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Authors: Dante Alighieri

Tags: #clásicos

La divina comedia (21 page)

Nuestra virtud que cae tan prontamente

no ponga a prueba el antiguo enemigo,

mas líbranos de aquel que así la hostiga.

Esta última plegaria, amado Dueño.

no se hace por nosotros, ni hace falta,

mas por aquellos que detrás quedaron.»

Para ellas y nosotros buen camino

pidiendo andaban esas sombras, bajo

un peso igual al que a veces se sueña,

angustiadas en formas desiguales

y en la primera cornisa cansadas,

purgando las calígines del mundo.

Si allí bien piden siempre por nosotros,

¿aquí qué hacer y qué pedir podrían

los que en Dios han echado sus raíces?

Debemos ayudarles a lavarse

las manchas, tal que puros y ligeros

puedan ganar las estrelladas ruedas.

«Ah, la justicia y la Piedad os libren

pronto, tal que podáis mover las alas,

que os conduzcan según vuestros deseos:

mostradnos por qué parte a la escalera

más rápido se va; y, si hay más caminos,

enseñadnos aquel menos pendiente;

pues a quien me acompaña, por la carga

de la carne de Adán con que se viste,

contra su voluntad, subir le cuesta.»

Las palabras que respondieron a éstas

que había dicho aquel que yo seguía,

de quién vinieran no lo supe; pero

dijeron: «Por la orilla a la derecha

veniros, y hallaremos algún paso

que lo pueda subir un hombre vivo.

Y si no fuese un estorbo la piedra

que mi cerviz soberbia doma, y tengo

por esto que llevar el rostro gacho,

a aquel que vive aún y no se nombra,

miraría por ver si lo conozco,

para hacer que este peso compadezca.

Latino fui, de un gran toscano hijo:

Giuglielrno Aldobrandeschi fue mi padre;

no sé si conocéis el nombre suyo.

La sangre antigua y las gloriosas obras

de mis mayores, arrogancia tanta

me dieron, que ignorando a nuestra madre

común, todos los hombres despreciaba

y por ello morí; sábenlo en Siena,

y en Campagnático todos los niños.

Soy Omberto; y no sólo la soberbia

me dañó a mí—, que a todos mis parientes

ha arrastrado consigo a la desgracia.

Y aquí es preciso que este peso lleve

por ella, hasta que Dios se satisfaga:

Pues no lo hice de vivo, lo hago muerto.»

Incliné al escucharle la cabeza;

y uno de ellos, no aquel que había hablado,

se volvió bajo el peso que llevaba,

y me llamó al mirarme y conocerme,

con los ojos fijados con gran pena,

pues andaba inclinado junto a ellos.

«Oh —yo le dije— ¿No eres Oderisi,

honra de Gubbio, y honra de aquel arte

que se llama en París iluminar?»

«Hermano —dijo— ríen más las cartas

que ahora ilumina Franco, el de Bolonia;

suyo es todo el honor, y en parte, mío.

No hubiera sido yo tan generoso

mientras vivía, por el gran deseo

de superar a todos que albergaba.

De tal soberbia pago aquí la pena;

y aun no estaría aquí de no haber sido

que, pudiendo pecar, volvíme a Dios.

¡Oh, vana gloria del poder humano!

¡qué poco dura el verde de la cumbre,

si no le sigue un tiempo decadente!

Creisteis que en pintura Cimabue

tuviese el campo, y es de Giotto ahora,

y la fama de aquel ha oscurecido.

Igual un Guido al otro le arrebata

la gloria de la lengua; y nació acaso

el que arroje del nido a uno y a otro.

No es el ruido mundano más que un soplo

de viento, ahora de un lado, ahora del otro,

y muda el nombre como cambia el rumbo.

¿Qué fama has de tener, si viejo apartas

de ti la carne, como si murieras

antes de abandonar el sonajero,

cuando pasen mil años? Pues es corto

ese espacio en lo eterno, más que un guiño

en el más tardo giro de los cielos.

Aquel que va delante tan despacio

de mí, en Toscana entera era famoso;

y de él en Siena apenas cuchichean,

en donde era señor cuando abatieron

la rabia florentina, que soberbia

fue en aquel tiempo tal como ahora es puta.

Color de hierba es vuestra nombradía,

que viene y va, y el mismo la marchita

que la hace brotar verde de la tierra.»

Y yo le dije: «Tu verdad me empuja

a la humildad, y abate mi soberbia;

pero quién es aquel de quien hablabas?»

«Es —respondió— Provenzano Salviati:

y está aquí porque tuvo pretensiones

de llevar Siena entera entre sus manos.

Anduvo así y aún anda, sin descanso,

desde su muerte: tal moneda paga

aquel que en vida a demasiado aspira.»

Y yo: «Si aquel espíritu que deja

arrepentirse al fin de su existencia,

queda abajo y no sube sin la ayuda

de una buena oración, antes que pase

un tiempo semejante al que ha vivido,

¿Cómo le consintieron que viniese?»

«Cuando vivía más glorioso —dijo—,

en la plaza de Siena libremente

vencida su vergüenza, se plantó

y allí para salvar a cierto amigo,

en la prisión de Carlos condenado,

de tal modo actuó que tembló entero.

Más no diré y oscuro sé que hablo;

pero dentro de poco, tus vecinos

harán de modo que glosarlo puedas.

Esta acción le sacó de esos confines.»

CANTO XII

A la par, como bueyes en la yunta,

con el alma cargada caminaba,

mientras lo consintió mi pedagogo.

Mas cuando dijo: «Déjale y avanza;

que es menester que con alas y remos

empuje su navío cada uno»,

enderecé, cual para andar conviene

el cuerpo todo, mas los pensamientos

se me quedaron sencillos y humildes.

Me puse a andar, y seguía con gusto

los pasos del maestro, y ambos dos

de ligereza hacíamos alarde;

y él dijo: «vuelve al suelo la mirada,

pues para caminar seguro es bueno

ver el lugar donde las plantas pones».

Como, para dejar memoria de ellos,

sobre las tumbas en tierra excavadas

está escrito quién era cuando vivo,

y de nuevo se llora muchas veces

por el aguijoneo del recuerdo,

que tan sólo espolea a los piadosos;

con mayor semejanza, pues tal era

el artificio, lleno de figuras

vi aquel camino que en el monte avanza.

Veía a aquél que noble fue creado

más que criatura alguna, de los cielos

como un rayo caer, por una parte.

Veía a Briareo, que yacía

en otra, de celeste flecha herido,

por su hielo mortal grave a la tierra.

Veía a Marte, a Palas y a Timbreo,

aún armados en tomo de su padre,

mirando a los Gigantes desmembrados.

Veía al pie, a Nemrot, de la gran obra

ya casi enloquecido, contemplando

los que en Senar con él fueron soberbios.

¡Oh Niobe, con qué dolientes ojos

te veía grabada en el sendero,

entre tus muertos siete y siete hijos!

¡Oh Saúl, cómo con la propia espada

en Gelboé ya muerto aparecías,

que no sentiste lluvia ni rocío!

Oh loca Aracne, así pude mirarte

ya medio araña, triste entre los restos

de la obra que por tu mal hiciste.

Oh Roboán, no parece que asuste

aquí tu efigie; mas lleno de espanto

le lleva un carro, sin que le eche nadie.

Mostraba aún el duro pavimento

como Alcmeón a su madre hizo caro

aquel adorno tan desventurado.

Mostraba cómo se lanzaron sobre

Senaquerib sus hijos en el templo,

y cómo, muerto, allí lo abandonaron.

Mostraba el crudo ejemplo y la ruina

que hizo Tamiris cuando dijo a Ciro:

«tuviste sed de sangre y te doy sangre».

Mostraba cómo huyeron derrotados,

tras morir Holofernes, los asirios,

y también de su muerte los despojos.

Veía a Troya en ruinas y en cenizas;

¡oh Ilión, cuán abatida y despreciable

mostrábate el relieve que veíal

¿Qué pincel o buril allí trazara

las sombras y los rasgos, que admirarse

harían a cualquier sutil ingenio?

Muertos tal muertos, vivos como vivos:

no vio mejor que yo quien vio de veras,

cuanto pisaba, al ir mirando el suelo.

¡Ah, caminad soberbios y altaneros,

hijos de Eva, y no inclinéis el rostro

para poder mirar el mal camino!

Mas al monte la vuelta habíamos dado,

y su camino el sol más recorrido

de lo que mi alma absorta calculaba,

cuando el que atento siempre caminaba

delante, dijo: «Alza la cabeza,

ya no hay más tiempo para ir tan absorto.

Mira un ángel allí que se apresura

por venir a nosotros; ve que vuelve

la esclava sexta del diario oficio.

De reverencia adorna rostro y porte,

para que guste arriba conducirnos;

piensa que ya este día nunca vuelve.»

Acostumbrado estaba a sus mandatos

de no perder el tiempo, así que en esa

materia no me hablaba oscuramente.

El bello ser, de blanco, se acercaba,

con el rostro cual suele aparecer

tremolando la estrella matutina.

Abrió los brazos, y después las alas;

dijo: «Venid, cercanos los peldaños

están y ya se sube fácilmente.

Muy pocos a esta invitación alcanzan:

oh humanos que nacisteis a altos vuelos,

¿cómo un poco de viento os echa a tierra?»

A la roca cortada nos condujo;

allí batió las alas por mi frente,

y prometió ya la marcha segura.

Como al subir al monte, a la derecha,

en donde está la iglesia que domina

la bien guiada sobre el Rubaconte,

del subir se interrumpe la fatiga

por escalones que se construyeron

cuando sumario y pesas eran ciertos;

tal se suaviza aquella ladera

que cae a plomo del otro repecho;

mas rozando la piedra a un lado y otro.

Al dirigirnos por ese camino

Beati pauperes spiritu, de un modo

inefable cantaban unas voces.

Ah qué distintos eran estos pasos

de aquellos del infierno: aquí con cantos

se entra y allí con feroces lamentos.

Por los santos peldaños ya subíarnos

y bastante más leve me encontraba,

de lo que en la llanura parecía.

Por lo que yo: «Maestro ¿qué pesada

carga me han levantado, que ninguna

fatiga casi tengo caminando?»

Él respondió: «Cuando las P que quedan

aún en tu rostro a punto de borrarse,

estén, como una de ellas, apagadas,

tan vencidos los pies de tus deseos

estarán, que no sólo sin fatiga,

sino con gozo arriba han de llevarte.»

Entonces hice como los que llevan

en la cabeza un algo que no saben,

y sospechan por gestos de los otros;

y por lo cual se ayudan con la mano,

que busca y halla y cumple así el oficio

que no pudiera hacerlo con la vista;

extendiendo los dedos de la diestra,

sólo encontré seis letras, que en mi frente

el de la llave habíame grabado:

y viendo esto sonrió mi guía.

CANTO XIII

Llegarnos al final de la escalera,

donde por vez segunda se recoge

el monte, que subiendo purifica.

Allí del núsmo modo una cornisa,

igual que la primera, lo rodea;

sólo que el giro se completa antes.

No había sombras ni señales de ellas:

liso el camino y lisa la muralla,

del lívido color de los roquedos.

«Si, para preguntar, gente esperarnos

—me decía el poeta— mucho temo

que se retrase nuestra decisión.»

Luego en el sol clavó los ojos fijos;

de su diestra hizo centro al movimiento,

y se volvió después hacia la izquierda.

«Oh dulce luz en quien confiado entro

por el nuevo camino, llévanos

—decía— cual requiere este paraje.

Tú calientas el mundo, y sobre él luces:

si otra razón lo contrario no manda,

serán siempre tus rayos nuestro guía.»

Cuanto por una milla aquí se cuenta,

tanto en aquella parte caminamos

al poco, pues las ganas acuciaban;

y sentimos volar hacia nosotros

espíritus sin verlos, que invitaban

cortésmente a la mesa del amor.

La voz primera que pasó volando

"Vinum non habent" dijo claramente,

y tras nosotros lo iba repitiendo.

Y aún antes de perderse por completo

al alejarse, otra: «Soy Orestes»

pasó gritando igual sin detenerse.

Yo dije: «Oh padre ¿qué voces son éstas?»

Y escuché al preguntarlo una tercera

diciendo: «Amad a quien el mal os hizo.»

Y el buen maestro «Azota esta cornisa

la culpa de la envidia, mas dirige

la caridad las cuerdas del flagelo.

Su freno quiere ser la voz contraria:

y podrás escucharla, según creo,

antes que el paso del perdón alcances.

Mas con fijeza mira, y verás gente

que está sentada enfrente de nosotros,

apoyada a lo largo de la roca.»

Abrí entonces los ojos más que antes;

miré delante y sombras vi con mantos

del color de la piedra no distintos.

Y al haber avanzado un poco más,

oí gritar: «María, por nosotros

ruega» y «Miguel» y «Pedro» y «Santos todos».

No creo que ahora existe por la tierra

hombre tan duro, a quien no le moviese

a compasión lo que después yo vi;

pues cuando estuve tan cercano de ellos

que sus gestos veía claramente,

grave dolor me vino por los ojos.

De cilicio cubiertos parecían

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