La lista de los doce (39 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Policíaco

Unos círculos blancos y rojos llenaban la pantalla principal: rojos a la izquierda, blancos a la derecha.

Bing.

Apareció un mensaje en la pantalla pequeña:

PRIMER PROTOCOLO (PROXIMIDAD): SATISFECHO

INICIAR SEGUNDO PROTOCOLO

De inmediato, los círculos blancos de la pantalla principal comenzaron a parpadear, de uno en uno, durante un leve instante, en una secuencia aleatoria.

La pantalla pitó a modo de protesta.

SEGUNDO PROTOCOLO (PATRÓN DE RESPUESTA): FALLIDO

INTENTO DE DESACTIVACIÓN REGISTRADO.

TRES INTENTOS DE DESACTIVACIÓN FALLIDOS OCASIONARÁN UNA DETONACIÓN POR DEFECTO.

SEGUNDO PROTOCOLO (PATRÓN DE RESPUESTA): REACTIVADO.

—¿Qué? —le dijo Schofield a la pantalla.

—Cincuenta segundos, capitán —dijo la voz de Lefevre—. Tiene que tocar los círculos iluminados en orden.

—Oh, de acuerdo.

Los círculos blancos comenzaron a parpadear de nuevo, uno tras otro.

Y entonces Schofield comenzó a pulsarlos, justo después de que parpadearan.

—Cuarenta segundos…

La secuencia de círculos blancos se aceleró. Las manos de Schofield comenzaron a moverse con mayor rapidez para tocar a tiempo los círculos de la pantalla.

Entonces, de repente, uno de los círculos rojos del lado izquierdo de la pantalla se iluminó.

Schofield no se lo esperaba. Pero lo pulsó a tiempo. Los círculos blancos retomaron su secuencia, parpadeando en esos momentos a gran velocidad. Los dedos de Schofield también incrementaron su ritmo.

—Treinta segundos… Lo está haciendo bien.

Entonces otro círculo rojo parpadeó.

Pero Schofield fue en esa ocasión demasiado lento.

La pantalla emitió otro bip.

SEGUNDO PROTOCOLO (PATRÓN DE RESPUESTA): FALLIDO

INTENTO DE DESACTIVACIÓN REGISTRADO.

TRES INTENTOS DE DESACTIVACIÓN FALLIDOS OCASIONARÁN UNA DETONACIÓN POR DEFECTO.

SEGUNDO PROTOCOLO (PATRÓN DE RESPUESTA): REACTIVADO.

—¡Mierda! —gritó Schofield mientras miraba la granada que había en la mesa junto a él.

Y los círculos blancos comenzaron su secuencia parpadeante por tercera y última vez.

—Veinticinco segundos…

Pero esa vez Schofield estaba preparado, sabía lo que tenía que hacer. Sus manos se movieron con fluidez por la pantalla, pulsando los círculos blancos cuando estos parpadeaban, desviándose al lado izquierdo cada vez que uno rojo se iluminaba.

—Diez segundos, nueve…

La secuencia se aceleró. Los parpadeos de los círculos rojos se tornaron más frecuentes hasta tal punto que Schofield pensó que se trataba de un test para poner a prueba sus reflejos.

—Ocho, siete…

Sus ojos siguieron fijos en la pantalla. Sus dedos se movían sin cesar. El sudor le caía por la frente.

—Seis, cinco…

Las luces seguían parpadeando: blanco-blanco-rojo-blanco-rojo-blanco.

—Cuatro, tres…

Bing. Un mensaje apareció en la pantalla.

SEGUNDO PROTOCOLO (PATRÓN DE RESPUESTA): SATISFECHO.

TERCER PROTOCOLO (CÓDIGO): ACTIVO.

POR FAVOR, INTRODUZCA CÓDIGO DE DESACTIVACIÓN AUTORIZADO.

—Dos…

Schofield tecleó «1-2-3-ENTER» en el teclado numérico. Los números aparecieron en la pantalla pequeña.

—Uno…

Bing.

TERCER PROTOCOLO (CÓDIGO): SATISFECHO.

DISPOSITIVO DESACTIVADO.

Schofield exhaló y se desplomó en la silla.

La puerta de la sala se abrió. Lefevre entró aplaudiendo.


Oh, très bien! Très bien
! Muy bien, capitán.

Dos fornidos soldados franceses encañonaron a Schofield.

Lefevre sonrió.

—Ha sido de lo más impresionante. De lo más impresionante. Gracias, capitán. Acaba de confirmarnos la veracidad de las afirmaciones del M-12. Por no mencionar las ventajas de este sistema de desactivación. Estoy convencido de que la República Francesa le encontrará múltiples usos. Es una lástima que tengamos que matarlo. Caballeros, lleven al capitán Schofield al hangar y átenlo con el otro.

5.14

Schofield se elevó en el aire con los brazos y las piernas extendidos en cruz.

Se hallaba en las horquillas de una carretilla elevadora, con cada pie en una horquilla horizontal, mientras que sus muñecas estaban esposadas a las guías de acero verticales del vehículo.

La carretilla elevadora estaba estacionada en un rincón del hangar principal del Richelieu, tras los tubos de escape de varios cazas Rafale. Sentados en semicírculo delante de la carretilla se hallaban los tres soldados franceses y el agente de la DGSE, Lefevre.

—Traigan al espía británico —ordenó Lefevre a uno de los guardias de Schofield.

El guardia pulsó un botón de una pared cercana y la pared de acero que había junto a Schofield comenzó a ascender de repente; en realidad se trataba de una puerta, de una enorme puerta de acero del tamaño de un caza, tras la que solo había oscuridad.

De ella salió una segunda carretilla elevadora con otra persona maniatada y crucificada de la misma manera que Schofield.

Solo había una diferencia.

El hombre de la segunda carretilla elevadora había sido salvajemente torturado. Su rostro, su camisa, sus brazos… todo estaba cubierto de sangre. La cabeza le caía inerte sobre el pecho.

Lefevre dijo:

—Capitán Schofield, no sé si conoce al agente Alec Christie, de la Inteligencia británica.

Christie. Del MI6. Y de la lista de objetivos.

Así que ahí era donde había ido.

—Durante los dos últimos días, el señor Christie nos ha proporcionado gran cantidad de información sobre el M-12 —dijo Lefevre—. Al parecer, durante los últimos dieciocho meses ha estado trabajando como guardaespaldas del señor Randolph Loch, presidente de Loch-Mann Industries y del M-12. Pero, mientras el señor Christie espiaba a Loch, nosotros lo espiábamos a él.

»Sin embargo, en uno de sus momentos de mayor lucidez la noche pasada, el señor Christie nos contó algo muy preocupante. Afirmó que, últimamente, Randolph Loch andaba algo contrariado con uno de los miembros más jóvenes del M-12, nuestro amigo Jonathan Killian.

»Según el señor Christie, Randolph Loch comentó en varias ocasiones que Killian estaba «molestando con su idea complementaria». Al parecer, al señor Killian no le parece que el plan del M-12 vaya lo suficientemente lejos. En vista de nuestras propias investigaciones, capitán Schofield, ¿sabe usted algo de esa idea complementaria?

A lo que Schofield respondió:

—Killian es su amigo. ¿Por qué no se lo preguntan ustedes?

—La República Francesa no tiene amigos.

—Ya imagino por qué.

—Tenemos conocidos, relaciones provechosas —dijo Lefevre—. Pero en ocasiones uno debe vigilar a sus conocidos tan de cerca como a sus enemigos.

—No confían en él —dijo Schofield.

—Ni un ápice.

—Pero le dan protección.

—Mientras nos convenga. Puede que ya no sea así.

—Pero ahora les preocupa que pueda estar jugando con ustedes —dijo Schofield.

—Así es.

Schofield se quedó meditando unos segundos.

A continuación dijo:

—Uno de los misiles Camaleón del M-12 apunta a París.

—Oh, por favor. Lo sabemos. Estamos preparados para ello. Esa es la idea que subyace tras la participación de mi país en los planes del M-12. Esa es la razón por la que les hemos proporcionado los cuerpos de los terroristas de Global Jihad. Pues, mientras Estados Unidos, Alemania y Gran Bretaña sufrirán pérdidas catastróficas, Francia será vista como la única nación occidental capaz de frustrar esa amenaza.

»Nueva York, Berlín y Londres desaparecerán, pero París seguirá en pie. Francia será la única nación que consiga abatir esos misiles terroristas.

»Estados Unidos tardó tres meses en reaccionar tras el 11 de Septiembre. Imagine cómo quedarán cuando pierdan cinco ciudades. Pero Francia, Francia será la nación que rechace esos ataques. Nuestro país, fortalecido y sin pérdidas que lamentar, se convertirá en el líder de esta nueva guerra fría.

»Capitán Schofield, nuestros amigos del M-12 quieren sacar dinero con todo esto, porque para ellos el dinero es poder. Francia no quiere ese tipo de poder. Queremos algo mucho más importante. Queremos un cambio en el poder mundial. Queremos dirigir el mundo.

»El siglo XX fue el siglo de Estados Unidos. Tiempos tristes, tiempos de crisis para la historia de este planeta. El siglo XXI será el siglo de Francia.

Schofield se quedó mirando a Lefevre y a los generales.

—Ustedes están realmente mal. Lo saben, ¿no? —dijo.

Lefevre sacó algunas fotos de su maletín y se las enseñó a Schofield.

—Volvamos a Killian. Estas son fotos de
monsieur
Killian durante su viaje por África el año pasado.

Schofield vio las fotos. Eran fotos de periódicos: Killian posando con líderes africanos, inaugurando fábricas, saludando a las multitudes.

—Un viaje de buena voluntad para promocionar sus actividades benéficas —observó Lefevre—. Durante ese viaje, sin embargo, Killian se reunió con líderes y ministros de Defensa de varias de las naciones africanas de mayor importancia estratégica: Nigeria, Eritrea, Chad, Angola y Libia.

—Sí… —dijo Schofield expectante.

Lefevre paró de hablar un instante antes de soltar el bombazo.

—Durante las últimas once horas, las Fuerzas Aéreas de Nigeria, Eritrea, Chad y Angola han despegado de sus bases y más de doscientos cazas están reuniéndose en aeródromos al este de Libia. Por separado, esas fuerzas aéreas son relativamente menores. Pero, juntas, sin embargo, conforman una verdadera flota aérea. La pregunta que tengo para usted, capitán, es ¿qué están haciendo?

El cerebro de Schofield se puso en funcionamiento.

—¿Capitán Schofield?

Pero Schofield no estaba escuchando. Solo podía oír la voz de Jonathan Killian en su cabeza diciendo: «Aunque muchos no lo sepan aún, el futuro mundial se encuentra en África».

África

—¿Capitán Schofield? —insistió Lefevre.

Schofield parpadeó y volvió al presente.

—No lo sé —respondió con honestidad—. Ojalá lo supiera, pero no lo sé.

—Mmmm —dijo Lefevre—. Eso es exactamente lo que Christie dijo. Lo que puede significar que quizás ambos estén diciendo la verdad. Claro está, también puede significar que quizá necesiten más persuasión.

Lefevre hizo un gesto con la cabeza al conductor de la carretilla elevadora.

El conductor encendió el motor y maniobró el vehículo unos metros a la izquierda, de manera que Christie quedó tras los propulsores de un caza Rafale. El conductor salió rápidamente del vehículo y se alejó.

Un instante después, Schofield comprendió por qué.

¡Brum!

Los motores del caza cobraron vida. Schofield vio a otro soldado francés en la cabina del avión.

Alec Christie, herido y harapiento, alzó la vista al oír aquel estruendo y vio que estaba justo delante del propulsor posterior del caza Rafale. No pareció importarle. Se encontraba demasiado malherido, demasiado agotado como para intentar siquiera soltarse.

Lefevre asintió con la cabeza al hombre de la cabina.

El hombre accionó el sistema de control.

Al instante, una llamarada salió disparada del propulsor posterior de Rafale, engullendo a Christie.

La explosión de calor golpeó el cuerpo del agente británico como si de un ventilador se tratara, agitándole y abrasándole el cabello, arrancándole la piel del rostro, quemando su ropa en un nanosegundo… hasta que finalmente su cuerpo quedó reducido a cenizas.

Entonces, de repente, la explosión cesó y el hangar volvió a quedarse en silencio.

Lo único que quedaba de Alec Christie eran los restos truculentos de sus cuatro extremidades, achicharradas, colgando de las horquillas de la carretilla elevadora.

—Esto pinta muy mal —murmuró Schofield, y tragó saliva.

Lefevre se volvió hacia él.

—¿Le ha servido esto para refrescar su memoria?

—Se lo estoy diciendo. No lo sé —dijo Schofield—. No sé nada de Killian ni de los países africanos ni de si tienen algo en común. Es la primera vez que lo oigo.

—Entonces me temo que ya no lo necesitamos —dijo Lefevre—. Es hora de que el almirante y el general puedan cumplir su deseo y lo vean morir.

Y, tras eso, asintió al conductor de la carretilla elevadora. El vehículo de Schofield comenzó a avanzar hacia delante hasta detenerse junto a la carretilla abrasada de Christie, delante del segundo propulsor trasero del Rafale.

Schofield contempló las oscuras profundidades del propulsor.

—¿General? —dijo Lefevre al anciano oficial del ejército, el hombre que había perdido a una unidad entera de paracaidistas en la misión de la Antártida—. ¿Quiere hacer los honores?

—Será un placer.

El general se levantó de su asiento y subió a la cabina del avión sin dejar de mirar un instante a Schofield.

Una vez dentro, agarró la palanca con el interruptor «Posquemador».

—Adiós, capitán Schofield —dijo Lefevre—. La historia del mundo tendrá que continuar sin usted.
Au revoir
.

El pulgar del general se posó en el interruptor.

5.15

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