruscamente de prestar atención a Vennie cuando la señora Vorsoisson y Nikolai salieron de él. Ella vestía el mismo traje pardo de esta mañana, y llevaba un montón de pesadas chaquetas en el brazo. Saludó y se acercó rápidamente a ellos.

—¿Llego muy tarde? —preguntó, un poco agitada—. Buenas tardes, Vennie.

Miles suprimió la primera idiotez que se le ocurrió, que era
Cualquier momento es bueno para usted, señora
.

—Buenas tardes, señora Vorsoisson, Nikolai —consiguió decir—. No les esperaba. ¿Van a acompañarnos? Su marido acaba de ir a por un aerocoche.

—Sí, el tío Vorthys sugirió que sería educativo para Nikolai. Y yo no he tenido muchas oportunidades para ver el exterior de las cúpulas. Aproveché la invitación —sonrió, apartó un mechón de pelo oscuro que escapaba de su confinamiento, y casi dejó caer su carga—. No estaba segura de si íbamos a aterrizar y continuar a pie, pero he traído chaquetas para todos por si acaso.

Un gran aerocoche sellado de dos compartimentos siseó en la esquina y se detuvo en la acera junto a ellos. El dosel frontal se abrió y Vorsoisson se asomó y saludó a su esposa y a su hijo. El profesor los contempló desde el asiento delantero, divertido cuando Nikolai, que quería sentarse tanto con su tío-abuelo como con su padre, preguntó cómo distribuir a seis pasajeros entre los dos compartimentos.

—¿Quizá Vennie podría pilotar hoy? —sugirió la señora Vorsoisson.

Vorsoisson le dirigió una extraña mirada.

—Soy perfectamente capaz.

Los labios de ella se movieron, pero no murmuró ninguna respuesta audible.

Elige, mi señor Auditor
, pensó Miles para sí.
¿Prefieres que conduzca un hombre que posiblemente sufra los primeros síntomas de la Distrofia de Vorzohn, o un komarrés, ah, un patriota con un coche lleno de tentadores blancos Vor de Barrayar?

—No tengo ninguna preferencia —murmuró con sinceridad.

—He traído chaquetas… —La señora Vorsoisson las repartió. Su marido, Nikolai y ella tenían las suyas propias, y otra, que pertenecía al marido, no encajaba muy bien en la cintura del profesor.

La chaqueta acolchada que le tendió a Miles era de ella, lo notó inmediatamente por el olor. Procuró no inhalar profundamente mientras se la ponía.

—Gracias, me vendrá muy bien.

Vorsoisson rebuscó en el compartimiento trasero y sacó un puñado de mascarillas que repartió. Vennie y él tenían las suyas, con sus nombres grabados; los demás tenían escrito «Visitante»: una grande, dos medianas, una pequeña.

La señora Vorsoisson colgó la suya de su brazo, y se inclinó para ajustar la de Nikolai y comprobar sus niveles de presión y oxígeno.

—Ya lo he comprobado —le dijo Vorsoisson. Su voz indicaba malestar reprimido—. No tienes que volver a hacerlo.

—Oh, lo siento —dijo ella. Pero Miles, que repasaba la suya por costumbre, se dio cuenta de que ella terminaba su inspección antes de ajustar su propia mascarilla. Vorsoisson lo advirtió también, y frunció el ceño.

Después de unos instantes más de debate estilo betano, el grupo se repartió con Vorsoisson, su hijo y el profesor en el compartimiento delantero, y Miles, la señora Vorsoisson y Vennie en el de atrás. Miles no estaba seguro de si debía alegrarse o lamentarlo. Consideraba que podía haber entretenido a cada uno con fascinantes conversaciones, bien distintas, si el otro no hubiera estado presente. Todos se colgaron las mascarillas del cuello, para tenerlas a mano.

Salieron del aparcamiento sin más retrasos, y el coche se alzó en el aire. Vennie regresó a su anterior y estirado estilo profesional, señalando los diversos proyectos ante los que pasaban. Se podía empezar a ver la terraformación desde esta escasa altura, en la leve dispersión de verde-Tierra en los lugares bajos y húmedos, y la sombra de líquenes y algas en las rocas. La señora Vorsoisson, la cara pegada al cristal, hizo a Vennie suficientes preguntas inteligentes para que Miles no tuviera que esforzar su cansado cerebro, cosa que agradeció mucho.

—Me sorprende, señora Vorsoisson, con su interés por la botánica, que no haya recurrido a su marido para conseguir un trabajo en su departamento —dijo Miles después de un rato.

—Oh —dijo ella, como si fuera una idea nueva—. Oh, no podría hacer eso.

—¿Por qué no?

—¿No sería nepotismo? ¿O algún tipo de conflicto de intereses?

—No si hiciera bien su trabajo, como estoy seguro de que sería el caso. Después de todo, el sistema Vor por completo se basa en el nepotismo. Para nosotros no es un vicio, es un estilo de vida.

Vennie reprimió una mueca de desdén, y miró a Miles con creciente interés.

—¿Por qué debería usted ser un caso aparte? —continuó Miles.

—Es sólo un hobby. No tengo la suficiente formación técnica. Necesitaría saber mucho más de química, para empezar.

—Podría empezar en un puesto de ayudante técnico… y asistir a clase por la tarde para ponerse al día. Lo conseguiría enseguida. Tienen que contratar a alguien.

Entonces a Miles se le ocurrió que si ella, y no Vorsoisson, era la portadora de la Distrofia de Vorzohn, podría haber buenas razones para no aceptar un desafío que exigía tanto tiempo y tantas energías. Sentía en ella una energía elusiva, como si estuviera amarrada, encerrada y diera vueltas para agotarse y destruirse: ¿era el miedo a la enfermedad?

Maldición, ¿cuál de ellos era? Se suponía que Miles era un investigador de primera, y debería ser capaz de resolver esto.

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