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Authors: Ali Shaw

Tags: #Fantástico, Romántico

La chica con pies de cristal (38 page)

Capítulo 41

Meses más tarde, Midas Crook navegaba en un bote chirriante por un mar azul turquesa, alejándose de un archipiélago diferente, formado por unas islas llanas y arenosas cuyos olivos y ruidosos pueblos disfrutaban todo el verano del sol, que había conferido a su piel un tono más cálido y aclarado su negro cabello.

Midas vestía de rojo por primera vez en su vida. El intenso color lo deslumbraba cuando se miraba: iba de rojo de arriba abajo embutido en el traje de neopreno que acentuaba la delgadez de sus rodillas.

Los peces voladores saltaban del agua; agitaban las aletas como si fueran alas y volvían a sumergirse con una palmada. Un banco entero de ellos saltó y se zambulló entre ruidosos aplausos.

—¿Preparado? —le preguntó el instructor, dándole una palmadita en la espalda.

Midas asintió. Se puso las gafas de buceo y se ajustó el tubo de oxígeno sobre los labios.

Se zambulleron. Midas todavía no se había acostumbrado al torrente, no sólo del mundo líquido que lo envolvía, sino de los fluidos de su cerebro, que burbujeaban para adaptarse al cambio de presión. En aquellas aguas azules habitaban peces cubiertos de lentejuelas que se movían entre torres de coral. Nadó hacia abajo, pataleando al ritmo que le habían enseñado, olvidando a cada rato que no hacía falta contener la respiración. Pronto, al llegar al fondo y deslizarse por un lecho marino salpicado de conchas y anémonas, reunió el valor suficiente para alejarse de su instructor un poco más que la jornada anterior.

Ese era su plan: nadar más y más lejos cada día, hasta que pudiera bucear solo sin peligro.

Hasta que pudiera bucear en océanos más nebulosos. En rincones del mundo más tenues e inmóviles.

Agradecimientos

Quiero dar las gracias a cuantos me ayudaron a escribir
La chica con pies de cristal.
A todos los amigos que leyeron y releyeron los borradores y me dieron su sincera opinión, o que simplemente entendieron por qué no salía a jugar los días soleados. Gracias también ajan y a Malcolm Shaw por su generosidad y su apoyo, y a todo el personal de Lancaster por considerar la idea en sus primeras etapas, y a Ed Jaspers por escogerla.

Estoy especialmente en deuda con dos personas que entendieron el libro de forma instintiva, y que luego se esforzaron para verlo publicado: Sue Armstrong, por seguir entregada a la idea, y Sarah Castleton, por el perfecto equilibrio entre su entusiasmo y su atenta revisión.

Por último, quiero expresar el agradecimiento y el amor infinitos que siento por lona, quien escuchó cada palabra de estas páginas infinidad de veces. Escribir es como bucear: gracias por estar allí cuando vuelvo a emerger.

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