La llegada de la tormenta (7 page)

Read La llegada de la tormenta Online

Authors: Alan Dean Foster

—A ti no te importa lo que yo haya visto o no —el que hablaba parecía irritado, pero no con su proveedora de información—. Tengo que dar esta información a mi patrón, él sabrá lo que hay que hacer.

¿Lo sabrá?, pensó Kandah. Supongo que él mejor que yo. Ella sólo tenía que dar un informe. Se alegró de no tener que hacer nada más para frustrar la misión de los Jedi.

—Recibirás tu pago de la manera acostumbrada —la voz sonaba precipitada, claramente alarmada por la información que le había proporcionado la delegada de la Unidad—. Tu trabajo es bien apreciado, como siempre. Cuando Ansion esté fuera de la República y libre de su intromisión, recibirás la recompensa que te mereces. Las propiedades de Korumdah expropiadas injustamente a tu familia te serán devueltas.

—Soy vuestra humilde servidora —respondió Kandah. Se giró para marcharse, pero dudó un momento—. ¿Qué creéis que hará vuestro patrón para impedir a los Jedi que consigan lo que buscan, ahora que el intento de asesinato ha sido un completo fracaso?

Pero no obtuvo respuesta de la oscuridad. Ajustándose la capa.

Ogomoor ya había desaparecido entre las sombras.

***

—Así que los Jedi intentan mantener la unidad en la República solventando sus diferencias con los alwari. Es muy audaz por su parte.

—Así como estúpido, Su Grandiosidad.

— ¿Tú crees? —Soergg le miró desde la sala en la que se relajaba. Una de las pequeñas lunas de Ansion se veía marfileña afuera. —No tiene ni la más remota posibilidad.

— ¿Ah, no?

Ogomoor se dio cuenta de que perdía terreno argumentativo y decidió cambiar de táctica.

— ¿Y yo qué hago? —dijo—. ¿Sobornarles?

Los enormes ojos de Soergg se pusieron en blanco.

— ¡Sobornar a un Jedi! Pero qué ignorante eres, Ogomoor. Qué ignorante.

El consejero se tragó su sugerencia y su orgullo y replicó con deferencia.

—Sí. Os estaría tremendamente agradecido si iluminarais a este humilde siervo.

—Lo haré —dijo el hutt con un sonido asqueroso, girándose sobre el lado derecho para ver mejor a su empleado—. Entérate. Los Jedi no pueden ser sobornados, corrompidos o apartados de lo que ellos consideren la vía correcta y verdadera. Al menos ésa ha sido mi experiencia —escupió a un lado, y el androide custodio se apresuró a limpiar el repugnante gargajo—. Es una pena, pero es cierto. Lo que es cierto suele ser una pena.

Por lo tanto, tendremos que tratar con ellos de otra forma. Acércate y te diré cómo.

¿Tengo que hacerla? Pensó Ogomoor. Pero no había escapatoria frente al aliento del hutt, sólo sus órdenes.

Definitivamente, reflexionó Ogomoor mientras se mantenía en pie absorbiendo todo el impacto del miasma contaminante, no me pagan lo suficiente.

4

U
na de las ventajas de vivir y trabajar en Coruscant era que había incontables sitios en los que reunirse si uno no quería ser reconocido. Así que el pequeño grupo se encontró en un pequeño bar sin ninguna reputación en especial en una zona poco conocida de cuadrante H-46. En esos sitios no había necesidad de preservar el anonimato, ya que nadie les iba a reconocer.

—Este lugar apesta a clase trabajadora —dijo asqueado Nemrileo, que provenía del poderoso planeta Tanjay—. Aquí no apreciaremos el aroma de la traición.

El senador Mousul tuvo que sonreír.

—Habláis de traicionar a los traidores. No confundáis vuestras lealtades, Nernrileo. No es el momento.

—No me habléis del momento —el hombre se inclinó sobre la mesa—. Todo este tema de Ansion está empezando a preocuparme.

—No debería.

Mousul rebosaba seguridad. Lo cual no era difícil teniendo en cuenta que los intereses a los que representaba le habían prometido apoyarle para obtener el gobierno de todo su sector cuando Ansion y sus aliados dejaran la República, pensó su interlocutor.

—Confío en que todo se esté desarrollando según los planes, y que en poco tiempo el poder político dominante de mi planeta, la Unidad de Comunidades, realizará una votación para decidir la total retirada de la República, desencadenando así lo que nosotros esperamos.

— ¿Todo? —dijo una política alienígena, cuyo vello rubio amenazaba con reventar su ajustada ropa de camuflaje—. Eso no es lo que yo he oído. —Minucias. Nada preocupante —dijo Mousul con indiferencia.

—Admiro vuestra seguridad —dijo la alienígena—. Cualquiera estaría algo más nervioso si supiera que dos Jedi junto con sus pádawan han llegado a su planeta en mitad de las delicadas negociaciones sobre la secesión. —Ya os lo he dicho —el tono de Mousul se ensombreció—. El asunto está siendo tratado.

—Mejor que sea así —dijo Tam Uliss, un socio comercial de Ansion—. Mi pueblo está impaciente. Están preparados para actuar, llevan así algún tiempo, y no les gusta tener que esperar la decisión de una banda de seres menores de un planeta menor.

—A la presidenta del Gremio de Comerciantes no le gustaría oír eso.

—Por eso precisamente estamos aquí —dijo la alienígena—. Para hablar de esto sin ella delante —sus ojos amarillos se clavaron en los suyos—, y si no estuvierais interesados tampoco estaríais aquí.

El senador alzó una mano cauteloso.

—Yo dije que venía para escuchar, y para informaras de los avances con el tema de Ansion, no a opinar. Si Shu Mai piensa que debemos mantener en suspenso nuestros intereses hasta la secesión, yo creo que deberíamos hacerle caso.

— ¿Deberíamos? —otro miembro del grupo mostró su sorpresa en su expresión y en sus palabras—. ¿Podemos fiamos de verdad de Shu Mai y del Gremio de Comerciantes?

—No la habéis conocido —replicó Mousul—. Os aseguro que es de fiar, nos apoya de corazón.

—Por lo que yo he oído ni siquiera tiene corazón —replicó Nernrileo.

—Yo de ella me fío —afirmó la política sentada junto al cínico—.

Conozco su trabajo en nuestro cuadrante. De los que no me fío es de mis votantes.

Todos rieron ante la broma. Cuando se hizo el silencio, Mousul tomó la palabra de nuevo.

—He estado en contacto con mi principal informador en Ansion. Me ha asegurado que el problema de los Jedi será solucionado. Shu Mai parece seguir confiando en este individuo. Hay lazos sociales y comerciales que refuerzan nuestro pacto bilateral. Les sugiero que vuelvan a sus puestos y mantengan el ánimo. Todas nuestras esperanzas se verán realizadas en breve.

—Al fin libres de la corrupción y el vicio de esta inflada, inerte y, por así llamarla, República —exclamó Tam Uliss—. Realmente parece un sueño.

El senador miró al círculo.

—Somos todos de la misma opinión, y tenemos suerte de contar con alguien como Shu Mai, que cree en nuestra causa con tanta firmeza que hasta es capaz de mediar por nosotros con otros que por ahora han de permanecer en el anonimato. Ahora vamos a relajamos y a tomamos algo. Es poco frecuente que podamos reunimos así.

La tensión se disolvió en las rondas de bebidas. En compañía de sus colegas conspiradores, Mousul también podía relajarse. Y todavía se iba a relajar más cuando le comunicara a Shu Mai que había alguien en el grupo del que ya no podían fiarse. Una grieta en la confianza no era buena para una conspiración. Podía ser fatal.

Sobre todo para el individuo en cuestión.

***

Soergg parecía sumamente complacido con el plan que había pensado. Lo había planeado cuidadosamente, lo había perfilado hasta que no pudo verle ningún fallo. Poseía las virtudes gemelas de la sencillez y la precisión. Se lo explicó emocionado a Ogomoor, que escuchaba atentamente. Cuando el hutt terminó, el consejero se atrevió a decir algo.

—Suena bastante bien.

— ¿Bien? —rugió el bossban—. ¡Es perfecto! —miró al complaciente bípedo desde arriba—. ¿O no?

—Lo cierto es que hay un obstáculo. La habilidad de los Jedi de intuir el peligro. De percibir el peligro como una perturbación en la Fuerza.

Soergg asintió todo lo que pudo teniendo en cuenta que no tenía cuello. —Soy muy consciente de las versadas capacidades de los Jedi. Y para este plan he contratado a dos que son inmunes a la sensibilidad de los Jedi. Dos de tu especie que poseen calificaciones únicas.

—No es por llevaros la contraria, pero ¿cómo podría un ser pensante y sensitivo evitar la agudeza Jedi?

—Lo mejor será que los conozcas, Ogomoor, y juzgues por ti mismo —miró a un lado y dio un par de palmadas alzando la voz—. Bulgan, Kyakhta, venid a conocer a mi consejero.

Ogomoor se volvió expectante a la puerta que llevaba del salón de audiencias del bossban a una sala de espera lateral. La apariencia de los dos ansionianos que entraron en respuesta a la llamada de Soergg no le inspiró nada de confianza.

Uno tenía una cresta maltrecha de color caoba sucio y un brazo artificial bastante rudimentario. El otro estaba completamente calvo de la cabeza a los pies, y era paliducho, con un parche en un ojo y la espalda torcida de forma permanente por alguna enfermedad infantil incurable. Ninguno era especialmente alto o fuerte. Entre los dos habrían tenido dificultades para secuestrar el chorro de agua de una fuente.

Estaba tan impresionado por la visión del triste dúo que por un momento se olvidó del respeto que le tenía a su jefe.

—Bossban, ¿vais a enviar a estos dos a capturar a un Jedi?

—No a un Jedi, Ogomoor, sino a uno de sus pádawan. Si retenemos a uno de sus aprendices, los Jedi tendrán que claudicar —se hinchó hasta alcanzar todo su impresionante tamaño—. Les exigiremos que se retiren de las negociaciones internas y galácticas de Ansion y que nadie venga a sustituidos. Una vez que accedan, ya no podrán hacer nada por impedir la votación para la secesión. La palabra de un Jedi les vincula a todos —se frotó las manos—. Esto es incluso mejor que matarles, porque desgraciadamente tendrán que abandonar, y se irán con el rabo entre las piernas, fracasados. Y además, el Consejo Jedi no tendrá que alzarse por las muertes de varios miembros de su Orden. Sólo se verán derrotados y superados. Por mí —se hinchó tanto que Ogomoor pensó que iba a explotar, pero por desgracia la imagen no pasó de ser un deseo—. Hay ocasiones en las que la humillación es mejor que la muerte.

—No es que desconfíe, bossban —recuperando en parte la entereza, Ogomoor señaló a los dos propuestos secuestradores. El que se llamaba Kyakhta miraba embobado los lujosos ornamentos de la habitación, mientras su combado compañero Bulgan miraba tontamente al suelo, metiéndose el dedo en la nariz—. Pero, ¿de verdad que vais a enviar a este para vencer a un pádawan Jedi?

En lugar de rugir, Soergg intentó ser paciente. —Míralos, Ogomoor. Míralos bien, de cerca. ¿Qué ves?

El hutt estaba disfrutando de verdad el asombro de su empleado.

El consejero examinó cuidadosamente a la perezosa pareja, reticente y sin acercarse demasiado. La inspección detallada no le animó demasiado. —Aun a riesgo de ofender vuestro criterio, oh bossban, yo diría que son un tanto felek. Impedidos mentales. Subnormales.

—Lo son. Lo justo —parecía encantado consigo mismo, y aún más gigantesco, mientras se apoyaba en su cola—. A lo largo de mis investigaciones realizadas con motivo de mis múltiples intereses comerciales, he descubierto que hasta la más ligera perturbación mental suele bastar para confundir la percepción de la Fuerza en aquellos que la tienen. La psicosis actúa como un velo de acero transparente, distorsionando sin acabar de ocultar lo que tiene detrás —señaló a los dos contrahechos. En respuesta, Bulgan sonrió ausente—. No cabe duda que estos dos están ligeramente locos. Y en su locura está el secreto de nuestro éxito.

Ogomoor los miró con interés, si bien su respeto no había aumentado. —Sus vestimentas no me resultan familiares. Evidentemente son a1wari, pero he de admitir que no reconozco sus clanes.

—Lo cierto es que no me sorprende —gruñó Soergg—, ya que no tienen clan. Dadas sus deformidades físicas y mentales, se han convertido en descastados. Obligados a vivir en ciudades odiosas, en las que intentan ganarse la vida con lo que les sale —sonrió radiante, todo lo radiante que puede parecer un hutt—. Por lo que les vaya pagar harán cualquier cosa que les pida. ¡Cualquiera! Hasta capturar a un pádawan Jedi —emitió una risita burlona—. Al igual que a muchos otros, le importa mucho más el dinero que la ética.

Como, por ejemplo, a los hutt, pensó Ogomoor.

—Sí, es cierto eso —Bulgan intervino por primera vez, aunque no se le entendía muy bien porque seguía con el dedo metido en la nariz.

—Lo haremos —la dicción de su compañero manco era algo mejor, ya que no se veía distorsionada por la clase de bloqueo nasal que afectaba a la suya—. Podemos hacerlo.

Mientras Kyakhta hablaba, Bulgan parpadeó con el ojo bueno. Su párpado ansioniano opaco y grueso se movía rápidamente de izquierda a derecha.

—Los Jedi no podrán percibir su presencia. Soergg se regocijaba en su inimitable plan.

—Quizá no puedan hacerlo mediante la fuerza, bossban. Pero los humanos siguen teniendo ojos y reacciones mucho más agudizadas que la del resto de los seres vivos.

El hutt asintió pacientemente, lo tenía todo pensado.

—Nuestros amigos irán a por ellos a la luz del día. Hasta los Jedi se toman un descanso momentáneo en sus ocupaciones. Los cuatro que a nosotros nos molestan han sido vistos paseando por Cuipernam, y en ocasiones por separado. Puede que sean Jedi, pero siguen siendo de dos géneros distintos, y las hembras buscan cosas que no buscan los varones. Si conseguimos atrapar a un pádawan lejos de su Maestro, entonces la captura será cosa hecha. Se dice que la mayoría de los Jedi se basan en sus sentidos para percibir el peligro cerca. Estos dos idiotas no inspiran ningún peligro, así que les ignorarán y continuarán con su paseo turístico —con un gesto imperativo ordenó a los dos impedidos, pero voluntariosos, secuestradores que se fueran—. ¡Id ahora! Ya sabéis dónde están los visitantes —sonrió con desagrado—. Todo el mundo lo sabe, ya que son los invitados oficiales de la delegación de la Unidad y del Consejo de la ciudad de Cuipernam. Si lo conseguís, llevad al pádawan al sitio acordado y esperad mis órdenes.

Kyakhta se giró haciendo una inclinación. Bulgan no lo hizo y su compañero le dio un capón en su calvo cráneo. Bulgan se giró también y, como ya estaba inclinado, no tuvo que hacerla, pero al menos se quitó el dedo de la nariz. Retrocedieron juntos hasta la puerta por la que habían entrado. Ogomoor seguía dubitativo, pero una chispa de esperanza brillaba en sus ojos.

Other books

5PM by Chris Heinicke
To Bite A Bear by Amber Kell
Colt by Nancy Springer
hislewdkobo by Adriana Rossi