La cruzada de las máquinas (35 page)

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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

—A veces me gustaría tener al menos uno más —dijo Octa, haciéndole cosquillas al bebé.

Octa tenía cuarenta y cinco años, pero para Xavier seguía siendo la más bella. Aún veía el resplandor de la juventud brillar en su interior, y seguía encontrándola más atractiva que ninguna mujer joven. Xavier se encogió de hombros y le dedicó una sonrisa juvenil.

—Nadie ha dicho que no puedas.

—No sería muy normal —repuso ella bromeando, pero él siguió sonriendo.

—Eso no significa que tengamos que dejar de intentarlo.

Pero Xavier no pudo evitar sentirse incómodo y nostálgico cuando saludó a otro de los invitados. Su padre adoptivo, Emil Tantor, que llegó acompañado por Sheel, la viuda de Vergyl, y sus tres hijos.

No podía creer que ya hubieran pasado tres años desde lo ocurrido en Anbus IV. Aún sentía remordimientos por haber permitido que los cimek capturaran a Vergyl. Su hermano tenía treinta y cuatro años cuando murió —no era ningún crío—, pero Xavier siempre lo vio como su hermano pequeño, como el crío con el que había jugado… Y al final le había fallado. Vergyl y Sheel hubieran compartido una larga vida en común. La familia de su hermano era maravillosa, pero su futuro se había visto truncado, igual que les pasó a él y a Serena cuando las máquinas pensantes la secuestraron.

¡Maldita Yihad!

Y aun así, a pesar de haber perdido a Serena, Xavier tenía una buena vida. Y no la habría cambiado por nada, ni aun pudiendo. No tenía ninguna duda de que Sheel era lo bastante fuerte para seguir adelante bajo la guía del anciano y cada vez más frágil Emil Tantor.

Aunque para él era una alegría ver a su padre y a la familia de Vergyl, seguía sintiéndose algo incómodo, no sabía qué decir. El bebé de Omilia parecía entristecer a Sheel, y su padre también se veía algo serio, pues quizá recordaba que su mujer había muerto en un accidente de aviación unos días antes de ir a ver a la hija recién nacida de Vergyl.

Cuando el primer plato estuvo a punto, Octa dirigió la plegaria. Dio gracias por la comida y por la vida, rogó a Dios por la seguridad de Xavier en su misión a Ix, y porque pudieran liberarse de Omnius y de todas las máquinas pensantes.

Se suponía que aquella reunión tenía que ser motivo de alegría: sus seres queridos estarían con él para despedirle y desearle éxito en su campaña militar. La misión a Ix era peligrosa y, si bien no se dejaría vencer fácilmente, estaba seguro de que muchos otros yihadíes estarían celebrando cenas de despedida similares con sus familiares más allegados… y que muchos no volverían.

Cuando Octa vio que su ánimo decaía, antes incluso de que diera tiempo a servir el primer plato, hizo entrar a un trío de jóvenes músicos de Zimia, que tocaron sus instrumentos y cantaron en un adorable tono de contralto mientras los invitados comían y charlaban.

Al oír a los alegres músicos, Xavier pensó de nuevo en los muertos, en el gemelo de Octa, Fredo, que siempre había querido ser músico y artista. Miró a su esposa esperando encontrar en su mirada el reflejo de sus pensamientos, pero lo único que vio es que disfrutaba de la música, igual que el resto de los invitados. Todos estaban disfrutando de la comida, hablaban, reían.

Octa estaba radiante. Más adelante, en el fragor de la batalla, eso es lo que recordaría más que ninguna otra cosa.

Aunque era él quien partiría hacia Ix para combatir a las mortíferas máquinas, Octa libraba su propia batalla para mantener el buen ánimo y el optimismo en la casa, porque era la única arma que ella podría empuñar. Hacía lo mismo cada vez que Xavier se iba, y siempre le había funcionado.

Pero se había ido demasiadas veces.

Unos años después de la destrucción de la Tierra, Xavier dirigió el primer ataque
oficial
de la Yihad de Serena Butler. Escogieron uno de los Planetas Sincronizados al azar —Bela Tegeuse— y la flota de guerra partió con mucho bombo y platillo. Vorian Atreides se distinguió en la batalla, fue ascendido y demostró su fervor por la causa de la humanidad.

La batalla de Bela Tegeuse supuso la destrucción de muchos robots y de grandes infraestructuras, pero el contraataque del enemigo fue implacable. Finalmente la escaramuza no resultó decisiva, y las fuerzas de la Liga se retiraron para lamer sus heridas. Un año después, por propia iniciativa, Vorian regresó al sistema tegeusano y volvió con la noticia de que las máquinas lo habían reconstruido todo y seguían oprimiendo a los humanos supervivientes. Era como si no hubiera pasado nada. A pesar de la intensa batalla y del gran número de vidas humanas que se perdieron, la Yihad no había avanzado absolutamente nada.

Sin embargo, tras la destrucción de la Tierra y la ofensiva contra Bela Tegeuse, las supermentes se dieron cuenta de que el carácter de la lucha había cambiado. El Omnius-Corrin envió un poderoso contingente contra Salusa Secundus, pero el recién formado ejército de la Yihad —dirigido por el propio Xavier— repelió el ataque. En aquel momento lo consideró una forma de desquitarse de la batalla de Zimia, donde él había resultado gravemente herido años atrás.

Ahora, mientras se dirigían a Ix, Xavier estaba impaciente por entrar de nuevo en combate. En el cuarto de siglo que había pasado desde la destrucción de la Tierra, había tenido muchas oportunidades, y cada una de ellas era una buena ocasión de dar un nuevo golpe. De liberar a más humanos. De destruir más máquinas.

Si los soldados lograban conservar la calma… y la energía.

Durante el largo y tenso viaje, Xavier dio instrucciones para imponer un riguroso programa de entrenamiento a sus soldados y ayudar así a que se mantuvieran despiertos. Los mercenarios de Ginaz que estaban bajo su mando, normalmente más reservados, estuvieron encantados de poder demostrar sus habilidades en la lucha ante los hombres de Xavier.

El primero solía pasar horas observándolos, estudiando sus técnicas, escogiendo mentalmente a los mejores. Aquella remesa de mercenarios le pareció especialmente interesante. Nunca había visto tanta habilidad en el combate cuerpo a cuerpo.

Los mercenarios mostraban una gran deferencia por su nuevo campeón, Jool Noret, un misterioso joven recién llegado del archipiélago de Ginaz que vestía con mono negro. El joven tenía la piel morena, ojos de color de jade y pelo de un rubio claro. Era delgado y rápido como una fusta, y utilizaba los cuchillos con tanta rapidez que en sus manos eran letales.

Noret era enigmático y solitario, y rara vez hablaba con nadie, ni siquiera con los otros mercenarios. Y sin embargo, se entregaba a los entrenamientos con un abandono y una despreocupación total por su persona. Era como si hubiera sido bendecido —o maldecido— con la convicción de que era totalmente invulnerable.

Como oficial al mando, Xavier lo observaba de cerca. En las exhibiciones de combate luchaba con convicción, aunque cuando estaba fuera de servicio siempre prefería estar solo.

En aquellos momentos estaban en la abarrotada sala común.

Noret estaba sentado entre sus compañeros, ajeno a cuanto le rodeaba. Ante el resto de la tripulación, estuvo adoptando diferentes posturas de okuma, y finalmente se quedó totalmente rígido, de cara a una mampara, mientras en su interior viajaba a un estado de contemplación.

De pronto, con una rapidez increíble, se levantó de un salto, girando y agachándose, golpeando con sus manos desnudas, y con armas tradicionales: una pequeña vara y una pesada bola sujeta a la muñeca mediante una fina cadena. Parecía una prueba, o un juego, pero los otros mercenarios reaccionaron con seriedad. Cuatro de ellos atacaron al joven, pero Noret los despachó con sorprendente facilidad.

Finalmente arrojó sus armas al aire, derrotó a otros dos hombres con golpes de artes marciales, recuperó las armas que había arrojado y las guardó en unos bolsillos ocultos de sus ropas negras. Aunque los había derrotado claramente, ninguno de sus compañeros parecía malherido. Sin duda volverían a desafiar a Noret… y sin duda él volvería a ganar.

Dos días más tarde, Xavier decidió abordar a Noret; quería saber más cosas de él, aunque nunca se había sentido cómodo confraternizando con sus hombres, como hacía Vor, ni siquiera durante los largos trayectos hasta los distintos campos de batalla. Su amigo comía en el salón de la tropa, con los soldados, donde contaba historias increíbles sobre sus aventuras y jugaba una ronda tras otra de
fleur de lys
, que ganaba sin darse aires o perdía sin rencor.

Pero a Xavier nunca se le había dado bien aquello. Él era el oficial al mando; un líder, pero no un amigo. Cuando pasaba por la sala común, en lugar de saludarle amigablemente, los soldados se ponían en posición de firmes y le saludaban con rigidez. El respeto parecía ser una barrera entre él y sus hombres. A sus espaldas, lo llamaban
don formal
.

No, no pretendía hacerse amigo de Jool Noret. En los camarotes de tripulación de la ballesta, el joven mercenario estaba arreglando su catre, guardando cuidadosamente la ropa y sus armas exóticas en un armario adyacente. Incluso para una tarea tan rutinaria los movimientos de Noret eran fluidos y rápidos.

La habitación estaba casi vacía, ya que sus ocupantes tenían turno de servicio. El primero se acercó por detrás, con el suficiente sigilo para que no le oyera por encima del ruido de los motores y las conversaciones del pasillo. Aun así, vio que el joven mercenario se ponía tenso. Era como si lo estuviera viendo con los oídos.

Xavier entró en su campo de visión y cruzó los brazos.

—He visto tus exhibiciones de combate, Jool Noret. Tu técnica es interesante.

—Y yo he visto que me observaba, primero.

Xavier ya había decidido cuál era el propósito de aquel encuentro. Aún faltaba una semana para que llegaran al sistema de Ix e iniciaran la campaña.

—Creo que podrías enseñar muchas cosas a mis hombres, técnicas que aumentarían sus posibilidades de sobrevivir cuando se enfrenten a las máquinas pensantes.

El joven mercenario apartó la mirada, como si le hubiera pinchado.

—No soy un maestro. Aún tengo mucho que aprender.

—Pero los hombres te respetan y quieren aprender de ti. Si les enseñas tus métodos, podrías salvar muchas vidas.

Con expresión torturada, el joven pareció retraerse.

—Esa no es la razón por la que accedí a luchar por la Yihad. Yo quiero destruir máquinas. Quiero morir valientemente en combate.

Xavier no sabía qué demonios torturaban a aquel hombre.

—Preferiría que lucharas valientemente y vivieras para seguir destruyendo enemigos. Y si ayudas a mis yihadíes a mejorar, será más fácil que nos aseguremos la victoria.

El silencio de Noret se hizo tan largo que Xavier pensó que no le iba a contestar.

—No enseñaré —dijo al fin—. Es una carga demasiado pesada para añadirla a las que ya llevo. No quiero tener sus muertes en mi conciencia si no logran actuar con la suficiente habilidad. —Miró al oficial con expresión triste—. Sin embargo, pueden… mirar, si así lo desean.

Xavier asintió. De momento prefirió no insistir y averiguar qué mal torturaba a Noret.

—Bien. Quizá aprendan algo mirándote. Si funciona, solicitaré que se te compense cuando volvamos a casa.

—No quiero ninguna compensación —dijo el joven con expresión ardiente y extrañamente atemorizadora—. Solo necesito matar máquinas.

35

Cuidado con los amigos bienintencionados. Pueden ser tan peligrosos como los enemigos.

G
ENERAL
A
GAMENÓN
,
Memorias

Cuando Xavier y su grupo partieron hacia Ix, la mente de Vor empezó a maquinar. La fuerza bruta era una táctica trillada y anticuada, y no era ni mucho menos la forma más efectiva de derrotar a las máquinas pensantes. Mientras su mente barajaba las diferentes posibilidades y buscaba planes más eficaces que luchar con todas las naves del ejército de la Yihad juntas, sus ojos no dejaban de destellar.

Aquello era mucho más que una competición amistosa con su amigo el primero. Sus ingeniosas tretas podían salvar muchas vidas. Vidas humanas.

Sin grandes ceremonias, Vor salió él solo al mando de una nave de reconocimiento. Como siempre, los oficiales estaban preocupados. Le avisaron del peligro que corría e insistieron en que llevara una escolta de cazas armados. Pero Vor se rió y no hizo caso. Ellos no sabían qué había hecho con el Omnius cautivo que llevaba oculto en la cabina. Nadie lo sabía. Todavía.

En cuanto salió al espacio abierto puso rumbo a un mundo que no esperaba volver a visitar, y desde luego no por voluntad propia. La Tierra. El planeta donde se originó la raza humana. Y que ahora no era más que una bola radiactiva y chamuscada.

Vor ya sabía qué iba a encontrar en la Tierra… y a pesar de ello fue.

Aunque no tenía motivos para descender hasta la superficie, se dedicó a navegar por la tormentosa atmósfera, escaneando las masas de tierra inerte de allá abajo. Los continentes donde era de noche se veían negros, y no había señal de civilización. Vor siguió hacia el lado donde era de día, y vio nubes blancas que remolineaban y masas de tierra marrón sin apenas toques de verde.

Aún recordaba las veces que había viajado hasta allí en el
Viajero Onírico
. Se veía a sí mismo y al robot independiente, Seurat, acercándose al hogar de los humanos, el planeta central de Omnius. El entramado de luces de las ciudades, las industrias, la civilización, siempre le habían llamado la atención. Pero ahora aquel bonito resplandor había desaparecido. Habían pasado décadas desde aquello, pero el planeta seguía muerto. Quizá algún día la Tierra volvería a ser habitable, pero de momento no era más que la cicatriz de la herida que los humanos habían infligido a las máquinas pensantes… y a sí mismos.

Vor pasó sus años de formación allí, estudiando las memorias de su padre, absorbiendo la visión distorsionada que el general tenía de la historia. Entonces, Serena Butler le enseñó que su vida estaba llena de deformaciones y mentiras. Y escapó. Volvió a nacer.

En su nueva vida como humano libre en la Liga de Nobles, Vor descubrió que le fascinaba la historia. Leyó los registros de historia antigua y memorizó muchos detalles del Agamenón original, el anciano general que luchó en la guerra de Troya, tal como se narra en la
Ilíada
de Homero.

En sus estudios, Vor trató de distinguir entre historia y mito, entre información exacta y leyenda. Pero a veces incluso los relatos de dudosa procedencia podían aportar ideas interesantes. Cuando estudió las hazañas del primer Agamenón, se sintió particularmente atraído por la historia del caballo de Troya…

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