La Estrella de los Elfos (18 page)

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Authors: Margaret Weis,Tracy Hickman

Tags: #Fantasía Épica

Bajo la influencia de las historias de Gregor, la profecía de Zifnab empezó a torturarlo de nuevo. Paithan intentó descubrir todo lo posible sobre los gigantes que se acercaban y, en cada taberna que visitó, encontró a alguien con algo que comentar al respecto. Sin embargo, poco a poco fue convenciéndose de que se trataba de un mero rumor sin fundamento. Aparte de Gregor, no encontró a un solo humano que hubiera hablado realmente y en persona con alguno de los refugiados.

—El tío de mi madre conoció a tres de ellos, y él le contó a mi madre lo que le dijeron y...

—El chico de mi primo segundo estaba en Jendi el mes pasado cuando llegaban los barcos y habló con mi primo, que se lo contó a su padre, y él me puso al corriente.

—Me lo explicó un mendigo que estaba allí...

Finalmente, Paithan llegó con cierto alivio a la conclusión de que Gregor le había estado vendiendo caramelo de soom
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. El elfo apartó de su mente la profecía de Zifnab. Completa, definitiva e irrevocablemente.

Paithan cruzó la frontera de Marcinia con Terncia sin que los centinelas echaran siquiera un vistazo a los cestos. Estudiaron los documentos de embarque firmados por el funcionario de Varsport con gestos aburridos y le franquearon el paso. El elfo disfrutaba del viaje y no se dio prisas. Hacía un tiempo especialmente bueno y los humanos, en su mayor parte, eran amistosos y corteses. Por supuesto, se encontró con esporádicos comentarios hostiles que tachaban a los elfos de «ladrones de mujeres» y «asquerosos esclavistas» pero Paithan, que apenas se alteraba por nada, hizo oídos sordos a los epítetos o los disculpó con una carcajada y un ofrecimiento de pagar la siguiente ronda.

A Paithan le atraían las mujeres humanas tanto como a cualquier elfo pero, habiendo viajado largamente por tierras humanas, sabía que flirtear con una de ellas era la manera más fácil de arriesgarse a que le cortaran a uno las orejas (y tal vez otras partes de su anatomía). Así pues, consiguió dominar sus impulsos y se contentó con lanzar miradas de admiración o robar un breve beso en algún rincón a oscuras. Si la hija del posadero acudía a su puerta en mitad de la noche, deseosa de comprobar la legendaria capacidad erótica de los varones elfos, Paithan siempre tenía buen cuidado de echarla de su cama al llegar la hora brumosa, antes de que nadie se levantara para iniciar la jornada.

El elfo y su caravana llegaron a su destino, la pequeña e insulsa población de Griffith, con algunas semanas de retraso respecto a la fecha prevista. Paithan se sentía bastante satisfecho de la travesía, considerando lo arriesgado que resultaba viajar por los estados thillianos, en permanente conflicto entre ellos. Cuando llegó a la taberna de La Flor del Bosque, se ocupó de alojar a los esclavos y a los tyros en el establo, buscó un lugar para el capataz en el henal y alquiló una habitación en la posada para él.

En La Flor del Bosque no estaban habituados a alojar huéspedes elfos, pues el propietario estudió largo rato el dinero de Paithan e hizo sonar la moneda sobre la mesa para asegurarse de que era de madera noble. Cuando hubo comprobado que el dinero era auténtico, el hombre se mostró más cortés.

—¿Cómo has dicho que te llamas?.

—Paithan Quindiniar.

—Hum... —El tabernero lanzó un gruñido—. He recibido dos mensajes para ti. Uno me lo entregaron en mano; el otro llegó por un ave mensajera.

—Muchas gracias —respondió Paithan, entregándole otra moneda. La actitud servil del dueño de la taberna se intensificó notoriamente.

—Debes de tener hambre, señor. Toma asiento en la sala común y te traeré algo para mojar el gaznate.

—Que no sea vingin —dijo Paithan, y se encaminó a la sala con las cartas en la mano.

Una de las misivas era de procedencia humana; el elfo lo advirtió porque venía en un fragmento de pergamino que ya habla sido utilizado anteriormente. Se había procurado borrar el escrito original, pero no se había conseguido del todo. Tras desatar la cinta, sucia y deshilachada, Paithan desenrolló la carta y, con algunas dificultades, leyó el mensaje escrito sobre la que al parecer había sido una notificación de impuestos.

«Quindiniar, llegas con retraso. La presente ...a ti.

Hemos tenido que salir ... viaje ... tener contento al cliente.

Volveremos...»

El elfo se acercó a la ventana y observó el pergamino al trasluz pero no hubo modo de descifrar cuándo volverían. Firmaba la carta, con un tosco garabato, un tal
Roland Hojarroja.
Paithan sacó del bolsillo los documentos de embarque y buscó el nombre del cliente. Allí estaba consignado, con la caligrafía precisa y derecha de Calandra.
Roland Hojarroja.
El elfo se encogió de hombros, echó la misiva al cubo de la basura y, a continuación, se lavó las manos a conciencia. A saber dónde había estado aquel pergamino.

El dueño del local se apresuró a llevarle una jarra de espumeante cerveza. Paithan la probó y comentó que era excelente; sus palabras convirtieron al satisfechísimo tabernero en su esclavo de por vida (o, al menos, mientras tuviera dinero). Sentado en un reservado, con los pies sobre la silla que tenía enfrente, Paithan se acomodó a sus anchas y abrió el otro pergamino, preparándose a disfrutar.

La carta era de Aleatha, quien debía de haberla escrito por amor.

CAPÍTULO 11

MANSIÓN DE QUINDINIAR,

EQUILAN

«Mi querido Paithan:

»Supongo que te sorprenderá recibir noticias mías, pues no soy muy amante de las cartas. Sin embargo, estoy segura de que no te ofenderás si te digo la verdad: se me ha ocurrido escribirte por puro aburrimiento. Desde luego, espero que este noviazgo no dure demasiado, o me volveré loca.

»Sí, querido hermano; he abandonado mis "costumbres licenciosas". Al menos, de momento. Cuando sea una "respetable mujer casada" tengo intención de llevar una vida más interesante; sólo será preciso ser más discreta que antes.

»Como había previsto, nuestro próximo enlace ha provocado un buen escándalo. La madre del barón es una vieja presuntuosa que ha estado a punto de echarlo todo a perder. La muy bruja tuvo el valor de contar a Durndrun que yo había tenido un lío con el conde R..., que frecuentaba ciertos establecimientos de Abajo y que incluso había tenido relaciones con los esclavos humanos. En resumen, le dijo que era una furcia indigna de gozar del dinero de Durndrun, de su casa y de su apellido.

»Afortunadamente, yo había imaginado que sucedería algo así y había conseguido de mi "amado" la promesa de que me tendría al corriente de las acusaciones que formulara su querida madre y me daría la oportunidad de rebatirlas. Durndrun cumplió su palabra, pero se le ocurrió venir a verme, precisamente, en plena hora brumosa. ¡Por Orn que, si es una costumbre, se la voy a quitar enseguida! ¿Qué hace una a hora tan intempestiva? Pero ya no había remedio y tuve que hacer acto de presencia. Por suerte, al contrario que algunas, yo siempre tengo buen aspecto al despertar.

»Encontré a Durndrun en el salón, con aire muy serio y adusto, acompañado de Calandra, que parecía divertirse a lo grande con la situación.

»Cal nos dejó solos —algo perfectamente correcto entre parejas prometidas, ¿sabes?— y, lo creas o no, querido hermano, ¡el barón empezó a lanzarme a la cara las acusaciones de su madre!.

»Naturalmente, yo estaba preparada para ello.

»Una vez hube entendido el contenido exacto de las quejas (y su fuente), me dejé caer al suelo, desvanecida. (Desmayarse como es debido tiene su arte, ¿sabes? Una debe caerse sin hacerse daño y, preferiblemente, sin causarse desagradables cardenales en los codos. No es tan sencillo como parece). Al verlo, Durndrun se alarmó mucho y se vio obligado —por supuesto— a levantarme en sus brazos y depositarme en el sofá.

»Recobré el sentido justo a tiempo de impedir que el barón pidiera ayuda a los criados y, al verlo inclinado sobre mí, lo llamé "sinvergüenza" y estallé en lágrimas.

De nuevo, él se sintió obligado a tomarme en brazos. Yo, entre sollozos y balbuceos incoherentes sobre mi honor mancillado y sobre cómo podría amar a un hombre que no confiaba en mí, intenté apartarlo a empujones, asegurándome de que, en la agitación consiguiente, se me desgarrara la túnica y el barón descubriera que había puesto la mano en un lugar inconveniente.

»"¡Ah, de modo que es eso lo que piensas de mí!", le dije, y me arrojé de nuevo sobre el sofá, no sin asegurarme de que, en mis frenéticos intentos por reparar el desgarrón, no hiciera sino empeorar aún más las cosas. Mi única preocupación era que Durndrun llamara al servicio. Por eso impedí que mis lágrimas degeneraran en histeria.

»Cuando se puso en pie, observé por el rabillo del ojo la lucha en que se debatía su pecho. Acallé mis sollozos y volví la cabeza, mirándolo a través de un velo de cabellos rubios y con un tenue brillo seductor en los ojos.

»"Reconozco que he sido lo que alguien podría tachar de irresponsable", dije con voz apagaba, "pero es que no he tenido una madre que me guiara. Llevo muchísimo tiempo buscando a alguien a quien querer y honrar con todo mi corazón y ahora que te había encontrado..."

»No pude continuar. Hundí el rostro en el cojín empapado en lágrimas y extendí el brazo.

»"¡Vete!", le dije. "¡Tu madre tiene razón! ¡No merezco tu amor!"

»Bien, Pait, estoy segura de que ya debes de adivinar el resto. En menos de lo que se tarda en decir "matrimonio", tenía al barón Durndrun a mis pies... ¡suplicando
mi
perdón! Yo le concedí otro beso y una larga y detenida mirada antes de cubrir recatadamente los "tesoros" que no conseguirá hasta la noche de bodas.

»¡Durndrun estaba tan arrebatado de pasión que incluso habló de echar a su madre de casa! Tuve que poner en acción toda mi capacidad de persuasión para convencerlo de que acabaría queriendo a esa vieja bruja como a la madre que nunca conocí. Tengo algunos planes para la matrona. Ella aún no lo sabe, pero me va a cubrir en mis pequeñas escapadas cuando la vida de casada se haga demasiado aburrida.

»Así pues, me encuentro ya camino del altar. El barón Durndrun habló con su madre en tono autoritario, poniendo en su conocimiento que íbamos a casarnos y declarando que, si no le gustaba la idea, nos iríamos a vivir a otra parte. Esto último, por supuesto, no me pareció nada bien, pues la principal razón de que me case con él es la casa, pero no me preocupó demasiado. La vieja idolatra a su hijo y cedió enseguida, tal como yo estaba segura que haría.

»La boda tendrá lugar dentro de unos cuatro meses. Me habría gustado que fuera antes, pero es preciso cumplir ciertas formalidades y Calandra insiste en que todo se lleve a cabo como es debido. Mientras llega el momento, no me queda otro remedio que dar la impresión de que soy una doncella modesta y bien educada y quedarme prudentemente en casa. Estoy segura de que te reirás al leer esto, Paithan, pero te aseguro que no he estado con ningún hombre en todo el mes pasado. ¡Cuando llegue la noche de bodas, hasta el propio Durndrun me parecerá apetecible!.

»(No estoy nada segura de poder resistir tanto. Supongo que no te habrás dado cuenta, pero uno de los esclavos humanos es un ejemplar magnífico. Es muy interesante hablar con él e incluso me ha enseñado algunas palabras en ese idioma animalesco que utilizan. Hablando de animales, ¿crees que será verdad lo que dicen de los machos humanos?)

»Lamento los borrones de estas últimas líneas. Calandra ha entrado en la habitación y he tenido que esconder la carta entre la ropa interior antes de que se secara la tinta. ¿Te imaginas qué habría hecho Cal si hubiera leído la última parte?.

»Por suerte, no es preciso que se preocupe. Pensándolo bien, creo que no sería capaz de tener una relación con un humano. No te lo tomes a mal, Pait, pero ¿cómo puedes soportar tocar a sus mujeres? En fin, supongo que para un hombre es distinto.

»Te preguntarás qué hacía Cal levantada a estas horas tan intempestivas. Era a causa de los cohetes, que no la dejaban dormir.

«Hablando de los cohetes, la vida en casa ha ido de mal en peor desde que te marchaste. Padre y ese viejo hechicero chiflado se pasan toda la hora del trabajo en el sótano, preparando sus proyectiles, y toda la hora oscura en el jardín de atrás, disparándolos. Creo que hemos superado todas las marcas en el número de criados que nos han abandonado. Cal se ha visto obligada a pagar grandes sumas a varias familias de la ciudad, ramas abajo de nuestra mansión, debido a los incendios causados en sus viviendas. ¡Padre y el hechicero envían los cohetes hacia arriba con la pretensión de que "el hombre de las manos vendadas" los verá y sabrá dónde posarse!.

»¡Ah, Paithan!, estoy segura de que te estarás riendo, pero hablo en serio. La pobre Cal está tirándose de los pelos de frustración y me temo que yo no estoy mucho mejor. Por supuesto, nuestra hermana está preocupada por el dinero y el negocio y por la visita del alcalde con una petición para que nos deshagamos del dragón.

»A mí me preocupa nuestro pobre padre. Ese astuto humano tiene a padre totalmente embelesado con esa tontería de la nave para ir a las estrellas a encontrar a madre. Padre no habla de otra cosa. Está tan excitado que no come y está más delgado cada día. Cal y yo estamos seguras de que el viejo hechicero tiene algún plan, tal vez hacerse con la fortuna de padre. Pero, si es así, todavía no ha hecho ningún movimiento sospechoso.

»Cal ha intentado en dos ocasiones sobornar a Zifnab, o como quiera que se llame, ofreciéndole más dinero del que la mayoría de humanos ven en toda su vida a cambio de que se vaya y nos deje en paz. La segunda vez, el viejo la cogió de la mano y, con una mueca de tristeza, le dijo, "Pero, querida mía, si el dinero no tiene importancia...".

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