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Authors: Alan Dean Foster

La llegada de la tormenta (12 page)

Pensó en decirle la verdad. Luego decidió contarle sólo parte de ella.

Con un gesto de la mano, recorrió todo el mercado, las calles adyacentes, la muchedumbre mezclada de ansionianos y forasteros y la ciudad más allá.

— ¿Qué hacemos aquí? El Maestro Obi-Wan ha intentado explicármelo, pero creo que no se me dan bien las complicaciones políticas. Son difíciles de entender, incluso irrelevantes. Desde niño he sido una persona muy directa —miró a su compañera—. En el lugar en el que crecí, de la forma en la que lo hice, si disipabas tu energía, o malgastabas tu tiempo, no durabas mucho. ¿Quieres que te diga sinceramente lo que opino de esta misión?

Ella asintió sosteniendo su mirada.

—Es una pérdida de tiempo. Una tarea para diplomáticos charlatanes y no para ningún Jedi.

—Ya entiendo. ¿Y qué harías si estuvieras al mando, Anakin? No dudó ni un momento.

—Cogería a los líderes de ambas facciones, nómadas y ciudadanos, y les encerraría a todos en una habitación, diciéndoles que si no hacían las paces en una semana la República enviaría a un cuerpo especial para asumir el control directo de los asuntos del planeta.

Ella asentía lentamente, con una enervante expresión de tranquilidad en el rostro.

— ¿Y cómo respondería el Gremio de Comerciantes, dados sus amplios intereses en este sector?

—El Gremio de Comerciantes hace lo que es más rentable. La guerra con la República no es rentable —parecía convencido—. Eso es lo que he aprendido.

— ¿Y si la Unidad ansioniana de Comunidades y villas, a consecuencia de tus acciones, deciden seguir adelante con el movimiento de secesión y el resto de los planetas aliados les siguen...?

—No implicaría ninguna diferencia para la vida cotidiana de la gente.

El comercio continuaría, la rutina de todos esos planetas no cambiaría.

— ¿Estás completamente seguro de que arriesgarías miles de vidas para averiguarlo? ¿Y qué pasaría con los alwari, que no están de acuerdo con la forma de hacer las cosas de la Unidad? ¿No crees que el Gremio de Comerciantes y sus aliados acabarían aplastándoles?

—Bueno, no estoy seguro de que...

Tras el cúmulo de razonamientos de la pádawan, el muro de seguridad de Anakin comenzaba a quebrarse.

Ella se giró para volver a observar a la multitud.

—Yo creo que es mejor enviar a dos Jedi y sus pádawan para intentar arreglar las cosas. Es mucho menos amenazador que un cuerpo especial. Y también menos costoso, lo que siempre es mejor para el Senado.

Él suspiró.

—Lo que dices es posible. Pero es que Ansion es tan insignificante...

Hasta Obi-Wan se pregunta su importancia. Me lo ha dicho varias veces, y también hemos hablado de los fallos que encuentra últimamente en la República.

—Y los conflictos menores —replicó ella—. Seguro que también te ha hablado de los conflictos menores y de la necesidad de suprimirlos antes de que den lugar a conflictos incontenibles.

—Constantemente —suspiró con resignación mientras se unía a ella en la vigilancia de la multitud.

***

—Es un precio justo —el ansioniano llevaba la cresta teñida de rayas plateadas y negras que se extendían a lo largo de su columna. Los ojos convexos con matices color lavanda estudiaban a sus clientes con expresión vacía—. ¡Ni en Cuipernam ni en la llanura de Sorr-ul-Paan encontrareis seis monturas de semejante calidad por este precio, ni por el triple!

—No te pases de insistente o conseguirás revolver el estómago de mis Maestros con tu parloteo.

Kyakhta se giró dando la espalda al vendedor y bajó la voz mientras Bulgan y él dialogaban con sus nuevos jefes.

—Tiene razón, Maestra Luminara. El precio que pide es justo. Quizá un poco elevado, pero los animales están en excelente estado. — ¡Vamos a montar en semejantes suubatar!

Bulgan apenas podía contener su emoción.

—Dadnos un momento —Luminara se alejó dejando a los dos nómadas con las negociaciones, aunque lo único que podían hacer ya era tratar de pulir la oferta final del comerciante—. ¿Qué opinas, Obi-Wan?

Estudió cuidadosamente el mercado, buscando una señal de peligro. —Creo que deberíamos fiamos de los conocimientos sobre nativos de nuestros guías. Después de lo que tu pádawan hizo por ellos, opino que antes se engañarían a sí mismos que aprovecharse de ella —miró hacia atrás y vio a los alwari discutiendo con el vendedor—. Por otra parte, deseo cabalgar una de esas bestias. Uno de estos días, me da la impresión de que no me quedará otra opción que llevar viejos aparatos y deslizadores cochambrosos.

Alzó la cabeza y se quedó mirando al cielo azul. Luminara observó a los pádawan.

—Sigue habiendo tensión entre Barriss y Anakin.

—Sí —suspiró Obi-Wan—. Ya me he dado cuenta. Pero parecen llevarse mejor desde la aventura de tu pádawan. Una buena estudiante, Barriss. La Fuerza fluye en gran medida en su interior.

—Es cierto, pero no tanto como en el joven Anakin. Es un río salvaje tu pádawan, repleto de energía reprimida que necesita canalización.

—Llegó inexplicablemente tarde al entrenamiento, y fue educado por su madre hasta una edad demasiado avanzada para un aprendiz.

Luminara volvió a mirar en dirección al pádawan.

— ¿Conoció a su madre? Ése es un lazo que los aprendices de Jedi no suelen llevar consigo. Conlleva todo tipo de complicaciones y dificultades en potencia.

—Lo sé. Esa razón me hubiera bastado para no tomarle bajo mi tutela, pero mi propio Maestro, Qui-Gon Jinn, lo expresó como un deseo en el momento de su muerte y yo se lo juré. Además de los problemas que tuve que solucionar a raíz de su muerte, estaba el de tratar con este joven problemático.

— ¿Y qué tal ha ido? —preguntó con interés. Obi-Wan se mezo la barba ausente.

—Suele ser impetuoso, lo cual es preocupante. En ocasiones se deja llevar por la impaciencia, lo cual es peligroso. Pero ha pasado por muchas situaciones y ha sobrevivido, y es un gran estudiante de la ciencia Jedi. Hay asignaturas en las que destaca, como la lucha con sable láser. Y es piloto de nacimiento. Pero apenas encuentra tiempo para la historia o la diplomacia, y la política le pone enfermo. Aun así, es perseverante. Un rasgo heredado, según creo, de su madre, a quien Qui-Gon consideraba una mujer tranquila pero de voluntad fuerte.

Luminara asintió pensativa.

—Si hay alguien capaz de convertir esa materia bruta en un Caballero Jedi, ése eres tú, Obi-Wan. Muchos tienen el conocimiento, pero pocos la paciencia.

—Tú también podrías hacerla.

Ella le contempló. Cara a cara, los dos Jedi se observaban fijamente a los ojos. Cada uno veía algo diferente, pero merecedor de valía. Un rasgo distintivo, e incluso excepcional. Cuando apartaron la mirada, lo hicieron simultáneamente.

Obi-Wan se dirigió a hablar con el alwari que regateaba amigablemente. Luminara se quedó mirando al Jedi largo rato pensativa y luego volvió a vigilar a la multitud.

Obi-Wan instó a Kyakhta y a Bulgan a que terminaran las negociaciones por los seis animales. Las magníficas bestias eran el triple de altas que un humano. Tenían seis patas, y unas pezuñas largas que parecían totalmente fuera de lugar en una criatura creada para correr por extensas llanuras de hierba.

Cuando Anakin destacó a Kyakhta esta aparente irregularidad evolutiva, éste se echó a reír.

- ¡Ya verás para lo que son, pádawan Jedi!

Tirando del doble juego de riendas, hizo girar sin esfuerzo a su recién adquirida cabalgadura.

La silla era ligera, pero acolchada, y se ajusta entre el primer par de patas y el segundo. Entre las segundas patas y las de atrás había espacio para acomodar una segunda montura para llevar provisiones, que ya habían sido negociadas y tasadas, y estaban en proceso de carga a lomos de los complacientes animales.

—Comida, agua y accesorios. Hemos adquirido de todo y ya está pagado, Maestra Barriss —Bulgan tenía sus enormes pies enfundados en botas que colgaban delante de unas cinchas situadas en el cuello del suubatar, en lugar de caer hacia los lados. El suave arco de la silla en el respaldo mecía su doblada espalda—. Ahhh, ¡ajá! —exclamó con placer—. Estar así sentado me trae muchos recuerdos.

Siguiendo las instrucciones de Kyakhta, Luminara se subió a su suubatar, y a pesar de la altura no tuvo ningún problema. Lo primero, porque el animal estaba arrodillado esperando a su jinete, y lo segundo porque su cuerpo era esbelto y ágil. La razón para utilizar la silla de montar era evidente: sin ella, uno se encontraba directamente sentado sobre unas protuberantes vértebras.

— ¡Ilup! —gritó Kyakhta.

El suubatar comenzó a levantarse, primero las patas delanteras, luego las segundas y por último las traseras. La razón por la que la silla tenía un alto arco de cuero como respaldo era que, sin él, Luminara se hubiera deslizado hacia atrás al levantarse el animal y hubiera caído al suelo.

Aunque cada bestia tenía su propio dibujo de rayas verde oscuro en el pelo corto y suave, las seis eran del mismo color de bronce pálido. La combinación les permitiría, a pesar de su tamaño y de la visibilidad, camuflarse bien entre las tierras de las praderas. Luminara se quedó bastante sorprendida con respecto a su alimentación, ya que esperaba que fueran herbívoros, pero lo cierto es que eran omnívoros, y podían sobrevivir con una dieta muy variada. Su fina y larga mandíbula era ancha al final, lo que le permitía dar grandes bocados y tragar enormes frutos o presas de una sola vez. Los cuatro colmillos delanteros sobresalían de la mandíbula, lo que les daba un aspecto fiero que contradecía su tranquila naturaleza.

—Por supuesto, éstos están domesticados —le dijo Bulgan, adivinando sus pensamientos—. Los suubatar salvajes pueden atacar y destruir caravanas enteras.

—Eso me da mucha confianza.

Anakin se balanceaba de un lado para otro en su montura, intentando mantener el equilibrio. Kyakhta se dio cuenta del problema y se acercó a su lado.

—No os sentéis demasiado erguido, Maestro Anakin. Apoyaos en el viann, en el respaldo de la silla. Eso es, así. ¿Veis como las piernas se ajustan ahora naturalmente a los estribos delanteros?

—Pero no veo bien en esta posición —se quejó el pádawan intentando agarrar el doble juego de riendas.

—Yo creo que estamos a la suficiente altura como para ver cualquier cosa importante —le dijo Obi-Wan. Se apoyaba en el respaldo como si lo llevara haciendo toda la vida—. Tómate esto como otro capítulo inesperado de tu educación.

—Yo preferiría ser educado en un deslizador de último modelo —gruñó Anakin. Pero Kyakhta tenía razón. Cuanto más se recostaba en el respaldo más seguro y estable se sentía. Quizá, no iba a ser tan malo después de todo.

¿Podía fiarse de un animal extraño y alienígena? Los suubatar eran sin duda animales bellos, con sus ojos saltones de pestañas doradas, el agujero de la nariz y las cabezas estilizadas. Tenían las orejas pegadas al cráneo y, al contrario que los ansionianos, no tenían cresta. El pelo rayado era corto y denso, evolucionado para ofrecer el máximo aislamiento con el mínimo de resistencia al viento. La cola era de la longitud de las patas, pero tan esbelta como el resto del cuerpo. Algo de los animales sugería un fin.

Velocidad.

— ¿Todo el mundo listo? —Kyakhta sostenía las riendas sin esfuerzo en una mano mientras se volvía a mirar a sus compañeros. Bulgan le indicó que las provisiones ya estaban cargadas—. Entonces, vámonos a buscar a los borokii —se giró hacia adelante, y le dio un suave golpecito en la nuca al animal mientras gritaba—. ¡Ilup!

El suubatar pareció levantarse del suelo, pero lo único que había hecho era responder a la petición de galope. El ritmo de las seis patas era increíblemente suave, se dijo Luminara. Apenas daba sensación de balanceo o de desequilibrio. Recostada en el viann de la silla, con sus fuertes piernas incrustadas en los estribos de cuero, veía pasar la ciudad como si volara. Los peatones tenían que apartarse rápidamente de su camino.

Mucho antes de lo esperado, atravesaban como una exhalación los altos arcos de la Puerta Govialty del casco antiguo y se hallaban en un polvoriento camino con dirección Oeste. Kyakhta se acercó cabalgando hasta ponerse a su altura. La Jedi pensaba que iban a la máxima velocidad, pero el animal del alwari apenas jadeaba.

— ¿Estáis cómoda, Maestra Luminara? —le gritó el guía para hacerse oír.

— ¡Es una maravilla! —respondió ella—. ¡Es como cabalgar una nube hecha de seda de Dramassia!

Lejos de los muros de la ciudad, se veían expuestos a unos vientos casi constantes que circulaban eternamente por el planeta. El aire fresco le daba en la cara, y la cabeza larga, estrecha y ligeramente triangular del suubatar lo partía en dos como la proa de un barco.

Echó un vistazo atrás y vio a Barriss luchando por mantenerse en la silla, y la expresión de Anakin variaba de una mueca de determinación a un miedo casi infantil. Se hubiera reído, pero no era el momento. Por lo que tocaba a Obi-Wan, estaba sentado en su montura bordada con expresión serena y los ojos cerrados, los brazos cruzados y las riendas descansando en la silla. Pensó con incredulidad que bien podría estar sentado en un asiento de primera en un transporte. Había conocido a muchos Jedi, pero ninguno con tantos recursos ante lo inesperado.

— ¡Kyakhta! —llamó al jinete que galopaba junto a ella—. Lo mejor es que dejemos la ciudad atrás cuanto antes, ¿pero no será peligroso forzar a las bestias? ¿No se cansarán a este ritmo?

— ¿Forzar?, ¿cansarse? —observó a la mujer desde su montura, hasta que finalmente se dio cuenta—. ¡Oh!, no lo entendéis. Pero es normal teniendo en cuenta que nunca habíais visto antes un suubatar, y mucho menos lo habíais cabalgado —sacó los pies de los estribos, y se puso de pie sobre el lomo de su cabalgadura mirando hacia atrás, agarrándose al respaldo para no perder el equilibrio—. Nadie nos sigue, pero una cosa es segura: el bossban Soergg no permitirá que esto acabe aquí —volvió a su postura de montar y sonrió de nuevo a Luminara—. ¿Seguro que estáis cómoda?

—Me siento de maravilla. Como ya te he dicho, lo estoy disfrutando. Él asintió.

—Entonces no hay necesidad de que sigamos paseando —alzó la voz y sacando de nuevo los pies de los estribos se inclinó hacia adelante y gritó—. ¡Ilup!

Al mismo tiempo, espoleó con los talones al animal en ambos flancos a la vez.

— ¡Por la Fuerza!

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