La cruzada de las máquinas (33 page)

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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

—¿Llegará mi nave esta tarde, Aurelius? ¿Es hoy el día o se me ha pasado?

—Llegará en menos de una hora, Norma. —Señaló con el gesto el tejado abierto—. Por lo que veo, el hangar ya está listo.

Norma lo miró con cara de entusiasmo.

—Entonces ¿puedo empezar ya con la fase de pruebas del proyecto?

Él asintió, dejando su mano apoyada en el hombro menudo de ella. Su corazón se llenó de calidez cuando vio que le sonreía.

—Lord Bludd me ha prometido que nos cederá una cuadrilla de esclavos cualificados de los trabajos de construcción de la flota espacial. Tienen experiencia en este tipo de tareas, así que espero que no haya que enseñarles demasiadas cosas.

—Perfecto, porque no tendré tiempo para pasarme todo el día dándoles instrucciones. Tendrán que trabajar por su cuenta…

—Tuk Keedair se quedará aquí para ocuparse de ello —le aseguró Venport—. Y traerá un importante contingente de guardas de seguridad que trabajan con nosotros, con VenKee Enterprises, no con Poritrin. Ellos vigilarán las instalaciones y se asegurarán de que los esclavos no cometan actos de sabotaje. —Miró río abajo—. Y también impedirán que lord Bludd y Tio Holtzman vengan a husmear.

—Nunca había tenido que preocuparme tanto por la seguridad.

—Holtzman se ocupaba de eso. Siempre tenía a sus dragones vigilando los laboratorios.

—Aurelius, durante años, el savant Holtzman prácticamente no me ha dedicado ninguna atención. ¿Por qué iba a molestarme ahora?

—Porque, si tiene solo una mínima parte del genio que se le atribuye, no podremos engañarle para siempre y algún día se dará cuenta de la estupidez que ha cometido al dejarte marchar.

Halagada por el cumplido, Norma miró a su alrededor, como si no recordara que varios de aquellos edificios estaban allí la última vez que se había fijado.

—¿Y tú dónde estarás?

Venport suspiró y se dio cuenta de que no se había enterado de nada.

—Ya te lo he dicho, Norma. Tengo que ir a Arrakis para solucionar ciertos problemas que tenemos con la recolección de especia. A Keedair le toca la tarea más fácil y agradable: quedarse aquí contigo.

Norma frunció el ceño. Aunque ya era una mujer de mediana edad, su expresión le recordaba a la niña que tanto adoraba cuando estaban en Rossak.

—Ojalá pudieras quedarte conmigo, Aurelius. Prefiero tener tu cara amable por aquí que… que la de un negrero tlulaxa.

Venport se rió.

—Keedair no tiene por qué gustarte, Norma. Tú deja que haga su trabajo. —Suspiró—. Y créeme, yo también preferiría quedarme. Pero tengo mucho que hacer… y me temo que si me quedara a tu lado me sentiría tan a gusto que no haría nada de provecho.

Ella lanzó una risita juvenil. Venport se preguntó si no estaría tratando de coquetear con ella. Sí, decidió después de pensarlo un momento. Después de tantos años de estrecha amistad no tenía por qué sorprenderle.

El encargado de las obras salió a toda prisa del hangar buscando a Venport.

—Acabamos de recibir una señal, directeur. La nave ha recibido autorización y está penetrando en la atmósfera. Tuk Keedair va al mando.

Venport asintió, sin sorprenderse porque su compañero hubiera querido pilotar personalmente la nave. El comerciante de carne había pasado años haciendo de mercader, atacando planetas no alineados y capturando esclavos budislámicos. Era perfectamente capaz de manejar un simple carguero.

—Mira, Norma. Ahí está. —Y señaló una brillante luz que apareció entre los tenues colores del anochecer.

La imagen se hizo más grande y brillante, con el casco incandescente al entrar en contacto con la atmósfera, y Norma oyó los estampidos sónicos. Era una nave grande, diseñada para viajes espaciales de larga distancia y aterrizajes ocasionales, porque la mayor parte de las veces el material se descargaba utilizando lanzaderas.

Como nave espacial parecía relativamente lenta e ineficaz. Keedair habló por el transmisor de banda estrecha y se quejó de los anticuados sistemas de aquella nave. Evidentemente, Venport la había retirado de circulación por una buena razón.

Finalmente Keedair situó la enorme nave sobre el hangar abierto y, maniobrando con habilidad, la hizo descender. Venport observaba, no muy seguro de que el aparato pudiera pasar por la abertura. Pero el mercader tlulaxa consiguió aterrizar holgadamente, hasta le sobraron unos metros.

Norma observó el aterrizaje maravillada, y Venport supuso que su cabecita ya había empezado a trajinar. Había visto los planos y estudios de la nave, así que ya sabía qué modificaciones había que hacer. Pero verla con sus propios ojos pareció encender su imaginación.

—Una plantilla para los futuros viajes interestelares —dijo—. Lo que consiga con esto lo cambiará todo.

Ver a Norma tan entusiasmada hizo que Venport se sintiera optimista. La joven no fue capaz de apartar los ojos de la nave hasta que tocó tierra en el hangar y los trabajadores corrieron a instalar los anclajes y estabilizadores.

Norma oprimió la mano de Venport, mucho más grande que la suya.

—Llevo tanto tiempo esperando esto, Aurelius. Casi no puedo creerlo. Todavía queda mucho por hacer, pero por fin voy a empezar.

El Gran Patriarca Iblis Ginjo esperaba que su llegada causara cierto revuelo, y la ciudad de Starda le preparó un recibimiento adecuadamente extravagante. Siempre había numerosos planetas enzarzados en la batalla contra las máquinas pensantes. De acuerdo con su agenda, en aquellos momentos la campaña de Ix estaría en pleno apogeo, pero Iblis no tenía el menor deseo de poner su vida en peligro. Así, Poritrin era perfecto para él, porque los invasores ya habían huido.

Al fomentar el levantamiento inicial de la Tierra, Iblis ya había demostrado que no era ningún cobarde, pero su actual posición como cabeza del Consejo de la Yihad le impedía correr riesgos. Sin duda su presencia en el campo de batalla habría subido la moral de los desesperados guerreros, pero el Gran Patriarca no quería que lo vieran en ningún sitio que no hubiera sido escenario de una gran victoria. Como aquel.

Acompañado por el leal y discreto comandante de la Yipol, Yorek Thurr, Iblis bajó de la nave en el puerto espacial de Starda y se dirigió con paso digno hacia la pequeña delegación oficial. Al ver que incluso lord Bludd estaba ausente, Iblis hizo un comentario disgustado por lo bajo. Un joven ayudante corrió a su encuentro.

—Llegáis en el momento justo, Gran Patriarca. Solo faltan dos horas para la ceremonia de entrega de premios, pero tenemos tiempo para que nuestros ingenieros de vestuario os preparen para vuestra aparición con lord Bludd. —El joven vestía un jubón blanco y negro y esmoquincapa, uno de los modelos más apreciados en los mundos nobles.

Cuando la aerobarcaza dejó a Iblis y a su séquito en el anfiteatro, le asignaron su asiento en la enorme plataforma, pero a un lado, como si fuera uno más entre los otros setenta políticos y nobles. Cuatrocientas mil personas abarrotaban los prados, mirando las pantallas y escuchando mediante los nuevos sistemas de megafonía que flotaban sobre suspensores. En lo alto de los precipicios que caían al río se habían levantado a toda prisa altares en honor a Manion el Inocente. Y habían destapado una nueva estatua, una representación enorme y algo absurda de un niño angelical al estilo de un buda sentado encima de un robot destrozado.

Lord Niko ocupaba el asiento más importante, iluminado por los focos, a la cabeza de los corredores que llevaban al escenario. Evidentemente, aquel hombre fatuo se consideraba la razón de que toda aquella gente se hubiera reunido allí.

Entretanto, en el escenario, el savant Tio Holtzman recibía honores ante una multitud enfervorecida. El inventor sonrió y saludó a la masa de rostros borrosos. Iblis se sentó con una sonrisa glacial.

El Gran Patriarca siempre tenía algún proyecto en la cabeza, una importante tarea que llevar a cabo. En su opinión, la vida era terriblemente corta y había demasiadas cosas que hacer. Respiró hondo y decidió no ofenderse por el desaire que Niko Bludd acababa de hacerle. Todavía.

Una ocasión como aquella, con tantas personas entusiasmadas por una convincente victoria militar, le daría a Iblis su oportunidad.

33

Las buenas intenciones pueden ser tan destructivas como un conquistador cruel. De una forma o de otra, el resultado es el mismo.

Lamento zensuní

Aliid pensaba que su amigo Ishmael era un necio.

—¿De verdad esperabas que te dieran las gracias? —se burló sin poder disimular su desprecio—. ¿Ellos? No puedo decir que admire tu fe ciega, no señor, pero me resulta de lo más divertida. —No había humor en su sonrisa, solo bordes cortantes.

En los meses transcurridos desde que la falsa flota había engañado a las máquinas, la fuerza de esclavos había sido retirada de los astilleros en las tierras bajas y dividida en grupos más pequeños. Muchos de los trabajadores volvieron con sus propietarios y se les asignaron las tareas habituales en los campos de caña y las minas. Aliid siguió con la cuadrilla de la fábrica de Starda, ya que ninguno de sus propietarios anteriores deseaba reclamarlo. Al principio Ishmael se alegró de poder tener a su amigo de la infancia a su lado un poco más, pero no tardó en sentir ciertas dudas.

—Es nuestro trabajo el que ha hecho posible la existencia de esa falsa flota, Aliid. Nuestro esfuerzo ha salvado Poritrin. —La inquietud y la decepción eran evidentes en la voz de Ishmael—. Incluso alguien tan presuntuoso e inconsciente como lord Bludd tiene que admitirlo.

—Tú eres esclavo, él es noble —replicó Aliid—. No tiene que admitir nada, y en cambio nosotros tenemos que someternos.

Pero Ishmael no le hizo caso. A los esclavos no se les concedió ningún descanso, ni raciones extras; no hubo mejores alojamientos ni medicinas, ni se hicieron concesiones a sus creencias budislámicas, no hubo recompensas. Era indignantemente injusto, pero por lo visto Ishmael era el único que esperaba algo.

Durante su infancia, su abuelo siempre le aleccionó con palabras severas pero amables.
Si no estás dispuesto a hablarle de tus preocupaciones a quien te ha agraviado, luego no te quejes si ves que no hace nada por resolver la situación.

Ishmael se lo tomó muy a pecho. Los sutras coránicos decían que el alma y el corazón del humano —incluso de los no creyentes— en el fondo siempre son buenos y compasivos. Ishmael se había mostrado pasivo durante demasiado tiempo, se había resignado a la esclavitud. Había pasado demasiadas noches recitando promesas vacías, aferrándose a sueños imprecisos que parecían demasiado fáciles… tan huecos como las falsas naves que habían servido para ahuyentar a la flota de guerra robótica. Sí, les debía aquello a todas las personas que llevaban tanto tiempo escuchándole.

Ahora que él y sus compañeros habían prestado un valioso servicio a Poritrin, sabía que había llegado el momento de hablar de sus preocupaciones con lord Bludd en persona. Dios le guiaría y le mostraría lo que debía decir. Y demostraría a Aliid y a todos los zensuníes que le escuchaban sentados en torno al fuego que sus creencias eran sólidas.

Aliid, exasperado, cogió a Ishmael antes de que se lanzara inocentemente al desastre.

—¡Al menos piensa en un plan, amigo mío! ¿Cómo vas a llegar hasta lord Bludd? ¿No pensarás que puedes llamar a su puerta y decirle lo que piensas sin más?

—Si es el señor de su pueblo, tendrá que escuchar una queja justa.

El otro levantó los ojos al cielo.

—Eres un esclavo, no un ciudadano. No tiene por qué escucharte. —Se inclinó acercándose más a él—. Utiliza tu imaginación, Ishmael. Has trabajado para el savant Holtzman, conoces sus costumbres, sabes cómo se relaciona con lord Bludd. Utiliza eso para encontrar una excusa o no lograrás acercarte a más de cien metros de él.

Ishmael consideró las posibilidades. No le gustaban las mentiras ni los engaños, pero Aliid tenía razón. En esta ocasión era un medio necesario para lograr un fin.

Cuando acabó el siguiente turno, volvió a los barracones donde vivía con los otros cautivos. Después de asearse y ponerse su ropa más presentable, besó a su esposa y se dispuso a marcharse. Cogió un par de cuadernos de trabajo que había sustraído de las oficinas de la fábrica que iban a clausurar y atravesó la ciudad de camino a las torres cónicas del lord. Su expresión era de respeto, pero no de docilidad ni sumisión. Budalá caminaba a su lado y le daba fuerzas.

Los dos dragones con armaduras doradas que vigilaban la verja de la entrada miraron a Ishmael con escepticismo. Él, no queriendo mostrarse amenazador, eligió las palabras con prudencia, sin mentir pero utilizando algún truco.

—Mi nombre es Ishmael, y debo ver a lord Niko Bludd.

Los dragones lo estudiaron.

—¿Un esclavo desea ver a lord Bludd? ¿Tienes cita con él?

—Lord Bludd no concede audiencias a los esclavos —dijo su compañero.

Ishmael se preguntó si Budalá haría que aquellos dos hombres se apartaran y le dejaran pasar. Pero no, no esperaba que Dios interviniera de forma tan obvia.

Sintiéndose muy lanzado, Ishmael sacó los cuadernos robados y los mostró a los guardias.

—Soy uno de los esclavos del savant Holtzman. Y suele enviar regularmente a esclavos como yo a entregar documentos escritos. —Dudó por un momento, y entonces dijo una mentira—: El savant me envía con estos papeles. Ha insistido en que era urgente, que no regresara hasta haberlos entregado a lord Bludd en persona.

—Para el savant todo es urgente —dijo el dragón más alto refunfuñando. Miró a Ishmael con gesto hosco—. Hoy lord Bludd no tiene tiempo para eso.

Ishmael no se retiró.

—Quizá podrías explicárselo tú mismo al savant. Si se lo digo yo, no se creerá que lord Bludd se ha negado a aceptar estos cuadernos. —Respiró hondo y esperó; su fe le daba serenidad y confianza.

Tras unos instantes de silencio, el otro dragón dijo, algo vacilante:

—Siempre les dejamos entregar los cuadernos. ¿Y si el savant ha descubierto algo importante, como los escudos?

El primer guardia estuvo de acuerdo.

—Quizá tendríamos que dejar que Bludd le eche personalmente.

Aprovechando aquel momento de vacilación, Ishmael hizo una reverencia y entró a toda prisa. Los guardias no intentaron detenerlo. Con los ojos muy abiertos, Ishmael entró en la mansión palaciega del lord, cuyos antepasados llevaban generaciones esclavizando a cautivos budislámicos.

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