La cruzada de las máquinas (52 page)

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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

—Con el debido respeto, savant Holtzman, mi patrocinador me ha hecho prometer que no revelaré a nadie los detalles de mi trabajo. —La diminuta mujer apartó la mirada.

—¿Acaso has olvidado quién soy, Norma? Tengo la acreditación más alta de toda la Liga de Nobles. ¿Cómo puedes negarte a revelarme a mí los detalles? —Miró a los dragones como si tuviera intención de decirles que la arrestaran—. Y ahora dime qué es todo eso de… de
plegar el espacio
.

Ella vaciló, algo sorprendida, pero sus ojos brillaron de la emoción.

—Savant, no es más que una variación de vuestras ecuaciones de campo originales, una extensión única que permite plegar el espacio/ tiempo para manipular la variable de la distancia. Y eso permitirá que nuestro ejército ataque a las máquinas en cualquier lugar de forma instantánea, sin los largos viajes que tienen que hacer actualmente.

Las fosas nasales del inventor se hincharon. Se había fijado solo en una parte de la explicación.

—¿Deriva de mis ecuaciones y no pensabas decirme nada?

En ese momento el mercader tlulaxa llegó a toda prisa. Era un hombre pequeño, no mucho más alto que Norma. Su rostro alargado tenía una expresión alarmada; su gruesa trenza parecía algo deshilachada.

—Norma, por favor, deja que yo me encargue de esto. Tienes que volver a tu trabajo. —Y le dedicó una mirada furiosa—. Ahora. —Ella, acobardada, hizo girar su vehículo suspensor y volvió a toda prisa hacia la zona de trabajo cerrada.

Holtzman se puso las manos en las caderas y plantó cara a Tuk Keedair.

—No hay necesidad de complicar las cosas. Tus guardas no parecen entender que tenemos derecho a inspeccionar y conocer cualquier nuevo producto que pueda beneficiar al ejército de la Yihad…

Keedair, que no se dejaba intimidar tan fácilmente, respondió:

—Estas son unas instalaciones de alta seguridad, y las investigaciones que se realizan aquí tienen como único patrocinador a VenKee Enterprises. Tiene usted el mismo derecho a estar aquí que las máquinas pensantes.

Los aprendices de Holtzman estaban boquiabiertos. El tlulaxa hizo una señal a sus guardas.

—Haced vuestro trabajo y aseguraos de que se vayan enseguida. —Miró al savant—. Cuando tengamos algún anuncio o alguna demostración que hacer, no dude que le invitaremos a usted y a lord Bludd… por cortesía.

Los dragones no sabían qué hacer; miraron al furibundo Holtzman como si este pudiera encontrar una solución instantánea al problema. Pero el hombre vio que no tenían más remedio que retirarse. De momento.

—Está ocultando algo, como sospechaba —dijo Holtzman, tratando de hacer comprender a lord Bludd que debería estar preocupado—. ¿Por qué iba a insistir VenKee en unas medidas de seguridad tan rigurosas si la joven fuera tan inútil como cuando trabajaba para mí?

El noble rió entre dientes y dio un sorbo a su burbujeante bebida de frutas. Luego se recostó en su asiento en el balcón, en lo alto de los peñascos, y miró despreocupadamente hacia el río, donde las barcazas llevaban cargamentos hacia el delta y el puerto espacial.

—¿No os parece interesante que a los dos años de liberarse de su esclavitud de pronto haga unos progresos tan enormes? ¡Quizá esa pequeña mujer os ha tomado el pelo, Tio! Y ha estado ocultando sus descubrimientos todo el tiempo para no tener que compartir el mérito con vos.

—A Norma Cenva nunca le han interesado ni el honor ni la fama. —Holtzman rechazó el refresco que le ofrecía el noble y empezó a andar arriba y abajo por el balcón, muy poco interesado por la vista—. Y ahora que su
amigo
Venport ha conseguido que la liberemos, no tenemos derecho a hacer ninguna reclamación de sus nuevos descubrimientos.

Entonces un cuchillo helado se le clavó en el pecho.

—Por eso tenía VenKee tantas ganas de ceder una parte de los beneficios por los globos de luz. Sea lo que sea lo que ha ideado esa mujer, debe de ser mil veces más importante. —Apretó el puño—. Y nosotros hemos quedado fuera.

Bludd se levantó, sacudió sus opulentas túnicas y las arregló pulcramente.

—No, no, Tio. Solo renunciamos a los conceptos que fueran totalmente nuevos. Si ha desarrollado su idea tan deprisa desde que firmamos el acuerdo, cualquier abogado decente (o incluso un científico brillante como vos) sabrá encontrar fácilmente una correlación directa con el trabajo anterior de Norma.

Holtzman se paró en seco: se había dado cuenta de algo.

—Si su trabajo implica lo que creo, tal vez estéis en lo cierto, lord Bludd.

El noble dio un largo trago a su vaso y le acercó otro a Holtzman.

—Bebed, Tio. Tenéis que relajaros.

—Pero ¿cómo vamos a entrar en el complejo? Necesito ver qué hace. Las instalaciones están rodeadas por docenas de mercenarios, y ese extranjero tlulaxa lo vigila todo como un halcón.

—No es tan difícil cancelar el visado de un tlulaxa —señaló Bludd—. Lo haré enseguida. De hecho, aunque Norma Cenva ha vivido aquí buena parte de su vida, sigue siendo una invitada en nuestro planeta, no una ciudadana. Podemos difundir el rumor, sembrar algunas dudas, cortarles los suministros y los privilegios de acceso.

—¿Será suficiente?

Bludd hizo chasquear sus nudillos cargados de anillos, luego llamó al capitán de sus dragones.

—Reúne una importante fuerza de hombres y ve río arriba, hasta el laboratorio de Norma Cenva. Trescientos dragones bien armados serán suficientes. Sospecho que esos mercenarios se rendirán en cuanto os vean venir. Entregad al tlulaxa los papeles con la revocación de su visado. Luego vos podréis investigar qué ha estado haciendo Norma. Eso no será problema, ¿verdad?

Holtzman tragó con dificultad y desvió la mirada, porque de pronto la vista del río le parecía mucho más interesante.

—No, milord. Pero Norma se resistirá. Le enviará un comunicado urgente a Aurelius Venport. Tuk Keedair presentará una denuncia ante el tribunal de la Liga, estoy seguro.

—Cierto. Pero tendréis meses para investigar en sus laboratorios antes de que pueda resolverse el asunto. Si no encontráis nada que valga la pena, nos disculparemos y reconoceremos nuestro error. Pero si descubrís algún avance significativo, iniciaremos la producción antes de que VenKee Enterprises tenga tiempo de apelar.

Holtzman ya estaba sonriendo.

—Sois todo un visionario, lord Bludd.

—Y vos sois todo un científico, Tio. Nuestros adversarios no tienen nada que hacer.

53

Un hombre no debe ser una estatua. Debe actuar.

Sutra budislámico, interpretación zenshií

Durante bastante más de un año, Ishmael siguió las absurdas órdenes de Norma Cenva en su complejo, aunque sentía como si por dentro su corazón hubiera muerto. Trabajaba duramente junto con otros ciento treinta cautivos budislámicos. Aquel proyecto secreto era complejo, y avanzaban muy despacio; construían, modificaban y probaban los extraños componentes de una inmensa nave.

Nada de todo aquello significaba algo para él.

La científica no era un ama difícil. Estaba tan concentrada en su tarea que daba alegremente por sentado que los demás hacían lo mismo. Su socio tlulaxa, Tuk Keedair —cada vez que veía al antiguo negrero, Ishmael sentía un profundo desprecio—, hacía que se respetaran los largos turnos de trabajo.

Los ayudantes, administradores, ingenieros y esclavos pasaban día y noche en un pequeño asentamiento cuyo único propósito era construir la nave experimental. Los esclavos budislámicos dormían en unos barracones levantados en lo alto de la meseta, donde las noches eran ventosas pero cuajadas de estrellas.

Ishmael no tuvo ocasión de volver a Starda, ni siquiera un día. No había tenido noticias de su mujer y sus hijas, ni había encontrado a nadie que preguntara por ellas. Había perdido a su familia. Cada día rezaba para que siguieran con vida, pero se habían convertido en fantasmas que poblaban sus sueños. Sus esperanzas ya no eran más que un hilo muy fino.

En medio del estridente martilleo y de los gritos del hangar de construcción, Ishmael vio cómo su amigo Aliid cambiaba el cartucho de una herramienta sónica. Cuando los enviaron río arriba para trabajar en aquel proyecto nuevo y aislado, Aliid se las arregló para que lo asignaran al mismo grupo de trabajo que él. Ahora los negreros de Poritrin los habían separado a ambos de sus mujeres y sus familias.

Tras ajustar la herramienta, el zenshií habló con dureza.

—Lo intentaste, Ishmael. Hiciste lo que creías mejor… y no te culpo por ello, aunque nunca he estado de acuerdo con tu ingenua fe en la buena voluntad de nuestros captores. ¿Qué esperabas? Los amos de esclavos confían en que seamos dóciles, que es justo lo que tú demostraste. Si lo único que somos capaces de hacer es pronunciar inofensivas amenazas, nunca nos tratarán como seres humanos. Tenemos que hablar un lenguaje que puedan entender. Con dientes y garras.

—Con la violencia lo único que conseguiremos serán castigos más duros. Ya viste lo que le pasó a Bel Moulay…

Aliid le interrumpió con una sonrisa feroz.

—Sí, lo vi… pero ¿lo viste tú, Ishmael? En todos los años que han pasado desde entonces ¿qué has aprendido? Te concentras en el dolor que sufrió, y en cambio te olvidas de las cosas que consiguió. Hizo que nos uniéramos. Fue como un toque de atención, no solo para los nobles de Poritrin, que reaccionaron de forma desproporcionada y aplastaron toda señal de resistencia, sino para todos los esclavos budislámicos que siguen sufriendo. Los esclavos llevamos una fuerza dormida en nosotros. Aferrándose a su fe en la no violencia, Ishmael meneó la cabeza con obstinación. Los dos hombres habían llegado a un punto muerto, y ninguno de los dos estaba dispuesto a cruzar al otro lado del abismo que los separaba. En otro tiempo, fueron buenos amigos unidos por las circunstancias, pero siempre fueron demasiado diferentes. Ni siquiera sus desgracias comunes habían logrado acercarlos. Aliid, en su determinación, seguía tratando de lograr lo imposible… en diversos sentidos. Ishmael lo admiraba por sus convicciones, pero Aliid siempre parecía decepcionado.

Cuando Ishmael era niño, su abuelo le enseñó qué debía creer y cómo vivir, pero a veces los adultos simplifican las cosas para los niños. Ahora tenía treinta y siete años. ¿Es posible que hubiera estado equivocado todos esos años? ¿Tenía que buscar una nueva fuerza en su interior y seguir al mismo tiempo dentro de los límites de las enseñanzas zensuníes? En el fondo él sabía que todas esas violentas fantasías de Aliid eran un error y eran peligrosas. Pero lo cierto es que su fe callada en que todo sucedía por una razón, que de alguna forma Dios los rescataría y ablandaría el corazón de sus captores, no le había llevado a ninguna parte. No había llevado a ningún sitio a generaciones de esclavos budislámicos.

Tenía que encontrar otra respuesta. Una solución diferente.

Aunque Ishmael había fracasado estrepitosamente y no consiguió ninguna concesión por parte de lord Bludd, por la noche los fieles zensuníes seguían acudiendo a él en los barracones y le pedían que diera algún sermón, que les contara historias, que reforzara la paciencia con que aceptaban la voluntad de Budalá. Más de cien hombres y mujeres acudían regularmente a verle; o sea, la mayor parte de los trabajadores que había allí.

Al principio, Ishmael pensó que no sería capaz de hacerlo. ¿Cómo podía recitar los sutras coránicos y cantar la benevolencia de Dios cuando Ozza no estaba a su lado, cuando no veía a sus preciosas hijas sentadas al otro lado de la hoguera, escuchando sus parábolas? Pero se hizo fuerte, y se dio cuenta de que no podía perderlo todo. Él tenía su propia fuerza, por mucho que Aliid no lo viera.

Sin embargo, conforme los meses pasaban, Ishmael notó una separación gradual pero evidente entre sus hermanos zensuníes y el pequeño grupo de zenshiíes de Aliid. Seguían trabajando juntos en el interior del hangar, donde Norma Cenva y los suyos se entretenían con el prototipo de aquella nave destripada, pero Ishmael intuía que Aliid ocultaba algo, no solo a los amos de esclavos de Poritrin, también a Ishmael y a los suyos…

Una pequeña chispa volvió a iluminar la vida de Ishmael de forma tan inesperada como los deslumbrantes fuegos artificiales que los lores de Poritrin tan a menudo ofrecían en sus celebraciones en el río. La noticia fue aún mejor recibida por inesperada.

Cuando la inmensa nave experimental entró en la fase final de pruebas, Tuk Keedair contrató a otro grupo de esclavos de Starda y los asignó al manejo de la colosal maquinaria y a operaciones de última hora. Entre aquellos quince trabajadores taciturnos, Ishmael reconoció con sorpresa a su hija mayor, Chamal.

Ella también le vio, y su rostro se desplegó como los pétalos de una flor. Ishmael sintió que el corazón se le aceleraba, y tuvo ganas de correr hacia ella, pero los esclavos iban escoltados por un grupo de guardas armados. Además, Tuk Keedair, observaba a los recién llegados con los ojos entrecerrados, como si los estuviera evaluando en silencio.

Ishmael recordó la respuesta vengativa de lord Bludd, que había separado expresamente a su familia solo porque él había pedido una compensación justa. No, no podía arriesgarse a llamar la atención sobre sí mismo o sobre Chamal.

Así que hizo una señal a su hija, meneando la cabeza y apartando los ojos. Hablarían más tarde. Por la noche podrían abrazarse y contarse sus cosas entre susurros. Pero por el momento prefirió no demostrar su alegría, por miedo a que los negreros se la arrebataran, igual que habían hecho con todo lo demás.

Para Ishmael el resto de la jornada fue una tortura. El nuevo grupo de esclavos fue enviado a otra parte del complejo para recibir un curso de orientación y entrenamiento. El tiempo pasaba tan despacio que era como si el sol se hubiera detenido en el cielo.

Pero cuando el largo turno de trabajo terminó y los zensuníes se retiraron a sus barracones —Aliid y los suyos estaban aparte—, Ishmael pudo por fin abrazar a su hija y los dos lloraron. Durante un rato no hablaron, felices por el simple hecho de poder estar juntos.

Finalmente, Chamal le contó cómo la habían separado de su madre y su hermana menor. Por lo que sabía, Ozza y la pequeña Falina habían sido enviadas a los campos de caña del otro extremo del continente. Hacía un año que no sabía nada de ellas.

Después de hablar con su padre durante horas, Chamal llamó a un joven con expresión decidida llamado Rafel. Lo cogió de la mano y le hizo acercarse para presentarle a su padre. El hombre parecía intimidado, como si hubiera oído hablar mucho de Ishmael.

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