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Authors: Javi Araguz & Isabel Hierro

Tags: #Juvenil, Romántico

La Estrella (29 page)

—¿Lo oyes? —preguntó al chico, concentrándose en el sonido que emitían las entrañas de la tierra—. Es como si… como si el planeta se estuviera rompiendo por dentro.

—Es la Herida extendiéndose. El epicentro no debe de estar muy lejos. Es imposible, no podremos cruzarla.

Lan tragó fuerte si apartar la mirada de la Herida. Se llevó la mano a la frente para hacer visera y por fin encontró el final de aquel inmenso cráter.

—Después de todas las cosas por las que hemos pasado ya no creo en imposibles —le dijo.

La perturbadora sensación que provocaba aquel lugar no podía describirse con palabras. Se trataba de pura oscuridad, de una tristeza tan sólida que podía palparse; como si toda la muerte y putrefacción que rezumaba se adueñara de sus corazones para dejarlos helados. Aunque la Herida estuviera cubierta por una espesa neblina negra, podían intuirse los cuerpos de las enormes criaturas que supuraba. Como si aquella grieta fuera en realidad un nido de insectos de gran tamaño que se alimentaban de Partículas.

Lan y el Secuestrador recogieron sus pertenencias y empezaron a descender la ladera con sumo cuidado, procurando evitar cualquier contacto con las numerosas larvas que trepaban por la roca. Allí todos los insectos eran del tamaño de un wimo. Cientos de huevas se encontraban adheridas a la pared, brillando como si en su interior albergaran lava o se tratara de cultivos de Partículas.

Pasaron desapercibidos para los enormes coleópteros que sobrevolaban sus cabezas, pero, cuando ya casi habían llegado a tierra, una impresionante tormenta de arena los cogió desprevenidos. Se protegieron como pudieron, algunas de las rocas que se desprendían eran de un tamaño considerable. No podían respirar con normalidad y tenían una visibilidad prácticamente nula. Aun así, el Secuestrador no le quitaba ojo de encima a Lan, si bien tampoco podía hacer mucho por ayudarla. Aquel viento huracanado los goleaba por todos los costados a la vez. La arena los cubrió por completo. Todo quedó a oscuras y empezaron a toser. La relativa calma duró unos segundos, hasta que algo empezó a tirar de ellos. Lan pataleó tan fuerte como pudo, pero luchaba contra un monstruo incorpóreo. Se trataba de una corriente de aire que los absorbía hacia dentro de la Herida.

—¡Devoradoras! —exclamó el Errante mientras buscaba algo estable a lo que agarrarse.

Lan asumió que el chico sabía qué estaba sucediendo, pero cuando quiso preguntarle, empezó un zumbido ensordecedor. Aquel ruido les resultaba familiar: otra nube de insectos, esta vez mucho más grande y feroz. Lan y el Secuestrador forcejearon con la ráfaga de aire que los succionaba hasta que perdieron el equilibro y cayeron rodando ladera abajo. El viento seguía aspirando con fuerza y los arrastró unos metros más por tierra hasta que lograron aferrarse a una roca. Lan recibió el impacto de un cascote y su mejilla empezó a sangrar, pero no se amedrentó y ancló dos cuchillos con fuerza, para protegerse lo más pegada al suelo posible y esperar a que la nube de insectos alzara vuelo.


Resiste, Lan
!", escuchó como un susurro.

La muchacha entreabrió los ojos, pero el Secuestrador no estaba allí. Aunque el viento los había alejado varios metros, el seguía vigilándola y, gracias a su habilidad de Caminante, seguía comunicándose con ella.

La Devoradora dejó de soplar y entonces todo quedó en calma. Lan no tardó en asociar esa extraña corriente succionadora a la respiración de un ser inmenso, del planeta. Se había sentido como una minúscula mota de polvo atrapada en la corriente generada por la inhalación de un gigante.

Aunque estaban magullados tenían problemas más importantes de los que preocuparse. El Errante abrió los ojos aliviados, pero entonces se descubrió rodeado de bestias rocosas con una sonrisa de dientes diminutos y afilados.

Si enfrentarse a uno de esos terribles monstruos de piedra casi les había costado la vida, pelear contra una docena de ellos les iba a resultar del todo imposible. Aun así, Lan tragó fuerte y desenterró sus cuchillos. Lanzó uno a su compañero y miró con coraje: si iban a morir… lo harían luchando.

El Errante empuñó el arma y desafió a su primer objetivo. Instantes después, empezó a correr con intención de repetir la jugada con la que Lan lo había salvado.

—¡Nooo! —exclamó la muchacha al descubrir que el resto de bestias se estaba preparando para defender a su compañero, como si todos formaran parte de una misma manada.

Lan quiso acudir en su rescate, pero, de pronto, una nueva criatura surgió del suelo. Era el come-tierra más grande que había visto nunca y, como el resto de animales que poblaban aquel lugar, sus ojos estaban encendidos. A causa del ímpetu con que aquel monstruo surgió de las profundidades, parte de la ladera se vino abajo, provocando un terrible desprendimiento de tierra.

En un abrir y cerrar de ojos, el come-tierra se zampó al monstruo contra el que iba a enfrentarse el Secuestrador y después trató de capturar al resto. Lan y el muchacho aprovecharon la confusión para esquivarlos y huir de allí a toda prisa.

Cuando por fin se creyeron a salvo, se pusieron a cubierto bajo una roca enorme que formaba una pequeña cueva y trataron de recobrar el aliento. Ahora, la tierra que pisaban era de color negruzco y rezumaba toda clase de gases pestilentes, pero por lo menos no había monstruos a la vista.

—¿Qué demonios ha sido eso? —dijo Lan mientras se tumbaba, agotada, en el suelo.

La muchacha se aflojó el pañuelo que le cubría la cara para tomar aire y devolver el ritmo habitual a su corazón, que latía con tanta fuerza que parecía que iba a salírsele del pecho.

El Secuestrador se apoyó en la pared de roca volcánica y la miró confuso, pidiéndole que fuera más específica.

—Ese… viento.

—Una Devoradora. Una corriente de aire que te atrapa y… te devora, te arrastra al interior de la Herida —le explicó, mientras se masajeaba un hombro dolorido—. Arrasa con todo lo que encuentra a su paso. Por lo que sé, solo sucede en rupturas cercanas a esta zona.

Los ojos del muchacho seguían brillando con intensidad.

—¿Quieres decir que ya habías pasado por esto? —preguntó sorprendida.

—No. Claro que no. Pero he oído algunas historias de supuestos supervivientes. Aunque… siempre pensé que exageraban.

—Entonces… ¿Ya estamos a salvo?

—De eso, ni hablar. Las Devoradoras se repiten cada cierto tiempo. Además, nos hemos librado de eso bichos, pero estoy seguro que sólo eran una manada rezagada. En el interior debe habar cientos, tal vez miles de ellos. Creo que se alimentan del veneno que supura este lugar.

Lan contempló los ojos encendidos de su amigo y tragó fuerte. Tenía que ser valiente.

—¿Quieres un poco de agua? —la distrajo el Secuestrador al darse cuenta de que la había asustado con su respuesta.

—Sí. Gracias —respondió Lan con un hilo de voz.

El chico le ofreció la cantimplora y quiso decirle algunas palabras con las que animarla, pero le costaba encontrarlas.

—Creo que aquí estamos a salvo… de momento. Descansa un poco — dijo, calculando el camino que les quedaba por delante—, yo vigilaré.

—No creo que pueda relajarme sabiendo que esos horribles bichos merodean por aquí.

—No te preocupes, seguro que si se enteran de que eres la testaruda salviana que se pasea por el Linde con un vestido de señorita y dos afilados cuchillos matando monstruos, huyen despavoridos —bromeó el muchacho.

—No me hagas reír… ¡Ay! Me duelen las costillas.

Lan se tocó una de las heridas que tenía en la mejilla, que le escocía a horrores. El Secuestrador se aproximó a ella y la examinó. Luego, quiso limpiarle la sangre… pero al momento retiró la mano y se maldijo.

—No te preocupes, estoy bien —le agradeció Lan, algo confusa.

El Errante se alejó malhumorado y le dio una patada a una piedra. El viento seguía rugiendo con fuerza. Tanteó desde la entrada el camino que aún les quedaba por recorrer y, de pronto, se dio cuenta de que el peligro al que tendrían que enfrentarse esta vez no provenía del suelo, sino del cielo. Una amenazadora nube de Partículas se aproximaba con celeridad. Nunca había visto un recuento semejante. Se maldijo una vez más por no haber logrado convencer a Lan de que se quedara en Rundaris. Una humana nunca podría sobrevivir a una nube de Partículas tan densa. Sus ojos brillaron aún con más intensidad.

—¡Lan! —gritó—. ¡Rápido, tienes que protegerte! Utiliza la sustancia — dijo, arrodillándose junto a ella para alcanzarle el pañuelo.

La muchacha apretó los dientes y contestó:

—¡De eso nada! Solo nos quedan dos viales.

Las Partículas empezaron a vibrar como copas de cristal.

—¡No seas estúpida! Tenemos que llegar con vida o…

Una ráfaga de viento arrancó de cuajo parte de la roca que los protegía. La voz del muchacho desapareció en la lejanía, como si algo se lo hubiera tragado. Lan lo buscó, pero no logró encontrarlo, luego observó aterrorizada la nube de Partículas, cada vez más grande y brillante; se estaba formando una especie de remolino.

Lan se arrimó a la pared y se ancló de nuevo con su cuchillo.

La tierra no tardaría en ceder, así que, una vez más, tenía que tomar una decisión. Finalmente, comprendió que no tenía sentido arriesgarse y extrajo con dificultad uno de los viales. Se empapó la boca y la nariz con el ungüento y después se cubrió otra vez las vías respiratorias.

Instantes después, la tierra cedió y, como su amigo, Lan salió volando por los aires. La muchacha sintió que la sustancia se estaba extendiendo por todo su cuerpo, como si supiera que debía estirarse tanto como pudiera para revestir su piel y protegerla. Todo giraba a su alrededor. Era imposible distinguir algo más que formas y puntos brillantes. De pronto, el viento dejó de empujarla y empezó a caer, a un lugar profundo, lejano.

Y en un segundo volvió la calma. Silencio. Una montaña de fina ceniza había amortiguado el golpe. Tosió hasta salir a tientas de la nube que se había formado. Lan encontró a su amigo al borde de un lago. En su interior burbujeaba un líquido similar a la lava, pero toda su superficie estaba revestida por una pátina de relucientes Partículas.

—¿Qué te ocurre? —preguntó asustada.

El muchacho se giró desconcertado. Aunque sus ojos se habían apagado, ahora era todo su cuerpo el que brillaba. Su sangre parecía haberse convertido en luz líquida y le marcaba las venas como si se trataran de las ramificaciones de un árbol dibujado con fuego.

—No… no lo sé. —respondió, completamente aterrado—. Tenemos que salir de aquí

—¿Cómo? Estamos en el ojo del huracán —señaló Lan.

El muchacho miró hacia arriba y comprobó que el aire no había dejado de soplar. Se encontraban en el centro de un tornado de Partículas que arrastraba, además, a toda clase de horribles criaturas.

Lan se percató de que algunas Partículas caían del cielo como copos de nieve y observó a una de ellas apagándose sobre el dorso de su mano. Pero también descubrió un efecto inesperado; cada vez que la sustancia combatía a una de las Partículas, ésta se debilitaba.

—Tenemos que salir de aquí cuanto antes —se asustó—. La sustancia se consume, no aguantaré mucho más.

El Secuestrador apretó los puños. Se sentía extraño, como si las Partículas que corrían por sus venas intentaran penetrar en su cerebro para nublarle la razón. Se apretó las sienes para aliviar la presión, pero no servía de gran cosa. Parecía que su cuerpo se nutría de ellas, de igual forma que los monstruos con los que se habían topado.

—Vamos, ¡sígueme!

—¿Qué vas a hacer?

El muchacho empezó a correr hacia uno de los coleópteros y dijo:

—Ellos nos sacarán de aquí.

—¿Es que estás loco? —dijo la muchacha, consciente de que no podía tocar a uno de eso enormes insectos sin intoxicarse.

—Confía en mí.

El Errante se abalanzó sobre un escarabajo del tamaño de una vaca y forcejeó con él hasta que el animal se dejó controlar.

—¡Rápido! Escóndete entre sus huevos.

—¿Qué?

—Así estarás protegida. Rasga una de las burbujas y resguárdate en el interior. Aún no están intoxicados.

Lan no las tenía todas consigo; le parecía un plan suicida, pero no tenían otro mejor, así que siguió las instrucciones del Secuestrador sin rechistar. Se acercó a uno de los racimos de huevos que colgaban del insecto y vació una de las esferas. Una vez se deshizo de la viscosidad, comprobó que tenía el tamaño exacto para albergar a una persona en cuclillas y se introdujo en su interior sin pensárselo dos veces.

El Errante obligó al coleóptero a alzar el vuelo y Lan descubrió, asombrada, que el animal empleaba la fuerza del huracán para salir despedido de su interior.

Segundos después, dejaban atrás los monstruos de piedra, los come-tierra gigantes, las Devoradoras, la nube de Partículas y aquel terrible torbellino. Por fin abandonaban la Herida. Iban derechos al otro lado del abismo, donde los insectos alados ponían a salvo sus embriones.

Cuando el escarabajo soltó la mercancía. El Secuestrador saltó para caer cerca de Lan. Una vez en tierra firme, huyeron tan rápido como les fue posible para evitar un encontronazo con otro de aquellos animales.

—¿Qué ha… pasado? —dijo, incrédula.

—Hemos sobrevolado la Herida a lomos de un escarabajo gigante.

—¡Ha sido asqueroso!

—Pero seguimos con vida.

—Sí… estoy… —Se miró las manos y el resto del cuerpo, cubierto de Partículas desactivadas que no tardaron en caer al suelo como si fueran restos de ceniza— estoy viva.

El cuerpo del Secuestrador también se había apagado. Sus ojos volvían a ser oscuros y las venas habían dejado de brillar.

—Ha sido… extraño —pensó el muchacho, mirando al frente para contemplar la hermosa figura del cubo.

20

El cubo

C
aminaron sin descanso durante largo rato. Aquel paraje desolador parecía incapaz de albergar ningún tipo de vida. Los insectos habían desaparecido y parecía poco probable que fueran a cruzarse de nuevo con otros monstruos. El ambiente se había enrarecido, como si aún estuvieran dormidos y todo se tratara de un sueño. No era ni de día ni de noche, no hacía ni frío ni calor; no había sol, no había luna. El cielo era de un perfecto dorado y estaba salpicado por cientos de caprichosas nubes que insistían en dibujar todo tipo de formas reconocibles.

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