La inteligencia emocional (16 page)

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Authors: Daniel Goleman

Tags: #Ciencia, Psicología

Los elevadores del estado de ánimo

Imagine que está conduciendo en medio de la niebla por una carretera desconocida, empinada y tortuosa, y que, de pronto, un coche sale bruscamente de una vía lateral pocos metros delante de usted sin darle tiempo siquiera a detenerse. Lo único que puede hacer es pisar a fondo el pedal del freno, con lo cual su vehículo derrapa de un lado a otro de la calzada. Un instante antes de oír el ruido del impacto metálico y de los cristales rotos, se da cuenta de que el otro coche está lleno de niños y de que es un transporte escolar que va camino de la escuela. Luego, tras el breve silencio que sucede a la colisión, oye un coro de llantos y se las arregla como puede para correr hasta el otro coche. Entonces descubre consternado que uno de los niños está tendido en el suelo completamente inerte y se siente invadido por el sentimiento de culpa de haber sido el causante de una tragedia…

Escenas tan estremecedoras como la que acabamos de describir se utilizaron en uno de los experimentos realizados por Wenzlaff para impresionar a los sujetos que participaban en él. La tarea que debían llevar a cabo era la de apartar la escena de sus mentes y registrar, durante un periodo de nueve minutos, el número de pensamientos ligados a la escena. Este experimento puso de relieve que, a medida que iba pasando el tiempo, la mayoría de los participantes tendían a pensar cada vez menos en las escenas perturbadoras, pero los deprimidos, por el contrario, mostraban un marcado incremento en el número de pensamientos intrusivos, llegando incluso a pensar tangencialmente en la escena mientras se hallaban inmersos en actividades distractivas.

Y, lo que es todavía más significativo, los voluntarios deprimidos solían distraerse recurriendo a otro tipo de pensamientos aflictivos para tratar de apartar de su mente la escena en cuestión.

Como me dijo Wenzlaff: «las asociaciones de pensamientos no sólo se basan en su contenido sino también según el propio estado de ánimo. Las personas contamos con un repertorio de pensamientos negativos que acuden a nuestra mente con mayor facilidad cuando estamos alicaídos. Quienes son más proclives a la depresión tienden a establecer fuertes lazos asociativos entre estos pensamientos, de modo que, una vez que se ha evocado un determinado estado de ánimo negativo, resulta mucho más difícil suprimirlo. Por más irónico que pueda parecer, las personas deprimidas tienden a distraerse recurriendo a otros pensamientos depresivos, con lo cual lo único que consiguen es profundizar todavía más su depresión».

Según afirma una teoría, el llanto puede constituir un método natural para reducir los niveles de neurotransmisores cerebrales que alimentan la angustia. Pero, aunque el hecho de llorar puede romper a veces el maleficio de la tristeza, también puede obsesionar a la persona con la causa de su aflicción. La idea de que «el llanto es bueno» resulta un tanto equívoca porque, cuando refuerza el ciclo de pensamientos obsesivos, sólo sirve para prolongar el sufrimiento. La distracción, en cambio, es capaz de romper la cadena de pensamientos sombríos que sostiene a la depresión. Una de las teorías imperantes que explica el éxito de la terapia electroconvulsiva en el tratamiento de la mayor parte de las depresiones graves se basa en el hecho de que provoca una pérdida de memoria a corto plazo y, en consecuencia, los pacientes mejoran simplemente porque no pueden recordar el motivo de su tristeza. Como descubrió Diane Tice, muchas personas se sacuden las flores mustias de la tristeza con entretenimientos tales como la lectura, la televisión, el cine, los videojuegos, los rompecabezas, el sueño y las ensoñaciones diurnas como, por ejemplo, divagar acerca de unas fantásticas vacaciones. Wenzlaff añade que las distracciones más eficaces son aquéllas que pueden cambiar nuestro estado de ánimo como, por ejemplo, un apasionante acontecimiento deportivo, una película divertida o un libro interesante. (Advirtamos también, en este punto, que algunas distracciones pueden contribuir a perpetuar la depresión, como lo demuestran los estudios llevados a cabo con telespectadores empedernidos. que han puesto de relieve que, después de una sesión de televisión, suelen hallarse todavía más deprimidos que antes de ella.)

Según Tice, el aerobic es una de las tácticas más eficaces para sacudirse de encima tanto la depresión leve como otros estados de ánimo negativos. Pero el caso es que los beneficios derivados de este elevador del estado de ánimo resultan más palpables en las personas perezosas, es decir, en aquéllas que no suelen practicar este tipo de ejercicios. Quienes se atienen a una rutina diaria de ejercicio físico obtienen, por el contrario, más beneficios de este tipo antes de llegar a consolidar el hábito. De hecho, quienes practican habitualmente un deporte obtienen el efecto inverso sobre el estado de ánimo y se sienten peor en aquellos días en los que se saltan su rutina. La eficacia del ejercicio parece radicar en su poder para cambiar la condición fisiológica provocada por el estado de ánimo: la depresión constituye un estado de baja activación mientras que el aerobic, en cambio, eleva el tono corporal. Por el mismo motivo, las técnicas de relajación -que reducen el nivel general de activación física— funcionan adecuadamente para tratar la ansiedad (que es un estado de alta activación fisiológica) pero resultan inadecuadas para el tratamiento de la depresión. En todo caso, cada uno de estos enfoques parece romper el ciclo de la depresión y de la ansiedad, porque pone al cerebro en un nivel de actividad incompatible con el estado emocional que lo embarga.

Tratar de infundirse ánimo a si mismo mediante regalos y placeres sensoriales constituye otro antídoto muy difundido para combatir la tristeza. Entre los métodos más utilizados por las personas para aliviar su depresión podemos enumerar el tomar un baño caliente, disfrutar de las comidas favoritas, escuchar música o hacer el amor. Hacerse un regalo o invitarse a uno mismo para tratar de desprenderse de un estado de ánimo negativo es una estrategia muy común entre las mujeres, como también lo es, en general, ir de compras. Tice descubrió asimismo que el hecho de comer es una estrategia bastante generalizada entre las estudiantes universitarias —una media tres veces superior a los hombres— para calmar la depresión. Los hombres, por su parte, parecen mostrar una inclinación cinco veces superior a las mujeres hacia el consumo de drogas y alcohol. Pero el hecho de recurrir al alcohol o a la comida como antídotos para la depresión constituye una estrategia que tiene sus obvias contraindicaciones. La sobrealimentación suele provocar remordimientos mientras que el alcohol, por su parte, es un depresor del sistema nervioso central cuyas secuelas se suman a las de la misma depresión.

Según Tice, una aproximación más constructiva para elevar el estado de ánimo consiste en proyectar una actividad que pueda proporcionarnos un pequeño triunfo o un éxito fácil como, por ejemplo, acometer alguna tarea doméstica que hayamos pospuesto (como cercar el jardín, por ejemplo) o concluir alguna actividad pendiente que hayamos estado evitando. Por el mismo motivo, los cambios de imagen, aunque sólo sea en la forma de vestirnos o de arreglarnos, también pueden resultar beneficiosos.

Uno de los antídotos más eficaces contra la depresión —muy poco utilizado, por cierto, fuera del contexto de la terapia— es la llamada reestructuración cognitiva o, dicho de otro modo, tratar de ver las cosas desde una óptica diferente. Es natural lamentarse por el fin de una relación o sumergirse en pensamientos autocompasivos como, por ejemplo, «esto significa que siempre estaré solo», pensamientos que no hacen más que fortalecer la sensación de desesperación. Sin embargo, el hecho de recapacitar y reconsiderar los aspectos negativos de la relación o de ver que esa relación de pareja no era la adecuada —en otras palabras, reconsiderar la pérdida desde una perspectiva diferente, bajo una luz más positiva— puede servir de adecuado antídoto a la tristeza.

Por esta misma razón, los pacientes aquejados de cáncer, sea cual sea la gravedad de su estado, se encuentran de mejor humor cuando pueden pensar en otro paciente cuyo estado es todavía peor («a fin de cuentas yo no estoy tan mal.; por lo menos puedo andar»), mientras que, por el contrario, quienes se comparan con personas sanas solo consiguen deprimirse más. Este tipo de comparaciones resulta sorprendentemente estimulante porque lo que parecía desesperanzador pierde súbitamente sus connotaciones negativas.

Otro eficaz elevador del estado de ánimo consiste en ayudar a quienes lo necesitan. Puesto que la depresión se alimenta de obsesiones y preocupaciones que giran en torno a uno mismo, el hecho de ayudar a quien se halla afligido puede contribuir a que nos desembaracemos de este tipo de preocupaciones. De este modo, entregarse a una actividad de voluntariado —hacerse entrenador de la liga infantil, convertirse en una especie de hermano mayor o ayudar a los indigentes— constituye, según Tice, uno de las estrategias más adecuadas, pero también menos frecuentes, para elevar el estado de ánimo.

Debemos señalar, por último, que existen también personas que pueden encontrar cierto alivio a su tristeza orientándose hacia un poder trascendente. Según me dijo Tice: «la oración constituye una actividad especialmente indicada para elevar el estado de ánimo de las personas con una orientación religiosa».

LOS REPRESORES DE LA EMOCIÓN — LA NEGACIÓN OPTIMISTA

La frase comenzaba diciendo «aunque pisó a su compañero de habitación en el estómago»… y finalizaba… «sólo quería encender la luz».

Esa transformación de un acto agresivo en una inocente —aunque poco plausible— confusión refleja vivamente la represión emocional y fue escrita por un estudiante universitario que se había ofrecido como sujeto voluntario en una investigación realizada sobre los represores, es decir, aquellas personas que parecen borrar sistemáticamente todo rastro de angustia emocional de su campo de conciencia. Una de las pruebas consistía en completar una frase que comenzaba diciendo: «pisó a su compañero de habitación en el estómago…». Otros tests demostraron que este pequeño acto de evitación mental forma parte de un patrón general que oblitera la práctica totalidad de los trastornos emocionales.

A diferencia de las conclusiones extraídas por las primeras investigaciones realizadas en este sentido, que apuntaban que los individuos represores constituían un caso manifiesto de incapacidad para experimentar las emociones —lo que les convertía en parientes cercanos de los alexitimicos—, la tendencia actual los considera personas suficientemente aptas como para regular sus emociones. Se diría, pues, que estas personas están tan acostumbradas a protegerse de los sentimientos problemáticos que ni siquiera son conscientes de sus aspectos negativos. A la vista de lo anterior tal vez fuera más adecuado no llamarles represores —como resulta habitual entre los investigadores— sino impasibles.

La mayor parte de esta investigación, llevada a cabo por Daniel Weinberger, psicólogo de la Case Western Reserve University, demuestra que, aunque estas personas puedan parecer completamente tranquilas e inalterables, a veces se encuentran sometidas a una serie de alteraciones fisiológicas de las que no son conscientes. Durante la prueba de formar frases que hemos mencionado anteriormente, los voluntarios también fueron monitorizados con el fin de controlar su nivel de activación fisiológica.

De este modo, el barniz de calma que aparentan los represores se ve desmentido por el elevado grado de agitación corporal que evidencian los síntomas manifiestos de ansiedad (aceleración del ritmo cardíaco, sudoración y aumento de la tensión arterial) cuando deben enfrentarse a la tarea de completar la frase sobre un compañero de habitación violento u otras similares. Sin embargo, cuando se les pregunta al respecto afirman rotundamente que se sienten perfectamente tranquilos.

Esta continua falta de sintonía con respecto a emociones tales como el enfado y la ansiedad es bastante habitual y. según Weinberger, afecta a una de cada seis personas. Las causas teóricas que explican los motivos por los cuales un niño desarrolla este patrón de relación con sus emociones son muy distintas. Una de ellas, por ejemplo, afirma que se trata de una estrategia de supervivencia ante una situación problemática tal como un padre alcohólico en una familia que ni siquiera admite la existencia del problema. Otra posibilidad consiste en tener unos padres que son ellos mismos represores emocionales y que de este modo transmiten el continuo ejemplo de una despreocupación o de una rigidez muscular que se refleja en la elevación del labio superior ante cualquier sentimiento angustioso. O tal vez se trate simplemente de un rasgo heredado. En cualquier caso, todavía no estamos en condiciones de determinar cómo y a qué altura de la vida se origina esta pauta de conducta: sin embargo, en el momento en que las personas represoras alcanzan la madurez, ya se muestran fríos e indiferentes cuando se sienten coaccionados.

Lo que todavía nos queda por determinar, de hecho, es cuán calmos y fríos se mantienen en realidad. ¿Es posible que realmente no sean conscientes de los síntomas físicos que provocan las emociones perturbadoras y que simplemente estén fingiendo una tranquilidad aparente? La respuesta a esta pregunta nos la brinda la hábil investigación llevada a cabo por Richard Davidson, psicólogo de la Universidad de Wisconsin y anterior colaborador de Weinberger. Davidson pidió a varias personas que presentaban esta pauta de impasibilidad, que efectuaran una serie de asociaciones libres sobre una lista de palabras, muchas de ellas neutrales, aunque algunas poseedoras de connotaciones sexuales o violentas capaces de suscitar ansiedad en la mayoría de las personas. La investigación puso de manifiesto que las asociaciones realizadas con las palabras más perturbadoras —aquéllas cuyos síntomas fisiológicos revelaban una evidente respuesta de angustia— también demostraban un claro intento de eliminar las connotaciones más negativas. Por esto si, por ejemplo, la primera palabra era «odio», la respuesta ofrecida por ese tipo de sujetos solía ser «amor».

El estudio de Davidson se benefició considerablemente del hecho de que (en las personas diestras) la mitad derecha del cerebro constituye el centro clave del procesamiento de las emociones negativas, mientras que el centro del habla se halla en el hemisferio izquierdo. Cuando el hemisferio derecho reconoce una palabra perturbadora, transmite esta información al centro del habla a través del cuerpo calloso, que conecta ambos hemisferios cerebrales, y es entonces cuando aparece una palabra como respuesta. Sirviéndose de un elaborado dispositivo óptico, Davidson mostraba cada palabra de modo que ésta ocupara sólo la mitad del campo visual y, por la peculiar disposición neurológica de la visión, si la palabra se presentaba de modo que incidiera en el lado izquierdo del campo visual, primero era reconocida por el hemisferio cerebral derecho, con su acusada sensibilidad para las perturbaciones. Si, por el contrario, incidía en el lado derecho del campo visual, la señal era captada por el hemisferio cerebral izquierdo sin experimentar ninguna alteración.

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