La Danza Del Cementerio (49 page)

Read La Danza Del Cementerio Online

Authors: Lincoln Child Douglas Preston

Tags: #Intriga, Policíaca,

—No, no lo sé. ¿Cómo quieres saber qué habría pasado en otras circunstancias? Es la incertidumbre de ser policía. Convivimos todos con ella. Además, ya has oído a los médicos: lo más crítico ha pasado. Pendergast perdió mucha sangre, pero lo superará.

En la cama hubo un ligero movimiento. Tanto D'Agosta como Hayward se giraron. El agente Pendergast les observaba con los ojos entornados. D'Agosta nunca le había visto tan pálido, con una palidez mortal; sus brazos y sus piernas, esbeltos de por sí, se habían demacrado hasta extremos casi fantasmales.

Al principio el agente del FBI se limitó a mirarles con sus ojos plateados, sin pestañear.

D'Agosta pasó un momento de angustia, temiendo que estuviera muerto, pero después los labios del agente se movieron, y se inclinaron los dos para escucharle.

—Me alegro de verles a los dos con buen aspecto —dijo.

—Y nosotros a usted —contestó D'Agosta, intentando sonreír—. ¿Cómo se encuentra?

—He reflexionado mucho aquí en la cama, además de disfrutar de sus cuidados. ¿Qué le ha pasado en el brazo, Vincent?

—Me he roto el cubito. Poquita cosa.

Los ojos de Pendergast se cerraron. Al cabo de un momento se volvieron a abrir.

—¿Qué había dentro? —preguntó.

—¿Dentro de qué? —dijo D'Agosta.

—De la caja fuerte de Esteban.

—Un testamento antiguo, y una escritura de propiedad.

—Ah —susurró Pendergast—. ¿El testamento de Elijah Esteban?

D'Agosta estaba sorprendido.

—¿Cómo lo sabe?

—Encontré la tumba de Elijah Esteban en el sótano de la Ville. La habían saqueado unos minutos antes, para llevarse el testamento, sin la menor duda. Supongo que la escritura era de unas tierras.

—Exacto. Una granja de ocho hectáreas —dijo D'Agosta.

Un gesto lento de aquiescencia.

—Granja que imagino ya no será tal.

—Acierta usted. Ahora son ocho hectáreas de lo más exclusivo de Manhattan, entre Times Square y Madison Avenue, abarcando gran parte de las calles Cuarenta y pico. Tal como estaba redactado el testamento, Esteban habría quedado claramente como el único heredero.

—Naturalmente, no habría intentado recuperar los terrenos. Habría usado el documento como base para una demanda extremadamente lucrativa, que se habría resuelto, no me cabe duda, en un acuerdo por miles de millones. ¿Usted cree que justifica asesinar, Vincent?

—Según para quién.

Pendergast apoyó los brazos en la sábana y los dispuso con esmero, tocando con sus dedos blancos una ropa de cama que llamó la atención de D'Agosta por su calidad, superior a la normal. Seguro que había que agradecérselo a Proctor.

—Donde ahora está la Ville hubo una comunidad religiosa anterior, de características muy diferentes —dijo—. Wren me explicó que, tras el fracaso de la comunidad, su fundador se dedicó a la agricultura en el sur de Manhattan, como terrateniente. Ese personaje no puede ser otro que Elijah Esteban. A su muerte fue enterrado en la cripta del asentamiento que fundó, junto a los infaustos documentos, según parece: la escritura de propiedad y el testamento.

—Tiene lógica —dijo D'Agosta—. ¿Y cómo se enteró Alexander Esteban?

—Por lo visto, después de retirarse del cine se apasionó por el estudio de su árbol genealógico, y contrató a un investigador para que estudiase los archivos. Fue el investigador quien hizo el descubrimiento… y lo pagó con su vida. Se trata del segundo cadáver del túnel, dicho sea de paso, el que no ha sido identificado.

—Sí, lo hemos encontrado —dijo Hayward.

—Cadáver que, por otra parte, le vino muy bien, ya que lo arrojó al río Harlem, y fue identificado erróneamente como Fearing por nuestro ocupadísimo amigo Wayne Heffler, con la ayuda de la supuesta hermana.

—O sea, que al final Colin Fearing sí que estaba vivo —dijo D'Agosta—. Me refiero a cuando mató a Smithback.

Un gesto de asentimiento.

—Parece mentira lo que se puede conseguir con maquillaje de teatro. Esteban era un director de
cine par excellence.

—Deberíamos dejar descansar al agente Pendergast —dijo Hayward.

Pendergast movió la mano débilmente.

—Nada de eso, capitana. Hablar me ayuda a despejarme.

—Aún no lo entiendo —dijo D'Agosta.

—Es sencillo, una vez que se ha encontrado el hilo. —Pendergast cerró los ojos y juntó las manos blancas sobre la colcha—. Esteban se enteró de la existencia y situación de un documento que le haría fabulosamente rico. Por desgracia, estaba encerrado dentro de una tumba, en el sótano de lo que había pasado a ser la Ville des Zirondelles: una secta caracterizada por el secretismo y el recelo a los desconocidos, hasta el punto de que sus miembros no podían ser más de ciento cuarenta y cuatro. Solo se reclutaba a un nuevo miembro cuando otro se moría. Como no había manera de acceder a aquella secta, Esteban fomentó la animadversión pública hacia la Ville, para que el ayuntamiento expropiase los terrenos y expulsara a sus ocupantes ilegales. Por eso ingresó en Humans for Other Animáis e incitó a Smithback a escribir artículos sobre ello para el
Times.

—Ahora lo entiendo —dijo D'Agosta—. Como no bastaba con eso, Esteban dio el siguiente paso: asesinar a Smithback y echarle la culpa a la Ville, a la vez que se inventaba todo lo del vudú y los zombis.

Pendergast asintió de modo casi imperceptible.

—Con el vudú incurrió en algunas tergiversaciones, como el ataúd en miniatura del nicho vacío de Fearing. Por eso mi amigo Bertin estaba tan desconcertado. Pista que por desgracia se me pasó por alto. Es irónico, porque de todos modos lo que practicaba la Ville no era vudú, sino un culto extraño y peregrino, transformado y desvirtuado a lo largo de décadas de aislamiento. —Hizo una pausa—. Contrató a dos cómplices: Colin Fearing… y Caitlyn Kidd.

—¿Caitlyn Kidd? —repitió D'Agosta con incredulidad—. ¿La periodista?

—Correcto. Formaba parte del plan. Esteban debió de hacer una lista de requisitos muy concretos antes de buscar a quienes los cumpliesen con exactitud. Supongo que ocurrió aproximadamente del siguiente modo: Fearing era un actor en paro, de dudosa trayectoria y con necesidades acuciantes de dinero. Vivía en el mismo edificio que Smithback, y pesaba y medía más o menos lo mismo que él. La elección perfecta para Esteban. Caitlyn Kidd era una periodista con bastantes pocos escrúpulos, y muchas ganas de progresar. —Miró a Hayward—.

No la veo muy sorprendida.

Hayward vaciló un segundo antes de contestar. —Pedí un historial minucioso de todas las personas vinculadas a la investigación, y hace pocas horas que me han dado el de Kidd. Tiene antecedentes penales por estafa; muy bien escondidos, todo sea dicho. Montó un timo para extorsionar a varios ancianos.

D'Agosta se quedó alucinado.

Pendergast se limitó a asentir.

—Me imagino que Esteban la encontraría por los antecedentes. En todo caso, le prometió mucho dinero por ser una de las protagonistas. Esteban escribió un guión para este pequeño drama, en el que Fearing simulaba su propia muerte usando como cadáver el del investigador.

Caitlyn Kidd interpretó el papel de la hermana que le identificaba, y el doctor Heffler, agobiado de trabajo, puso la guinda. Cuando ya daban todos por muerto a Fearing, Esteban se limitó potenciar la ilusión con maquillaje, que por algo era productor de cine. E hizo que Fearing (interpretándose a sí mismo, pero resucitado como zombi) matara a Smithback y atacase a Nora Kelly.

D'Agosta sacudió la cabeza, consternado.

—Ahora que lo dice, parece evidente.

—¿Se acuerda de con qué intención miraba Fearing a la cámara de seguridad al salir del edificio de Smithback? ¿Y de que se aseguró de que le vieran bien los vecinos? A mí entonces me pareció extraño, pero ahora encaja a la perfección. Que Fearing fuera visto, e identificado, era un elemento básico (por no decir «el» elemento básico) del plan de Esteban.

Esta vez el silencio fue más largo. Finalmente, Pendergast abrió los ojos.

—Entonces Esteban puso en marcha el siguiente acto de su guión. Caitlyn Kidd se puso en contacto con Nora, que estaba destrozada, y obtuvo su colaboración para endosarle el crimen a la Ville. Su primer encargo era acercarse a Nora y engañarla para que pensara que investigar la Ville era idea suya. Mantuvieron la presión sobre Nora haciendo que Fearing la persiguiese en el museo, y en otras partes. Después Esteban robó el cadáver de Smithback del depósito, para hacer creer que también él había resucitado como zombi, aunque ese cadáver lo necesitaba para otra razón aún más importante: confeccionar una máscara de su rostro, que usaría Fearing. Encontré restos de látex en la cara de Smithback: vestigios del molde. Fearing se puso la máscara (adaptada para que su efecto fuera debidamente terrorífico) a fin de asesinar a Kidd ante un grupo de gente cuyo conocimiento visual de Smithback estuviera garantizado.

—Pero ¿y matar a Kidd? ¿Para qué?

—Había interpretado su papel a la perfección. Ya no era útil. Había llegado el momento de quitársela de encima. Era más fácil matarla que pagarla, y siempre es prudente librarse de los cómplices. Lección que Fearing debería haberse tomado muy en serio. ¿Se acuerda de que Kidd gritó el nombre de Smithback antes de ser asesinada? Mi hipótesis es que Esteban le había dicho que Fearing, disfrazado de Smithback muerto, mataría a otra persona durante la ceremonia. El papel de Kidd, su última escena, consistía en gritar el nombre de Smithback con fingido terror, para grabar su identidad en el pensamiento de todos, haciendo más verosímil la ficción. Aunque al final recibió más de lo prometido.

—Luego Esteban hizo que Fearing matara a Wartek en cuanto puso en marcha los trámites de desalojo de la Ville —dijo D'Agosta.

Pendergast asintió con la cabeza.

—Y secuestró a Nora, atribuyendo otra vez el delito a la Ville.

—Sí. Había que aumentar la presión sobre la Ville hasta lo insoportable. Esteban no pensaba esperar hasta que acabasen los interminables trámites de desalojo. Su sentido del ritmo era perfecto, como gran director de cine que era. Cuando hizo público el vídeo de Nora, que todos dieron por supuesto que estaba rodado en el sótano de la Ville, casi se nos echaba encima el tercer acto. Fue cuando se dio cuenta de que era el momento de dar la última estocada.

—¿O sea, que a Fearing le mató el propio Esteban? —preguntó Hayward.

—Yo creo que sí. Seguro que quería eliminar a su segundo cómplice, como ya eliminó al primero. Dejar su cadáver en las inmediaciones de la Ville tenía la ventaja adicional de que aparecerían como los culpables del asesinato.

—Hay una cosa que no entiendo —dijo D'Agosta—. En la primera manifestación, primero Esteban excitó a la multitud, y luego la desinfló. ¿Por qué? ¿Por qué no entró, que era lo más fácil?

Pendergast tardó un poco en contestar.

—Eso al principio me desconcertó, pero luego me di cuenta de que no eran bastantes para conseguir sus objetivos. Aún era prematuro. Entrar en la Ville, y saquear la tumba, tenía que funcionar a la primera. Esteban necesitaba provocar disturbios; no algo anecdótico, sino un gran alboroto que le permitiera entrar sin ser visto, apoderarse del botín y retirarse. La primera manifestación fue un simple ensayo. Por eso no encabezó la segunda, la grande. La alentó, y después fingió desmarcarse de ella. Estaba abajo al mismo tiempo que nosotros, Vincent. Fue pura casualidad que no nos cruzásemos con él. Cuando nos atacó la criatura, él ya se había ido.

Hayward frunció el entrecejo.

—Ahora que lo dice, ¿qué era aquella criatura?

—Un hombre. Como mínimo lo había sido. El ritual lo transformó en otra cosa.

—¿Qué ritual? —preguntó D'Agosta.

—¿Recuerda los extraños adminículos que vimos en el altar de la Ville? ¿Las herramientas con mango de hueso y una larga punta de metal retorcido, con una cuchilla muy pequeña al final?

Pues desempeñaban la misma función que un antiguo instrumento médico llamado leucótomo.

—¿Leucótomo? —repitió D'Agosta.

—El utensilio empleado en las lobotomías, en este caso una lobotomía transorbital con penetración en el cerebro a través de la órbita ocular. Hace tiempo que los miembros de la Ville descubrieron que destruir una parte determinada del cerebro, en una región llamada área de Broca, hacía que la infortunada víctima quedara insensible al dolor, prescindiera de limitaciones morales o éticas y se convirtiese en alguien extremadamente violento, a la vez que sumiso con sus cuidadores. Algo menos que humano, pero más que animal.

—¿Está diciendo que la Ville se lo hizo a alguien de manera intencionada?

—Sin la menor duda. La víctima era elegida por la secta como sacrificio a la comunidad, pero también se la veneraba y adoraba por haber hecho el sacrificio. En realidad, el hombre cosa tenía un papel protagonista en su ritual religioso: su creación, cuidado, formación, alimentación y liberación formaban parte del ciclo ritual. Servía para proteger a la comunidad de un mundo hostil, y ellos, a su vez, le alimentaban, le mantenían y le veneraban. En algunas sociedades se permite que determinados individuos realicen actos que normalmente están calificados como malos. Es posible que la Ville lobotomizase a aquel hombre como una manera de proteger su alma, permitiéndole asesinar, matar y defender a la Ville sin mancharse el alma de pecado.

—Pero ¿cómo se puede convertir a alguien en un monstruo así con una operación? —preguntó Hayward.

—No es una operación difícil. Hace muchos años, un médico, Walter Freeman, tardaba pocos minutos en llevar a cabo unas lobotomías que se hicieron conocidas como «de picahielos». Se mete, se mueve un par de veces en los dos sentidos y queda destruida la parte molesta del cerebro. A la vez que la mitad de la personalidad, el alma y el sentido del yo del paciente. Lo único que hizo la Ville fue ir un paso más lejos.

—¿Y los antiguos asesinatos que descubrió Wren? —dijo D'Agosta—. Puede que los cometiesen unos zombis parecidos.

—Exacto: la creación de un zombi viviente que recurrió al asesinato y el miedo para disuadir a Isidor Straus de la tala de Inwood Hill Park. Parece que el propio cuidador de los Straus se convirtió a la secta de la Ville, y más tarde tuvo el honor de ascender a un estatus sagrado y transformarse en el zombi en cuestión. Hayward se estremeció. —Qué horror.

—Ni que lo diga. La ironía es casi palpable: Esteban hizo que Fearing actuase como un zombi para convencer a la opinión pública de que había sido creado por la Ville, pero en cierto modo es verdad que la Ville creaba zombis, aunque sus objetivos fueran muy distintos a los de Esteban. Por cierto, ¿qué ha sido de la Ville?

Other books

Have You Any Rogues? by Elizabeth Boyle
A Country Mouse by Fenella Miller
No Quarter by Tanya Huff
Winterset by Candace Camp
Hers To Cherish (Verdantia Book 3) by Knight, Patricia A.
Atlanta Extreme by Randy Wayne White
Absolution by Caro Ramsay