Read La llegada de la tormenta Online
Authors: Alan Dean Foster
En ese momento, un hoguss se precipitó desde las alturas, y cayó exactamente sobre el sable láser de Luminara. Se produjo un ligero olor a carne quemada, y la Jedi extrajo el sable. El hoguss se derrumbó sobre un costado con un gesto de sorpresa agarrando con fuerza su ahora inútil hacha asesina. El pesado cuerpo retumbó al darse contra el suelo. — ¡Atrás!
Luminara comenzó la retirada mientras su ahora ansiosa aprendiz le cubría los flancos y la retaguardia.
Los atacantes comenzaron a descolgarse de los tejados y de las ventanas de pisos superiores, y llegaron atravesando portales y salieron de vasijas que parecían vacías: un auténtico amasijo de carne infame y codiciosa. Luminara pensó mientras retrocedía que alguien se había tomado muchas molestias en organizar la emboscada. A pesar de encontrarse francamente preocupada por su bienestar y el de su pádawan, admiró la astucia del conspirador. Quien quiera que fuese, sabía perfectamente que ellas eran algo más que un par de viajeras dando un paseo matutino.
La pregunta era: ¿cuánto sabía?
Sólo hay dos formas de que un no-Jedi venza a un Jedi en combate.
Engañarle con una falsa sensación de seguridad, o superarlo en número por la fuerza. Ya que la sutileza era un concepto desconocido para aquellos asaltantes, una pandilla de individuos hambrientos de sangre pero sin técnica, estaba claro que e] responsable había optado por la segunda opción. En las bulliciosas y repletas calles, la gran cantidad de atacantes había pasado desapercibida para Luminara, ya que sus sentimientos anímicos se hallaban inmersos en los de la multitud.
Ahora que el ataque había comenzado, la Fuerza latía con una hostilidad palpable a medida que docenas de asesinos armados hasta los dientes luchaban por acercarse a sus dos rápidos objetivos para asestarles unos cuantos golpes fatales. Mientras que la estrechez de la calle y la huida despavorida de los paseantes no definía una línea de retirada para las dos mujeres y les impedía correr para salvarse, también es cierto que no permitía a sus asaltantes, que portaban armas de fuego, realizar un disparo certero hacia sus objetivos. Si hubieran tenido un poco de táctica, los que estaban en el frente blandiendo sus puñales, y otras armas poco sofisticadas, se habrían hecho a un lado para dar paso a sus camaradas mejor armados. Pero había una recompensa para el que diera el golpe mortal. Esto servía para inspirar a los atacantes, pero también les impedía colaborar para conseguir el objetivo final, no fuera a ser otro el que se llevara la recompensa.
De esta forma, Luminara y Barriss rechazaban los disparos de las armas de fuego y los golpes procedentes de otras menos peligrosas como espadas y puñales. Con los altos muros que las rodeaban y los comerciantes y vendedores corriendo a su alrededor buscando refugio, tenían sitio suficiente para maniobrar. Los cuerpos comenzaron a apilarse frente a ellas, algunos intactos, otros a falta de importantes elementos de su anatomía que habían sido seccionados por precisos movimientos de energía de colores intensos.
La exuberancia y los ocasionales gritos de desafío de Barriss se complementaban con los movimientos fijos y silenciosamente fieros de Luminara. Las dos mujeres no sólo mantenían a los asaltantes a raya, sino que empezaron a forzar su retirada. Hay algo en el aspecto de un Jedi en combate que encoge el corazón de un oponente común. Un aprendiz de asesino sólo necesita ver unos cuantos disparos rechazados por el zumbido previsor de un sable láser para darse cuenta de que hay formas menos letales de ganarse la vida.
Y entonces, justo en el momento en que las mujeres estaban a punto de obligar a lo que quedaba de sus atacantes a doblar una esquina en dirección a una plaza en la que podrían reducirlos mejor, un rugido anunció la aparición en escena de otras dos docenas de asesinos. Esta mezcla de humanos y alienígenas iba mejor vestida, mejor armada y parecía tener más espíritu de equipo en la lucha que el grupo anterior. Luminara se dio cuenta con cansancio de que la intención del grupo anterior no era matarlas, sino dejarlas sin fuerzas. Armándose de valor y dedicando gritos de apoyo a su aprendiz visiblemente abatida, se vio a sí misma una vez más retirándose al estrecho callejón del que habían conseguido escapar con éxito.
Con el valor renovado por la llegada de refuerzos, lo que quedaba del primer grupo reinició el ataque. Jedi y pádawan se vieron obligadas a retroceder todo lo que pudieron.
Pero ya no podían más. La callejuela acababa en un muro liso. Para cualquier otro hubiera sido imposible de escalar, pero un Jedi podía encontrar asideros y salientes donde otros no veían más que una superficie lisa.
— ¡Barriss! —con el sable láser Luminara señaló la pared rojiza que tenían detrás—. ¡Sube, yo te seguiré!
Poniéndose de rodillas, un hombre con toscos guantes apuntó cuidadosamente su pistola láser al objetivo. Luminara bloqueó sus dos primeros disparos y, quitando una mano de la empuñadura del sable la estiró hacia él. La peligrosa arma salió volando de las manos del hombre como si estuviera viva, dejándole tan sorprendido que cayó de espaldas. Protegido por sus camaradas, no se asustó como hubiera hecho un asesino normal, sino que trepó para recuperar la pistola láser. Ella sabía que no podrían estar así mucho más tiempo.
— ¡Arriba he dicho!
Luminara no tenía que girarse para sentir el impenetrable muro que se erguía tras ella.
Barriss dudó.
—Maestra, podéis cubrirme mientras escalo el muro, pero yo no podré hacer lo mismo por vos desde arriba.
Arremetió contra un serpenteante wetakk y le desarmó antes de que consiguiera deslizarse bajo su guardia, y la criatura retrocedió con un grito de dolor y cambió de mano la espada curvada, lo que le dejaba cinco manos libres. Sin perder el aliento, la pádawan gritó.
—No podéis escalar y utilizar el sable al mismo tiempo.
—Estaré bien —le aseguró Luminara, aunque no sabía qué iba a hacer para subir sin que la hirieran en el ascenso. Pero estaba más preocupada por su pádawan que por ella misma—. ¡Es una orden, Barriss! Haz el favor de subir. Tenemos que salir de aquí.
Barriss dio una última barrida para dejar libre el espacio frente a ella, no sin cierta reticencia, desactivó su sable láser, se lo colocó en el cinturón, dio media vuelta, tomó carrerilla y saltó. El salto le permitió ascender gran parte del muro, al que se aferró como una araña. Parecía encontrar salientes invisibles mientras ascendía. Bajo ella, Luminara mantenía a raya con una sola mano a toda la horda de ávidos asesinos.
Casi en lo alto, Barriss se volvió para mirar abajo. Luminara no sólo estaba lidiando con sus propios asaltantes, sino que además se había adelantado para asegurarse de que los que estaban atrás no apuntaban hacia su pádawan. Barriss dudó de nuevo.
— ¡Maestra Luminara, son demasiados! No puedo protegeros desde aquí arriba.
La Jedi se volvió para responder y al hacerla no vio a un pequeño throbe escondido detrás de un humano más grande. El arma del throbe era pequeña y su puntería no era muy buena, pero el disparo desviado consiguió rozar las ropas de la mujer. Luminara se tambaleó.
— ¡Maestra!
Barriss se debatía frenética entre la posibilidad de escalar lo que quedaba de pared o desobedecer a su Maestra y bajar para ayudada. En medio de la confusión que la embargaba, un sutil temblor cruzó su mente. Algo perturbaba la Fuerza, pero de forma muy distinta de la que habían experimentado aquella mañana. Era increíblemente fuerte.
Entre gritos de coraje, dos hombres cayeron a ambos lados de Luminara. Ninguno era físicamente imponente, aunque uno tenía una constitución que sugería un desarrollo considerable en potencia. Con los sables de luz centelleando, saltaron entre la salvaje pandilla de asesinos, blandiendo sus armas.
Hay que decir que los atacantes mantuvieron la posición unos instantes. Cuando sus compinches comenzaron a desplomarse a su alrededor, los supervivientes se dispersaron y huyeron. En menos de un minuto, la salida del callejón estaba libre y el camino a la plaza central ya no estaba obstruido. Desprendiéndose del muro, Barriss saltó la considerable distancia hasta el suelo para encontrarse cara a cara con un atractivo joven con un semblante de confianza en sí mismo. Con una sonrisa engreída, el joven desactivó su sable láser y se la quedó mirando.
—Me han dicho que el ejercicio matutino es bueno para el alma, así como para el cuerpo. Hola, Barriss Offee.
—Anakin Skywalker. Sí, te recuerdo del Templo.
Hizo un gesto automático de agradecimiento y corrió a refugiarse al lado de su Maestra. El otro recién llegado ya estaba examinando la herida de Luminara.
—No es grave.
Luminara se arropó en sus vestiduras más de lo realmente necesario. —Llegas pronto, Obi-Wan —dijo a su compañero—. No te esperábamos hasta pasado mañana.
—Nuestra nave se portó bien.
Los cuatro salieron a la plaza y Obi-Wan recorrió el espacio abierto con la mirada. Ya no había perturbaciones anímicas en la Fuerza y se permitió bajar la guardia ligeramente.
—Como llegamos pronto, imaginamos que no habría nadie esperándonos en el espaciopuerto, así que decidimos venir a buscaros. Al ver que no os encontrabais en el alojamiento indicado, decidimos salir a pasear para familiarizamos con la ciudad. Fue entonces cuando sentí el peligro. Nos llevó hasta vosotras.
—Bueno, la verdad es que no te puedo acusar de impuntualidad —sonrió agradecida. Era la misma sonrisa intrigante que recordaba Obi-Wan de haber trabajado con ella anteriormente, enmarcada en aquellos labios de tonalidades distintas—. La situación estaba tomándose algo complicada.
— ¡Algo complicada! —dijo Anakin—. Si no llega a ser por nosotros... —una mirada de desaprobación del Jedi bastó para que dejara la frase a medias.
—Algo que me tiene intrigada desde que nos asignaron esta misión
—Barriss se alejó de su compañero y se acercó a los dos Jedi —es que no entiendo por qué es necesario que estemos cuatro, si sólo vamos a tratar con lo que parece ser una disputa menor entre los indígenas de la zona —su impaciencia era evidente—. Por lo que habéis dicho antes, tiene que haber algo más.
—Supongo que recuerdas nuestra conversación —explicó Luminara con paciencia—. Pues bien, los nómadas alwari creen que el Senado favorece a los habitantes de la ciudad. Los ciudadanos, a su vez, están convencidos de que el gobierno de la galaxia se pondrá de parte de los nómadas. Esta impresión de favoritismo por parte del Senado está demasiado cerca de convencer a ambos grupos de que Ansion estaría mejor fuera de la República, ya que las disputas internas se solucionarían sin intervención externa. Su representante en el Senado parece inclinarse cada vez más hacia esa postura. También hay pruebas que apoyan la hipótesis de que hay elementos ajenos al planeta que están metiendo cizaña para que Ansion se retire de la República.
—Pero si es sólo un planeta, y además ni siquiera es importante —dijo Barriss.
Luminara asintió lentamente.
—Cierto, pero no es Ansion en sí mismo el que es relevante. Gracias a una complicada red de pactos y alianzas, Ansion podría provocar la secesión de otros sistemas. Muchos más sistemas de los que a mí, o al Consejo Jedi, nos gustaría. Por lo tanto, hay que encontrar la forma de eliminar las diferencias existentes entre los nómadas y los ciudadanos, y así afianzar la representación planetaria. Como forasteros representantes de los intereses del Senado, encontraremos respeto en Ansion, pero no amistad. Mientras estemos aquí, siempre estaremos bajo sospecha. Dada la complejidad de la situación, el tema de las alianzas inestables, la posible presencia de agitadores externos y la gravedad de las ramificaciones potenciales, se consideró que dos parejas de negociadores obtendrían una impresión más amplia y más rápida de la situación que una.
—Ahora lo entiendo.
Había mucho más en juego de lo que Barriss había pensado, mucho más que un desacuerdo entre ciudadanos y nómadas. ¿Acaso era que Luminara había recibido la orden de ocultar a su aprendiz la verdadera naturaleza de la expedición, o quizá ella estaba demasiado ocupada con su aprendizaje como para ver más allá? Le gustara o no, lo cierto era que a partir de ahora tendría que prestar más atención a la política galáctica.
Por ejemplo, ¿por qué había poderes más allá de Ansion que perseguían su secesión de la República hasta el punto de interferir en los asuntos internos del planeta? ¿Qué podían ganar esas entidades desconocidas con la secesión? Había miles y miles de mundos civilizados en la República, la salida de uno, o incluso de varios, apenas alteraría el esquema general del gobierno galáctico. ¿O no?
En ese momento supo que había una pieza importante que le faltaba, y el hecho de saberlo era sumamente frustrante. Pero no pudo preguntar a su Maestra porque Obi-Wan estaba hablando.
—Alguien ajeno a Ansion no quiere que triunfen las negociaciones.
Quieren la secesión de Ansion de la República, con todas las problemáticas consecuencias que eso conllevaría —Obi-Wan miró al cielo, que amenazaba tormenta—. Sería muy útil saber quién. Tendríamos que haber detenido a uno de los atacantes.
—Quizá eran delincuentes comunes —señaló Anakin.
—Es posible —consideró Luminara—, pero de todas maneras si Obi-Wan está en lo cierto y los asaltantes habían recibido el encargo de impedimos continuar nuestra misión, estoy segura que el responsable no les comunicó el objetivo de su plan y que probablemente les ocultó su identidad. Aunque hubiéramos podido capturar a uno, no hubiéramos sacado nada en claro.
—Eso es cierto —admitió el pádawan.
—Así que tú también estuviste en Naboo, ¿no? —sintiéndose excluida de la conversación de los dos Jedi, Barriss se dirigió a su compañero. —Así es —el orgullo resonaba en la voz del joven.
Es extraño, pensó ella. Extraño, pero no desagradable. Parecía lleno de conflictos internos como un arbusto momus repleto de semillas. Pero era innegable que la Fuerza era muy potente en él.
— ¿Cuánto tiempo llevas siendo la pádawan de la Maestra Luminara? —preguntó él.
—Lo suficiente como para saber que aquellos que siempre tienen la boca abierta suelen tener los oídos cerrados.
—Genial. ¿Te vas a pasar todo el tiempo que estemos juntos hablando en aforismos?
—Al menos puedo hablar de algo que no soy yo —replicó ella—. Me parece que sacaste malas notas en modestia.