La fabulosa historia de los pelayos (14 page)

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Authors: Oscar García Pelayo

Tags: #Ensayo, #Biografía

Fue muy excitante esperar las noticias de este segundo grupo en su primer día de trabajo, y más aún comprobar que tenían la misma capacidad que nosotros de ganar dinero sin pestañear. Por supuesto que se pusieron nerviosos, pero enseguida les gustó el tipo de trabajo y los dividendos que les reportaba dicha actividad. Como era de esperar, el casino empezó a darse cuenta de que no podría echar sistemáticamente a todo el mundo que se les enfrentase con el mismo sistema, y los continuos toques de la administración ayudaron a que considerasen otra clase de estrategia que no fuese la de entrar en esa dinámica de tuya-mía que se traían con la gobernación.

Así, mientras que conseguíamos que al menos no echasen a las nuevas adquisiciones, pensamos que para rentabilizar el tiempo de los que estábamos normalmente fuera deberíamos preparar algún otro casino además del de Madrid. Se hicieron algunas acometidas en casinos pequeños como el de Santander, donde acabamos ganando alrededor de un millón y medio de pesetas, pero al contar con tan pocas mesas de juego y estar avisados por la relación existente entre casinos españoles, cambiaban continuamente de ruletas o las cerraban, por lo que no acababa de ser rentable el esfuerzo. Entonces recordamos que habíamos dejado algo a medias y pensamos que éste era el mejor momento para cerrar aquel capítulo inconcluso: Barcelona, con su casino situado en un caserón cercano al pueblo de Sitges, nos esperaba.

Mientras que la segunda flotilla conseguía que se produjese un período de juego algo más estable en Madrid, los de toda la vida hacíamos de nuevo las maletas y salíamos camino a Cataluña. En ese momento nuestro primo Josema nos llamó desde Jerez de la Frontera y nos informó de su interés en venirse a Madrid a trabajar con nosotros. Como evidentemente no tenía sentido que estuviese en Madrid, ya que sólo mi hermana permanecía allí para tomar números y controlar la operativa desde «la distancia», creímos que siendo Barcelona de los mismos dueños que Lloret, tanto Josema como nosotros podríamos ir para allá, dado que nunca se había producido el menor amago de expulsión.

Por aquel entonces sabíamos que de nada nos valía intentar despistar a la hora de preparar la información, ya que todos los casinos de España pertenecen a una asociación que se encuentra liderada por el casino de Madrid, y además numerosas veces habíamos podido constatar que la información de nuestras andanzas ya estaba circulando entre los distintos casinos del territorio español a los que habíamos visitado para trabajar, o simplemente para realizar una prospección. Cada vez que alguno de nosotros se presentaba en la puerta de algún casino con su DNI, se producían unas miradas inquietas hacia la pantalla del ordenador de la recepcionista, unos cuchicheos entre los empleados apostados en la puesta de entrada, un «espere un momento que tenemos que realizar una consulta», y en definitiva, un estado temporal de zozobra bastante semejante al que puede sentirse cuando se soporta con nerviosismo la espera del pago de un cheque de cierto valor frente a cualquier ventanilla de cualquier banco en cualquier lugar del mundo.

Entonces se nos ocurrió que si esto era así, por qué no iniciar nuestro trabajo con una carta a la dirección donde expusiéramos nuestras sanas intenciones de sacarles algo de dinero, pero de una manera comedida, sin grandes alborozos, dando una propina adecuada y sin exponernos demasiado, para que así otros clientes no pudieran seguir nuestro «mal ejemplo». En definitiva, intentar comunicarles aquella máxima que expresaba una chirigota de Cádiz cuando aconsejaba aquello de: «Vamos a llevarnos bien… lo que nos tengamos que llevar».

La verdad es que aquella acción fue una tontería que no dio más resultado que el encrespar los ánimos de nuestro rival desde el principio, y que meses después nos interpusiera una demanda por amenazas basándose en el contenido de esa carta. Lógicamente la demanda no llegó a prosperar, ya que cualquier persona puede formular todo tipo de propuestas siempre que estas no contengan algo ilegal. En cualquier caso la idea valió de poco y nunca más volvimos a utilizar ese recurso.

A diferencia de Madrid, los casinos catalanes nunca se plantearon expulsarnos de sus locales, y no sabemos si ello fue debido a una mayor presión de las administraciones locales a la hora de cumplir el reglamento o a una mayor dignidad en el trato con clientes fuera de culpa y de sospecha sobre posibles irregularidades. Sin embargo, nos hicieron la vida imposible cambiándonos (como empezaba a ser habitual) todas las ruletas de sitio, y si a esto le sumamos el hecho de que no habían instalado marcadores donde se vieran reflejados los últimos números que iban saliendo, la verdad es que no nos lo pusieron muy fácil. Poco a poco fuimos advirtiendo que los problemas no sólo habían empezado en Madrid, sino que ya se habían extendido por todo el territorio nacional, gracias a la advertencia del casino de la capital.

Si bien no perdimos dinero (más allá de pequeños gastos de desplazamiento), Barcelona fue el primer destino al que no conseguimos ganar desde que hacía más de un año habíamos asentado el sistema y contábamos con capital necesario para afrontar cualquier trabajo con garantías. En poco más de un mes de trabajo nos dimos cuenta de que las condiciones habían cambiado y que era momento de replantearnos los destinos y la forma de trabajarlos. Mi padre nos animó a todos a que nos fuésemos unos días a Cádiz para improvisar una especie de miniconvención donde debíamos encontrar soluciones a los problemas que ya empezaban a ser corrientes.

Dos fueron las principales conclusiones de aquella reunión: España no era un territorio seguro para seguir desarrollando nuestra empresa, y mientras decidíamos nuevos destinos ya en el extranjero y los poníamos en marcha, probaríamos en Madrid un nuevo sistema que mi padre llevaba unos meses desarrollando desde su estancia en Tenerife en torno al juego del black jack. La situación alrededor del juego de la ruleta no sólo se estaba volviendo inestable por el hecho del enfrentamiento con Madrid, sino que en el mercado internacional una nueva empresa inglesa de fabricantes de ruletas llamada John Huxley había iniciado su desembarco, diseñando unas nuevas máquinas donde las condiciones físicas del giro y la caída de la bola en torno al cilindro de las mismas eran radicalmente distintas.

Hasta la fecha, cuando la bola caía sobre los casilleros, estos al ser anchos y profundos (en jerga profesional «Deep Pocket») la recogían sin que botase demasiado, por lo que fácilmente se quedaba alrededor de la zona hacia donde se había encaminado. Con los nuevos diseños los casilleros eran extremadamente planos y estrechos («Low Profile»), por lo que la bola en su caída rebotaba incesantemente hasta que acababa alojándose Dios sabe dónde. No le faltó tiempo al casino de Madrid para cambiar las maravillosas ruletas de marca Hispania por estas nuevas máquinas inglesas, lo que lógicamente nos puso en alerta, ya que no sabíamos si este cambio nos afectaría de forma directa. Incluso pensamos que se podía dar el caso de que el cambio de diseño hubiese tenido que ver con nosotros y fuese hecho contra nuestro sistema.

Tras un paciente estudio, constatamos que dicho cambio no sólo no nos perjudicaba, sino que, dependiendo de la máquina, podía llegar a ser mejor para nuestros intereses que nuestras añoradas Hispania. Dos años después confirmamos que el primer cambio de diseño se había producido debido al impacto de aquellos sistemistas centroeuropeos que jugaban con el método de la balística, pero que las posteriores implementaciones y los cambios en la maquinaria que fueron produciéndose, por desgracia, se realizaron rotundamente contra nosotros.

Volvimos a Madrid para estudiar las nuevas ruletas y empezar a aplicar el sistema basado en el conteo de cartas en el juego del black jack. Al mismo tiempo que desarrollábamos esta nueva actividad, decidimos que teníamos que comenzar a preparar el envío de una adelantada miniflotilla para iniciar la toma de números y la organización de la complicada logística en un lugar tan excitante e importante para nuestros planes como fue la ciudad holandesa de Amsterdam.

10. TOMAR CARTAS EN EL ASUNTO

Nuestra primera toma de cartas fue con el black jack, que no es más que una versión internacional del muy español siete y medio. Aquí hay que llegar lo más cerca posible del veintiuno, en el que todas las figuras tienen el valor de un diez y el as el doble valor de uno u once, según resulte más conveniente para el logro del objetivo. Los demás naipes tienen su valor facial; el problema básico es pasarse, pues en tal caso se pierde, aunque al crupier le suceda lo mismo cuando le haya llegado su turno. Ésta es la ventaja del casino, que si se juega correctamente sólo llega al 0,5 por ciento, que parece algo no demasiado difícil de sobrepasar.

Todo nuestro intento se basaba en la lectura del mítico libro Beat the dealer (Gane al crupier), escrito por Edward O. Thorp, donde se analizaba con exactitud y rigor matemático cómo la ventaja pasa a ser del jugador cuando han salido muchas cartas pequeñas y, por tanto, quedan en el mazo de naipes muchas grandes que aguardan a ser repartidas. Existen en el mercado americano varios programas de ordenador que te ayudan a cuantificar esa ventaja y a elegir la decisión mejor ante el no muy amplio número de situaciones posibles. Es decir, todo estaba inventado —no como en el caso de la ruleta—, y sólo había que seguir los caminos abiertos por venerables maestros rompecasinos.

Éstos explicaban cómo llevar complicadas cuentas de figuras, dieces y ases para saber si habían salido en la densidad adecuada a las cartas repartidas o a más bajo nivel, que era cuando se producía la ventaja ya descrita. Yo proponía a la flotilla que llevásemos la cuenta creando imágenes asociadas a números. Uno de enero. Dos Hermanas. Tres mosqueteros. Cuatro jinetes. Quinta del Sordo. Sexta flota. Siete samuráis. Mambo número Ocho. Nueve sinfonías y, por supuesto, los Diez Mandamientos de Charlton Heston.

Cuando empezamos a tener problemas por la falta de amabilidad de nuestros rivales en el juego de la ruleta, decidimos abrirnos al veintiuno, que por otra parte había sido un número mítico en nuestras primeras relaciones con el mundo de la ruleta y la bola.

Recuerdo que lo decidimos durante una Semana Santa en Cádiz. Yo estaba interesado en conocer el original estilo costalero de esta abierta ciudad y realizamos una especie de convención de empresa a la que asistió toda la flotilla en activo, regalados con las bendiciones de la primavera, del incienso y de la sal.

Además de posicionarnos en distintos puntos de España con parejas de jugadores en diferentes casinos del país, creamos un equipo móvil, al que pertenecíamos Iván y yo, que junto a un nuevo sobrino proveniente de Jerez de la Frontera llamado Santi —que me pidió trabajar algún tiempo con nosotros—, y nuestro amigo Antonio González-Vigil, no jugador pero igualmente viajante, nos dedicamos a visitar y estudiar condiciones de juego en diferentes puntos de Europa. Nuestra excursión más sonada fue la que hicimos empezando por Niza, en plena Costa Azul, donde visitamos el casino conocido, por ser feudo de la mafia (no sé si marsellesa), de nuestros encantadores vecinos. Íbamos de camino a Montecarlo, pero nos detuvimos allí una tarde temprano, con las salas semivacías, y tuvimos la suerte de debutar ganando setecientas mil pesetas en poco más de hora y media. Cuando nos dirigimos a la caja para cambiar las fichas, nos ofrecieron la posibilidad de depositarlas allí por si nos apetecía volver. Cuando les dijimos con crueldad y algo de medido menosprecio que nos dirigíamos a Montecarlo, su gran competidor, contaron rápidamente el dinero e intentaron engañarnos poniendo los francos encima de las fichas. Al decirles, sin tocar los billetes, que esa no era la cantidad, contaron otra vez las fichas que les habíamos entregado y nos abonaron a regañadientes la cantidad exacta. Era la primera vez que intentaban estafarnos en la caja. Aquella acción nos pareció tan idiota como los anuncios de coches de la televisión. Tenía que ser en Francia, y en uno de los establecimientos de peor fama del continente.

Años más tarde supimos que se habían vengado de nuestra altivez en ganarles y corregirles (Ces espagnoles, alors!). Iván entró sin ánimo de juego, simplemente por conocer el casino de Enghien, y cuando llevaba unos minutos deambulando por las salas, se le acercó el tipo de la puerta para decirle que se había producido un error en la entrada y tanto él como otros miembros de su familia tenían prohibido el acceso a todos los casinos de Francia, al parecer por un asunto ocurrido en el casino de Niza. Mi hijo acogió con júbilo la expulsión, aburrido como estaba, porque además le devolvieron el importe de la cara entrada, una vez que había visto lo poco que quería observar. La única vez que yo volví a Francia fue para visitar el Mont SaintMichel y afortunadamente nadie me negó el paso a la ilustre abadía, aunque tal vez todavía tengamos vetada la entrada en las salas de juego de ese país, hasta que una nueva revolución queme los archivos donde se encuentre la denuncia que, sin ningún tipo de pruebas, presentaron unos desfasados mafiosos.

—Comprenez-vous le français? —me preguntó el cajero de Niza.

—Lo comprendo, lo hablo y lo detesto —le respondí cortésmente en su lengua.

A Montecarlo llegamos hora y media tarde, pero todavía era temprano. En el Gran Casino había muy poca gente. Nos dimos una vuelta por sus históricas salas y comprobamos que los establecimientos exteriores al titular ofrecían un black jack más al estilo de Las Vegas, utilizando en vez de seis sólo cuatro mazos de cartas, lo que supone una pequeña ventaja para el jugador. Allí nos dirigimos y, después de un buen rato de juego en medio de un fenomenal alboroto, no pasamos del empate.

Al día siguiente probamos suerte en el mítico San Remo, donde más que atentos al juego estuvimos intentando captar los ecos que Domenico Modugno había sin duda dejado entre los muros del venerable establecimiento. Allí también recordábamos al ingeniero alemán que había pasado a la historia del juego por ganar grandes sumas en las ruletas de esa villa italiana, utilizando intuitivamente los defectos de aquellas máquinas antiguas con una idea parecida a la que nosotros habíamos sistematizado con la ayuda de los ordenadores.

El siguiente destino de nuestra gira mediterránea fue Ibiza. Allí empezamos perdiendo severamente pero, cuando tocamos la máxima pérdida de dos millones y medio, comenzamos poco a poco a levantar los resultados. Nos alojamos en un espacioso apartamento con una soleada terraza que Antonio, poco dado a la discoteca y al trasnoche ibicenco, aprovechaba todas las mañanas, mientras los demás descansábamos de las largas horas pasadas en el casino la noche anterior.

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