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Authors: Alan Dean Foster

La llegada de la tormenta (13 page)

Anakin gritó y buscó algo a lo que agarrarse. Barriss se empezó a reír a carcajadas, y la aceleración hizo que su melena y sus vestiduras se echaran hacia adelante como llamaradas. Obi-Wan se dignó a despertarse.

Hasta ese momento, parecía que los suubatar sólo habían ido al trote.

A la orden de Kyakhta, aceleraron con sus seis patas a tal velocidad que las pezuñas de largos dedos parecían no tocar el suelo. Treinta y seis dedos que impulsaban hacia adelante a los suubatar a una velocidad que dejó a Luminara sin respiración.

Lo que no era sorprendente, ya que estaban adelantando al viento.

***

Detrás de ellos, allá en la ciudad, una variedad de brutos, rufianes y delincuentes se amontonaba sobre los muros de la ciudad justo en la puerta por la que había salido la caravana Jedi y sus guías. Lejos en la distancia, podía distinguirse una nube de polvo que se disipaba sobre la cima de una colina cubierta de hierba. Para Ogomoor era como gas venenoso.

—Tienen que ser ellos —se giró hacia un gigantesco varvvan que estaba su lado—. Reúne a tu gente. Vamos por ellos.

— ¿A esa velocidad? Ya oíste lo que dijeron los del mercado.

Cabalgan suubatar. Y además son purasangres.

A sus espaldas, los otros miembros de la irregular tropa comenzaban a murmurar.

—Cogeremos una aeronave. Ningún suubatar puede ir más rápido que un autocarro.

—No, no es más rápido, pero sí más ágil... —se acercó a Ogomoor—. ¿Alguna vez has intentado acorralar a un alwari montado en un suubatar? Una forma rápida de morir.

— ¡Bastas! —exclamó impaciente Ogomoor—. Vale, como quieras. ¿Y qué otra cosa aparte de un autocarro te convencería de seguir mis órdenes y perseguir a esos seis?

El varvvan se lo pensó, frotándose un ojo mientras contemplaba la lejana nube de polvo disminuir a lo lejos.

—Armas pesadas —dijo finalmente.

— ¡No seas estúpido! —le gritó Ogomoor—. ¡Ni el bossban Soergg puede conseguir armas pesadas en Cuipernam! Hay ciertas limitaciones hasta para alguien como... ¡ay!

El varvvan levantó al consejero por el cuello y le mantuvo así.

—No… me... llames... estúpido.

Consciente de que el enfado y la ira habían sacado la parte más tensa de sí mismo, Ogomoor trató de calmar al mercenario.

—Era sólo una frase hecha. No era nada personal. Por favor, bájame, y... eh... ¿te importaría retraer los globos oculares? Se te van a salir.

El varvvan le depositó en el suelo con un siseo. Ogomoor se estiró la ropa y se volvió a mirar al lejano punto por el que desaparecía su presa.

— ¿Por qué preocupamos? De todos modos, los visitantes llevan de guías a dos idiotas descastados.

Echándose al hombro el rifle compacto, el varvvan siseó de nuevo y se alejó. Los de su especie eran valientes y temerarios, pero por mucho que Ogomoor dijera, no eran tontos.

—Tú dirás lo que quieras, pero mis socios y yo sólo creemos lo que vemos. Y yo veo a cuatro visitantes y dos escoltas que no cabalgan como idiotas descastados —comenzó a bajar las escaleras para volver a las calles de la ciudad—. Cabalgan como alwari.

Sin palabras para describir su frustración, Ogomoor desvió su atención de los inútiles mercenarios para volver a ponerla en las interminables praderas más allá de Cuipernam. ¿Dónde, se preguntó, podría encontrar asesinos acordes con sus órdenes? ¿Dónde encontrar seres que accedieran a levantarse en armas contra los innombrables Jedi? ¿Dónde podía encontrar el tipo de ayuda que se le negaba constantemente?

Y lo más importante, ¿dónde podía encontrar a alguien que le comunicara a Soergg el hutt que los Jedi y sus pádawan habían escapado una vez más fuera de sus propósitos y de su alcance?

Para sorpresa de Ogomoor, Soergg escuchó en silencio el informe del consejero.

—Otra vez tarde. La puntualidad es la marca de la casa del buen asesino.

—No pude hacer nada, bossban. Los que había contratado se negaron a seguir a los Jedi en su huida.

—Sí, sí, ya me lo has dicho —Soergg le hizo callar con un gesto—. Así que dices que llevan suubatar. No me extraña la falta de entusiasmo de esos mercenarios chapuceros —se frotó la enorme barbilla, y la carne le rezumaba como el excedente sulfuroso de una cloaca venenosa—. Primero un asesinato frustrado y luego un secuestro frustrado. Los Jedi ya están en guardia.

—Ya no podemos contar con el factor sorpresa —añadió Ogomoor innecesariamente.

—Es posible —los grandes ojos traspasaron al asistente, fijos en algún punto lejano—. Desde luego, nosotros no.

—No entiendo, amo.

Soergg no respondió. Seguía con la mirada perdida, pensando cosas de hutt.

7

L
as interminables praderas que cubrían Ansion no eran simplemente bellas. Eran magníficas. O al menos eso le parecía a Luminara. Barriss estaba de acuerdo con ella, y Obi-Wan se mostraba impresionado aunque sin grandes alardes. Como siempre, Anakin desea estar en otro sitio, pero intentaba no decirlo más de una vez al día.

—Hace un año, lo más probable es que se hubiera quejado de la situación unas dos o tres veces al día —le dijo Obi-Wan aquella tarde a Luminara—. Quizá es una señal de que está madurando.

Bulgan y Kyakhta estaban cerca, ocupándose del campamento, haciendo la comida y preparando té. Tras ellos se hallaban los suubatar, dispuestos a descansar. Con las patas flexionadas bajo sus ágiles y potentes cuerpos, las bellas cabalgaduras se entretenían mordisqueando las hierbas que crecían en abundancia a su alrededor.

Las praderas de Ansion no eran una interminable extensión de hierba. Los ríos vagaban errantes por las llanuras verdes y amarillas, y alguna colina que otra interrumpía de repente la monotonía del paisaje. Había pequeños bosquecillos de extraños árboles interconectados y hongos acuáticos. Las elevaciones eran el esqueleto de fosas volcánicas antiguas.

Era un paisaje curioso, una combinación poco frecuente de distintas geologías que Luminara no había visto antes.

— ¿Y por qué está siempre tan inquieto?

Apoyada sobre la montura que los guías le habían quitado a los rumiantes, masticaba un nutriente que sabía a nuez y esperaba a que se calentara su té.

La hoguera se reflejaba en los ojos de Obi-Wan.

— ¿Anakin? Como siempre en estos casos, hay más de una razón. En primer lugar, se siente obligado a sobresalir. Esto es en gran parte debido a su difícil infancia, tan diferente de los otros pádawan. También se debe a que echa de menos muchas cosas.

—Cualquiera que desee convertirse en un Jedi sabe que tendrá que renunciar a muchas cosas.

Él asintió.

—Le da miedo no volver a ver a su madre, a quien ama profundamente.

—Eso fue un terrible error. Los niños sensibles a la Fuerza son alejados de sus familias antes de que puedan desarrollar lazos peligrosamente duraderos —por un momento su voz sonó como un lamento—. Yo a veces, como ahora, me pregunto lo que está haciendo mi madre, mientras estamos aquí hablando de esto. Me pregunto si ella pensará en mí también —miró a lo lejos, al atardecer de la pradera—. ¿Y tú, Obi-Wan? ¿Piensas alguna vez en tus padres?

—Tengo demasiadas cosas en las que pensar. Además, cuando a un Jedi le encargan el cuidado de un aprendiz se convierte en algo parecido a un padre. Y como soy uno, no tengo mucho tiempo de pensar en el mío. Cuando esos sentimientos aparecen, me encuentro pensando en mis Maestros o en Qui-Gon, y no en mis padres biológicos. Pero a veces… a veces me pregunto si no será un error del entrenamiento Jedi apartar a los niños de sus familias.

—La prueba de la verdad está en el éxito del sistema. Eso es indudable.

—Supongo que tienes razón —respondió. Sonrió levemente y añadió—: Ningún Jedi sería un auténtico devoto si no cuestionara el sistema y todo lo demás.

Ella miró hacia la derecha, al otro lado del campamento.

—Tu Anakin puede tener muchos fallos, pero en lo que no falla es en lo de cuestionar las cosas. ¿Crees que volverá a ver a su madre? —le preguntó pensativa.

— ¿Quién sabe? Si fuera por él, desde luego que sí. Pero no depende de él, como tampoco dependen de mí los destinos de mis viajes. Nosotros vamos a donde nos envía el Consejo. Mejor pregúntale al Maestro Yoda —volvió a sonreír con picardía —. Pregúntale a él si alguna vez piensa en sus padres.

Luminara se rió.

— ¡Los padres del Maestro Yoda! Eso sí que es historia antigua —se puso seria de nuevo—. Lo cierto es que el Maestro Yoda tiene cosas más importantes en las que pensar en estos momentos.

Él sonrió ligeramente.

—Siempre. Sobre todo, este fermento de movimiento secesionista.

Alianzas que varían hasta en el mismo Senado. Y por lo que respecta a Anakin, hay otras cosas que le preocupan además de su madre. Puedo percibir la confusión bullendo en su interior. Pero cuando saco el tema, se niega a reconocer que exista tal perturbación. Es curioso lo dispuesto que está a cuestionar la validez de todo excepto de sus propias inseguridades interiores.

—Ah —se agachó para coger el recipiente de té ansioniano. Era negro dulce, con un toque perceptible de las llanuras. Luminara se dio cuenta de que allí todo sabía a pradera —. ¿Y no crees que esa capacidad tan potente para negarse a sí mismo será un obstáculo a la hora de convertire en un Jedi?

—No lo sé. De verdad que no lo sé. Pero le prometí al Maestro Qui-Gon que haría todo lo que estuviera en mi mano para que así fuese. Y por esa razón, he estado en desacuerdo en ocasiones ante el Consejo con el mismísimo Maestro Yoda. Sí, tengo mis dudas. Pero una promesa es una promesa. Si Anakin consigue finalmente superar sus demonios internos, será un gran Caballero Jedi, y cumpliré la voluntad del Maestro Qui-Gon.

— ¿Y tú? ¿Qué hay de tu opinión personal?

—Yo intento no juzgar —se levantó, sacudiéndose el polvo de las vestiduras—. Anakin es consciente de sus problemas. Yo le enseño, le aconsejo, le escucho. Pero al final, él será el que decida su destino. Y creo que eso lo sabe, pero se niega a aceptarlo. Quiere que yo u otro haga lo correcto, desde el problema de su madre, hasta la situación actual de la galaxia —su sonrisa se abrió ligeramente—. Ya te habrás dado cuenta de lo terco que puede ser cuando quiere algo.

—Yo prefiero llamarlo "resolución" —bajó la taza de té de sus labios.

El vapor salía del recipiente y se elevaba frente a su rostro, desdibujando los tatuajes de su barbilla —. ¿Pero cuál es realmente su problema? ¿Su madre? ¿El ritmo de su educación?

—Si lo supiera, intentaría solucionarlo. Creo que las raíces del problema son mucho más profundas. Tan profundas que ni siquiera él es consciente. Algún día aparecerán —se giró y comenzó a alejarse—. Y cuando lo haga, tengo la sensación de que serán tiempos interesantes.

— ¿Esa sensación proviene de la Fuerza? —le dijo mientras se iba.

—No —se volvió y la miró por encima del hombro, sonriendo una vez más—. Esa sensación proviene de Obi-Wan Kenobi.

No estuvo sola mucho tiempo. Barriss se acercó y se sentó junto a ella, también con una taza de té entre las manos. La mirada de la pádawan siguió al Jedi que se iba.

— ¿Maestra, qué discutíais con Obi-Wan?

Luminara se apoyó en el arco del viann, acogedor y confortable. Al otro lado del campamento, un suubatar le aullaba a una de las dos medias lunas que colgaban del cielo como los pendientes robados de una reina abdicada.

—Nada importante, querida.

A Barriss no le satisfizo la respuesta, pero entendió que no debía profundizar en el tema, así que echó la cabeza hacia atrás y escudriñó el firmamento. Las estrellas lejanas brillaban radiantes, sin rastro de nubes o de corrupción. No como la vieja y defectuosa República, pensó con preocupación.

—Hay tantas estrellas, Maestra... tantos planetas cada uno con sus propias especies de seres vivos, culturas, actitudes… algunos son parte de la República, otros independientes, otros permanecen inexplorados o aún por descubrir. Me gustaría visitar cuantos fuera posible —sus ojos se encontraron con los de la mujer—. Es una de las principales razones por las que me gusta ser una Jedi.

Luminara se rió. Su risa no era sutil, como cabría esperar, sino potente, e incluso intimidatoria.

Barriss se puso seria.

— ¿Os sentís sola, Maestra Luminara?

La mujer hacía ruidos suaves con los labios tintados al beber el energético té. La encantadora e inquisitiva Barriss no era de las que ocultaba su curiosidad tras un velo de falsa sutileza.

—Todos los Jedi están solos en mayor o menor medida, pádawan. Ya lo aprenderás. La diferencia está en esa medida. Hay algunos que se encuentran más cómodos con el modo de vida ascético que otros. Y a pesar de las reglas, sigue habiendo algo de flexibilidad. Sólo tienes que buscada.

Barriss miró al otro lado de la hoguera.

— ¿Es eso lo que Anakin está intentando? ¿Encontrar la flexibilidad? Luminara se maravilló con la sensibilidad de la pádawan. Seguro que sería una sanadora excepcional.

—Es obvio que busca algo. Las respuestas a preguntas que aún no se ha formulado a sí mismo. Está por ver si encuentra las suficientes como para estar satisfecho. He hablado de ello con Obi-Wan, y él tampoco está seguro, pero lo que está claro es que su pádawan tiene un potencial enorme.

Barriss se levantó.

—Un potencial sin desarrollar es como si no existiera.

Desde su posición reclinada, Luminara elevó los ojos hacia la noche.

—No juzgues tan rápido, Barriss. Algunos tenemos inseguridades más profundas que otros. Y yo preferiría tener a Anakin Skywalker a mi lado en la lucha antes que a cualquier otro pádawan que haya conocido.

—En la lucha quizá, Maestra, pero en otras ocasiones...

Dejó el comentario inacabado, mientras se dirigía a su lugar de descanso.

Luminara observó a la joven mientras se iba, y se preguntó si ella misma se había sentido alguna vez tan vencida, tan insegura. Lo cierto era que había muchas estrellas, pensó haciéndose eco del comentario de su pádawan. Cada sistema con sus propios problemas, cada ser vivo con sus propias esperanzas y miedos, sus triunfos y sus fracasos. Incluso en aquel momento podía haber docenas, cientos de seres tumbados al raso contemplando la noche, preguntándose si habría alguien más sintiéndose como ellos, buscando a través de los años—luz algo de satisfacción. Con esperanza.

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