La Hermandad de las Espadas (39 page)

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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

Fafhrd la siguió, pensando en que los recursos de una chalupa de placer muy bien podían exceder a los de un palacio.

Cuando las damas de largas piernas le rodearon familiarmente, él observó que los objetos que colgaban de sus cinturones blancos eran en realidad un cuenco, una gran brocha de afeitar (que desde lo alto había tomado por un zurrón) y una navaja.

24

Cuando Dedos y Brisa bajaron la escalera después de vestirse, encontraron a Afreyt absorta en la lectura (o relectura) de un papel arrugado y un tanto sucio con un sello verde roto y escrito en tinta violeta.

Brisa exclamó en tono de reproche:

—¡Tía Afreyt! ¡Estás leyendo la carta que Pshawri te dio para que la custodiaras!

Afreyt alzó la vista.

—Tienes ojos agudos —observó—. Sabes, chiquilla, que los adultos (sobre todo una mujer) tenemos el derecho, ¡qué digo, el deber!, de leer cualquier documento que se nos confía, de manera que pueda dar testimonio de su contenido en el caso de que se lo roben o arrebaten a la fuerza antes de tener ocasión de devolverlo o entregarlo. —Dobló el papel y se lo guardó bajo el escote. Brisa la miró dubitativa y Dedos sin expresión. Afreyt se levantó—. Y ahora coged los mantos y equipo de invierno —les ordenó—. Sin duda hay trabajo para nosotras en la excavación.

Al salir a la pálida noche en la que brillaba tenuemente la luna apenas gibosa, una ráfaga de viento les azotó la cara con agujas de hielo y las campanas cólicas al otro lado de Puerto Salado resonaron con una débil nota de profunda melancolía. Afreyt se dirigió al cuartel a paso rápido. Las calles estaban desiertas. A intervalos irregulares, las campanas repetían su profunda reverberación, como un dios que musitara en un sueño.

En el cuartel las luces estaban encendidas, se trabajaba y había una carreta cargada a punto de partir. Afreyt la pidió para ella y las niñas, haciendo valer su rango ante Mannimark, lo cual hizo que Brisa adoptara una expresión de nueva desilusión con respecto a los adultos, mientras subía a bordo con renuencia. Dedos lo tomó con más naturalidad, copiando el porte y los ademanes aristocráticos de la mujer mayor.

—¿Algún mensaje para la excavación? —preguntó esta última al hombre bigotudo mientras empuñaba el largo látigo—. Te pido disculpas, sargento. Estoy segura de que la otra carreta vendrá pronto.

—No importa, señora —respondió él—. Iremos a pie.

—Muy bien, sargento.

Y con un restallido del látigo y un tintineo de cascabeles, la carreta se puso en marcha, tomando una curva cerrada que les encaró con el viento cortante, alejándoles de la luna baja. Las muchachas se embozaron en sus capuchas, pero Afreyt levantó el rostro al viento. El sonido ocasional de las campanas fue intensificándose a medida que se aproximaban al Templo de la Luna, y luego se añadió una resonancia todavía más profunda cuando fue golpeada una barra más pesada y su nota retumbó.

—El viento del norte se acelera —comentó—. Cruzar el prado será duro.

Pronto la fogata encendida ante la tienda se convirtió en su faro y promesa de calor. Afreyt indicó su aproximación haciendo restallar el látigo varias veces.

—¿Dónde está la señora Cif? —preguntó al grupo que estaba tomando sopa.

—En el túnel, señora —respondió Skullick.

—Descarga esto —le ordenó y, saltando de la carreta, seguida por las niñas, se dirigió al pozo, del que se alzaba una corta columna de pálida luz blanca.

A su lado, el montón de tierra excavada era más alto y ancho, y Fren se desplazaba como si hiciera una especie de extraña guardia: subía al borde delantero de los grandes fuelles de forja junto a la boca del pozo, subía su pendiente en tres cortos pasos (lo cual hacía que el fuelle se hundiera), saltaba de la pendiente y daba al asa superior un tirón hacia arriba (lo cual ayudaba a un muelle interior a expandirlo de nuevo), absorbiendo aire, y volvía a la boca del pozo para repetir la minúscula marcha.

Las tres mujeres se asomaron al hoyo por el borde opuesto, miraron abajo y vieron que la primera piel blanca de serpiente de nieve peluda emergía de la parte delantera del fuelle y se curvaba hacia abajo, su cabeza penachuda cerraba las mandíbulas sobre la cola de la segunda y así sucesivamente hasta que la quinta penetraba en el corredor lateral en el fondo del pozo, donde dos lámparas de leviatán proporcionaban iluminación.

Vieron que el tubo peludo
se
aflojaba e hinchaba a medida que cada gigantesco soplo de aire fresco viajaba hacia abajo.

Afreyt explicó a las niñas:

—Han recortado la punta de cada cola para meterla en la boca de la serpiente de nieve precedente, y un pegamento transparente hace que la juntura sea hermética. Ese pegamento se disuelve con espíritus de vino, de modo que las pieles pueden separarse, limpiarse y restaurarse (las puntas de las colas se conservan), para que mantengan en la medida de lo posible su valor original. De lo contrario el sistema sería monstruosamente caro.

Y haciendo una señal al hombre que estaba al lado de la cabria y diciendo a las niñas que bajasen después de ella, subió al cubo vacío y descendió junto al blanco y peludo tubo que pulsaba lentamente, bajó en el fondo y esperó a que el cubo regresara con Brisa y Dedos.

El pasadizo horizontal estaba tenuemente iluminado y era un rectángulo bajo y estrecho con el suelo de piedra. Afreyt tuvo que agacharse para avanzar, aunque las niñas pudieron seguirla erguidas.

—Esperaba que hiciera más calor bajo el suelo —observó Brisa.

—El aliento de dragón que estamos insuflando desde arriba es frío —le recordó la mujer mayor—. Mirad, hay una fortuna en madera a nuestro alrededor.

—La vida de un héroe merece cualquier gasto —le aseguró Dedos con cierta altivez.

—Y por eso quienes han de rescatarle deben reunir grandes sumas —respondió Afreyt—. Por suerte toda la madera puede salvarse, lo mismo que las pieles.

Delante de ellas pareció alzarse una pared de sólida roca, y como si saliera de ella, pero en realidad haciéndolo por un lado, apareció un hombre de baja estatura que acarreaba un cubo lleno delante de él y otro detrás. Era Mikkidu, el otro lugarteniente del Ratonero. Las mujeres se pusieron en fila y de costado para poder pasar y luego recorrieron un corto trecho donde la pared izquierda era de piedra y la derecha de madera, hasta que, rebasada la obstrucción de un resalte, salieron a la luz brillante, la cual les reveló el final del recorrido a ocho varas de distancia.

Del último travesaño clavado en el techo pendía una gran lámpara de leviatán, mientras que bajo el trozo de túnel todavía sin techar, Cif estaba arrodillada y trabajaba en la pared frontal, con una llana de madera y la mano izquierda enguantada, raspando y apartando con un cepillo de material que tenía una consistencia entre arenisca escamosa y arena apelmazada. Sostenida por una estaquilla inclinada hacia arriba en la pared a mano derecha, la última serpiente de nieve exhalaba frías vaharadas que agitaban el polvo y los ligeros escombros caídos.

Tal era la concentración de la menuda mujer en su fatigosa tarea, que no se dio cuenta de su presencia hasta que Afreyt le tocó el hombro.

Cif se volvió a ellas con semblante inexpresivo, y al ver quiénes eran se puso rápidamente en pie. Entonces sus ojos oscilaron y se echó en brazos de su amiga.

—No te tienes en pie —protestó Afreyt—. ¡Deberían haberte relevado de este trabajo hace horas! Anda, toma un trago de esto —añadió, sacando de su bolsa un frasco de plata y quitándole el tapón con los dientes mientras seguía sosteniendo a Cif con el otro brazo.

la extenuada mujer lo cogió y engulló el licor ávidamente.

—¿Has descansado algo desde que saliste este mediodía? —le preguntó Afreyt.

—Estuve tendida un rato en la tienda, pero me ponía nerviosa.

—Pues vas a subir conmigo en seguida. Hay un nuevo asunto del que debemos hablar a solas. ¡Brisa! Sustitúyela aquí. Dedos puede ayudarte..., es una clase de trabajo para el que deben de ser buenas sus hábiles manos.

—¡Qué bien! —exclamó Brisa.

—Me haces un honor —dijo Dedos.

Cif no se hizo rogar y aceptó el apoyo de su amiga, pero le í preguntó:

—¿Qué nuevo asunto?

—Todo a su debido tiempo.

Acababan de dejar atrás el resalte en la pared cuando se encontraron con Mikkidu que regresaba con los cubos vacíos. Afreyt se dirigió a él:

—Me llevo a la señora Cif a casa para que tenga el descanso que tanto necesita. Ahora quedas al frente. Brisa y nuestra nueva amiga Dedos están trabajando en la pared frontal. Encárgate de que no estén ahí demasiado tiempo y que las lleven a casa de Cif hacia medianoche.

El hombre dirigió a Cif una mirada inquisitiva, y entonces ella hizo un gesto de asentimiento y le dio el anillo de Fafhrd.

Por encima del suelo, la carreta había sido descargada y Skullick saludaba a Mannimark y el guerrero de Fafhrd, Gort, que se aproximaban a grandes zancadas.

Afreyt sirvió a Cif un cucharón de sopa caliente y ordenó a Skullick:

—Engancha perros frescos. Me llevo a casa a la señora Cif. Tiene que descansar en seguida. No hay más cargas. Mikkidu tiene el anillo.

—Mará y Mayo tenían que ir en este viaje —señaló Skullick.

Las niñas rubias saludaron agitando las manos desde el lugar donde estaban acurrucadas en la media tienda.

—Las llevaré, naturalmente —dijo Afreyt—. ¡Subid a bordo, niñas! Y coged una manta y otra para la señora Cif.

Durante el viaje de regreso a Puerto Salado tuvieron el viento de espalda, lo cual supuso cierta mejora. Nadie tenía ganas cíe hablar. A medio camino, Cif preguntó con suspicacia:

—¿Acaso has echado polvo de adormidera en el licor aguado que me has dado a beber? Me ha dejado un sabor extraño, amargo.

—Sólo el suficiente para tranquilizarte y alentar el sueño, pero sin forzarlo.

Afreyt se dirigió directamente a casa de Cif y pidió a las niñas que devolvieran la carreta al cuartel antes de ir a sus domicilios respectivos. Calentó una buena cena mientras Cif se ponía cómoda, esperó a que la terminara, luego sirvió sendas copas de aguardiente y entregó a Cif la carta que Pshawri le había confiado, diciéndole:

—La he leído, claro. Ciertamente se trata de un asunto importante para ti.

Cif examinó el sello verde roto y la dirección escrita en tinta violeta mientras desdoblaba el papel.

—Esta carta estaba en la última saca de correo del capitán enviada desde Lankhmar, antes de que distribuyera las cartas a sus hombres —comentó.

Entonces guardó silencio mientras leía lo siguiente:

Querido hijo Pshawri:

Confío en que esta carta te encuentre vivo y sigas prosperando en tu aventura del norte al servicio de ese notable bribón, el Ratonero Gris.

Debo decirte que tiene más motivos para hacerte su lugarteniente de los que imagina.

Cuando eras pequeño te lo señalé entre otros lankhmareños dignos de mención, pero no me pareció apropiado decirte (ni decírselo a él) que era tu padre. Que yo sepa, tales tácticas casi nunca surten efecto, y yo desdeñaría buscar favores de esa manera.

Sucedió en mi mocedad, antes de convertirme en una profesional y cuando era doncella personal de la bailarina Ivrian y nos vimos metidas en una intriga sobrenatural que implicaba al Gremio de Ladrones, algunas de sus valiosas reliquias y el rudo camarada bárbaro del Ratonero Fafhrd.

Los dos compitieron por seducirme. Fafhrd me quería más, pero el Ratonero era más tramposo y medía sus bebidas y las mías con más cuidado. Mis mejores conocimientos sobre los usos del mal y la falsedad me los enseñó ese demonio.

Pero ahora te encuentras por azar al servicio del mismo hombre y conocer esa circunstancia puede beneficiarte. Usa esta información como creas conveniente. Afortunadamente hay pruebas que demuestran la relación. Su familia se caracteriza por tríadas de lunares equidistantes.

Gracias por el anillo de plata y los siete rilks.

Te deseo prosperidad, tu madre que te quiere,

freg

Cif miró a Afreyt.

—Lo que dice esta carta me parece cierto —comentó, asintiendo serenamente.

—¿También tú lo crees así? —replicó la otra.

—¡Por las escamas de Skama, claro que sí! Está en la naturaleza del hombre plantar su semilla donde quiera que el suelo parece bueno.

—Y en el caso de un héroe sucede así por partida doble... —opinó Afreyt—. ¿De dónde si no saldría el atrevimiento de sus hazañas?

Cif musitó:

—Cuando hablamos con el Ratonero y Fafhrd de nuestro cortejo de los extraños dioses Odín y Loki al servicio de la isla e incluso les poníamos señuelos y lazos sexuales, recuerdo que ellos comentaron sus propias conquistas entre divinidades femeninas... la princesa invisible de Stardock, ciertas ninfas marinas, la reina de las ratas Hisvet y una princesa aérea que la servía como doncella.

Afreyt señaló:

—Esta mujer que se dirige a Pshawri como su hijo no parece tener en absoluto sangre noble, y no digamos divina. ¿Qué sentirías si se presentara como hijo legítimo del capitán Ratonero?

Cif alzó bruscamente la vista.

—¡Pshawri ha servido fielmente al Ratonero y puede hacer más que eso en esta nueva misión! Estoy a favor de que Pshawri reclame su derecho, pues es sin duda hijo suyo. Los parecidos entre ambos son profundos... el Ratonero tiene en la cadera una tríada de lunares oscuros.

—Otra pregunta —siguió diciendo Afreyt—. ¿Te ha confesado alguna vez tu amante gris alguno de sus gustos sexuales fuera de lo común?

—¿Te los ha confesado su pelirrojo bárbaro? —replicó Cif.

—No sé si se podría considerar con propiedad fuera de lo común —dijo la otra con una risa irónica—, pero una vez, cuando estábamos jugando con cierta apatía en la cama, sugirió que invitáramos a Rill a unirse con nosotros. Le respondí que antes le estrangularía, e incluso intenté hacerlo. En la excitación del delirio a que esto condujo, olvidé la proposición original y hasta qué punto la había formulado en serio o en broma.

Cif se echó a reír y luego se quedó pensativa.

—Recuerdo que en cierta ocasión el Ratonero se puso muy pesado preguntándome si alguna vez me había sentido atraída por mi propio sexo. En aquella ocasión le paré los pies, naturalmente, diciéndole que no tenía nada que ver con tan sucias prácticas, pero desde entonces su curiosidad me ha intrigado en una o dos ocasiones.

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