La cruzada de las máquinas (55 page)

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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

En las alturas, una nave controlada por robots se ladeó en un vector de aproximación aberrante y acabó estrellándose contra uno de los edificios industriales.

Erasmo, intuyendo la gravedad de la situación pero sin acabar de comprender aquella sucesión de averías, salió de su villa y se dirigió a toda prisa a la ciudad principal de Corrin. Allí encontró a humanos de confianza, esclavos asustados y robots autónomos, que iban de un lado a otro visiblemente confusos.

En el centro de la ciudad, la ciudadela gigante se había vuelto loca. La estructura de metal líquido se contorsionaba y se sacudía como una serpiente; descendía sobre el suelo, volvía a elevarse hacia el cielo inesperadamente y al hacerlo destrozaba otros edificios próximos como si fuera el tentáculo de un pulpo enfurecido. Los pensamientos erráticos de Omnius guiaban el movimiento del edificio.

Erasmo se quedó mirando aquel despliegue tan extraño, experimentando emociones parecidas a la confusión, la diversión y el espanto. ¿Había llegado a Corrin el extraño virus que había afectado a aquellos otros planetas?

Con decisión y curiosidad, el robot recorrió la ciudad, tratando de comunicarse con otros ojos espía. Por todas partes encontraba lo mismo: unidades inactivas y trozos rotos por el suelo. Entonces, tras hablar con otros robots, descubrió que todos los sistemas del planeta estaban inutilizados. Sin una guía, los vehículos se estrellaban, el material industrial se sobrecargaba y empezaba a arder.

El software de Omnius había sido borrado.

—Declaro el estado de crisis —dijo Erasmo por un canal abierto de comunicación—. La supermente ha sido dañada, y debemos tomar el control antes de que las averías generalizadas vayan a más. —Erasmo era uno de los pocos robots independientes que había en el planeta, por tanto podía tomar decisiones con rapidez y era mucho más eficiente que los otros robots.

Aquella situación era emocionante. Él había sido programado para ser leal, así que nunca se le había ocurrido usurpar el puesto de Omnius. Y sin embargo, en aquellos momentos se encontraba en una situación apurada. Tenía la obligación de mantener el control de las máquinas en el planeta… aunque la supermente le hubiera prometido que lo eliminaría.

Sin perder más tiempo, Erasmo impuso su autoridad; aisló todos los archivos de seguridad no afectados de Omnius que pudo encontrar. Podía reconfigurar la red informática lo suficiente para asegurar Corrin. Luego, con paciencia, restauraría la mayoría de los sistemas, y purgaría los archivos y pensamientos corrompidos de la supermente.

Además de introducir algunas correcciones y modificaciones de su cosecha.

El rostro de metal líquido del robot mostró una máscara de determinación. En aquellos momentos, en una situación sin precedentes en la historia de las máquinas, Erasmo tenía la oportunidad de salvar al principal Planeta Sincronizado. Si lo conseguía, estarían en deuda con él. Eso no lo convertía en un robot desleal, ni siquiera poco limpio. Le daba un valor incalculable. Lo único que quería era sobrevivir. Sí, ¡tenía derecho a sobrevivir!

Si no lo hago, jamás lograremos entender a los humanos ni derrotarlos en el campo de batalla.

Plenamente convencido de la lógica de sus actos, Erasmo creó recuerdos falsos para Omnius y alteró los datos que hizo falta. De todos modos, la supermente no necesitaba para nada la información perdida de la versión Tierra. El refrito de la historia que hizo no era perfecto, pero al menos le permitiría seguir existiendo.

Normalmente, Erasmo no era de los que resuelven los problemas a través de la acción. No, él prefería tratarlos en un plano más teórico. Por eso le pareció curioso, incluso sorprendente, verse a sí mismo lanzando una contraofensiva militar… contra otro robot independiente.

A pesar de sus esfuerzos, los sistemas interconectados de Corrin siguieron fallando, estropeados por las pautas de reprogramación parasitarias ocultas en la versión del Omnius-Tierra. Erasmo equiparaba aquella situación a un humano en pleno ataque a causa de un trastorno mental. Cualquier buen médico aislaría al enfermo y le pondría una camisa de fuerza por su propio bien. Exactamente lo mismo que había hecho él con la supermente: minimizar los daños aislando rápidamente los sistemas.

Erasmo no tardó en deducir que el mensajero que había infectado a Corrin debía de ser Seurat. El robot también había estado en los otros ocho planetas que se habían colapsado. Involuntariamente, había entregado su actualización contaminada, y como resultado, las encarnaciones de Omnius de varios Planetas Sincronizados habían absorbido la nueva información junto con un virus de programación que actuaba como una silenciosa bomba de relojería.

Erasmo formó un escuadrón de robots soldado que podían acoplarse a las naves más veloces.

—Localizad e interceptad la nave de actualización. No debe entregar más copias de la versión Omnius-Tierra. Si es necesario, estáis autorizados a destruir a Seurat y su nave. Vuestra principal prioridad es evitar nuevas averías como la que hemos sufrido en Corrin.

Los robots de combate dieron media vuelta y se alejaron hacia unas naves estilizadas capaces de deslizarse por el espacio a altísimas velocidades. Las naves automatizadas partieron, dejando una estela en el cielo rojizo. Sus siluetas geométricas surcaron el disco del gigante rojo, como aves de presa en su camino hacia el espacio.

Erasmo sentía cierta afinidad con Seurat, pero sus sentimientos no llegaban a la compasión. La supermente había resultado gravemente dañada. Y él haría lo que hiciera falta para arreglar aquello.

Y no porque esperara que Omnius le demostrara ninguna gratitud.

La nave de actualización era más veloz que cuando Seurat volaba con Vorian Atreides. Los ajustes que hubo que hacer para acomodar a aquel humano de confianza —sistemas de soporte vital y comodidades— habían comprometido la eficacia del
Viajero Onírico
.

Aun así, los momentos que Seurat pasó enzarzado en juegos militares y otras diversiones mentales con Vorian habían compensado más que de sobra aquella desventaja. El robot había llegado a comprender las excentricidades de la naturaleza humana mucho mejor que escaneando las inmensas bases de datos de Omnius.

Por desgracia, su copiloto humano lo había traicionado, y eso hacía difícil justificar los agradables recuerdos que tenía de él. A pesar de todo, el robot no había querido borrar aquellos archivos de datos, que para él prácticamente tenían un carácter sentimental.

Cuando vio las naves que se acercaban a toda velocidad siguiendo un patrón de ataque, Seurat pensó que eran naves de la Armada de la Liga. Durante el ataque final a la Tierra, cuando trataba de huir del campo de batalla con la última actualización de Omnius, le habían perseguido y disparado. La mayoría de bombarderos y soldados se habían concentrado en el ataque atómico, pero Vorian Atreides le persiguió a él, y finalmente consiguió desactivarlo e inutilizar los motores de su nave…

Ahora, Seurat determinó rápidamente que no tenía suficientes armas para repeler un ataque. Entonces se dio cuenta de que eran naves de guerra de Omnius, enviadas desde Corrin.

—Detente o serás destruido —ordenaron los robots de Erasmo, hablando en un lenguaje de las máquinas que Seurat entendió fácilmente—. No trates de huir. Apaga los motores y prepárate para ser abordado.

—Por supuesto que me detendré. Siempre hago lo que Omnius ordena.

—La supermente de Corrin ha sido gravemente dañada —se le informó desde una de las naves—. Erasmo ha dado orden expresa de que interceptemos tu nave y retiremos la esfera de actualización que transportas antes de que causes mayores daños a los Planetas Sincronizados.

—Yo no he provocado ningún daño —protestó Seurat—. Llevo en mi nave los últimos pensamientos del Omnius-Tierra. Todos los Planetas Sincronizados deben incorporar estos pensamientos a su Omnius para poder entender el pensamiento humano…

—Si no nos entregas la esfera con la actualización tenemos orden de destruir tu nave.

Seurat no se lo pensó mucho.

—Podéis subir a la nave, os entregaré mi esfera.

Mientras las naves de combate se acoplaban a la suya, los robots le transmitieron un informe completo de lo sucedido en Corrin después de su marcha. Seurat estaba perplejo; no podía negar que las conclusiones de Erasmo parecían acertadas. Para su desgracia, se enteró también del fallo generalizado de la supermente en los otros ocho planetas por los que él había pasado en su viaje de actualización. Era como propagar una enfermedad altamente contagiosa. Y él había sido el portador.

Cuando los soldados blindados entraron en su fría e ingrávida nave, Seurat dijo:

—Volveré a Corrin inmediatamente y me someteré a una reprogramación completa. Permitiré que mi personalidad sea borrada si Omnius lo considera necesario.

—En estos momentos Omnius está fuera de la red y aislado —le contestó el soldado mek—. Durante su ausencia, el robot Erasmo toma todas las decisiones.

—Entonces espero convencer a Erasmo de que no pretendía causar ningún daño.

Los robots de combate cogieron la gelesfera que contenía el duplicado del Omnius-Tierra, junto con el virus de programación oculto. Era una pena desperdiciar toda aquella información.

Su mente de circuitos gelificados empezó a barajar las posibilidades, y entonces se dio cuenta de que le habían engañado. Solo Vorian Atreides podía haber ideado un truco tan inteligente y costoso. Cuando bromeaba con él, aquel humano de confianza le había dicho muchas veces que sabotearía sus planes, y es exactamente lo que había hecho. ¿Qué clase de broma era aquella? Había provocado gravísimos daños en los planetas que estaban bajo el control de las máquinas.

Seurat se preguntó si también él sería capaz de reírse, de disfrutar de un poco de humor retorcido. Con el tiempo, encontraría la forma de responder a Vorian Atreides con una broma lo suficientemente destructiva, si es que volvían a verse.

56

¿Cuántas oportunidades desaprovechamos en nuestra vida? ¿Somos ni tan siquiera capaces de reconocerlas al volver la vista atrás? Esta es una lección que muchos de nosotros no aprendemos hasta que ya es demasiado tarde.

L
ERONICA
T
ERGIET
, a sus hijos

El jovial soldado que se hacía llamar
Virk
pasó varios días intentando conocer a Leronica Tergiet en Caladan. Al principio la mujer pareció molesta por su insistencia y no se tomaba en serio su interés, pero luego quedó realmente sorprendida, porque había visto cómo él rechazaba a mujeres más hermosas y más predispuestas.

—Entonces ¿no me estás tomando el pelo?

Se sentó junto a Vor en la taberna, después de echar a los pescadores tras la hora de cierre. De todos modos, tenían que estar de vuelta en sus barcos al amanecer, cuando la marea bajara. Aunque Vor se hacía pasar por un ingeniero yihadí cuando no estaba de servicio, había dejado muy claro que tenía que empezar a trabajar en la construcción de la avanzadilla en algún lugar de la costa.

—No me estaba riendo de ti —le dijo—. Sé qué es importante… y creo que vale la pena conocerte.

Incluso en la Tierra, cuando estaba al servicio de las máquinas, siempre había tenido a su disposición a todas las esclavas que quería; sin embargo, ninguna de aquellas mujeres se había reído con él o le había hablado como una compañera o una amiga. No de aquella forma.

Con fingido bochorno, Leronica se llevó una mano al pecho.

—¿Qué vale la pena? Vaya, menudo cumplido. ¿Te funcionan estas bellas palabras con tus doncellas enamoradas?

Él se encogió de hombros con gesto pícaro.

—Normalmente sí.

Leronica lo miró con expresión seria, con las manos en las caderas.

—Virk, me da la impresión de que vas detrás de mí solo porque soy un desafío para ti.

—No —dijo él con toda sinceridad—. Voy detrás de ti porque me pareces fascinante. Es absolutamente cierto.

Ella lo estudió con una mirada que a Vor le recordó a Serena, y poco a poco su escepticismo se fue apagando. La mujer puso una mano encima de la suya y su expresión se suavizó.

—De acuerdo. Te creo.

El equipo de ingenieros de la Yihad permaneció más de cuatro meses en Caladan, excavando una nueva base en los cabos deshabitados y azotados por el viento, a varias horas en un vehículo de metano al norte del pueblecito pesquero. Era el mejor emplazamiento para conectar con la nueva red de satélites de reconocimiento y comunicaciones que estaban en órbita.

Los yihadíes construyeron torres de vigilancia y barracones para el contingente de soldados que quedarían destacados en el planeta. El personal sería relevado cada pocos años, pero hasta entonces aquel sería su hogar y su trabajo consistiría en estar atentos a posibles incursiones de las máquinas pensantes. Vor también envió equipos de exploradores para tener un mapa completo de los continentes y los océanos, la primera base de datos detallada que habría sobre el clima y las corrientes oceánicas de Caladan. Le gustaba pensar que ayudaría a mejorar las condiciones de vida de aquella gente.

En aquellos momentos estaban paseando por los acantilados, y Vor extendió su mano para ayudar a Leronica a andar por aquel empinado sendero. No necesitaba su ayuda, pero Vor disfrutaba cogiéndola de la mano, tocando sus dedos fuertes, haciendo el papel del caballero, algo que pocos de los robustos pescadores locales habían intentando nunca.

—Tenéis un clima agradable. El aire es limpio, y el mar os proporciona todo el alimento que necesitáis —dijo Vor.

Estaban hombro con hombro, sintiendo la brisa salada en sus rostros. Entre ellos el silencio no resultaba incómodo, era refrescantemente agradable. No había expectativas.

Leronica miró a su alrededor, como si tratara de ver qué le atraía tanto de aquel lugar escarpado.

—La familiaridad desvanece los colores del paisaje. Yo me he pasado casi toda la vida soñando con otros lugares.

—Yo he viajado mucho, Leronica. Créeme, Caladan es una joya que es mejor ocultar al resto de la Liga de Nobles. Me extraña que este planeta no tenga más población.

—No estamos lejos de algunos de los Planetas Sincronizados.

Leronica trepó detrás de él, mientras el viento agitaba sus cabellos castaños. Con frecuencia, cuando trabajaba en la cocina o en la barra de la taberna se sujetaba el pelo en una coleta, pero Vor prefería que lo llevara suelto. El día que por fin ella le dejó que pasara sus dedos por los rizos, la sensación le resultó más sensual de lo que esperaba.

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