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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Komarr (10 page)

Bueno, podía hacerlo fácilmente: sólo tenía que hacer trampas y llamar a SegImp de Komarr para pedir un informe médico completo sobre sus anfitriones. Sólo agitar su varita mágica de Auditor e invadir toda la intimidad que quisiera. No. Todo esto no tenía nada que ver con el accidente del espejo solar. Como había demostrado esta mañana su apuro ante la comuconsola, él necesitaba empezar a mantener su curiosidad personal y profesional tan estrictamente separadas como sus fondos personales e imperiales.
No seas especulador, ni voyeur
. Tendría que hacerse grabar una placa con ese lema y colgársela de una pared para recordarlo. Al menos el dinero no le tentaba. Podía oler el leve perfume de ella, orgánico y floral contra el plástico y el metal y el aire reciclado…

—La verdad es que debería usted considerarlo, señora Vorsoisson —dijo Vennie, para sorpresa de Miles.

La expresión de ella, que durante el vuelo se había ido haciendo gradualmente más animada, se volvió de nuevo reservada.

—Yo… ya veremos. Tal vez el año que viene. Después… si Tien decide quedarse.

La voz de Vorsoisson, por el intercomunicador, les interrumpió para señalar las turberas, que se extendían a lo largo de un valle bajo y estrecho. Era más impresionante que lo que Miles esperaba. Para empezar, era un verdadero y brillante verde-Tierra; y abarcaba kilómetros.

—Esta cadena produce seis veces el oxígeno de sus antepasadas terrestres —informó Vennie con orgullo.

—Entonces… si uno se quedara atrapado en el exterior sin una máscara de oxígeno, ¿podría arrastrarse hasta ahí y sobrevivir hasta que lo rescaten? —preguntó Miles, siempre práctico.

—Hum… si pudiera contener la respiración durante unos cien años más.

Miles empezó a sospechar que Vennie ocultaba un sentido del humor bajo aquel exterior seco. En cualquier caso, el aerocoche se dirigió hacia un macizo rocoso, y Miles centró su atención en el aterrizaje. Tenía una desagradable y profunda experiencia personal con los traicioneros pantanos árticos. Pero Vorsoisson consiguió posar el coche sobre roca sólida con un tranquilizante estrépito, y todos se colocaron las mascarillas. El dosel se alzó para admitir una ráfaga de frío aire irrespirable, y salieron a examinar las frágiles plantas verdes. Había montones. Se extendían hasta el horizonte. Montones. Débiles. Verdes. Con esfuerzo, Miles dejó de pensar en componer para el Emperador un largo informe en este estilo, y trató en cambio de apreciar la disquisición técnica de Vennie sobre el potencial daño de la congelación en el ciclo químico.

Después de pasar un rato contemplando el paisaje (no varió, y Nikki, aunque saltaba como una pulga, con su madre corriendo tras él, consiguió no caerse al pantano), todos volvieron a subir al aerocoche. Después de dar una pasada por un valle verde vecino, y sobrevolar otro marrón, feo y sin alterar, para que compararan y contrastaran, regresaron a la Cúpula Serifosa.

Una instalación alargada, con su propio reactor de fusión y un montón de verdes dispersos, llamó la atención de Miles en el horizonte.

—¿Qué es eso? —le preguntó a Vennie.

—Es la principal estación experimental de Calor Residual —replicó Vennie.

Miles tocó el intercomunicador.

—¿Es posible hacer una visita allí abajo?

La voz de Vorsoisson vaciló.

—No estoy seguro de que pudiéramos regresar a la cúpula antes de que oscurezca. No me gusta correr el riesgo.

Miles no pensaba que un vuelo nocturno fuera tan peligroso, pero quizá Vorsoisson conocía sus propias limitaciones. Y tenía a su esposa y a su hijo a bordo, por no mencionar toda aquella carga imperial personificada en Miles y el profesor. De todas formas, las inspecciones por sorpresa eran siempre las más divertidas, si querías encontrar lo que valía la pena. Jugueteó con la idea de insistir, como Auditor.

—Sería muy interesante —murmuró Vennie—. Hace años que no vengo en persona.

—¿Quizás otro día? —sugirió Vorsoisson.

Miles lo dejó correr. Vorthys y él hacían de bomberos de visita en este asunto, no de inspectores generales: la verdadera crisis estaba arriba.

—Quizá. Si hay tiempo.

Después de diez minutos de vuelo, la Cúpula Serifosa apareció en el horizonte. En el crepúsculo se veía enorme y espectacular, con sus chispeantes cadenas de luces, los serpenteantes tubos de coches-burbuja, el cálido brillo de las cúpulas y las resplandecientes torres.
Los humanos no lo hacemos tan mal
, pensó Miles,
si nos tomas desde el ángulo adecuado
. El aerocoche entró por la compuerta de vehículos y se posó de nuevo en el suelo del garaje.

Vennie se marchó con el coche y Vorsoisson recogió las máscaras. El rostro de la señora Vorsoisson brillaba, animado por el viaje.

—No te olvides de poner tu máscara en el recargador —le dijo a su marido cuando le entregaba la suya.

La cara de Vorsoisson se oscureció.

—No me des órdenes —dijo entre dientes.

Ella retrocedió un poco, cerrando su expresión tan bruscamente como una puerta. Miles miró entre las columnas, fingiendo amablemente no haber oído o notado la conversación. No era un experto en malentendidos matrimoniales, pero incluso él se daba cuenta de que algo había salido mal. Tal vez la expresión de amor e interés de ella había sido recibida por el tenso y cansado Vorsoisson como un gesto de desconfianza hacia su competencia. La señora Vorsoisson se merecía que la atendieran mejor, pero Miles no tenía ningún consejo que ofrecer. Nunca había tenido ninguna esposa con la que no poder comunicarse. Y no por falta de ganas…

—Bien, bien —dijo el tío Vorthys, también fingiendo no haber oído la conversación—. Todos nos sentiremos mejor con una buena cena, ¿no, Ekaterin? Dejadme que os invite a todos a cenar. ¿Tienes otro lugar favorito tan espléndido como el sitio donde almorzamos?

El momento de tensión se perdió en otro debate betano sobre el lugar donde iban a cenar; esta vez, Nikki fue derrotado por los adultos. Miles no tenía hambre, y la tentación de aliviar a Vorthys de la colección de datos del día y escapar a la comuconsola era fuerte, pero quizá con un par de tragos o tres podría soportar una cena familiar más con el clan Vorsoisson. La última, se prometió Miles.

Un poco más achispado de lo que pretendía, Miles se desnudó para pasar otra noche en la gravi-cama alquilada. Apiló el nuevo montón de discos de datos sobre la comuconsola para que esperaran a mañana, con un café y una mejor coherencia mental. Lo único que hizo fue rebuscar en su maleta y sacar su estimulador de ataques controlados. Se sentó con las piernas cruzadas en la cama y lo observó, sombrío.

Los médicos de Barrayar no habían encontrado cura para el desorden de ataques poscriónicos que habían acabado con su carrera militar. Lo mejor que habían podido ofrecerle era esto: un aparato para provocarle convulsiones en incrementos cada vez más pequeños, en momentos y lugares privados y controlados, en vez de en instantes grandiosos, al azar y espectaculares, de estrés público. Comprobar sus niveles neurotransmisores se había convertido en una rutina higiénica, como cepillarse los dientes, según habían sugerido los médicos. Palpó en su sien derecha en busca del implante y colocó el contacto de lectura. Su única sensación fue un leve punto de calor.

Los niveles no estaban todavía en zona de peligro. Unos cuantos días más antes de que tuviera que ponerse la mordaza y volver a hacerlo. Al haber dejado en Barrayar a su asistente, Pym, que normalmente hacía de criado y mayordomo, tendría que encontrar a otro vigilante. Los médicos habían insistido en que tuviera un vigilante cuando hiciera aquello. Él habría preferido estar inconsciente e indefenso (y retorciéndose como un pez, suponía, aunque por supuesto él era la única persona que no podía verse) en completa intimidad. Tal vez se lo pidiera al profesor.

Si tuvieras una esposa, ella podría vigilarte.

Vaya, menudo regalito.

Hizo una mueca, guardó el aparato en su caja con mucho cuidado y se metió en la cama. Tal vez, en sus sueños, el accidente espacial se reordenaría, igual que en una reconstrucción vid, y revelaría los secretos de su destino. Mejor tener visiones del accidente que de los cadáveres.

5

Ekaterin estudió a Tien con atención mientras se desnudaban para acostarse. La tensión de su rostro y su cuerpo la hicieron pensar que tendría que ofrecerle sexo muy pronto. La tensión en él la asustaba, como siempre. Ya hacía tiempo que tendría que haberlo tranquilizado. Cuanto más esperara, más difícil sería abordarlo, y más tenso se volvería, hasta acabar en una furiosa explosión de palabras apagadas y cortantes.

El sexo, imaginó ella pensativamente, debería ser romántico, abandonado, capaz de producir olvido propio. No la acción más tensa y autodisciplinada de su mundo. Tien exigía respuesta en ella y trabajaba duro para conseguirla; no como otros hombres de los que había oído hablar, que tomaban su propio placer para darse luego la vuelta y dormirse. A veces, ella deseaba que Tien fuera así. Se molestaba (¿consigo mismo, con ella?) si ella no participaba plenamente. Incapaz de mentir con su cuerpo, ella había aprendido a separarse de sí misma, y desbloquear así cualquier extraño canal natural que permitía que la carne inundara la mente. Las fantasías eróticas internas requeridas para absorber su autoconciencia se habían ido volviendo más fuertes y más feas con el tiempo; ¿era un simple efecto secundario inevitable de aprender más sobre la fealdad de las posibilidades humanas, o una permanente corrupción del espíritu?

Odio esto
.

Tien colgó la camisa y le mostró una sonrisa torcida. Sin embargo, sus ojos continuaron tensos, como habían estado toda la noche.

—Me gustaría que me hicieras un favor mañana.

Cualquier cosa, con tal de retrasar el momento.

—Por supuesto. ¿Cuál?

—Llévate por ahí a los Auditores y que se diviertan. Estoy harto de ellos. Estas vacaciones suyas han sido increíblemente contraproducentes para mi departamento. Apuesto a que hemos perdido ya una semana preparando el espectáculo de hoy. Tal vez puedan hurgar en otro sitio, hasta que vuelvan arriba.

—¿Y dónde los llevo, qué les enseño?

—Lo que sea.

—Ya he llevado al tío Vorthys de paseo.

—¿Le mostraste el distrito del Sector Universitario? Tal vez le guste. A tu tío le interesan un montón de cosas, y no creo que al enano Vor le importe lo que se le ofrece. Mientras haya vino.

—No tengo ni idea de qué le gusta hacer a lord Vorkosigan.

—Pregúntaselo. Sugiérele algo. Llévalo, no sé, llévalo de compras.

—¿De compras?

—O lo que sea.

Se acercó a ella, todavía sonriendo levemente. Su mano se deslizó detrás de su espalda, para abrazarla, y ofreció un amago de beso. Ella lo devolvió, tratando de no dejar que se notara su obediencia. Podía sentir el calor de su cuerpo, de sus manos, y lo frágil que era su afabilidad. Ah, sí, el trabajo de la noche, tranquilizar al nervioso Tien. Siempre un asunto peliagudo. Empezó a prestar atención a los rituales habituales, las palabras clave, los gestos que conducían a las intimidades ya ensayadas.

Desnuda y en la cama, ella cerró los ojos mientras él la acariciaba, en parte para concentrarse en las caricias, en parte para bloquear su mirada, que empezaba a excitarse y complacerse. ¿No había algún extraño pájaro mitológico, en la Tierra, que creía que si no podía verte, tú no podías verlo? Y por eso enterraba la cabeza en la arena; extraña imagen. ¿Mientras la tenía aún pegada al cuello?, se preguntó.

Abrió los ojos mientras Tien extendía la mano y reducía la intensidad del brillo de la lámpara. Su ávida expresión la hacía sentirse no hermosa y amada, sino fea y avergonzada. ¿Cómo podías ser violada sólo por unos ojos? ¿Cómo podías ser la amante de alguien y sin embargo sentir que cada momento a solas se inmiscuía en tu intimidad, tu dignidad?
No mires, Tien
. Absurdo. Realmente le ocurría algo malo. Él se acercó de nuevo, ella abrió los labios, cediendo rápidamente a su boca indagadora. Ella no siempre había sido tan insegura y cautelosa. Al principio, había sido diferente. ¿O era sólo ella quien había cambiado?

Llegó su turno de incorporarse y devolver las caricias. Era bastante fácil; él enterró la cara en la almohada, y no habló durante un rato.

Las manos de ella recorrieron su cuerpo, acariciando músculo y tendón. Buscando secretamente síntomas. Los temblores parecían reducidos esta noche; quizá los de anoche fueran una falsa alarma, simplemente el hambre y los nervios, como había dicho él.

Ekaterin sabía, naturalmente, cuándo se había producido el cambio en ella. Hacía ya cuatro o cinco empleos. Cuando Tien decidió, por motivos que ella aún no comprendía, que lo estaba engañando… con quién, tampoco lo había comprendido nunca, ya que los dos nombres que finalmente mencionó como sospechosos eran patentemente absurdos. Ella no tenía ni idea de que tal desconfianza sexual se hubiera apoderado de su mente, hasta que descubrió que la seguía, la vigilaba, y aparecía en momentos inoportunos y lugares extraños cuando se suponía que debía estar en el trabajo… ¿tenía eso tal vez algo que ver con que aquel trabajo terminara tan mal? Ella finalmente consiguió que la acusara. Se sintió horrorizada, profundamente herida, y sutilmente asustada. ¿Era acecho, tratándose de su propio marido? Ella no tuvo el valor de preguntar a quién preguntar. Su única fuente de seguridad fue el conocimiento de que nunca había estado a solas en ningún lugar privado con otro hombre. Su educación de clase alta Vor le había servido, al menos, para eso. Entonces él la acusó de acostarse con sus amigas.

Eso rompió algo en ella finalmente: el deseo de obtener su buena opinión. ¿Cómo podías discutir con alguien que creía algo no porque fuera cierto, sino porque era un idiota? Ni las protestas llenas de pánico, ni las indignadas negativas o los fútiles intentos de demostrar lo contrario servirían de nada, porque el problema no estaba en la acusada, sino en el acusador. Ella empezó a creer que él vivía en un universo diferente, con un conjunto distinto de leyes físicas, quizás, y una historia alternativa. Y gente muy distinta de la que ambos conocían bajo el mismo nombre.

Sin embargo, la sola acusación fue suficiente para enfriar la relación con sus amistades, robando su inocente sabor y sustituyéndolo por un desagradable nivel de conciencia. Con el siguiente traslado, el tiempo y la distancia atenuaron sus contactos. Y en el traslado siguiente, ella dejó de intentar forjar nuevas amistades.

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