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Authors: Alan Dean Foster

La llegada de la tormenta (15 page)

Se dio la vuelta y comenzó a nadar directamente hacia sus atacantes.

Las grandes bocas se abrían con expectación. La falta de oxígeno comenzaba a nublarle la vista cuando se acercó lo bastante como para asestar un golpe con su sable láser. Los cuatro gairk agrupados se separaron cuando el arma hendió sus carnes, y la presión del arrastre cesó súbitamente. Con lo poco que le quedaba de oxígeno en los pulmones subió a la superficie, y al emerger tomó una gran bocanada del aire fresco. Vio a Barriss no muy lejos que nadaba en su dirección, en lugar de ir hacia la orilla.

— ¿Estás bien? —le preguntó. Parecía extrañamente calmada.

—Venía —dijo entre jadeos, secándose el agua de la cara—a rescatarte.

—Lo aprecio de veras —respondió ella cortésmente mientras continuaba atravesando el agua —, pero no era necesario.

Consciente de que los dos Jedi y los guías les observaban desde la orilla, reprimió el primer comentario que le vino a la cabeza.

—Pues no lo parecía. Te estaban arrastrando hacia abajo.

—Ya lo sé. Pero sólo era cuestión de girarme para poder atacar al gairk —le clavó una mirada repelente mientras desactivaba y ponía el seguro de su sable láser—. Te podías haber quedado en tu suubatar. ¿Me oíste pidiendo ayuda? ¿Te pedí yo que vinieras a por mí?

La respuesta del joven fue cortante.

—Vale. Ahora que está todo claro, te prometo que no tendrás que preocuparte más de que vuelva a pasar algo parecido.

Comenzó a nadar hacia la orilla.

Ella le mantuvo el ritmo sin esfuerzo.

—No me malinterpretes, Anakin. Ha sido un gesto muy galante por tu parte, y aprecio el hecho de que te arriesgaras por mí —se rió en voz baja, y su risa era mucho menos contenida que la de su Maestra—. Por no mencionar el hecho de que te empaparas por mí.

Ella nadaba con suavidad a su lado, y él dijo:

—Pues sí, eso hice, ¿no? Eres buena nadadora.

Ella rió de nuevo.

—La Fuerza está conmigo. Te echo una carrera hasta la orilla.

Antes de que pudiera responder, ella se había adelantado como una anguila. Él casi la coge, pero las manos y los pies de la joven llegaron a la orilla arenosa un instante antes que los suyos.

—Bueno, qué alegría veros a los dos —Luminara estaba de pie con las manos apoyadas en las caderas—. ¿Qué ha pasado, Barriss?

Barriss apartó la mirada.

—Ha sido culpa mía. Me incliné demasiado hacia un lado para ver lo que pasaba delante, perdí el equilibrio y me caí. Entonces algo comenzó a tirar de mi espalda y de mi ropa hacia abajo, y me vi arrastrada por la corriente. Pude ver que se trataba de algún tipo de criatura acuática, pero al caer de la silla, se me enredó la túnica. Estaba empapada, así que me costó mucho sacar el sable láser.

—Muy bien, pádawan —le dijo Obi-Wan—. ¿Cuál es tu excusa, Anakin?

Movió un pie con un gesto nervioso imperceptible que su madre hubiera reconocido de inmediato, y murmuró:

—Yo me lancé a ayudar a Barriss, pero cuando llegué hasta ella me di cuenta de que no necesitaba mi ayuda. Pero eso no lo sabía antes —alzó los ojos y se encontró con los de su Maestro—. Todo lo que me quedaba para seguir era la prueba que me daban mis sentidos. Ellos eran los que me decían que se había caído al agua y que necesitaba ayuda. Lo siento si he hecho algo malo si me he saltado otra más de las inviolables reglas Jedi.

Obi-Wan guardó silencio unos instantes con la expresión neutra, hasta que por fin sonrió.

—No sólo no has violado ninguna regla, pádawan, sino que has hecho exactamente lo que tenías que hacer. No tenías forma de saber cómo estaba ella, y en tales circunstancias, la opción más sabia era suponer que necesitaba ayuda. Es mejor que te regañe un amigo vivo a que te perdone un amigo muerto.

Anakin no supo cómo reaccionar. Los cumplidos de Obi-Wan eran tan escasos como el cristal de nieve en Tatooine. Cuando se dio cuenta de que era sincero, y de que tanto Barriss como Luminara le sonreían ampliamente, se relajó por fin. Aunque tampoco tenía muchas opciones. Eso es lo que significa estar calado hasta los huesos, con la ropa pegada al cuerpo como algas pegadas a los miembros empapados, que debilita la dignidad de uno de forma desesperante.

—Yo sólo quería ayudar —murmuró, sin darse cuenta de que llevaba diciendo esa frase desde que era pequeño.

—Pues ayúdate a ti mismo —le dijo Obi-Wan—, y quítate esas ropas mojadas y ponte una muda seca —se giró para mirar la línea de césped que se mecía a la orilla del río —. El viento aquí no es mucho más cálido que al otro lado y no me gustaría que te pusieras enfermo.

—Intentaré no hacerlo, Maestro.

—Bien —.Obi-Wan observó el cielo limpio de nubes—. No tenemos tiempo que perder en enfermedades, por muy educativa que pudiera ser la experiencia.

Anakin y Barriss se quitaron la ropa y se secaron al sol mientras sus Maestros desempaquetaban sus pequeños equipos personales. Los dos guías atendían a los pacientes suubatar y estudiaban a los visitantes con interés académico.

— ¡Ajá! —dijo Bulgan en voz baja —, pero tú míralos. No tienen crestas, sólo un poco de pelillo en la cabeza.

—Y tampoco tienen dientes de verdad —añadió Kyakhta—, sólo esas casitas blancas, pequeñas y cortas.

Bulgan acarició la cabeza de un suubatar y éste ronroneó agradecido y le empujó la mano pidiendo más.

—Mira qué dedos. Son demasiado cortos para hacer cualquier cosa. Y esos dedos de los pies, tan inútiles.

— ¡Y tantos! —dijo Kyakhta—. Cinco en cada extremidad, casi tantos como un suubatar. Cuando los miras, parece que están evolutivamente más cerca de estos animales que de un ser pensante —movió la cabeza de un lado a otro lentamente —. La verdad es que es un poco triste.

Bulgan aspiró por el agujero de la nariz.

—Lo cierto es que puede ser beneficioso. Seguro que a la clase alta de los borokii les dan pena. Y esa opinión siempre es ventajosa a la hora de iniciar negociaciones.

Su compañero no estaba tan seguro.

—Sí, o eso, o les ven como abominaciones en contra del orden natural de las cosas y deciden matarlos.

—Será mejor que no intenten nada parecido —Bulgan parpadeó indignado con el ojo bueno—. Estamos en deuda con estos visitantes, o por lo menos con la que llaman Barriss, por la curación de nuestras mentes.

—Por no mencionar el hecho de que —se frotó el lugar en el que su brazo artificial se unía con el normal —si mueren prematuramente no cobraremos este viaje.

Siguió mirando a los viajeros mientras pensaba que Bulgan y él podrían dedicar un rato a buscar conchas de vaoloi en la orilla. Unas vaoloi al vapor serían el acompañamiento perfecto para la cena.

Bulgan gruñó y se ajustó el parche.

—Prefiero sacrificar todo mi sueldo antes que la vida de un amigo. Kyakhta entrecerró los pesados párpados.

—Bulgan, amigo mío, es probable que Barriss no completara la curación Jedi que te hizo. Quizá sería mejor buscar otro tratamiento.

—Da igual —le dio un golpecito cariñoso en la afilada barbilla al suubatar que estaba acariciando, y cogió las riendas para llevado a una zona de mejor pasto—. De todas formas nadie va a morir en este viaje. Vamos con Caballeros Jedi.

—Eso es indiscutible.

Pero aun mostrándose de acuerdo, Kyakhta recordó una vez más lo fácilmente que había caído Barriss en la corriente arrastrada por el agresivo gairk, y se preguntó hasta qué punto eran resistentes los alienígenas a quienes guiaba.

***

—Como sabéis, se han marchado.

Ogomoor se relajó en la silla. Estaba en un buen apartamento, decorado y amueblado sin reparar en gastos. Un apartamento adecuado para una estancia permanente de un dignatario visitante. Su inquilino en ese momento se servía una copa alta de algo frío y de color lavanda. Ogomoor sintió un escalofrío. ¿Pero qué perverso deseo había detrás del gusto de los humanos por los líquidos fríos?

El miembro de la delegación de la Unidad le señaló la botella.

— ¿Quieres un vaso? Es una cosecha óptima, con la fermentación justa.

Ogomoor le sonrió al estilo humano declinando la invitación. Podía sentir el frío de la botella a distancia.

El humano se encogió de hombros y dejó la botella, cogió la copa y bebió. Ogomoor sintió de nuevo escalofríos empáticos en su interior.

—Ya sé que se han ido. Lo sabemos todos. Se han ido a firmar un acuerdo con los alwari. ¿Crees que tienen posibilidades?

—Creo que tienen tantas posibilidades como de estar muertos. Llevan varios días fuera y no han mandado ni un solo mensaje.

Se movió incómodo en la silla humana que no estaba hecha para su cola.

—Es natural en los Jedi no decir nada cuando no tienen nada importante que decir. Y, hablando de todo un poco —añadió sentándose en un sillón frente a Ogomoor—, ¿qué haces aquí?

—Represento los intereses de la toma de una decisión que podría ser crucial para el futuro de Ansion. Para mi futuro, para el vuestro y para el de todos los ciudadanos.

El delegado dio un sorbo a su copa. —Sigue.

Ogomoor se echó hacia adelante, sintiendo un gran alivio cuando su cola se desincrustó de su cuerpo y cobró su forma natural.

—El Consejo de la Unidad estaba a punto de votar sobre la secesión de la República cuando llegaron esos Jedi forasteros.

—Lo sé —el hombre no parecía complacido. A Ogomoor le pareció que eso era buena señal—. Eso significa el Senado para vosotros. Siempre envían un Jedi o dos cuando sus obtusas directrices se ven ignoradas. Les viene bien. Hasta parece que se lo esperan.

—Estos Jedi no tienen nada que ver con Ansion —insistió Ogomoor—. La enorme cantidad de pueblos de este planeta, tanto indígenas como colonos, ha actuado siempre de forma independiente y siguiendo sus propios intereses.

El delegado alzó la copa.

—Por la República, de la que seguimos formando parte. Lo siento, Ogomoor, pero nuestra independencia aún está lejos.

—No si optamos por la secesión. Otros se nos unirán.

—Sí —dijo el humano suspirando—, ya he leído la letra pequeña de los tratados. Nos dan más importancia de la que tendríamos de otra forma. Ésa es la razón por la que están aquí los Jedi.

— ¿Cuál era vuestra intención de voto? —.Ogomoor hizo todo lo que pudo por no parecer interesado, pero no consiguió engañar a su interlocutor.

— ¿Te gustaría saberlo, verdad? A ti y a tu jefe el hutt, y a sus socios comerciales en la galaxia.

—El bossban Soergg tiene muchos amigos, es cierto —clavó sus ojos ansionianos en los del humano—. Pero no todos son por negocios.

La expresión del delegado, que había sido razonablemente amable hasta el momento, comenzó a endurecerse.

— ¿Me estás amenazando, Ogomoor? ¿Tú y esa babosa con sobrepeso a quien llamas jefe?

—De ningún modo —replicó inmediatamente el consejero—. Por el contrario, estoy aquí para presentaras mis respetos y los del bossban... y sus socios. Como habitantes de Ansion, todos estamos preocupados por el futuro del planeta —sonrió de nuevo—. El mero hecho de que hayan venido un par de Jedi no quiere decir que tengamos que quedamos sentados esperando.

El humano entrecerró los ojos. — ¿Adónde quieres llegar?

Ogomoor hizo un gesto de indiferencia.

—No veo la razón por la que la Unidad debería quedarse sentada esperando el regreso de los Jedi. Pongamos por ejemplo que no vuelven de las llanuras. Han ido a intentar influir en los alwari. Pero supongamos que son los alwari los que acaban influyendo en ellos.

El hombre demostró con su expresión que no había considerado esa posibilidad.

—Si los Jedi no vuelven... o vuelven cambiados... ¿Estás diciendo que es posible que tras dialogar con los alwari podrían inclinarse en favor del punto de vista de los nómadas?

La mirada de Ogomoor se perdió.

—Yo no he dicho eso en absoluto. Sólo digo que, en ausencia de los Jedi, no hay nada que impida al Consejo de la Unidad seguir adelante en lugar de quedarse parado. ¿Acaso los ansionianos nos vamos a comportar como niños indefensos y vamos a esperar a ver qué hacen unos forasteros, sean o no Jedi?

El hombre asintió lentamente, mientras se acababa la copa con un largo y profundo trago.

— ¿Tú qué harías en mi lugar?

Ogomoor inspiró por el agujero de la nariz.

—Volver a convocar una sesión del Consejo. Realizar la votación. Si los Jedi tienen algo que objetar con respecto a los resultados, que planteen una queja formal al Senado. Ansion ya tiene su propio gobierno, libre de influencias externas. Llevar a cabo la votación no puede hacer ningún mal a nadie.

—Pero podría ser rechazado por el Senado. Ogomoor asintió comprensivo.

—Los votos son difíciles de anular una vez que han sido aceptados.

Si los Jedi estuvieran aquí habría una razón para no convocar la votación. Pero el caso es que no están —señaló con la mano a la ventana, y a las llanuras que se extendían a lo lejos—. Se han ido. Por su propio pie.

El delegado guardó silencio largo rato. Cuando volvió a mirar a su invitado, había un tono de duda en su voz.

—Lo que pides no va a ser sencillo. Los armalat se opondrán especialmente, y ya sabes cómo se ponen.

—El tiempo cura hasta la terquedad. Cuanto más tiempo estén los Jedi lejos de Cuipernam, mayor será la desconfianza en sus habilidades por parte del resto de los miembros del Consejo. El bossban y sus amigos confían en vuestros conocidos poderes de persuasión.

—No sé, sigue sin convencerme —murmuró el humano, visiblemente confuso.

—Vuestros esfuerzos serán recompensados —.Ogomoor se levantó, aliviado por abandonar al fin la incómoda silla —. Pensad en ello. El bossban está convencido de que grandes cambios se avecinan para la República. Cambios que están más allá de lo que cualquiera de nosotros pueda imaginar —al pasar cerca de su anfitrión, se agachó y bajó la voz—. Me han asegurado que, cuando estos cambios ocurran, será mucho mejor estar de un lado que del otro.

El hombre no vio salir a su invitado. No tuvo tiempo, por todo lo que tenía que pensar.

8

E
l ataque de los gairk no había herido a nadie, pensó Luminara cuando retornaron el camino a través de las praderas a la mañana siguiente. Quizá incluso tenía su lado bueno, ya que les alertaba de que, aunque habían dejado atrás los dominios del desconocido secuestrador de Barriss, el planeta Ansion planteaba otros muchos peligros.

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