La casa de Riverton (21 page)

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Authors: Kate Morton

—Oh, Alfred —exclamó ella, enrojeciendo como un tomate—, no me refería a un beso.

Alfred nos guiñó el ojo a Myra y a mí.

—Bueno, me desilusionas, Katie. Aquí me tienes, creyendo que ibas a darme algo que cuando esté lejos, al otro lado del mar, me permitiera recordar el lugar de donde partí.

—Así es. Es esto —afirmó y le entregó una servilleta de té.

Alfred arqueó una ceja.

—¿Una servilleta de té, Katie? Sin duda me recordará el lugar de donde partí.

—No es una servilleta. Es decir, sí lo es, pero sólo el envoltorio. Mira dentro.

Alfred abrió el paquete y quedaron a la vista tres rebanadas del budín Victoria de la señora Townsend.

—Debido al racionamiento no hay crema y manteca, pero no está mal.

—¿Cómo lo sabes, Katie? —preguntó bruscamente Myra—. A la señora Townsend no le alegrará comprobar que has estado husmeando otra vez en su despensa.

—Sólo quería hacerle un regalo a Alfred —respondió Katie frunciendo el labio inferior.

—Supongo que tienes razón, aunque sólo por esta vez; la guerra lo justifica —declaró Myra, con un tono más suave. Luego se dirigió a Alfred—. Grace y yo también tenemos algo para ti, Alfred. ¿Verdad, Grace?

Yo no le prestaba atención. Al final del andén —entre un mar de jóvenes oficiales con elegantes uniformes nuevos— había distinguido un par de rostros familiares: Emmeline estaba junto a Dawkins, el chófer de lord Ashbury.

—¿Grace? —volvió a decir Myra tomándome del brazo—. Le estaba contando a Alfred lo de nuestro regalo.

—Oh, sí —contesté, y saqué de mi bolso un paquete envuelto en papel manila que le entregué a Alfred.

Él lo abrió cuidadosamente y sonrió al ver el contenido.

—Yo tejí los calcetines y Myra la bufanda —expliqué.

—Estupendo —dijo Alfred, inspeccionando las prendas—. Tienen muy buen aspecto —declaró y tomando entre sus manos los calcetines, se dirigió a mí—. Sin duda os recordaré, a las tres, cuando esté abrigado y los demás muchachos tengan frío. Me envidiarán por mis tres chicas, las mejores de toda Inglaterra.

Alfred guardó los regalos, plegó prolijamente el papel y me lo devolvió.

—Ten, Grace. La señora Townsend estará como loca buscando el resto de su budín. No me gustaría que también le falte el papel de hornear.

Asentí y mientras ponía el papel en mi cartera sentí que sus ojos se clavaban en mí.

—No te olvidarás de escribirme, ¿verdad, Grace?

—No, Alfred, no me olvidaré de ti —contesté, meneando la cabeza.

—Eso espero, porque de lo contrario ya verás cuando regrese. Voy a extrañarte —confesó—. A las tres —agregó mirando a Myra y Katie.

—Oh, Alfred —exclamó Katie emocionada—. Mira a todos esos muchachos tan elegantes con sus nuevos uniformes. ¿Son todos de Saffron?

Mientras Alfred señalaba a algunos de los jóvenes que había conocido en el centro de reclutamiento, yo volví a prestar atención a las vías, y a Emmeline, que saludaba a otro grupo y se iba. Dos de los jóvenes oficiales giraron para mirarla y pude distinguirlos: eran David y Robbie Hunter. ¿Dónde estaba Hannah? Estiré el cuello tratando de verla. Había hecho lo posible por evitar a David y Robbie durante todo el invierno, pero ¿era capaz de no despedirlos cuando se iban a la guerra?

—… y ése es Rufus —explicaba Alfred, señalando a un soldado enjuto con una dentadura prominente—. Es el hijo del trapero. Rufus solía ayudarlo, pero sabe que tiene más probabilidades de comer todos los días en el ejército.

—Eso vale para un buhonero —opinó Myra—, pero tú no puedes decir que no vivieras bien en Riverton.

—Oh, no —repuso Alfred, sonriendo—. No tengo quejas al respecto. La señora T., lord Ashbury y lady Violet nos mantienen bien alimentados. Aunque la verdad es que me agobiaba estar encerrado. Quiero pasar una temporada al aire libre.

Oímos sobrevolar un aeroplano, un Blériot XI-2, según señaló Alfred, y la multitud le dirigió un caluroso saludo. En el andén se percibía la emoción que nos embargaba a todos. El guarda, una remota mancha blanca y negra, hizo sonar su silbato. Su voz a través del megáfono invitó a los pasajeros a subir al tren.

—Bueno —anunció Alfred esbozando una sonrisa—. Me voy.

En el final de la estación apareció la figura de Hannah. Su mirada recorrió el gentío y se detuvo, vacilante, cuando distinguió a David. Se abrió paso entre la multitud y no se detuvo hasta llegar al lugar donde estaba su hermano. Permaneció inmóvil un instante y luego, sin decir una palabra, sacó algo de su bolso y se lo entregó. Yo sabía lo que era. Lo había visto esa mañana en su habitación:
Viaje a través del Rubicón
. Era uno de los pequeños libros de El Juego, una de sus aventuras favoritas, cuidadosamente redactada, ilustrada y encuadernada con hilo. Hannah lo había puesto en un sobre y lo había atado.

David miró el paquete, y luego a su hermana. Lo guardó en el bolsillo de su chaqueta, y lo acarició. Luego estiró los brazos y tomó las manos de Hannah entre las suyas. Parecía querer abrazarla, besar sus mejillas, pero se abstuvo, los hermanos no tenían por costumbre hacer esas demostraciones de afecto. Sólo se acercó a ella y le dijo algo. Entonces ambos miraron a Emmeline, y Hannah asintió con la cabeza.

David se dirigió después a Robbie. El joven miró a Hannah y ella buscó nuevamente algo en su bolso. Comprendí que era un regalo para él. Seguramente David le había dicho que también Robbie necesitaba un amuleto.

La voz de Alfred en mi oído desvió mi errática atención.

—Adiós, Grace —declaró, casi rozándome el cuello con los labios—. Te agradezco sinceramente tu regalo.

Mientras Alfred cargaba su macuto al hombro y se dirigía al tren, yo me llevé la mano a la oreja, que conservaba el calor de sus palabras. Cuando llegó a la puerta del vagón y subió el escalón, se volvió para mirarnos por encima de las cabezas de los otros soldados.

—Deseadme suerte —pidió y desapareció, empujado por sus compañeros, ansiosos por entrar en el tren.

Yo lo despedí con la mano.

PARTE 2
Boletín Heráldico de Inglaterra - 1999

La mansión Riverton una granja de estilo isabelino diseñada por John Thorpe fue «aburguesada» en el siglo XVIII por el octavo conde de Ashbury quien le añadió dos alas transformando así el edificio principal en una cómoda mansión. En el siglo XIX cuando se impuso el concepto victoriano de casa de campo de fin de semana Riverton volvió a ser objeto de reformas a cargo del arquitecto Thomas Cubitt. Se agregó un tercer nivel para dotarla de un mayor numero de habitaciones de huéspedes. Y, de acuerdo con la idea victoriana de que los sirvientes debían mantenerse invisibles, se construyo en el ático toda una «madriguera» de habitaciones de servicio además de una escalera que las comunicaba directamente con la cocina.

Las imponentes ruinas de la por entonces majestuosa mansión se hallan rodeadas de magníficos jardines diseñados por sir Joseph Paxton. En ellos se encuentran dos enormes fuentes de piedra. La mas grande que representa a Eros y Psique ha sido recientemente restaurada. Si bien ahora su funcionamiento está controlado por una bomba eléctrica programada, originalmente el agua era bombeada por un motor ubicado en una sala subterránea del cual se decía que al funcionar hacia «tanto ruido como un tren expreso» debido a los ciento veinte chorros ocultos entre las estatuas de hormigas gigantes, águilas, dragones, seres monstruosos del mundo subterráneo, cupidos y dioses que lanzaban agua a treinta metros de altura.

La otra fuente mas pequeña se encuentra al final del Camino Largo que está detrás de la casa y representa la Caída de Ícaro. Mas allá de ésta encontramos el lago y la casa de verano cuya construcción fue encargada en 1923 por el entonces propietario de Riverton el señor Theodore Luxton sustituyendo al cobertizo para botes que existía originalmente en ese lugar. Ya en este siglo el lago se hizo tristemente celebre como el lugar donde se suicidó el poeta Robert S Hunter en 1924 durante la fiesta de celebración del verano que anualmente se realizaba en Riverton.

Las sucesivas generaciones de habitantes de Riverton también contribuyeron en el diseño de los jardines. Lady Gytha Ashbury, la esposa danesa de lord Herbert, creó la zona de arbustos podados remedando distintas siluetas, rodeados por setos de tejos enanos, que aún se conoce como Jardín Egeskov (en homenaje a un castillo en Dinamarca que pertenecía a la familia política de lord Ashbury). Y lady Violet, esposa del undécimo lord Ashbury, agregó una rosaleda en el jardín trasero.

Después del devastador incendio ocurrido en 1938, la finca Riverton y sus jardines entraron en un largo periodo de decadencia. La finca fue donada a Patrimonio Cultural de Inglaterra en 1974 y desde ese momento está en proceso de restauración. Los jardines de los sectores norte y sur, incluyendo la fuente de Eros y Psique, han sido recientemente restaurados, dado que forman parte del plan de recuperación de jardines considerados patrimonio cultural inglés que dirige la institución. La fuente de Ícaro y el pabellón de verano, a los que se accede por el Camino Largo, están siendo reformados en la actualidad.

En la iglesia de Riverton, situada en un pintoresco valle vecino a la casa, durante los meses de verano está abierta una casa de té (cuyo servicio no está a cargo de Patrimonio Cultural). La finca Riverton tiene además una maravillosa tienda de regalos.

Para obtener información sobre los espectáculos de las fuentes, por favor, llame al 01277 876857.

Capítulo 9

El veinte de julio

Voy a aparecer en la película. No yo, sino una jovencita que interpreta ese papel. Por lo visto, haber sobrevivido hasta hoy me convierte en una curiosidad digna de ser exhibida, sin importar cuál fuera mi grado de conexión con los hechos.

Hace dos días recibí una llamada telefónica de Ursula, la joven cineasta de figura delgada y largo cabello ceniciento, preguntándome si aceptaría reunirme con la actriz que tendrá el dudoso honor de hacer de «Primera doncella», ahora rebautizada «Grace».

Vendrán aquí, a Heathview. No es que sea el lugar más propicio para una cita, pero carezco del ánimo y la energía necesarios para recorrer un largo trayecto y no estoy dispuesta a hacer ese esfuerzo.

De modo que aquí estoy. Sentada en la silla de mi habitación, esperando.

Oigo que llaman a la puerta. Miro el reloj: las nueve y media. Son puntuales. Advierto que contengo el aliento y me pregunto por qué.

Ya están en la habitación —mi habitación— Sylvia, Ursula y la joven encargada de representar el papel de Grace.

—Buenos días, Grace —saluda Ursula, sonriéndome bajo su flequillo color trigo. Después hace algo imprevisto: se inclina hacia mí y me besa en la mejilla. Siento sus cálidos labios en mi piel seca y grisácea.

Mi voz no logra salir de la garganta.

Ursula se sienta en el extremo de mi cama, sobre la manta —un atrevimiento que, según descubro con sorpresa, no me molesta— y me toma la mano.

—Grace, ella es Keira Parker —anuncia, y gira para dedicarle una sonrisa a la joven que está detrás de mí—. Hará de usted en la película.

La joven, Keira, surge de la oscuridad. Tiene unos diecisiete años, y descubro asombrada su simétrica belleza. El cabello rubio que le llega a los omóplatos está recogido en una cola de caballo; el rostro oval; los labios carnosos pintados con lápiz de labios brillante; los ojos azules debajo de las cejas claras. Un rostro hecho para vender chocolates.

Me aclaro la garganta, no olvido los modales.

—Tome asiento, por favor —la invito, señalando la silla de plástico marrón que Sylvia se ha anticipado a traer desde el comedor.

Keira se sienta con delicadeza. Cruza las delgadas piernas enfundadas en unos vaqueros y mira subrepticiamente hacia la izquierda, donde está mi tocador. Los vaqueros están raídos, deshilachados. Sylvia me ha dicho que los harapos ya no son indicio de pobreza sino de estilo. Keira sonríe impasible, mientras su mirada recorre mis pertenencias. De pronto, recuerda que debe ser amable:

—Gracias por recibirme, Grace.

Me resulta humillante que me llame por mi nombre de pila. Pero me reprendo a mí misma y me obligo a ser razonable. Si se hubiera dirigido a mí invocando mi título o diciendo mi apellido habría insistido en que esas formalidades no eran necesarias.

Veo que Sylvia todavía ronda cerca de la puerta abierta, quitando el polvo del marco con un trapo, una diligencia con la que trata de disimular su curiosidad. Le encantan los actores de cine y los ídolos del fútbol.

—Sylvia, querida, ¿podríamos ofrecer un té a nuestras invitadas?

La cara de Sylvia es un modelo de intachable devoción.

—¿Té?

—Con unos bizcochos. ¿Puede ser?

—Por supuesto —responde, guardando con desgana su trapo en el bolsillo.

Miro a Ursula.

—Sí, por favor, té blanco —pide ella.

Sylvia se dirige a Keira.

—¿Y usted, señorita Parker?

Percibo nerviosismo en la voz de Sylvia y veo que sus mejillas se tiñen de un rojo intenso. Comprendo entonces que la joven actriz debe de ser una figura conocida para ella.

—Té verde con limón —contesta Keira bostezando.

—Té verde —repite lentamente Sylvia, como si de repente hubiera descubierto el misterio del origen del universo—. Limón —vuelve a decir, mientras permanece inmóvil en el vano de la puerta.

—Gracias, Sylvia, para mí, lo de siempre —le indico.

—Muy bien —contesta Sylvia parpadeando, como si se hubiera roto el hechizo, retirándose finalmente. La puerta se cierra detrás de ella y me quedo a solas con mis dos invitadas.

De inmediato lamento que Sylvia no esté conmigo. Se apodera de mí la sensación súbita e irracional de que su presencia evitará que el pasado regrese.

Pero se ha ido, y las tres permanecemos un momento en silencio. Le echo otro vistazo a Keira, observo su rostro, trato de reconocer a la joven que fui en sus bellos rasgos. De pronto una difusa y amortiguada melodía rompe el silencio.

—Perdón —dice Ursula mientras busca algo en su bolso—. Creía haberle quitado el sonido. —Saca entonces un pequeño teléfono móvil de color negro y los
crescendos
quedan interrumpidos cuando ella pulsa una tecla—. Lo siento mucho —repite, sonriendo con incomodidad. Luego mira el visor de su teléfono y la consternación le nubla el rostro—. ¿Me disculpan un momento?

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