Read La llegada de la tormenta Online
Authors: Alan Dean Foster
—Ay, divinidad, ¡por el Brazo de Nomgon! —miró las caras alienígenas humanas que la observaban preocupadas—. ¿Quiénes sois? ¿Qué me ha pasado? —se apoyó en las manos para sentarse, mientras añadía con enfado—. ¿Qué hago en el suelo?
Luminara la observó fijamente.
—Esperábamos que pudierais decírnoslo. Obi-Wan y Anakin la ayudaron a levantarse.
—Ésta... ésta es mi tienda. Mi casa. Le estaba enseñando algo a un cliente —se llevó una mano a la cabeza y se frotó la canosa cresta peinándola hacia delante—. Era un alwari. Dijo que era de pangay ous y llevaba las vestiduras propias. Pero era raro —su rostro se arrugó aún más con una expresión de disgusto—. Había otro con él, creo. Lo recuerdo porque era feo, pero aliado de su compañero era una belleza.
—Y una mujer joven vestida como nosotros —interrumpió Luminara—. ¿La habéis visto?
La nativa parpadeó.
— ¡Oh!, claro que sí. Era muy amable, aunque para mí que no iba a comprar nada —sonrió mostrando su dentadura ansioniana—. Cuando llevas tanto tiempo en el negocio como yo, sabes de estas cosas, sean de la especie que sean.
— ¿Dónde está? -preguntó Obi-Wan con suavidad, pero con firmeza.
—Anda, y yo qué sé. No sé dónde está ninguno de ellos —la propietaria miró al suelo y movió la cabeza—. Lo último que recuerdo era que hablábamos de olores, y luego... —se quedó en blanco—. Luego abrí los ojos y allí estaban los tres inclinados sobre mí. ¿Qué piensan que ha podido...?
— ¡Maestros! ¡Aquí fuera!
En respuesta a la llamada de Anakin, los dos Jedi se apresuraron hacia la puerta de atrás cuya entrada estaba abierta. El pádawan estaba en el callejón, de rodillas señalaba al pavimento que estaba seco y polvoriento. Había dos huellas claras de pisadas. Obi-Wan le agradeció a la Fuerza que en el callejón no soplara ni una ligera brisa.
—Huellas ansionianas —Luminara se incorporó mirando a ambos lados del callejón—. En sí mismas no confirman nada —señaló las muchas otras huellas que había en la capa polvorienta del suelo—. Muchos pies han recorrido este camino recientemente.
—Pero estas marcas comienzan aquí, en la salida —dijo Anakin—. Y son mucho más profundas que el resto, como si los dos que las hicieron llevaran algo pesado encima —miró al final del callejón en sombra—. Todos los ansionianos son más o menos de la misma talla.
—Tres entran en la tienda, y sólo salen dos, de los cuales ninguno es humano —Obi-Wan hizo un gesto de aprobación—. Estás aprendiendo a ver más allá de lo obvio, Anakin. Espero que no dejes de hacerlo.
Luminara cerró los ojos fuertemente y los volvió a abrir.
—No puedo sentir su presencia en ninguna parte. Si se la hubieran llevado, debería ser capaz de percibir su malestar. Pero no siento nada.
—Quizá esté inconsciente —Obi-Wan inspeccionó el callejón cuidadosamente—. Si esos dos nativos querían que estuviera inconsciente, es probable que hayan utilizado el método que emplearon con la dueña de la tienda.
—Podría estar muerta —dijo Anakin.
En cualquier otro sitio y con cualquier otro tipo de gente, su comentario podría haber provocado enfado o rabia. Pero ni Luminara no Obi-Wan reaccionaron. Los Jedi no se ofendían por un comentario objetivo, por muy delicado que fuera el tema.
Pero por dentro, Luminara estaba angustiada. Un Jedi no muestra sus emociones, pero eso no significa que no existan.
—Esta ciudad tiene un tamaño considerable. ¿Cómo vamos a encontrarla? —luchó por contener la ira.
—Podríamos acudir a las autoridades, por ejemplo —dijo Anakin. Obi-Wan rechazó la propuesta.
—Es lo que nos faltaba, en este momento tan delicado de las negociaciones. Confesar a nuestros anfitriones que uno de los nuestros está perdido y que no podemos hacer nada por solucionarlo. ¿Cuánta confianza crees que inspiraría eso en nuestra conocida omnipotencia?
Anakin asintió.
—Ya veo lo que queréis decir, Maestro. En ocasiones soy demasiado impetuoso.
—Es un síntoma normal de la inexperiencia, de la cual tú no eres responsable —se volvió hacia Luminara—. Tenemos que encontrarla nosotros, sea cual sea su estado —su nerviosa compañera sonrió débilmente—. Antes de que nuestros anfitriones se den cuenta de que algo va mal.
Luminara señaló la tienda.
—Primero obtendremos una descripción detallada de los dos alwari que estaban aquí con Barriss. Luego, en mi opinión, deberíamos separarnos y recorrer cada uno un tercio de la ciudad. Utilizaremos esta tienda como nexo, y peinaremos la ciudad con toda la precisión que podamos, haciendo preguntas, ofreciendo recompensas e intentando percibir la presencia de Barriss.
—Obi-Wan, ¿creéis que el que está detrás de esto es el mismo que atacó a la Maestra Luminara y a Barriss a nuestra llegada? —preguntó Anakin.
—Es imposible saberlo —respondió el Jedi—. Hay tantas facciones opuestas en este planeta, que podría ser cualquiera. Y, como sabes, también hay intereses externos mezclados en el asunto —a su manera tranquila, Anakin se dio cuenta de que Obi-Wan estaba muy descontento—. Esto es justo lo que nos faltaba, atizar el fuego del conflicto. Pero la política es lo de menos ahora. Tenemos que encontrar a Barriss.
No añadió "sana y salva" No tenía que hacerlo.
***
Newsblink (Canal de Noticias de Coruscant):
Nemrileo irm-Drocubac, representante de Tanjay VI, murió ayer cuando su aerocoche colisionó con un vehículo de reparto pesado en el cuadrante sur, sección noventa y tres, del exclusivo suburbio Bindai en el que vivía. Interrogado en el lugar del suceso, el piloto de la nave de reparto declaró que el software del sistema interno de orientación de su vehículo había sufrido un fallo no detectado que llevó al choque fatal. Los investigadores intentan confirmar su versión, aunque sus esfuerzos se están viendo complicados debido a que ambos vehículos están seriamente dañados.
El representante de Tanjay, irm-Drocubac, ha dejado una esposa y dos hijos. A pesar de su militancia activa en la creciente facción secesionista y de las sospechas de que simpatizaba con los miembros más radicales del movimiento, gozaba del respeto de sus colegas y colaboradores, así como de sus seguidores en su planeta natal. Según la costumbre tanjay, sus cenizas serán esparcidas mañana sobre la capital en la que vivió y trabajó en los últimos quince años.
El canciller Palpatine intervendrá como orador en el funeral. (Fin de transmisión: fin de artículo).
P
ara ser una humanoide joven, pesa mucho más de lo que esperaba.
Kyakhta resopló cuando él y su compañero soltaron el saco en la cama. Al notar movimiento dentro, Bulgan soltó el sello que cerraba el saco. Barriss se sentó y el saco se le quedó a la altura de los hombros, y luego se le cayó a los pies cuando se levantó. Tenía los tobillos atados y las manos amarradas a la espalda. Miró hacia abajo y luego a sus secuestradores, y se encontró con la sonrisa de Kyakhta.
— ¿Buscas esto, aprendiz?
Extrajo el cinturón reglamentario de la pádawan de una bolsa que llevaba colgando en la cintura. Contenía todos sus efectos personales, incluido el intercomunicador y el sable láser. Bulgan se adelantó y toqueteó este último. —Un sable láser Jedi. Siempre quise probar uno.
Kyakhta cogió el cinturón y lo volvió a meter en la bolsa como si fuera una serpiente dormida.
—No lo toques, idiota. ¿No recuerdas lo que nos dijo el hutt sobre manipular los dispositivos éstos? Un sable láser Jedi se ajusta según el campo magnético de su propietario. Si activas éste saldrás volando en pedazos. Tú y tu estupidez.
— ¡Oh!, es verdad. Bulgan se olvidó —se giró para mirar a la prisionera—. Tampoco es gran cosa, ¿no? Podría partida en dos fácilmente.
—Sólo mi cuerpo —incapaz de correr o maniobrar, Barriss se sentó en la cama—. Obviamente, sabéis quién soy y lo que represento. ¿Sois conscientes de que mientras hablamos hay tres Jedi buscándome furiosos, a quienes no les va a gustar nada lo que ha ocurrido?
Kyakhta se rió y Bulgan emitió ruidillos jocosos.
—Que te busquen. Aquí no te van a encontrar —señaló los elevados muros que les rodeaban—. Este sitio es seguro, y tampoco estarás aquí mucho tiempo —al recordado, accionó el interruptor de su intercomunicador. Ya hay otros que están enterados. Vienen y te llevarán. Entonces nosotros más ricos, y nada que ver ya contigo.
Barriss prefirió no discutir y preguntó con calma.
— ¿Y para que me queréis vosotros o los que os emplean? Los alwari se miraron.
—No es asunto nuestro —dijo Kyakhta—. Atraparte nuestro trabajo.
Preguntas no nuestro trabajo —se giró para abandonar la habitación—. Lo hemos conseguido. Lo estaba deseando —se incorporó—. El bossban pensaba que no podíamos. Una sorpresita para él —su sonrisa se hizo más amplia—. Creo que le haré esperar un poco antes de decírselo —le dio un empujoncillo a su compañero—. Vigílala bien, Bulgan. Cuidado con trucos Jedi.
—No preocuparse, Kyakhta —encorvado pero alerta, el otro alwari se colocó en un banco frente a la esposada humana—. Bulgan vigila bien.
Barriss miró la puerta cerrarse pesadamente tras el que se hacía llamar Kyakhta. Un ruidoso clic resonó tras su salida. Sin su sable láser sería incapaz de penetrar la barrera, y sus limitados conocimientos de la Fuerza no eran suficientes para romperla con la mente. Estaba atrapada hasta que sus amigos la encontraran. No dudaba que lo harían. Lo único que le preocupaba era el factor tiempo. ¿Habría suficiente antes de que la sacaran de aquel sitio y la llevaran hasta el responsable de su secuestro? De una cosa estaba segura. Quien quiera que fuese, seguro que era más despiadado y competente que sus dos simplones secuestradores ansionianos.
El tiempo pasaba mientras esperaba a que su captor se cansara o se fuera. Pero no hizo ninguna de las dos cosas. Tampoco pudo, por mucho que lo intentó, influir en su mente. Podría deberse, pensó, a que según lo que parecía, tampoco había mucha mente en la que influir. Ésa era probablemente la razón por la que ni ella ni su Maestra habían podido percibir sus hostiles intenciones.
Habían utilizado a la vendedora inconsciente para distraer su atención. Estaba enfadada consigo misma por haberse dejado atrapar, pero intentó reprimir la creciente irritación porque el enfado era otra distracción que no podía permitirse en aquel momento.
—A lo mejor tu bossban da a Kyakhta y Bulgan una bonificación
—dijo el vigilante en voz alta—. El sable láser no estaría mal. Luego Bulgan va a casa y lo enseña al clan, y vuelven a aceptar a Bulgan. Y los que no quieran —hizo un movimiento giratorio con su pesada mano—, Bulgan corta la cabeza.
—Hablas muy bien del bossban —hizo un gesto esforzándose por parecer resignada e indefensa—. ¿Quién es ese individuo tan imponente?
Una sonrisa apareció en el rostro del guardia.
—Padawan intenta engañar Bulgan. Nada de trucos Jedi aquí. Bulgan y Kyakhta un poco lentos, pero eso no quiere decir estúpidos —se levantó y se inclinó hacia adelante. Tenía el torso ancho, sin pelo, era una masa amenazadora de huesos y músculos, inusualmente grande para un ansioniano—. ¿Tú crees que Bulgan estúpido?
—Ni lo he dicho ni lo he querido decir —respondió suavemente. El alwari retrocedió—. Pero me he dado cuenta de algo de lo que estoy segura.
Los ojos del nativo se entrecerraron peligrosamente.
— ¿Y qué es? Cuidado, pádawan humana. Bulgan no te tiene miedo.
—Ya lo veo. Y lo que también puedo ver, y sentir de formas que ni te imaginas, es que tanto tú como tu cómplice sufrís. Lleváis sufriendo mucho tiempo.
El ojo marrón de pestañas doradas de Bulgan se abrió aún más de lo normal.
— ¿Cómo... cómo lo sabes?
—Además del entrenamiento Jedi normal, muchos de nosotros tenemos nuestra propia especialidad. Áreas del conocimiento que se nos dan especialmente bien. Yo, por ejemplo, soy sanadora practicante.
—Pero eres humana, no de Ansion.
—Lo sé —hablaba con voz tierna pero firme que inspiraba confianza—. Yo no puedo arreglarte la espalda, o darte una prótesis para el ojo que te falta. Sin embargo, el dolor de tu mente es similar al que experimentan todos los seres de sangre caliente. Es resultado de ciertas disrupciones y errores neuronales. Es como si alguien hubiera intentado hacer un ordenador muy complejo, y hubiera tenido todas las piezas delante pero no supiera cómo colocarlas, de forma que no hizo muy bien su trabajo. ¿Entiendes algo de lo que te digo, Bulgan?
El alwari afirmó lentamente.
—Bulgan no es tonto. Bulgan comprende. ¡Ajá!, así se siente Bulgan casi todo el tiempo. Como mal hecho —giró la cabeza a un lado levemente y la miró fijamente con el ojo bueno—. ¿Padawan arregla eso? —No puedo prometer nada, pero lo puedo intentar.
—Arregla dolor de cabeza —su guardián estaba haciendo un tremendo esfuerzo mental—. No más dolor en cabeza —se frotó la frente con la palma de la mano—. Eso sería grande, mejor aún que unos cuantos créditos —había llevado el esfuerzo mental más allá de sus límites, y la miró fijamente—. ¿Cómo sabe Bulgan que puede confiar en ti?
—Te, doy mi palabra de pádawan, de estudiante de las artes Jedi, y de alguien que ha dedicado toda su vida a unos ideales elevados, y a aprender el arte de sanar.
Visiblemente emocionado, su secuestrador respiró profundamente, miró a la puerta y se volvió para mirarla a ella.
—Intenta arreglar a Bulgan. Pero si engañas...
—Te he dado mi palabra —le interrumpió—. Además, ¿dónde voy a ir? La puerta está cerrada y bloqueada por fuera. ¿O no te has dado cuenta de que estás aquí encerrado conmigo? —No sonrió—. Tu amigo no me ha dado ninguna posibilidad.
— ¿Encerrado? -se pasó la mano por el cráneo en el lugar donde debería tener la cresta—. Bulgan confuso.
Ella aprovechó de inmediato la oportunidad.
—La confusión es fruto del dolor con el que convives. Déjame ayudarte, Bulgan. Por favor. Si fallo, no te costará nada. Incluso si lo consigo, me seguirás teniendo aquí, porque la puerta está cerrada por fuera. —Cierto. Padawan dice verdad. ¡Oh!, tú intentas.
Le miró a los ojos, acercándole las aprisionadas muñecas.
—Tienes que desatarme. Para hacer esto necesito las manos. De repente, el alwari se mostró alerta.
— ¿Para qué? ¿Trucos de Jedi?
—No. Por favor, confía en mí, Bulgan. Hay cosas en juego mucho más importantes que mi vida, o el futuro incremento de tu cuenta corriente. ¿Sabes algo del movimiento secesionista?